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⚡️Epílogo⚡️

14 de julio de 2021

Pandora miró con nerviosismo la multitud del Riley's mientras jugueteaba con el vaso de su malteada. Nila, desde el otro lado del local, le guiñó un ojo para que se tranquilizara, pero se le hacía verdaderamente imposible. El cúmulo de emociones la estaba asfixiando, revolcando su estómago y hasta juraba que podría vomitar de la ansiedad. Era la primera vez que se encontraba tan nerviosa en su vida, pues ni siquiera cuando le tocaba un recital importante había estado de esa forma.

Sus ojos verdes se trasladaron hacia el ligar donde estaba Nila y vio a James detrás de la señora, molestándola y sacándola de sus casillas. Podía ver la sonrisa burlona en los labios de su novio mientras hablaba con Nila, las palabras siendo incomprensibles para ella desde su posición, pero sabía que estaba en su modo insoportable. James la miró durante un segundo y gesticuló un «¿Estás bien?» con sus labios.

Ella levantó su pulgar y asintió, forzando una sonrisa en sus labios. Era una terrible mentira. Sus manos sudaban, se aferraban a su ropa y apenas podía respirar. Cuando la campana del local sonó anunciado la llegada de otro cliente, su cuerpo se tensó por completo y el oxígeno dejó de llegar a sus pulmones. A pesar de que estaba de espaldas a la puerta, sabía que era él, lo supo desde que vio la expresión de James enseriarse un poco.

Escuchó los pasos acercarse a su mesa y sus dedos se aferraron alrededor del vaso. Cuando se detuvieron a su lado, Pandora alzó su vista y se encontró con unos orbes azulados, la forma de ellos eran parecidos a los suyos.

— Eres Pandora, ¿no? —Ella movió su cabeza en un leve asentimiento—. ¿Puedo sentarme?

Volvió a asentir.

El hombre se sentó en el lugar vacío frente a ella y ambos se miraron de forma incómoda durante unos segundos. Pandora lo analizó con su mirada. Tenían cierto parecido a decir verdad, pero solo ligeramente, ya que los rasgos de su madre fueron más dominantes.

— Así que...tú eres el famoso Oliver Wood —murmuró, intentando de crear una conversación entre ellos, sabiendo que de una forma u otra tendrían que hablarse.

— Lo soy, creo. —La duda que se asomó en sus ojos hizo sonreír a Pandora—. Te pareces mucho a tu madre.

— He escuchado eso antes —aseguró.

El silencio volvió a cubrirlos con su manto y la incomodidad se impregnó en sus cuerpos, arañándolos y convirtiéndolos en un desastre. Ninguno sabían cómo desenvolverse. Habían perdido muchísimo tiempo y no sabían si serían capaces de recuperarlo. Eran extraños.

Entrando en pánico, Pandora buscó la mirada de James. Ese acto no pasó desapercibido por Oliver, quien miró sobre su hombro para ver al chico también.

— ¿Es tu novio?

— Sí —respondió sintiendo sus mejillas enrojecer un poco.

— ¿Te trata bien? —quiso saber, aunque era un intento de conocer a su hija un poco. Le parecía increíble que alguien que llevaba su sangre era una completa desconocida para él.

Pandora asintió .

— James es un buen chico, aunque, bueno, estuvo en todos los periódicos. Él me salvó —dijo, una sonrisa se dibujó en su rostro sin poder evitarlo—. Esto es un poco incómodo —admitió.

Oliver suspiró con alivio al escucharla decir las mismas palabras que él estaba pensando.

— Gracias a Merlín, no soy el único que lo piensa —rio.

Pandora se unió a sus risas un poco y ambos pudieron notar cómo la tensión en el ambiente aminoró considerablemente. Quizá solo les hacía falta reírse un poco.

— Sí. ¿Qué tal si empezamos de cero con una introducción formal? Me haría más cómoda con la situación. —Oliver asintió. Pandora continuó sonriendo cuando extendió su mano—. Soy Pandora Parkinson.

Oliver tomó la mano de su hija y la estrechó.

— Oliver Wood —se presentó oficialmente—. Cuéntame un poco de ti —pidió antes de que volviera a ponerse incómodo el ambiente.

Pandora pensó en qué podía decirle. No siempre le contaba a las personas sobre sí misma. Especialmente porque ella no solía hacer amigos. Su círculo de confianza se limitaba a los niños con los que había crecido —Blaine, Scorpius y Theresa—, a Carissa y James. Los demás habían aparecido porque eran conocidos o familiares de sus amistades.

