4. Una velada de verdades
Madame Pomfrey se abrió paso entre la multitud con expresión preocupada. Pidió a los estudiantes que se alejaran de James y comenzó a examinarlo como pudo, puesto que él apenas se dejaba tocar por el dolor. Lily era abrazada por Albus y tenía los ojos rojos y algo hinchados a causa del llanto. Los hermanos Potter eran rodeados por sus primos y amigos cercanos.
Blaine estaba siendo regañado por McGonagall, puesto que él fue quien propuso un partido de quidditch sin pensar en los riesgos que podía tener. Estaban casi seguros de que le iban a descontar puntos a la casa de Slytherin, aunque hubiera sido un accidente lo que ocurrió.
Se podía ver que la situación era complicada, en especial cuando vieron que a James lo pusieron en una camilla para llevarlo a la enfermería. Se podían escuchar sus gruñidos de dolor y los sollozos de Lily. Ella sabía que su hermano no se encontraba bien y eso era lo más que le dolía.
Pandora se había quedado en una sola pieza desde que vio a uno de sus compañeros caer desde tal altura. La había impactado, sí. Carissa a su lado estaba casi de la misma forma, pero al contrario de Pandora, ella se movía de lado a lado.
— Tenemos que irnos —le dijo Carissa.
Pandora asintió y juntas se dirigieron fuera del campo de quidditch. Estaban en silencio, toda la casa de Gryffindor estaba en silencio. Quizás todos esperaban noticias de lo que había ocurrido con el mayor de los Potter o simplemente estaban planeando una manera de cobrar lo que había ocurrido. La verdad era que nadie sabía con exactitud lo que iba a ocurrir. Ni siquiera ellos mismos.
***
Carissa corrió hacia Pandora en medio del pasillo. Estaba asfixiada por todo lo que había tenido que correr, pero valía la pena porque eran noticias fuertes e impactantes. Eso alarmó a Pandora en niveles que nadie se podía imaginar.
— ¡Carissa respira! —exigió Pandora levantando su voz para que su amiga le hiciera caso. Carissa asintió e inhaló con fuerza para luego exhalar poco a poco—. Ahora, dime qué sucedió.
— Los padres de Potter están aquí —dijo y luego tragó—. Potter no volverá a estar en el equipo de quidditch.
Pandora hundió su entrecejo, confundida con lo que Carissa le acababa de decir. ¿Qué tenía que ver eso? Sí, era algo impactante que James no volviera a estar en el equipo de quidditch porque todos sabían que su sueño era convertirse en jugador profesional. Además, siempre habían ocurrido accidentes parecidos a esos, no era como para sacarlo del equipo.
— ¿Eso se supone que es bueno o malo? —preguntó Pandora, esperando que Carissa le dijera más de lo sucedido porque simplemente no entendía lo que quería decir con eso.
Carissa suspiró y acto seguido mordió su labio sin saber cómo comenzar a decir lo que había escuchado por equivocación.
— No puede jugar —murmuró—. Pomfrey pudo arreglar las fracturas, pero no el daño muscular.
Quizás a ninguna de ellas les cayera bien James Potter, pero jamás le desearon una cosa así. Jamás desearon que sus sueños y aspiraciones se derrumbaran en menos de veinticuatro horas. Ellas sabían que ninguno de ellos le deseó eso a él, mas ahora no había nada que hacer.
Ahora Pandora podía comprender porqué su casa estaba con los ánimos por el piso, en especial los familiares de James y el equipo completo de quidditch. Estaban viendo cómo alguien que realmente tenía talento para el deporte ya no podía hacerlo. Tenía que ser un golpe fuerte para ellos.
Y si se ponía a pensarlo, el golpe más fuerte iría para James.
***
La enfermería siempre le pareció un lugar vacío y demasiado esterilizado. Nunca le gustó porque sabía que en lugares como ese siempre se daban las malas noticias. Tampoco le gustaban los hospitales por la misma razón. Sentía que ahí se concentraba el dolor físico y emocional de las personas. Era como si eso trasmitiera: dolor y sufrimiento.
Los Potter habían estado allí sintiendo el dolor y sufrimiento de su hijo mayor hasta que Pomfrey les dijo que se fueran a su casa a descansar. ¿Así era como tenían que suceder las cosas? Ellos preferían que eso les ocurriera a ellos antes que a él, pero el destino tenía una opinión diferente al respecto.
