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34. La princesa que lo perdió todo

— Theresa, por favor. Escúchame —pidió James, siguiendo a la chica de ojos azules por la torre de Gryffindor.

Theresa continuó su camino, ignorándolo por completo como si de un insecto se tratase. No era que no quisiera escucharlo, sino que se encontraba demasiado enfocada en ayudar a los aurores que se perdió a sí misma en la investigación. De hecho, esa era la razón por la que le permitieron estar en la torre de Gryffindor teniendo en cuenta que ella no pertenecía a esa casa.

— Ahora no, James —le dijo.

James acudió a medidas desesperadas y la agarró del brazo, arrastrándola consigo fuera de la torre. La dama gorda protestó ante la salida tan abrupta de los jóvenes.

— Tienes que escucharme —aseguró James.

— ¡Está bien! —accedió—. Te escucho.

El chico suspiró con pesadez.

— Tengo una forma de saber dónde está Pandora.

Theresa frenó de golpe, sus ojos abiertos como platos y su boca abierta por la sorpresa. Jamás se había esperado que James le dijera eso, quizá porque pensaba que ella sería capaz de encontrar a su propia madre antes que los demás. Tenía que haber algo que estaban pasando por alto, pero nadie era capaz de saber qué.

Viktor Krum había acudido al llamado de Pansy y pasó con creces el interrogatorio de parte de los aurores. Theresa había estado presente e incluso fue una de las que llegó a realizar las preguntas. Él quería que Pandora supiera la verdad de su origen porque Pansy no sería capaz de decirle quién era su padre. Según él, era derecho de Pandora conocer la identidad de su progenitor y que, quizá de esa forma, el «donador de esperma» (como él lo llamó) por fin se haría cargo de su hija.

De más está mencionar que Pansy se puso de pie, le sonrió a Viktor y le dio la más fuerte cachetada de la historia de Hogwarts, alegando que él no conocía ni la mitad de la historia. Ahí fue cuando los demás se dieron cuenta de que Krum no se había enterado de la identidad del progenitor de Pandora por medio de Pansy, sino por alguien más. Había sido el mismo padre de ella quien le había dicho la verdad en un bar estando muy tomado.

Así que allí habían estado, metidos en el cuarto de Pandora tratando de encontrar algún indicio, alguna pista. Sin embargo, era un callejón sin salida. No tenían ni la más mínima idea de cómo encontrarla. Esa fue la razón por la que Theresa se quedó petrificada al escuchar lo que James le dijo. No sabía si reírse o no.

— ¿Me estás diciendo que encontraste una forma de saber dónde se encuentra cuando los aurores todavía no lo han hecho? —inquirió, arqueando una de sus cejas y cruzó sus brazos. El tono que empleó al decir eso denotaba lo poco que le creía.

— Tess, yo tú lo escucharía —habló Carissa. Ella estaba parada detrás de la chica Nott junto a Fred II y sostenía un pergamino enrollado en sus manos.

Y ahí, Theresa decidió escucharlo. James le explicó cómo habían conseguido ese mapa de Merlín, el cual podía localizar cualquier cosa que tu corazón deseara encontrar. No mencionó la parte donde su yo de otro universo lo había visitado, pues eso haría de la historia una poco creíble. También evitó decir que habían roto una ventana de la mansión Malfoy. Solo dijo los detalles importantes.

—...Vamos a ir tras ella con o sin ti —terminó de decir.

— ¿Por qué no decirle a los aurores? —preguntó Theresa.

— Porque, lo quieras aceptar o no, tu madre no está bien de la mente y no sabemos lo que sea capaz de hacerle a Pandora —habló con fuerza—. Hablar con los aurores es una pérdida de tiempo y no podemos perder ni un minuto más.

Theresa se lo pensó un minuto, mordiendo su labio y debatiéndose entre lo que era correcto. Sabía que James tenía razón en lo que decía. Sin embargo, eso no quitaba que ellos fueran adolescentes enfrentándose a algo más grande que ellos, en especial si no tenían respaldos.

— Les escribiremos una carta. Partiremos nosotros primero y la carta les llegará a tu padre después, ¿de acuerdo?

James accedió.

— Bien, ahora necesitamos hacer lo del mapa. Fred, asegúrate de que nadie venga —le dijo a su primo.

Fred sacó el mapa de los merodeadores y junto a Carissa, verificaron los pasos que se encontraban lejos de ellos dentro de la sala común. Si alguien fuese a salir, serían capaces de marcharse antes de que los localizaran.

Carissa le entregó el mapa de Merlín a James y este lo desenrolló. No era más que un pergamino en blanco, pero así era como lucía hasta que hacías el procedimiento correspondiente. Creó un pequeño corte en su mano y dejó las gotas de sangre caer en el pergamino. Estas se acumularon en el centro, giraron como si fuesen a crear un remolino y luego se esparcieron por todo el pergamino, trazando líneas y nombres. Poco a poco, el mapa reveló la localización de aquello que James buscaba.