— Eh, bueno, mi segundo nombre es Viktoria. Tengo raíces pelirrojas gracias a mi bisabuela Solange. Me ha gustado el baile desde que tengo uso de razón y practico el ballet desde hace doce años. Le tengo pavor a las serpientes porque me mordió una cuando niña. Y no soy muy fan del Quidditch para ser sincera. Solo lo disfruto un poco por James —mencionó, pasando su dedo índice por el borde del vaso de su malteada.

— ¿Qué? ¡Me tienes que estar tomando el pelo! ¿No te gusta el Quidditch? —las palabras brotaron de los labios de Oliver antes de que pudiera detenerlas.

La chica encogió sus hombros.

— No es que no me guste, solo no soy fanática.

— Vaya —soltó el aire de sus pulmones mientras pasaba una mano por su cabello, despeinándolo—. No sé engendrar hijos —murmuró.

— Al menos Caden sí practica el deporte —intentó animarlo, aunque no pudo evitar que una sonrisa apareciera en su rostro al verlo tan frustrado.

La última vez que vio a Harry Potter cuando James y ella salieron para tener una cita, este le mencionó que Oliver era un obsesivo con el Quidditch. Era tan obstinado con su afán hacia el deporte como Pandora lo era con el ballet. Tal vez eran más parecidos de lo que ambos creían.

— No estaría tan seguro de ello. Caden tiene otros intereses más importantes que el Quidditch —dijo.

— ¿Sí? ¿Cuáles?

— Los chicos —respondió.

Una risa sincera brotó de los labios de Pandora.

3 de octubre de 2021

— ¿Podrías dejar de mirar tu reloj como un loco impaciente? —preguntó Fred, rodando sus ojos mientras miraba a su primo.

Carissa, quien estaba acostada en la hierba del jardín con su cabeza en el regazo de su novio, le dio un pequeño pellizco en la pierna a Fred.

— Déjalo. Extraña a Pandora —lo defendió—. ¿Qué harías tú si yo me fuera por más de un mes?

Fred ladeó su cabeza, pensándolo un poco.

— Me conseguiría otra —respondió—. ¡Ay, mi ojito! —se quejó cuando Carissa le dio un torpe golpe en el rostro—. ¡¿Me quieres dejar cieguito?!

— Pues te lo mereces —espetó Carissa.

— ¡Estaba bromeando, mujer!

Carissa rodó sus ojos y enfocó su atención en James, quien volvía a mirar su reloj, verificando la hora por séptima vez en cinco minutos. ¿Era él o el tiempo estaba transcurriendo demasiado lento?

— Ella va a llegar, tranquilo —le dijo.

— Lo sé. Es solo que...llevo esperando este día como los presos esperan su fecha de libertad.

Uy, qué dramático eres, James Sirius.

Los tres adolescentes voltearon cuando escucharon la voz de Pandora a sus espaldas. Estaba vistiendo unos vaqueros, una camisa azul turquesa, una chaqueta negra y unas botas. Se notaba que acababa de llegar a Hogwarts porque ni siquiera se había cambiado, aunque era domingo. Tenía todo su derecho a vestir su ropa más muggle si así lo deseaba.

— ¡Pandora! —exclamó Carissa en un chillido, poniéndose de pie. Acto seguido brincó sobre ella casi tumbándola—. Hogwarts es taaaaan aburrido sin ti y sin Tess.

Pandora se apartó de su amiga sin dejar de sonreír. No había pensado que la extrañarían tanto. El segundo en recibirla fue Fred, quien murmuraba lo agradecido que estaba por verla porque James estaba a punto de volverlo loco con sus comentarios depresivos.

Finalmente, James Potter se acercó a su novia, sus manos ubicándose en sus caderas, y ella rodeó su cuello con sus brazos.

— ¿Ahora es que te acercas a mí? —tentó ella.

La sonrisa del rostro de James era imborrable. Tenía una expresión de felicidad pura en esos momentos.

— Soy un fiel creyente de que lo mejor se deja para el final —alegó y se inclinó para poder unir sus labios.

Ese era un recibimiento adecuado.

25 de diciembre de 2021

Caden arregló las mangas de su camisa de botones por enésima vez. Sus manos sudaban por los nervios y estaba seguro de que podría vomitar por ellos. Era la primera navidad que pasaría junto a Blaine y su media hermana. Toda la situación lo ponía mal. Pandora le caía excelente, era una chica digna de admirar con sus valores, valentía y calidez, pero Pansy le daba miedo. Después de todo, en el pasado él había sido hechizado para herir a Pandora.