Habían pasado un par de horas desde que le habían dado la noticia a James. Prefirieron hacerlo ellos que dejar a Pomfrey hacerlo. Pensaban que si la noticia venía de alguien familiar dolería menos, pero la verdad era que James hubiera preferido que Pomfrey le dijera porque iría directo al grano y no dándole vueltas al asunto. Quizás él ya sabía que algo malo venía desde que vio la tristeza en los ojos de sus progenitores.
James no había permitido que las visitas pasaran, ni siquiera a sus hermanos y familiares por el simple hecho de que no quería que lo vieran así. Ya había oscurecido y también había pasado la hora de la cena. En su mente supo que si nada de eso hubiera sucedido, él estaría en su habitación bromeando con sus compañeros de cuarto. Quizás hubiera estado haciendo rabiar a Filch sabiendo que la oscuridad estaba de su lado.
— Pura mierda —susurró, cerrando sus ojos.
No pasaron ni treinta segundos de haber dicho eso cuando supo que no estaba solo y lo más sorprendente de todo es que dejó pasar a la persona. No era nadie de sus amigos y tampoco ninguno de sus familiares, pero prefirió que pasara antes que ellos.
— ¿Por qué me dejaste pasar? —preguntó, sentándose al lado de la camilla en la que él estaba—. Según lo que sé, soy la persona que peor te cae en todo Hogwarts.
James volteó a verla, clavando su mirada almendrada en la de ella.
— ¿Por qué de todas las personas viniste tú aquí? —inquirió él.
Pandora encogió sus hombros y sus ojos verdes recorrieron las paredes blancas y frías de la enfermería. A ella tampoco le había gustado mucho ese lugar. Sentía que absorbía la felicidad de las personas y nadie se merecía eso.
— Es de mala educación responder a una pregunta com otra —comentó, su tono en ningún momento cambió.
— Sigues sin responder mi pregunta —dijo James, arqueando una ceja.
Pandora arqueó una de las de ella y lo miró a los ojos con un toque de diversión. No, la diversión no era por la situación en la que él estaba, sino porque él estaba haciendo lo mismo que ella.
— Tú no has respondido la mía —contraatacó.
James suspiró. Ella lo había pillado en un punto clave y odiaba eso porque entonces significaría que ella tenía razón y eso sucedía con frecuencia. Por alguna extraña razón, Pandora siempre tenía el conocimiento necesario para ganarle una discusión a cualquiera.
— Porque eres de las pocas personas que puede entablar una conversación conmigo en estos momentos sin mirarme con pena —respondió con sinceridad.
Si había algo que James S. Potter odiaba en el mundo era que le tomaran pena. Comprendía que él estaba en una situación difícil, pero tomarle pena en esos momentos no le iba a ayudar. Mirarlo con lástima no iba a hacer que el daño muscular desapareciera de su cuerpo. Lo único que haría sería hacerle sentir peor sobre sí mismo.
— Porque yo no creo que seas mala persona —manifestó Pandora—. Aunque lo fueras, no creo que alguien se merezca esto —añadió.
Eso le sentó a James como una patada en el estómago porque sabía que si hubiese sido ella, él no la hubiera visitado. Quizás lo que él necesitaba era una lección de vida y ella se la había dado sin darse cuenta de ello. Esa era una de las razones por las que muchas veces no le gustaba entablar una conversación con ella: siempre le decía una verdad que no quería escuchar.
— ¿Por qué eres así? —espetó James y Pandora frunció su ceño—. ¿Por qué tratas a las personas con amabilidad y cortesía? He sido un imbécil contigo durante cinco años y aún así vienes aquí como si nada.
Pandora bajó la mirada por primera vez en la velada y jugueteó con sus dedos, buscando en su mente una respuesta lógica para las preguntas de él. Tal vez ni ella misma conocía las respuestas.
— No lo sé —dijo—. Quizás es porque yo no soy como tú. No juzgo a las personas por un apellido y tampoco me pongo a pensar en las cosas que me hicieron porque simplemente no quiero rencor en mi corazón. No brota de mí ser una persona así —esta era una de las pocas veces en las que Pandora levantaba la voz para expresarse y sentía que la garganta le quemaba porque tenía muchas cosas por decir y simplemente no salían.
James no dijo ni una sola palabra ante lo que Pandora dijo porque, después de todo, ella seguía teniendo la razón. En lo poco que llevaba visitándolo le había dicho más verdades que nadie en toda su vida.
— Nunca debí haber venido —masculló Pandora, poniéndose de pie y se marchó de la enfermería, dejando a James con bastante para pensar.
