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cuatro

Roseanne había pensado en llevar a Jennie a cenar, por cierto, ese era su nombre, se lo había preguntado antes de salir de la sesión, le había dicho que era latina lo cual no esperó pero entendía porque sus ojos y piel eran de un aspecto peculiar, una hermosa obra de arte.

Finalmente, después de comentarle la idea a la chica, esta se había negado al estar utilizando su uniforme y haber comido en el auto, le dijo que prefería algo sencillo como ver una película o conversar un poco, así que terminaron llegando al departamento de la ojiavellana.

Jennie entendía que esta mujer tenía mucho dinero, su hogar era realmente grande para ser solo ella, no solo el auto y la ropa se lo habían demostrado, sino que ella, Rosé, amó su nombre con tan solo escucharlo, la había invitado a cenar a un restaurante elegante bastante nombrado y ella se había negado, Jennie no era ostentosa, probablemente todo lo contrario, con su uniforme de trabajo, un morral cargado en el hombro y una sencilla chaqueta de hilo, esto es lo que ella era, una chica simple y de clase media que trabajaba para mantenerse.

La rubia fue tan amable de ofrecerle su mano para bajar del auto, dejar que pasara primero al ascensor y finalmente a su penthouse en el último piso de un enorme edificio en el centro de la ciudad, la vista era sumamente hermosa, Jennie no había estado en un lugar así jamás.

—¿Deseas algo de tomar? —Jennie miraba como Rosé se aflojaba la corbata y camisa, desde la cocina podía verla moverse hacia su enorme refrigerador. —No he ido de compras, pero siempre hay de todo en el refrigerador ¿Qué te gustaría? —la castaña sonrió traviesa.

—Creo que un vaso de vodka con hielo y algo muy dulce —la rubia asintió y la castaña brincó mentalmente, Rosé ni siquiera había puesto un, pero, le daría lo que pidió sin rechistar. Unos minutos después Rosé la llamó y le dijo que podía tomar asiento donde guste. Jennie decidió que la isla de su cocina era hermosa y quería saber que tan cómodas eran esas altas sillas, así que tomó asiento frente a la mayor que le extendió su vaso.

—Toma, cariño —dijo con tal naturalidad que Jennie estuvo a punto de suspirar ¿era posible caer por una mujer en menos de doce horas? estaba tentada a decir que por supuesto que sí —es vodka con hielo y jugo de arándanos ¿eso está bien? —Jennie asintió embobada, el jugo de arándano era su favorito. Su lengua danzó al degustar su licor, Jennie amaba poder disfrutar de una buena bebida, cuando podía darse un gusto compraba algo de calidad y lo degustaba lentamente, Rosé le había dado su mejor licor, lo notó al leer la etiqueta de una botella sobre la encimera de la cocina, claro que no olvidaría ese gesto.

—Está perfecto, gracias. —Rosé no se le había vuelto a insinuar de forma sexual desde que le pidió salir, el abrazo en el estacionamiento o la forma en que tomó su mano durante el trayecto en auto o la subida en ascensor fue en extremo dulce, Jennie ni siquiera estaba segura de si la rubia la había llevado a su casa para que le haga favores sexuales o para complacerla, aunque ninguna de las dos opciones le disgustaba.

—¿Quieres que nos sentemos un momento? —le señaló su enorme sofá —podemos hablar un poco más cómodas. —Jennie estaba dispuesta a ver qué tan lejos quería llegar Rosé, así que por esta noche se dejaría llevar.

—Claro, la verdad es que mis pies me están matando —bastó decir esto para que la rubia caminara todo el perímetro de la isla de la cocina sin decir una palabra, una vez al lado de la morena la tomó en brazos y la llevó hasta el enorme sofá de la sala, aun con su bebida en la mano la castaña estaba algo sorprendida y sonrojada, la rubia la dejó reposar y le dijo que iría por su bebida, luego regresó y se sentó a una corta distancia de la chica, lo suficiente como para no hacerle sentir acosada ni apartada.

Comenzaron hablando de ellas, Rosé era dueña de su propia compañía ahora, aunque no la había fundado ella, su padre había dejado una empresa media y la rubia se había encargado de sacarla a la luz, mientras Jennie era masajista hace apenas un par de años.