— Deja —lo regañó Blaine, desabotonó las mangas de Caden y comenzó a doblarlas con sumo cuidado hasta el codo—. Así está mejor. Te ves mucho más guapo.

Un rubor se instaló en las mejillas de Caden.

— Gracias —murmuró.

Blaine lo escudriñó con la mirada, detectando que algo estaba mal o le preocupaba. Se inclinaba más por la segunda que por la primera.

— ¿Qué sucede?

— Estoy nervioso, ¿de acuerdo? —soltó, estremeciéndose un poco.

— Oye, todo saldrá bien —aseguró—. Me tienes a tu lado siempre.

— ¿Lo prometes?

— Te lo juro —dijo y se inclinó un poco para robarle un pequeño beso de sus labios. Antes de que Caden pudiera reaccionar apropiadamente ante el beso, Blaine se alejó con una sonrisa traviesa—. ¿Te sientes mejor ahora?

Caden asintió.

— Estupendamente.

— Bien, porque tengo que advertirte que a mi padre le falta un tornillo y que la navidad pasada tomó tanto que terminó haciendo un striptease sobre la mesa del comedor —dijo, su rostro sonrojándose furiosamente por la vergüenza.

— Eso hubiera sido divertido —comentó.

— Sí, sí, sigue burlándote y le contaré a todos tu reacción cuando me viste desnudo.

— ¡Fue un accidente! —Blaine arqueó una de sus cejas—. Juro que no sabía que estabas... Dios, solo calla. —Bajó su mirada, cohibido, pero la sonrisa todavía bailaba en sus labios. Blaine le elevó el mentón para poder besarlo—. Te quiero, Zabini —confesó en un susurro.

Uno.

Dos.

Tres segundos de silencio en los que Blaine no reaccionó.

— ¡Ay, gracias a Salazar! —exclamó—. Pensé que tendría que ser yo el que estuviera dando los primeros pasos siempre.

— ¿Cómo demonios puedo estar con alguien que ni siquiera puede decirme que me quiere de vuelta? —rodó sus ojos.

— Lo acabas de decir hace treinta segundos, Caden. Me quieres —sonrió—. Lo bueno es que yo también te quiero.

5 de junio de 2025

— Entonces, ¿crees que será conveniente tener mucho alcohol involucrado o su madre nos matará? —preguntó Carissa, sus ojos apenas visibles sobre la enorme libreta en la que anotaba las respuestas de su amiga.

Theresa frunció sus labios, tomándose un minuto para pensárselo. Con sus manos enrolló un mechón de su cabello en su dedo como método de distracción antes de que se volviese completamente loca con todos sus exámenes finales antes de, oficialmente, convertirse en sanadora.

Sanadora Nott.

Parecía un sueño hecho realidad. Había trabajado arduamente durante cuatro años para lograr su cometido. No fue fácil, pero nadie dijo que lo sería, ¿no?

Entre los constantes viajes hacia Inglaterra para ver a su madre y asegurarse de que ella continuaba su tratamiento, los largos días de clase, las eternas noches de estudio, mantener el contacto con sus amigas y tener una relación con Louis Weasley, había podido hacer un balance para cumplir sus metas. Tenía que admitir que el resultado era satisfactorio. En menos de una semana rendiría su último examen final y le notificarían en un lapso de cinco días si obtendría su certificación.

Esperaba obtenerla. Sin embargo, en ese instante, tenía algo más de lo que preocuparse y ese 'algo más' tenía mucho que ver con el anillo que abrazaba su dedo anular izquierdo.

Era muy joven todavía como para contraer matrimonio, al menos en la sociedad en la que vivían actualmente lo era. Pero eso no disminuía sus sentimientos. Muchos protestaron ante su decisión de casarse a esa edad. ¿Quién se casaba a los veintidós años en el siglo veintiuno? ¡Era una locura! Los jóvenes no solían tener amores duraderos, sino etéreos.

Pero las personas no eran capaz de comprender lo que había entre ellos. Eran más que una pareja, más que un amor adolescente que no pasaría a más y que se olvidarían con el tiempo. El amor de un chico veela con su alma gemela era uno que duraba por siglos y que jamás se acabaría. No era una pequeña llama que lograba apagarse con el primer azote del viento, sino uno que crecía en medio de la tormenta y que nadie era capaz de apagarlo hasta que se convertía en un incencio incontrolable.

— Sin alcohol —pidió Theresa finalmente—. Solo estaremos nosotras en la despedida de soltera. Cuando toque la boda, entonces podremos tener alcohol ahí.

