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MASCARADA

 

—¡Sebastián, mira lo que encontré! —exclamó Peter sosteniendo dos entradas en su mano.

—Amigo —resoplé —, basta de juegos de beisbol. Con la derrota del fin de semana pasado tuve suficiente.

—Nada de beisbol, son entradas para el baile de máscaras de la fraternidad Beta Sigma Pi —respondió orgulloso.

Se dejó caer en su cama sosteniendo los pases entre sus dedos como si fuesen un tesoro. Aunque pensándolo bien, sí lo eran. La Mascarada era famosa en todo el campus, porque la hermandad que la organizaba era famosa por tener las más bellas mujeres de toda la universidad. Era bastante difícil conseguir las entradas, ya que las Sigmas elegían a quién querían invitar.

—Pásamelas —lo increpé extendiendo mi mano. Peter me dio una confundida mirada pero dejó los pases a mi alcance. Observé con detenimiento el perfecto diseño del papel, reconociendo que estas chicas hacían todo bien. No obstante, lo qué más me perturbó fue el hecho de que nuestros nombres estaban impresos en el margen superior —. ¡Santa mierda! Tienen nuestros nombres.

—¿Qué? Déjame ver —Peter tomó su entrada y jadeó ante la revelación —. Demonios, ¿crees que Naila tuvo algo que ver en todo esto?

Alcé mi vista ante la mención de nuestra mejor amiga. Naila se crió junto a nosotros en los suburbios de San Francisco, y a pesar de que era dos años menor siempre estaba siguiéndonos en nuestras tonterías. Este era su primer año en la universidad y no me extrañó que las Sigmas la hubieran reclutado, tenía una belleza sin igual. Ellas buscaban la perfección. Y estaría mintiendo si no reconociera que Naila con sus cabellos negros y sus ojos verdes, era el sinónimo de la belleza absoluta.

—Posiblemente —rasqué mi barbilla y lo miré de soslayo—. ¿Quién te las dio?

—Estaban en la casilla del correo. Qué más da quién las haya enviado. ¡Estamos invitados a la jodida Mascarada de las Sigma!

Comprendí su efusividad, durante los dos años que llevábamos en la universidad jamás nos habían invitado a una de sus fiestas. Siempre las contemplábamos desde la acera de en frente, regocijándonos cuando alguno de nuestros compañeros había sido convocado. El que iba a la fiesta la disfrutaba por el resto de los mortales que no estábamos dentro de los parámetros de las perfectas hermanas Beta Sigma Pi.

                                                 ***

Nos quedaban dos días para asistir al baile de máscaras y Peter se comportaba peor que una mujer. Descartó tres cambios de ropa y estaba frenético analizando qué vestiría. Yo por otro lado me encontraba más atento a descubrir si nuestra amiga era la responsable de nuestra participación. No era que estuviera quejándome, pero heriría mi ego saber que habíamos sido invitados por descarte. Por lo general ellas enviaban entradas a los chicos en los cuales se interesaban, a quienes se les permitía ser receptores de sus halagos y caricias por esa única noche.

—¡Naila! —la llamé al verla entrar a la cafetería del campus.

Por un momento dudé que fuera ella, me parecía extraño no verla en sus jeans desgastados y sus enormes camisetas, las cuales en su mayoría eran mías. Amaba robármelas y yo se lo permitía porque adoraba como le quedaban. Ahora ya no había resquicio de esas prendas que ocultaban su figura, vestía una pollera que apenas cubría su trasero y un top que dejaba a la vista el aro en su ombligo.

Mi primer pensamiento fue el de quitar mi camiseta y cubrirla, tratar de ocultar su pecaminoso cuerpo a la vista de los estudiantes cachondos que la miraban babeando. Claro que no lo hice, por el contrario y por la vergüenza de mi ego me sumé a la lista de los hombres que la comían con sus ojos. Era mi amiga, pero también se había convertido en una hermosa mujer y eso estaba matándome.

—¡Sebastián! —chilló y corrió a mis brazos. Mi pecho se hinchó y les dediqué una mirada superior a los patanes que nos rodeaban. Ella estaba en mis brazos, no en los suyos.

—Hermosa, necesitamos hablar —murmuré contra su cabello al tiempo que le devolvía el abrazo.

Tomé su mano y la llevé dentro de la cafetería, nos ubicamos en una de las cabinas alejadas. Necesitaba mantener la privacidad de nuestra conversación.

