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Capítulo 2

No importa cómo luzcas por fuera, sino quién eres por dentro.

Bastián Leclerc

Observo las llamas del fuego con atención, viendo la danza que crean unas con otras. Pasé mis dedos por la gruesa tapa del libro que hace un rato estaba leyendo en la oscuridad de mi habitación. Sin embargo, ya no podía concentrarme en la tarea; mi mente estaba reviviendo aquellos últimos días en mi antiguo reino y la muerte de mi familia.

Si cerraba los ojos podría ver el cuerpo de mi padre sin cabeza, a mi madre con los ojos abiertos, pero sin vida. Sentía que sus ojos me perseguían al punto de no poder dormir por las noches. Y mi hermana, colgando de las puertas del castillo.

Cada día me preguntaba por qué no morí aquella noche con ellos, o si hice algo tan cruel en mi otra vida para merecer esto.

Solté una risa sin humor; si mi familia viera el monstruo en que me convertí y las cosas que he hecho desde mi exilio, estarían muy decepcionados de mí.

Dejé el libro en la mesa y me serví una copa de vino, dándole un largo sorbo y disfrutando de su dulce sabor. La noche era más fría que otros días y la nieve cubría todo a su paso. El golpe de la puerta me sacó de mis pensamientos, y esta se abrió con un suave sonido.

—¿Qué les dije de molestarme? —gruñí, sin siquiera girarme.

—S-señor, en...

—¡Habla ya y deja de hacerme perder el tiempo!

—Encontramos a otra persona en el bosque —susurró, tan bajo que casi no lo escuché.

No es la primera vez que forasteros del pueblo entran a mi bosque, tratando de robarme o matarme en mis propias tierras. Todos terminan muertos, excepto aquellos a quienes quiero que vivan e infundan terror a los plebeyos para que así no vuelvan a molestarme, no obstante, parece no funcionar porque cada cierto tiempo vuelven a entrar y terminan teniendo el mismo destino: muertos.

Hoy no me encontraba de humor para salir a asesinar a esos bastardos.

—Dile a Clifford que se encargue de ellos —Tomé otro sorbo de mi copa.

—Hay un problema, señor.

—¿Cuál es el problema? ¿Son tan inútiles que no pueden resolverlo? —Si debía seguir lidiando con la incompetencia de mis sirvientes, juro que los mataré a todos.

—Es una mujer, señor —La copa quedó en camino hacia mis labios, sin poder creer que escuché bien.

—Repite lo que dijiste.

—E-es una mujer, señor.

Puse la copa en la mesa y me levanté de mi asiento, girándome sobre mis talones. Fijé mi mirada en mi sirviente, y este tembló en su lugar.

Nunca ha entrado una mujer en este bosque; son más sensatas en mantenerse alejadas del peligro de este lugar, al contrario de sus hombres que solo vienen a buscar la muerte.

—Sáquenla del bosque y déjenla en la barrera —ordené. No mataría a una mujer inocente.

—Ella está herida gravemente, majestad. Su ropa está desgarrada y podría morir de frío antes de que alguien la encuentre —dijo rápidamente, con la vista en el suelo.

—Eso no es mi problema; sáquenla de mi propiedad.

—Majestad, va a morir. Es una tierna joven, no podemos dejar que una inocente chica muera.

Me acerqué, haciéndolo retroceder. No me agradaba la idea de un intruso en mi castillo, y a pesar de que soy una cruel bestia, algo no me gustaba en la idea de dejar morir a la joven.

Clavé mis uñas en la palma de mi mano y caminé por la habitación que estaba caliente por la chimenea antes de dar una orden.

—Que la lleven al ala oeste del castillo y que Astrid cuide de su salud; si la chica da algún tipo de problemas, todos van a morir. ¿Entendido? —inquirí, y él tragó saliva antes de asentir. Él sabía que yo no hago falsas promesas.

—Sí, majestad.

Salió de manera rápida, cerrando la puerta con un suave golpe.

Agarré la copa de vino y me tragué el líquido de golpe. ¿Por qué acepté que la dejaran aquí? Ya presiento que esto será un enorme problema.

Había pasado una semana desde que la joven llegó a mi palacio, una semana desde que la curiosidad de saber cómo era o cuál era su nombre me consumía. He escuchado de los sirvientes que ella es hermosa, que parece una criatura fuera de este mundo. Están fascinados con ella, a pesar de que todavía no ha abierto sus ojos ni pronunciado alguna palabra.