Carissa resopló, pero lo anotó en la libreta. Tuvo que subrayar varias veces el 'no' para que su mente no pudiese procesarlo como un 'sí'.

— ¿Crees que habrá strippers en la despedida de soltero de Louis? —le preguntó.

Theresa casi se echa a reír a carcajadas. Estaba claro que lo que Carissa quería saber era que si habría strippers que Fred II fuese a ver en la despedida de soltero para entonces golpearlo y tener una reconciliación no apta para menores. En esos cuatro años Fred y Carissa habían roto unas cuantas veces por tonterías, pero siempre volvían el uno al otro en cuestión de horas. Lo más que estuvieron separados fue una semana.

— No. Bueno, no sé. Quiero creer que no, pero no sé lo que los chicos le hayan planificado —respondió, encogiendo sus hombros.

Lo bueno de que su prometido tuviese esa sangre veela en su sistema, era que podía confiar en él a ojos cerrados. No tenía que tener preocupaciones de que hubiesen mujeres en paños menores intentando bailarle provocativamente porque él solo tenía ojos para ella.

Carissa soltó un gruñido.

Fred era muy capaz de conseguirle strippers a su primo en su despedida de soltero.

— De todos modos, ¿dónde demonios está Pandora?

— Tú sabes dónde.

Carissa soltó un resoplido.

— Admito que a veces me pregunto cómo es que todavía no se han casado o siquiera pensado en mudarse juntos. ¡Prácticamente están juntos todo el tiempo! No puedes llamar a uno sin tener al otro pegado como lapa a su lado.

Tess rió, divertida, aunque sabía que su amiga tenía muchísima razón en sus palabras. James y Pandora eran completa y totalmente inseparables. Eran un combo. No había forma de tenerlos por separado porque entonces se volvían una versión monótona y entristecidas de ellos mismos.

— Se aman, Car. Pienso que es adorable la forma en la que siempre comparten juntos —comentó.

— Son cursis en una forma exagerada.

— Y también lo hacen como conejos —le recordó Theresa.

— Y después todos pensaban que la promiscua de las tres sería yo. Las calladitas se las traen —dijo, silbando por lo bajo.

* * *

James pasó su vista por las niñas pequeñas que lo miraban con admiración y también el grupo de madres que le miraban como si quisieran sacarle la ropa y devorarlo en el callejón más cercano. Tragó en seco y se removió en su lugar con incomodidad mientras esperaba con paciencia a que su novia terminara con su clase.

— Es lindo —pudo escuchar que una de las madres decía.

— Si no tuviera a Dan en casa, me lo llevaría —habló otra.

— Me pregunto cuál de todas las niñas será la suya —comentó otra.

James alzó su vista al techo, preguntándose porqué demonios tuvo que llegar temprano al estudio de ballet de Pandora. Sabía que era un hombre atractivo, ya no quedaba rastro de los rasgos aniñados que todavía rondaban su rostro cuando se encontraba en Hogwarts. Cuatro años lo hicieron crecer y madurar tanto en un aspecto físico como mental.

— Esa soy yo, señora Coleman.

La voz de Pandora hizo acto de presencia, estando mucho más cerca de ellos que de las niñas. Ellas reían por lo bajo, cuchicheando entre ellas. Estaba claro que ellas sí conocían quién era James, lo habían visto en las fotos que Pandora tenía de ellos en un enorme collage de fotografías que había estado formando durante los pasados dos años cuando abrió su propio estudio de ballet en el mundo muggle.

No era sorpresa que Pandora hubiera terminado siendo profesora de ballet y tampoco que pasara la mayor parte de su tiempo en el mundo muggle. Era lo que la apasionaba y estaba en su sangre ser bastante persistente cuando se quería algo. Después de todo, ella se había esforzado desde su niñez en ser una bailarina exitosa.

— Oh, ¿es su pareja? —preguntó la señora Coleman con sus mejillas un poco rosadas.

James tuvo ganas de echarse a reír por la forma en la que lucía tan avergonzada en estos momentos cuando minutos antes había estado soltando comentarios lujuriosos hacia él.

— Casi cinco años de relación —afirmó James con orgullo, guiñándole un ojo a Pandora, haciéndole saber que no tenía nada de qué preocuparse. Aunque le resultaba gracioso que Pandora actuara de forma celosa, pues pocas eran las veces que eso lograba ocurrir.

— Oh, bueno, les deseo lo mejor —comentó la señora Coleman—. Es que me pareció un poco extraño, digo, ni siquiera llevas un anillo.