—¿Qué sucede? —con uno de sus dedos tocó mi frente —. Estás frunciendo el ceño.

—¿Tus nos enviaste las entradas para la Mascarada? —pregunté sin rodeos y bajando un poco la voz. No sería bien visto cuestionar la lógica de las Sigmas.

—¿Recibieron invitaciones? ¿Peter también?

—Sí —me dejé caer contra la silla y la observé —. Por la expresión de tu rostro asumo que no fuiste tú quien las envió.

—No, es decir yo mencioné sus nombres pero no sabía que ya las habían enviado. Nadie me dijo nada —ella permaneció en silencio, mientras mordía su labio, gesto que demostraba su nerviosismo.

Mantuve mis manos cerradas en puños para no apartar sus dientes de esa hermosa boca, y me incliné hacia adelante.

—¿Qué piensas?

—Que Brianna es la responsable de enviar sus entradas. Creo que la oí decir algo como que habías cambiado este año y que quería verte con detenimiento —susurró lo ultimo como si le costara decir las palabras.

—¿Brianna Shoots? ¿La presidenta de las Sigmas?

—Sí, la misma. Creo que se me adelantó. Pero de todos modos, ¿no están contentos?

—Pues sí, Peter está por poco saltando por las paredes. ¿Qué crees que quiso decir con eso de que yo había cambiado? —Me intrigaba que Brianna se interesara en mí, cuando jamás respiró hacia mi lado.

—Es obvio, Bastian —dijo, llamándome por el apodo que ella me había puesto cuando era niña. Mi corazón se agitó, y me di cuenta que extrañaba oírlo —. Estás más… armado. Las horas en el gimnasio han dado frutos, además ninguna mujer se resistiría a tus ojos grises y a esa mirada inocente.

—¿Crees que mis ojos son bonitos? Ahh Nai, me sonrojas —bromeé provocando que fuera ella quien se sonrojara.

—Bueno, si solo quería saber eso… debo irme —se incorporó y giró sobre sus talones, pero a menos de un metro de distancia se detuvo —. Solo para que lo sepas, hay quienes querían verte con detenimiento mucho tiempo antes que Brianna, antes de que cambiaras.

Con esas palabras se fue, dejándome completamente confundido.

                                                 ***

—¡Qué sí, hombre! Estás perfecto. Demonios, Peter, eres peor que una mujer —exclamé empujándolo fuera del baño. Hacía media hora que estaba retocándose, hasta se untó una crema hidratante para el rostro. ¡Mi mejor amigo estaba usando una jodida crema!

—No entiendes la magnitud de esto —se paró frente al espejo y alisó una arruga imaginaria de su camisa —. Tal vez sea la única oportunidad de conseguir que Ashley se fije en mí, no puedo echarla por la borda.

Peter tenía un enamoramiento por Ashley Trout, la segunda al mando de las Sigmas. Mujer inalcanzable, era la única que no se molestaba en enviar entradas, ella se encargaba de que todo saliera perfecto en las fiestas y se negaba a permitirse una distracción masculina. Por lo que sentía que mi amigo acabaría con algo más que una borrachera esta noche, tendría un corazón roto.

Arreglé por primera y única vez mi cabello castaño, estaba más largo que de costumbre pero me gustaba cómo caía sobre mis ojos. Perfecto, ahora yo sonaba como una mujer. Ajusté el cinturón y acomodé mi camisa azul dentro de los pantalones negros. Había optado por lo clásico, a diferencia de Peter que se había tirado el closet encima, metafóricamente hablando.

—¿Listo? —inquirí tomando mi antifaz.

Había conseguido uno de esos de la época victoriana, completamente negros y con una larga nariz. Tampoco me molesté demasiado en buscarlo, fue el primero que vi, pero de inmediato me llamó la atención. Mi amigo llevaba uno color blanco más grande en la parte de los ojos y con dos especies de cuernos que sobresalían hacia arriba. Era muy de su estilo, bastante extravagante para mi gusto.

—Jamás estuve más listo en mi vida —respondió, provocando que yo estallara en carcajadas.

Subimos al automóvil de Peter, un Cadillac de colección que me recordaba a la película Grease. Lo había heredado de su padre y era su bien más preciado, lo utilizaba bajo escasas circunstancias y en ocasiones de emergencia. Supuse que esta podría considerarse una de esas ocasiones.