— No puede ser —murmuró Tess.

— Conoces ese lugar —observó James.

Theresa asintió.

— Solíamos ir allí cuando era una niña. Es una casa de madera que mi madre heredó, la tía Tori la había apodado La Casa de Muñecas, por su apariencia. Fue el lugar en el que ella pasó los últimos días de su vida. Le parecía un lugar pacífico porque se encontraba frente al mar cerca de unos acantilados —explicó, su voz sonaba un poco ahogada—. No puedo creer que no buscaran allí.

Pasó las manos por su cabello, sus ojos clavados en un punto distante, mientras las piezas del rompecabezas comenzaban a cobrar un poco de sentido. Recordaba que su madre despreciaba ese lugar con todas sus fuerzas y nunca entendió la razón, pues para su parecer, era un lugar muy bonito donde se respiraba la paz. Allí vivió sus primeros meses de vida, según tenía entendido.

Entonces todo se unió en su mente, provocándole una punzada en la sien.

Sus primeros meses de vida.

Las palabras de su padre hace unas semanas atrás le revelaron una verdad atroz. Su madre le había sido infiel a su padre cuando ella tan solo era un bebé. Una criatura inocente en esas paredes manchadas con la infidelidad de su madre. Un hogar roto que había sido oculto entre las sombras de una verdad oscura y dolorosa. Su perfecta familia ya no lo era. Y jamás lo fue. Solo estuvo viviendo las mentiras de los demás.

Carissa pudo ver el estado en el que su amiga había entrado. Respiraba ruidosa y agitadamente, sus manos temblaban y parecía que en cualquier momento tendría un ataque de ansiedad. Agarró sus hombros y le susurró palabras tranquilizadoras hasta que Theresa pudo caer en cuenta de lo que estaba sucediendo.

— Tess, ¿hay algo más que quieras decirnos? —preguntó Carissa en un tono suave.

Theresa negó, aunque había algo que se reservaría para sí misma y era la verdad que intuía.

Eran las palabras de su madre la que la atormentaban en ese momento.

Tu padre me fue infiel hace años y creo que fue con Pansy.

— Deberíamos irnos.

Carissa la detuvo.

— La carta, Tess. No olvides la carta.

La chica asintió, transformando su corbata en un pedazo de pergamino y en él escribió tres palabras. Dobló el pergamino con magia y sopló el papel, haciendo que este saliera volando hacia su destino. Volteó a ver a los demás.

— Pandora está esperando por nosotros —anunció.

* * *

Sus manos dolían.

Todo su cuerpo lo hacía.

Durante horas, lo único que Pandora pudo sentir fue dolor mezclado con una gran desesperación. Estaba aterrorizada, sí, pero más que eso deseaba librarse del dolor. En sus manos podía sentir la sangre seca y los rastros de lágrimas en sus mejillas. Ya había pasado unos minutos desde que había dejado de llorar o de emitir lastimeros sonidos de dolor. Simplemente se había rendido.

Daphne la había dejado sola cuando se cansó de torturarla. Quizá volvería o quizá no. Ya no le importaba para ser honestos. Solo quería que se acabara de una vez y por todas. No quería sufrir más.

Toda su vida Pandora había sufrido a cuenta de otras personas. En la academia de ballet sus compañeras le habían hecho la vida imposible por el hecho de ser talentosa. En el mundo mágico la habían rechazado por ser la hija de Pansy Parkinson, por la reputación que perseguía a su apellido. En Hogwarts solo un limitado grupo de personas le habían dirigido la palabra en años anteriores y ahora solo escuchaba comentarios ofensivos por su relación con el hijo del Elegido.

¿Para eso había estado destinada? ¿Para sufrir a cuenta de los demás? ¿Para cargar la culpa de cosas que estaban fuera de su alcance? Si era así, entonces no quería esa vida. De ser así, Pandora quería desaparecer de todo el mundo y no volver a verlos jamás.

Estaba cansada. Había llegado a su límite, a la cúspide de su paciencia y estaba a punto de estallar como una olla de presión que ha sido expuesta por mucho tiempo al calor.

Quería escapar de su vida, de su apellido, de sí misma.

Ya no quería ser una Parkinson.

Ni siquiera quería ser más que una Parkinson.

Volvió a escuchar el crujido del peso de una persona caminando hacia la habitación y Pandora quiso echarse a llorar en la anticipación de lo que vendría. Apretó sus ojos lo más fuerte que pudo cuando la puerta se abrió y la persona se dirigió hacia ella. Entonces pasó algo inesperado, la persona cortó las cuerdas que la ataban a la silla.