Pandora frunció sus labios en una mueca de confusión. Algo que nunca llegaba a comprender era cómo las personas automáticamente asumían que ella necesitaba un anillo para formalizar su relación. James y ella estaban bien con o sin anillo. No importaba. No hacía diferencia alguna porque los sentimientos eran los mismos.

— No, no lo necesito. Estamos muy felices con nuestra relación y no necesitamos un anillo —replicó Pandora. Entonces se lo pensó un minuto—. O quizá piense en comprarle uno si es que eso mantenga apartadas a las personas de mi novio.

James apenas pudo evitar la carcajada que amenazó con salir de sus labios al ver la expresión de la mujer frente a su novia.  Adoraba verla en modo celosa con sus mejillas sonrojadas y sus ojos resplandecientes por el pequeño coraje acumulado. En un intento de tranquilizarla, James pasó un brazo por la cintura de su novia y le dio un beso en la mejilla. Ambos pudieron escuchar un 'aww' colectivo de parte de las niñas que estaban cambiando sus zapatillas de ballet por sus zapatos normales.

— James, frente a las niñas no —lo regañó, sintiendo su rostro arder. No importaba lo atrevida que Pandora pudiera ser con él detrás de las cortinas, ella siempre se avergonzaría ante las muestras de amor públicas.

Una risa ronca salió por fin de los labios de James, observando a las madres irse con sus hijas y una vez quedaron solos, se volteó hacia ella con una sonrisa de diversión.

— Y yo que pensé que estabas intentando de marcar tu territorio frente a las madres de las niñas —comentó, provocándola un poco.

— Claro que no —protestó ella.

— ¿Segura? Solo te faltaba orinarme para dejarles saber a todas que soy tuyo —continuó.

Pandora colocó sus manos en sus caderas y lo observó con incredulidad.

— Yo no estaba marcando territorio.

— Si eso te ayuda a dormir en las noches...—canturreó.

Ella rodó los ojos con un ligero toque de exasperación.

— Eres insoportable.

— Así me amas, cariño.

Pandora no pudo evitar la sonrisa que se asomó en su rostro.

— Sí, así te amo.

James metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta y se quedó apreciándola durante unos minutos.

— Pandora, ¿recuerdas cuando querías ser más que una Parkinson? —le preguntó de la nada.

Frunció su ceño con desconcierto, pero asintió.

— ¿Cómo olvidarlo? Lo único bueno que saqué de ello fue a ti y que conocí a mi progenitor —dijo.

Titubeó un segundo antes de preguntar: — ¿Todavía quieres seguir siéndolo?

— Realmente no entiendo por dónde estás yendo con esto —confesó.

— Es que...estaba pensando que si no querías ser una Parkinson y tampoco una Wood —sacó una pequeña cajita de terciopelo de su chaqueta con dedos temblorosos— que tal vez quisieras convertirte en una Potter.

Los ojos verdes de Pandora no se despegaron de la cajita. Cuando James la abrió, revelando un anillo de diamantes, ella soltó un jadeo. Él la miró expectante, sintiendo su corazón retumbar contra su pecho por los nervios.

— James...

— ¿Qué dices? ¿Pandora Potter?

— Suena horrible —comenzó a decir y la expresión de James cambió drásticamente—, pero podré acostumbrarme.

— Espera, ¿qué se supone que eso signifique? Estoy confundido ahora. ¿Me acabas de rechazar o no?

Pandora envolvió su cuello con sus brazos y lo besó.

— Es un «sigo queriendo ser más que una Parkinson» y acepto con gusto cambiarlo a Potter.

El alivio desbordaba la expresión de James y la besó de manera profunda, sonriendo en el proceso porque no cabía de felicidad.

— Te amo, futura Potter.

— Y yo te amo a ti, Potter.

Rozaron sus narices sin poder ocultar sus sonrisas de felicidad.

¿Qué importaba si eran jóvenes? Se amaban más de lo que las personas pudieran entender. Conocían sus miedos e inseguridades, sus fortalezas y debilidades, y estaban preparados para compartirlas en matrimonio.

Tal vez Pandora no se refería a casarse cuando dijo que quería ser más que una Parkinson, pero tampoco le molestaba que fuese de esa forma. Ella y James, dos personas distintas compartiendo una vida por delante sin reproches ni prejuicios, solo dos corazones dispuestos a convertirse en uno, sin necesidad de tener que aspirar a más.

Porque lo que tenían era perfecto y era todo lo que necesitaban para ser felices.

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