Rosé tenía veintisiete años mientras la castaña acaba de cumplir los veintitrés, también hablaron un poco sobre sus amigos, estudios, los minutos corrían y pronto serían la una de la mañana, ambas estaban relajadas, con alcohol en sus sistemas, pero la plática era amena, Jennie balbuceaba cosas sobre su vida hasta que llegó a la parte importante.

—Vine a Londres porque no quería seguir con mis padres —confesó —ellos me veían como una inútil, así que me dieron la espalda sin razón y con el dinero que me dejó mi abuelo antes de morir tomé un avión y bueno, llegué a este lugar sin un plan en específico, aunque debo reconocer que mi abuelo tenía razón, Londres es un lugar muy hermoso —suspiró absorbiendo las últimas gotas de su vaso —luego intenté administrar lo que tenía para poder establecerme en un lugar modesto, mientras conseguía un trabajo y fue así que terminé siendo masajista, tomé algunos cursos porque me gustaba, al parecer sirvió y me contrataron en el spa, lo que realmente estudié en la universidad fue literatura pero no me gradué —la rubia escuchaba atentamente —luego simplemente seguí con eso, han pasado cerca de tres años y creo que estoy bien, no puedo quejarme, me gusta lo que hago —sonrió feliz.

—Y eres tan buena en eso también —complementó la mayor sacándole una pequeña risa.

—Bueno, gracias por eso, me alegra que te sintieras mejor —dijo sinceramente —¿Cómo llegaste ahí? —Jennie habría dicho que siendo quien parece ser, Rosé no tenía nada que hacer en un spa de clase media a las afueras de la ciudad, pero prefirió escuchar la historia, al parecer esta mujer no era de las que se ponían juzgar por como lucían.

—Puede que tenga una amiga un tanto preocupada, le comenté sobre las molestias que tenía y sugirió ese lugar porque en una de sus excursiones personales lo encontró y cree que los lugares lujosos estaban sobrevalorados, así que reservó un fin de semana para mi —dijo simplificando la historia.

—Ya veo —la castaña cerró los ojos y dejó su cabeza caer en el respaldo del sofá, era tan cómodo, su cabeza estaba relajada por el alcohol y se le escapó una sonrisa, Rosé por el contrario observaba cada acción de la morena, todo lo que hacía la tenía de rodillas ante ella, si no le hubiera conocido hace unas horas diría que estaba enamorada sin remedio de ella.

—¿Puedo decirte algo? —la castaña abrió los ojos y asintió —yo no sé si te lo han dicho antes o quizás ya lo sabes, pero creo que eres el ser humano más hermoso que he visto en mi vida —la pelinegra soltó una risa que hizo que la rubia también quisiera reír.

—Eres tan dulce, muchas gracias —sonrió —pues realmente yo no lo diría de esa forma y no te miento cuando te digo que nadie nunca me lo había dicho antes —Rosé gruñó indignada.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? si cada parte de ti es perfecta —se acercó al rostro de la menor y detalló con cuidado desde su frente hasta su barbilla levemente partida.

—No lo creo, tú estás siendo muy amable —se sintió algo avergonzada por las atenciones —aquí en Londres yo no suelo ser el tipo ideal de otros —se burló de sí misma pero la rubia tenía sus propias opiniones.

—Jamás he tenido un tipo ideal —confesó —pero creo que, si lo tuviera, tu serías el mío. —Jennie creyó que solo estaba siendo amable pero la rubia se veía realmente seria y convencida de sus palabras, lo que la hizo suspirar de ternura.

—Aw en serio eres una mujer tan linda —dejando el vaso vacío a un lado, Jennie pasó sus brazos por el cuello de la ojiavellana quien había dejado el suyo a un lado hace mucho —mmm hueles tan bien —dijo pegando más su pecho con el cuerpo contrario, Rosé era delicada para abrazarla, eso le gustaba.

—No puedo creer que nadie te haya dicho lo hermosa que eres —la rubia seguía desconcertada por aquella revelación, Jennie negó con una risita burlona.