Llegamos a la casa que albergaba a las Beta Sigma Pi y aparcamos el auto junto a los otros que ya se encontraban estacionados. Caminamos hacia la puerta, Peter estaba apretando con fuerza su entrada, por lo que tuve que quitársela. No quería imaginarme cómo se pondría si llegaba a romperla y no le permitían entrar. Nos recibieron dos gorilas, encargados de que nadie sin invitación se colara en la fiesta, comprobaron nuestra identificación y se abrieron paso para dejarnos entrar a un mundo desconocido para nosotros.

La casa estaba elegantemente decorada, con telas que caían, mesas repletas de todo tipo de bocadillos y hasta alcancé a ver cuatro barras de bebidas. Peter ahogó un jadeo y supe que había visto a Ashley. Volteé mi cabeza y efectivamente, las dos mujeres más importantes de la hermandad bajaban por las escaleras, vestidas como damas de otra época. No solo su máscara las transportaba al pasado, sino que su ropa competía contra cualquier vestido de la época victoriana.

Los ojos de Brianna brillaron con reconocimiento cuando me vio y entendí que Naila estaba en lo cierto. La presidenta había sido la responsable de que yo me encontrara allí en ese momento. Aparté la mirada, orientando mis pensamientos a mi amiga. No la había visto desde que habíamos llegado y me parecía extraño. Aunque suponía que tal vez estuviera esperando a su cita, ya que si ella no nos había invitado, sus entradas habían sido destinadas a otras personas.

Un nudo se formó en mi estómago de solo pensar en ella con otro hombre, que alguien más la aferrara por la cintura y depositara su boca en esos sedosos labios. Últimamente me estaba sintiendo más protector con ella que de costumbre. Atribuí mis sentimientos a que era como una hermana pequeña, pero muy dentro de mí sabía que eso no era cierto. Mi amiga era jodidamente hermosa y no podía evitar notarlo. Nadie miraba a su hermana de esa manera.

Volví mi vista, descubriendo que Ashley se dirigía hacia otro salón mientras que Brianna caminaba hacia nuestra dirección.

—Esa es mi línea de salida —murmuró Peter enfocándose en el contoneo de Ashley.

Giré sobre mis talones, tratando de mantener distancia entre Brianna y yo. Me dirigí hacia una de las barras y pedí un trago. No me interesaba lo que me dieran, solo sabía que necesitaba un poco de coraje liquido para enfrentar a la presidenta de las Sigmas. No entendía por qué, pero me parecía que estaría siendo acosado y eso no acababa de gustarme.

—Sebastián —la voz de Brianna resonó en mi oído y se me asemejó al ronroneo de una gata en celo.

—Brianna —murmuré volteando a verla. No era estúpido, reconocía que la mujer era increíble. Rubia, de ojos celestes y un cuerpo de infarto. Pero no me gustaba sentirme como el juguete de nadie, por más que se viera cómo Claudia Schiffer.

—Estás muy guapo —recorrió mi brazo con uno de sus dedos y sentí un escalofrío. Definitivamente no era una persona normal, otro en mi lugar se hubiese sentido halagado —. Qué bueno que hayas decidido venir. Estuve viéndote este año, sabes.

—¿Sí? ¿Y qué viste?

—Que eres una persona interesante, no eres igual al resto de los chicos y eso me intriga —revoloteó sus ojos y me sonrió, mostrando una perfecta dentadura.

—Brianna, de verdad te agradezco que me hayas invitado —me detuve tratando de reacomodar mis ideas. ¿Cómo hacías para decirle a la presidenta de la hermandad más caliente de la universidad que no estabas interesado? —. Pero justamente porque soy diferente a los demás, no pretendo ser el entretenimiento de una noche, de nadie.

—¡Aww, Sebastián! Rompes mi corazón —susurró llevando una mano a su pecho de manera teatral —. ¿Estás seguro que no puedo hacerte cambiar de opinión?

—Lo siento. Comprenderé si quieres que me vaya —murmuré dando un paso atrás para mantener la distancia.

—No es necesario, no quiero una escena y créeme que se preguntarán por qué mi supuesta cita se marchó —se puso en puntillas de pie y dejó un beso en la comisura de mis labios —. No eres mi única opción, pero hazme saber si cambias de opinión. Aún queda una larga noche por delante.

Diciendo esto guiñó un ojo en mi dirección y se alejó contoneando su cuerpo como solo ella era capaz de hacerlo. Solté el aire que no sabía estaba reteniendo y bebí otro trago. Comencé a caminar, buscando a Naila. Vi a una morena de pelo largo de espaldas y me acerqué, le hablé al oído y la chica saltó sobre sus pies.

