"Son of the starry night"
Narrador
Hace unos años, en un rincón remoto del mundo, un niño de seis años llamado Leo Fortis vagaba solo por un denso bosque. La noche había caído, y el frío invierno se colaba por su ropa desgastada, haciéndolo temblar. Sus pequeños pie descalzos se hundían en la nieve, y cada paso se volvió más pesado que el anterior. El hambre lo consumía, y su estómago rugía en protesta. No había comido en días, y la desesperación comenzaba a nublar su mente.
Leo no sabía cuánto tiempo había estado caminando, Pero sus fuerzas lo abandonaban rápidamente. El bosque, que durante el día podía parecer un lugar mágico y lleno de vida, ahora se había convertido en un laberinto oscuro y amenazante. Los sonidos de animales salvajes resonaban a su alrededor, y sus ojos se llenaban de lágrimas de miedo. Finalmente, sin más energías, cayó al suelo helado. La nieve fría le quemaba la piel, y su visión se volvía borrosa. Alrededor de él, las sombras de los animales peligrosos se acercaban, y leo pensó que ese sería su fin.
Justo cuando estaba a punto de rendirse, vio una luz en la distancia. Una antorcha se acercaba, iluminando el camino a través de la oscuridad. Antes de perder el conocimiento, lo último que alcanzó a ver fue la figura de alguien sosteniendo la antorcha, acercándose rápidamente hacia el.
Cuando leo despertó, se encontró en una casa cálida y acogedora. No recordaba haber entrado allí, y al intentar moverse, sintió algo que lo mantenia inmóvil. Al mirar a su lado, vio un niño de su misma edad, con cabellos oscuros y cortos, abrazándolo con fuerza. El niño tenía la cabeza recargada en su hombro y parecía estar profundamente dormido. Leo sintió una mezcla de confusion y alivio al darse cuenta de que estaba a salvo.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y un hombre adulto entro con una vela en una mano y un plato de comida en la otra. El hombre dejo la comida en el mueble al lado de la cama y se acercó a leo con una sonrisa amable.
- ¿Estás bien? - pregunto el hombre con voz suave -, Soy regro burnedead, y este es mi hijo, Mashle. Te encontramos en el bosque y te trajimos aquí para que te recuperes.
Leo miro al hombre y luego al Mahle que lo abrazaba, sintiendo una calidez en su corazón que no había sentido en mucho tiempo. Mashle, aunque dormido, parecía no querer soltarlo, como si supiera que leo necesitaba ese abrazo más que nada en el mundo.
Regro se sentó al borde de la cama y continuo hablando con ternura.
- No te preocupes, estás a salvo aquí. Come algo y descansa. Mañana veremos cómo podemos ayudarte.
Leo asintió lentamente, sintiendo una gratitud inmensa hacia regro y mashle. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió relajarse y confiar en que todo estaría bien.
Después de comer, Leo finalmente logro que mashle lo soltará. Regro le ofreció ropa de su hijo, que aunque le quedaba un poco grande, era cálida y cómoda. Leo se vistió con gratitud, sintiendo el suave tejido contra su piel, un lujo que no había experimentado en mucho tiempo.
Una vez vestido, Leo se sentó junto a regro, quien lo miraba con una mezcla de preocupación y ternura. Regro rompió el silencio primero.
- ¿Te escapaste de casa, pequeño? - preguntó con suavidad
Leo bajo la mirada, y las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. Con voz temblorosa, respondió:
- No tengo casa ni familia. Desde que tengo memoria, he estado solo - las palabras salieron entre sollozos, y leo no pudo contener el llanto.
Mashle, medio despierto se levantó y se acercó a leo. Sin decir una palabra, lo abrazo de nuevo, dejando pequeños besitos inocentes en la mejilla izquierda de Leo, tratando de consolarlo. La calidez de mashle hizo que leo se sintiera un poco mejor, aunque las lágrimas seguían cayendo.
- no llores - dijo mashle con su voz suave - puedes quedarte con nosotros. Me encantaría tener a otro niño de mi edad aquí.
Regro observó la escena con una sonrisa triste. Sabía lo que era estar solo, y ver a su hijo tan dispuesto a compartir su hogar y su amor con otro niño le llenaba de orgullo.
- No me parece una mala idea - dijo regro finalmente -. Si quieres, puedes quedarte con nosotros, Leo. Aquí siempre tendrás un hogar y una familia.
Leo levantó la mirada, sorprendido y agradecido. No podía creer lo que estaba escuchando. Por primera vez en su vida,, sentía que pertenecía a algún lugar. Con un nudo en la garganta, así tío lentamente.
- Gracias... muchas gracias - murmuró, sintiendo una calidez en su corazón que nunca había experimentado antes.
Regrso se levantó y se acercó a los dos niños, colocando una mano en el hombro de cada uno.
- vamos a descansar ahora. Mañana será un nuevo día, y empezaremos a contruir una nueva vida juntos.
Leo se acurrucó junto a mashle, sintiendo una paz que nunca había conocido. Mientras cerraba los ojos, supo que, a pesar de todo lo que habia pasado, finalmente había encontrado un lugar al que podía llamar hogar.
Antes de dormir, mashle miro a Leo con ojos llenos de esperanza y pregunto:
- ¿Estaremos juntos para siempre?
Leo, con una sonrisa cálida, respondió.
- Si, siempre estaremos juntos.
Mashle, satisfecho con la respuesta, dió un último besito en la mejilla de Leo antes de cerrar los ojos y quedarse dormido. Leo, sintiendo una paz profunda, también se dejó llevar por el suelo.
Pasaron alrededor de once años desde aquella noche. Los dos niños que descansan juntos ahora eran adolescentes de diecisiete años. En la habitación, ambos dormían sin camisetas, Pero tranquilos, sin haber hecho nada indebido. Simplemente se había dormido asi por orden de mashle, quien quería dormir más cómodo con leo. Leo dormía acurrucado sobre el pecho de mashle, quien despertó un poco más temprano, como solía hacer.
Mashle observó a leo dormir, una costumbre que había desarrollado con el tiempo. Le gustaba ver la expresión tranquila de leo mientras dormía, y sentía una calidez en su corazón cada vez que lo hacía. Después de unos minutos, Mahle se inclino y despertó a leo con un suave beso en la frente.
- buenos días, bello durmiente - dijo Mashle con una sonrisa, una expresión que reservaba solo para leo.
Leo abrió los ojos lentamente y, al ver a Mashle, apoyo su mentón en el pecho trabajado de su amigo. Con una sonrisa tierna, le dió un beso en la nariz y respondió:
- buenos días.
Los dos se quedaron así por unos momentos, disfrutando de la tranquilidad de la mañana y de la compañía mutua. Era un ritual que ambos apreciaban, una forma de comenzar el día con amor y calidez.
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