Estaba casi seguro de que no dormiría nada y las palabras de Pandora se quedarían marcadas en su mente durante toda la noche. Sí, ya era un hecho, las palabras lo atormentarían y deseaba que se fueran con el viento. ¿Qué le afectaba? Que era la verdad.
***
Theresa mantenía su ceño fruncido mientras repasaba las palabras, corrigiendo cada una de las faltas que pudiera tener. Odiaba tener tanta tarea y que no pudiera irse a la cama hasta haberla completado. En definitiva, la profesora Dawney iba a exprimirles el cerebro en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Dejó a un lado la pluma que estaba utilizando y apoyó su cabeza en el sofá. Estaba sentada en el suelo, rodeada de Ronda, libros y pergaminos. No le gustaba hacer su tarea en la sala común de la torre, pero ya la habían botado de la biblioteca porque era tarde. En el lado positivo, Louis no había llegado porque estaba pendiente a su primo.
Separó sus labios y dejó salir el aire de sus pulmones en un largo y cansino suspiro. Estaba exhausta para ser honestos. Si así iba a ser todo su séptimo año estaba segura de que no llegaría ni a las vacaciones de navidad.
— Me están absorbiendo la vida —murmuró mirando a su serpiente.
Segundos después su momento de silencio fue interrumpido por la estruendosa forma en la que Louis entró al lugar. Estaba hecho furia y tenía el rostro rojo de la ira. Theresa lo observó sin comprender su rabia.
— ¿Puedes hacer silencio? Hay personas tratando de estudiar —pidió, rodando los ojos.
Louis la miró fijamente. Bueno, miró más la corbata verde Slytherin que estaba alrededor de su cuello y le recordó lo que había sucedido en el campo de quidditch.
— ¡Todo lo que pasó es tu culpa y la de esas asquerosas serpientes! —gritó Louis fuera de sí.
La rabia había llegado a cegarlo por completo y en esos momentos no medía sus palabras. En su subconsciente sabía que la chica Nott no tenía nada que ver en lo que le había ocurrido a su primo, pero tenía que desquitarse y ella fue la primera persona que vio. Merlín sabía que estaba mal hacer eso. No obstante, él seguía estando fuera de sí.
Theresa se puso de pie y lo enfrentó cara a cara. Ella no se iba a dejar intimidar por la mirada azul de él porque la de ella era más intimidante.
— ¿Qué culpa tengo yo de lo que le haya pasado a Potter? ¿Ah? —preguntó, espetando su dedo índice en el pecho de él.
— ¡Ustedes siempre se creen que son dueños del mundo! ¡No tienen ni idea del daño que pueden hacer!
Esa fue la gota que desbordó el vaso. La ira subió por el cuerpo de Theresa como un fuego. Estaba segura de que explotaría, sí. No aguantaría más de las palabras de Louis ni de nadie más. ¿Quién se creía él para ir y decirle eso?
— ¿Nosotros? ¿Nosotros les hacemos daño? —espetó y rió con sorna.
— ¡Sí!
Theresa lo empujó con todas sus fuerzas.
Él no era nadie para decirle que ellos hacían daño. ¿Acaso ellos nunca vieron el daño que les provocaron a ellos solo por sus apellidos? Tuvieron que soportar años de comentarios que molestaban y tenían que aparentar que no les afectaba. Ellos no habían elegido nacer con esos apellidos. Ellos no pidieron cargar con los errores de sus padres.
— ¡Eres un imbécil! —exclamó Theresa—. No sabes ni una mierda de lo que hablas. Tú, tu familia, tus amigos, todos ustedes arruinaron vidas. No ven más allá de sus narices y no pueden ser más niños mimados. Ustedes lo tuvieron todo en bandeja de oro. Nunca tuvieron que soportar las miradas que te juzgaban solo por la sangre que corre por sus venas. Lo que ocurrió fue un accidente, esas cosas pasan en los juegos. ¡Vive con eso! —le gritó y dio dos pasos hacia atrás, moviendo su varita para recoger sus cosas—. Pero nunca vuelvas a decirme que no nos damos cuenta del daño que hacemos cuando tú eres el primero en la lista.
Levitó sus cosas hasta su habitación y se marchó, cerrando su puerta con fuerza. En su casa su madre le hubiera reprochado por el estruendo, pero había llegado a un punto donde no le importaba porque ya estaba cansada.
Louis se quedó como si le hubieran lanzado un petrificus cuando la vio de esa manera. La vio más furiosa que nunca y supo que tocó una herida abierta que nadie debería de haber hecho. Lo peor de todo es que él mismo fue quien hizo la herida en ella.
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