—¿Qué crees que haces? —gritó volteándose.

—Disculpa, te confundí con otra persona —exclamé completamente avergonzado.

Me recliné contra la pared, observando el baile en pleno apogeo. Comenzaba a pensar que algo estaba mal en mí, no podía estar en la Mascarada ocultándome en una esquina como todo un perdedor. Estaba a punto de ir por mi quinto trago de la noche, cuando una mano tomó la mía y me arrastró a la pista de baile.

Contemplé a la preciosidad que había tomado posesión de mi atención y no logré reconocerla. Su cabello rubio estaba oculto por un velo proveniente de su antifaz. Solo podía ver unos hermosos ojos verdes que parecían excavar en lo profundo de mi alma. Algo en ella me atraía y me encontré dejándome llevar por esta desconocida dama.

Bailamos uniendo nuestros cuerpos como si se tratase de una coreografía dedicada a impresionar al otro. Su sensualidad me tenía cautivado, la manera en que sus manos se aferraban a mi cuello y el brillo de sus ojos, estaban volviéndome loco. Todo lo que no sentí cuando Brianna me tocó, lo percibí con esta chica. Era como si unos malditos fuegos artificiales estuvieran explotando en mi piel.

La apreté contra mi cuerpo y sentí que ella se estremeció, alzó su cabeza y sus ojos esmeralda conectaron con los míos. No era del tipo que se dejaba llevar, por lo general analizaba todo antes de hacer algo impulsivo. Pero en este momento, sosteniendo en mis brazos a una chica desconocida, sentí una fuerza que me llevaba a acercarme a su boca. Sus manos se concentraron en mi antifaz, quitándolo. Entonces bajé mi cabeza hasta que quedamos alineados y nuestros labios se unieron en un delicado beso, apenas perceptible.

Un gusto a cereza impregnó mi boca y me encontré saboreando ese pequeño beso, ansiando más. Volví por sus labios y esta vez ella me encontró a medio camino, conquisté su boca y tomé posesión de ella. Su lengua se enredó con la mía, provocando que mi agarre a su cintura se incrementara. Con la simple acción de respirar, esta chica estaba volviéndome loco.

—¿Quién eres? —susurré contra su boca y ella jadeó cuando mordí su labio inferior.

Nos separó, poniendo sus manos contra mi pecho. Cerró los ojos y tuve que frenar las ganas de quitarle esa mascara y besar sus párpados. No entendía qué estaba provocando esta chica en mí, pero sentía que la conocía desde siempre, que ella veía al verdadero yo, no al intento patético de sobresalir en el que me había convertido para esa fiesta.

Tiró de mis manos hasta que estuve caminando detrás de ella, dejándome guiar. Salimos a un balcón, desde donde se podían apreciar las luces y la fuente que decoraban el patio de la residencia. Llevé su mano a mi boca y su fragancia me agolpó, llenando mis fosas nasales del más embriagador aroma. Conocía ese perfume, pero no lograba determinar de dónde.

—¿Vas a decirme tu nombre? ¿O debo seguir llamándote desconocida?

Omitiendo mi pregunta ella acortó la distancia y retomó lo que habíamos interrumpido en la pista de baile. Nuestras bocas se encontraron una vez más y sentí un hormigueo recorrer mi cuerpo. Suponía que de ser una mujer, tranquilamente podría haber levantado el pie como lo hacían esas protagonistas de las historias románticas, cuando sabían que el beso era ese beso. El que te das con la persona elegida, solo que yo no conocía a mi contraparte.

Aparté mi boca y dejé un camino de besos desde su cuello hacia su clavícula. Su vestido era extremadamente escotado y realzaba sus senos. Supuse que estaba enfundada en uno de esos corsés de la época, mis manos ardían por desabrochar esas tiras y descubrir su piel oculta. Cuando mis besos se detuvieron en la piel debajo de su oreja, oí su jadeo y me fue inevitable reaccionar a ello.

—Esto me está volviendo loco —susurré con voz ronca —. Sólo dime si te conozco de antes.

Ella asintió con la cabeza manteniendo el misterio. Supuse que si escuchaba su voz la descubriría y me encontré disfrutando momentáneamente de este anonimato. Cuando estaba por continuar mi asalto a su piel, una risa gutural resonó a nuestras espaldas, provocando que ella se separara. Sus ojos brillaron con algo parecido al pánico, y antes de que pudiera hacer algún movimiento, la vi correr dentro, chocándose en el camino con Peter.