—No importa, jamás olvidaré que me lo dijiste tu primero —y sin más le dio un profundo beso, Jennie era una chica de contacto físico, sumado al hecho de que el alcohol en su sistema solo la volvía más caliente, Rosé tuvo que tomarla fuerte para no caer hacia un lado y lastimarse, la castaña trepó su cuerpo y la llenó de besos, no podía negarse a uno solo.

La castaña le quitó la camisa lentamente y la reclinó sobre el sofá.

—Cierra los ojos, te daré un regalo —la rubia obedeció, podía sentir el movimiento sobre ella, cuando espió con un ojo, pudo ver como la castaña ya estaba completamente desnuda sobre ella, abrió sus pantalones y le dio la más intensa succión a su pene que hubiera tenido en todos sus años de vida, la dejó sin palabras, ni siquiera podía gemir, su alma estaba siendo succionada a través de su pene por este ángel, los cabellos castaños de la menor se escurrían de una lado a otro por el movimiento, Jennie tenía sus muñecas apresadas a cada lado de su cadera en sus manos y su boca tragaba su pene lo más profundo que podía, sus dedos de los pies estaban curvos y sus piernas temblaban pero no se movería, no quería lastimar a la menor.

Sonidos lastimeros salieron de su garganta cuando se corrió abundantemente en la boca de la menor, se sintió culpable por no avisar y ver como el rostro de la morena se manchaba por completo, aunque esta no parecía molesta, la castaña la abrazó y Rosé la tomó entre sus brazos besando su cabello.

—Eres lo mejor con lo que me he topado alguna vez, Jennie —tomó su camisa tirada a un lado del sofá sin moverse mucho y la aproximó para limpiar el rostro contrario, una vez limpia Jennie se acercó para besarla y sin despegarse de su pecho, arrastró sus piernas alrededor de su cadera, meciéndose para despertar su pene nuevamente aunque no hizo falta demasiado estímulo, la castaña la traía caliente todo el tiempo, las manos de la ojiavellana rodearon la cintura de la menor y su pene resbaladizo se frotó entre las nalgas de la morena quién la seguía besando sin parar.

Sin previo aviso una mano de la morena se dirigió atrás hacia abajo y apretó la base de su pene completamente lleno de nuevo, lo alineó contra su entrada ansiosa y dejó que se restregara para humedecerla.

—E-espera, no estás lista —la rubia detuvo el beso al darse cuenta de lo que la castaña quería.

—Está bien, me abriste muy bien hace unas horas —Kim sonrió inocente y se dejó caer lentamente sobre la erección de la mayor, Rosé tuvo que apartar su boca de la de Jennie o habría mordido su lengua, fuerte, la castaña soltó un quejido bajo y succionó su cuello con pequeños besitos, sintió como se abría paso dentro y su entrada se estiró de nuevo, los bordes se irritaron levemente pero estaba bien, podía soportarlo, quería esto más que nada, abrazó a Rosé y dejó que la cogiera lentamente, esta vez no fue igual que la primera vez, esta vez se dejó torturar por los movimientos lentos pero certeros que daba la mayor en su punto g al mismo tiempo que su clítoris era masajeado entre sus dedos, se dejó besar por todo el rostro con cariño y fue toda una consentida por la mujer, esto era el cielo.

Llegó a su orgasmo cuando ya no pudo más, sus piernas habían perdido fuerza y no dejaban de temblar, su coño lloroso había humedecido sus pieles centrales escurría líquido seminal de la mayor por los costados, segundos después de su corrida seguía goteando como una cañería.

Ambas quedaron adormecidas, no se movieron ni un milímetro, la sensación del orgasmo había sido devastadora y se encontraban terriblemente cómodas y flojas. Sin decir más cerraron los ojos y se abrazaron más fuerte.

—Planeas drenarme por completo ¿no es así? —gruñó la rubia, la castaña rio un poquito.

—Quizás solo unas veces más —murmuró algo dormida, dejó un beso ciego en los labios de la ojiavellana y se acurrucó —eres tan cálida, no me sueltes. —Rosé asintió.

—No lo haré, ángel —simplemente suspiró satisfecha y se dejó ir.


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