Sé que su cuerpo está sanando y que ya no se encuentra en riesgo. Escuché que, en una de esas noches, estaba delirando de fiebre y todos se hallaban asustados.

Entendía por qué ellos estuvieran maravillados con ella. Desde mi exilio, solo hemos sido nosotros. Nadie más.

Acaricié el pétalo de la rosa. Cada mañana venía al jardín a ver las flores. Me recordaban a mi madre y su admiración por ellas. Padre le creó un enorme jardín en nuestro antiguo hogar cuando se casaron; era su signo de amor y adoración por ella.

Solté un suspiro y salí del jardín para dirigirme a mis aposentos. Le ordené a mi sirviente que llenara con agua caliente mi bañera, que se encontraba en la habitación del baño. Cuando estuvo listo, me despojé de mis prendas y entré al agua. Mi sirvienta se sentó en la orilla de la bañera y sostuvo la esponja entre sus manos para pasarla por mi cuerpo, limpiando la suciedad.

Se mantuvo en silencio, haciendo su trabajo, mientras mi mente iba una y otra vez a aquella joven. Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos.

El día fue largo, y mientras subía las escaleras después de cenar para dirigirme a mi ala este, me desvié del camino y fui a el oeste. Escuché que ella ya despertó, y todos estaban felices por la noticia.

Antes de que supiera qué locura estaba haciendo, mis pies me llevaron a la habitación donde ella se encontraba. Dudé en abrir la puerta, estuve parado ahí segundos o quizá minutos, hasta que me decidí a abrirla sin hacer ruido. No deseaba que ella me viera.

La luz de la luna iluminaba la cama donde ella yacía durmiendo de manera plácida y serena. Las velas iluminaban el resto de la habitación. Desde esta posición no podía ver su rostro, así que con pasos silenciosos entré. Ella se hallaba acurrucada en el centro de la cama, su cabello rubio estaba esparcido sobre la almohada y sus labios rosados entreabiertos.

Miré los moretones que marcaban su delicado rostro, a pesar de eso, no arruinaban su belleza. Su piel se veía suave, y mis manos picaron por tocarla, sin embargo, no lo hice. Ella no estaba consciente como para tocarla sin su permiso.

Admito que me quedé hipnotizado observándola, hasta que abrió los ojos y un grito ahogado salió de sus labios.

Su reacción era normal; así reaccionaba la mayoría de las personas que me veían por primera vez. Salí de su habitación azotando la puerta y maldiciendo por seguir mis impulsos.

¿En qué estabas pensando, Bastián?

Brielle Dubois.

Cuando desperté la primera vez en un lugar que no conocía y pequeñas criaturas que nunca en mi vida había visto quise gritar; no obstante, nada salió de mi boca. No podía procesar lo que estaba viendo, pero me di cuenta de que estaba en el castillo de la bestia.
¿En dónde más habría este tipo de criaturas?

Fueron amables y atentos, pero eso no me quitó mi recelo hacia ellos. Deseaba correr y salir de este lugar, sin embargo, no podía. Al menos si no quiero que mi hermana sufra las consecuencias. Ya no me importa mi padre, no lo consideraba mi familia; ya no. Gabriel era la peor escoria que le sucedería a mi hermana si no cumplía con mi propósito. Así que solo me quedé en la cama, dejando que esas criaturas bajaran mi fiebre y curaran mis heridas.

La segunda vez que abrí los ojos, me trajeron comida y me alimentaron, y la tercera vez que los abrí de nuevo, grité. No lo hice por él, sino por la pesadilla que acababa de tener con Gabriel. Y cuando caí en conciencia, solo pude ver la ancha espalda de la bestia saliendo apurada de la habitación.

Contuve la respiración a pesar de que él ya no se encontraba en mi espacio; no pude ver su rostro, pero aun así, no estaba segura de si sobreviviría. Era más grande y fuerte que cualquier hombre que he conocido, llevaba el cabello recogido, pero de su cabeza sobresalían dos cuernos.

Antes de irse, pude ver una larga cola que se movía con cada paso que daba antes de desaparecer.

Solté un largo suspiro, rezando para no morir en este lugar.

Sin embargo, tuve curiosidad por ver el rostro de esa bestia y ver si era tan tenebroso como todo el pueblo decía.

¿Quién era esa bestia y qué haría conmigo?


¡Hola, pequeñas bestias! Espero que se encuentren bien.

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué creen que va a suceder?

Si les gustó, voten y comenten.

Ig: March_libros.

Les quiere, March.

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