—¡Woha! —exclamó alzando las manos y mirando la silueta escabullirse. Se giró hacia mí y me habló con una sonrisa en su rostro —. ¿A qué no sabes quién besó a la perfecta Ashley Trout?

—¡Peter! —grité, omitiendo la noticia de su conquista —. ¿Por qué no la detuviste?

—¿Eh? —inquirió mirándome como si de repente me hubieran crecido dos cabezas.

—A la desconocida.

—Sebastián, ¿estás bien? ¿Cuánto has bebido? —se acercó y estrechó los ojos, tratando de analizar mi estado alcohólico —. ¿Cuántos dedos ves?

Aparté sus dedos de un manotazo y pasé mis manos de manera frenética por mi rostro.

—No estoy borracho.

—Entonces… ¿por qué la llamaste la desconocida?

—¿Acaso la viste?

—Lo mismo te pregunto a ti —él pareció analizar mi expresión por unos momentos y abrió sus ojos con incredulidad —. ¡Mierda! ¿De verdad no la reconociste?

—¿De qué hablas?

—Sebastián, amigo, cuando quieres eres un verdadero dolor en el trasero —negó con la cabeza y dio un paso dentro —. Búscala, quítale la máscara y el velo. Entenderás lo que estoy diciendo.

Frunció el ceño y estuve a punto de replicarle con algún comentario mordaz, pero me contuve. Tenía razón, debía buscarla y averiguar por mi mismo a quién había besado. Quién era la chica que con su sola presencia estremeció mi mundo.

Regresé a la fiesta y comencé la odisea de encontrarla. Me escabullí entre los cuerpos que se movían al compás de la música, hasta que choqué contra una pareja que estaba disfrutando de algo que yo había estado haciendo hace unos momentos. Di un paso atrás cuando descubrí que era Brianna y su nuevo sabor de la noche, un chico unos años más grande. Ella me observó y sonrió, hizo un gesto con su cabeza hacia un pasillo y habló con esa sedosa voz que lograba hipnotizarte.

—Si hubiese sabido que ella te quería no hubiese ido a por ti. No tomo lo que le pertenece a mis hermanas.

Quise responder que no pertenecía a nadie, pero el pensamiento de ser posesión de mi dama desconocida no me perturbaba. Agradecí con un gesto de cabeza y me dirigí hacia donde Brianna me había señalado. Atravesé un largo pasillo repleto de fotografías, cuadros de antiguas integrantes de la fraternidad. Vislumbré una puerta abierta y me acerqué sigilosamente, siendo precavido. No deseaba encontrarme con una situación incómoda.

Entonces la vi, de espaldas, con ese vestido que se ceñía a sus curvas. Ella era ajena a mi presencia y me tomé unos minutos para contemplarla. Viéndola con detenimiento su manera de pararse, la forma en que sus brazos caían al costado de su cuerpo, supe que la conocía. Me acerqué lentamente, deteniéndome a escasos centímetros. Me di cuenta de que ella me había percibido, porque su cuerpo se tensó. La giré para poder tenerla frente a mi cuando le quitara el antifaz y sus ojos permanecieron cerrados.

Tomé los costados de la máscara y tiré hacia arriba, llevando consigo el velo y ¿su cabello? Dejé caer los objetos al suelo y una cabellera morena cayó en cascadas. Llevaba una peluca y había logrado engañarme. Ella abrió los ojos y reconocí a la chica que me había besado minutos atrás hasta dejarme sin aliento.

—¿Naila?

—Bastian —susurró y llevó una mano a mi mejilla —. Tu mirada ya no se ve tan inocente.

—Tú eres la desconocida… ¿Por qué?

—Porque necesitaba que te dieras cuenta que había alguien que te quería desde antes —balbuceó y dejó caer su mano —. Sabía que si me reconocías no me hubieses permitido besarte. Y era algo que quise hacer desde hacía tanto tiempo…

No dejé que continuara, comí la distancia que nos separaba y choqué nuestras bocas. Naila, mi amiga, la mujer que consideré mi hermanita pequeña por tanto tiempo había puesto mi mundo de cabeza con solo un antifaz. Nuestras bocas bailaron frenéticas al compás de los latidos de nuestros corazones. La besé hasta que jadeamos en busca de aire y luego volví a besarla una vez más.

Esta era Naila, mi amiga, mi amor. Y en el momento en que la acuné entre mis brazos supe que nunca más volvería a ser una desconocida.

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