— Levántate, vamos a tomar el té, muñequita —anunció Daphne.

Pandora apenas pudo procesar el hecho de que Daphne actuara como si nunca la hubiese torturado, como si no hubiera provocado heridas en su cuerpo y cortado su cabello. A pesar de que quería gritarle a los cuatro vientos que se fuera al infierno, Pandora obedeció. Siguió a Daphne por la casa hasta dirigirse al salón principal.

Una mesa estaba situada en el centro, un fino mantel la cubría y sobre este estaba la tetera con dos tazas pequeñas. Daphne se sentó en una de las sillas y Pandora imitó su acto. Sus labios temblaban porque se encontraba reteniendo todas sus emociones para no perder el control de la situación.

Por su mente pasó la idea de escaparse, pero luego se dio cuenta de que no tenía ni la menor idea de dónde se encontraba. Las ventanas estaban cerradas y casi podía jurar que había una tercera persona dentro de la casa, eso sin contar que había visto las capas de algunos mortífagos pasar por las ventanas; estaban haciendo vigilancia.

— ¿Por qué haces esto?

Era la primera vez que Pandora se atrevía a preguntarle directamente de qué se trataba todo ese rollo. Si iba a ser torturada o peor, quería al menos tener una verdadera razón y no tontas teorías. Hipótesis que no habían sido comprobadas por ninguno de ellos.

— ¿Tomar el té contigo? —cuestionó, arqueando una de sus cejas, mientras servía la bebida.

Pandora tragó.

— No, quiero saber con exactitud la historia detrás de esto —dijo en un tono un poco bajo, pues tenía miedo de la reacción de Daphne.

— Te contaré una historia, muñequita —anunció, cruzando sus manos sobre la mesa—. La historia trata de una princesa que vivía en un castillo llamado Greenhill. La princesa tenía todo lo que podía desear. Dinero, vestidos hermosos, joyas y un amor verdadero. Pero los padres de la princesa no encontraban adecuada su relación y la obligaron a contraer matrimonio con otro príncipe de ojos azules.

— ¿Y qué sucedió con la princesa? —preguntó Pandora.

— La princesa dejó de ser una princesa porque el príncipe se la llevó a una casa de muñecas cerca del mar. Perdió su corona y a su amor verdadero dentro de esa casa. Se perdió a sí misma, muñequita.

Había una profunda tristeza en los ojos de Daphne Greengrass mientras relataba la historia. Pandora casi simpatizó con ella en ese momento. Casi.

¿Qué pasó después?

Daphne se removió en su lugar. Sus manos dejaron de estar entrelazadas y se aferraron a la taza de té. Su mirada estaba perdida en otro lado del salón como si recordase lo que había sucedido en el pasado.

— El amor verdadero de la princesa no quería que esta se convirtiera en muñeca porque ellas están hechas de porcelana, son frágiles y las niñas las tiran a la basura cuando se hartan de jugar con ellas. Así que él no la dejó ir por completo. Todas las noches se reunían en la cueva bajo el acantilado y compartían su amor, siendo las estrellas y la luna sus únicos testigos —hizo una pausa en la que dejó salir un suspiro—. Hasta que un día la princesa se enteró que iba a tener una heredera a su trono. Pero la niña no sacó los ojos de su amor verdadero, sino los del príncipe.

Pandora comenzó a comprender la historia y aunque quiso sentir compasión por Daphne, solo podía pensar en Tess. Su amiga que había vivido creyendo que su familia era perfecta cuando no lo era. Todos esos años en los que Theo y Daphne se representaban a sí mismos como el modelo a seguir, pero solo eran apariencias.

— ¿La heredera era hija del príncipe? —cuestionó, sintiendo un nudo formarse en su garganta, impidiéndole respirar. 

Daphne negó y el corazón de Pandora se detuvo de golpe. Parecía mentira todo lo que Daphne le estaba diciendo, peor la realidad era que no tenía razón aparente para mentirle. No cuando estaban tan cerca de terminarlo todo. 

— La niña era la viva representación del amor verdadero de la princesa, excepto por sus ojos. Sus ojos azules como el cielo. El príncipe estaba contento por su nueva muñeca, pero un día tuvo que marcharse lejos y, por fin, la princesa pudo presentarle a su amor verdadero su hija. Durante ese tiempo todo fue perfecto, pero luego ese instante desapareció —sus ojos se llenaron de lágrimas con el recuerdo—. El príncipe volvió unos días antes de su viaje y atrapó a la princesa con su amor verdadero. 

Soltó la taza, sus ojos todavía brillando con lágrimas, y su mandíbula se apretó hasta que sus dientes dolieron. 

— Continúa, por favor —pidió Pandora—. Quiero saber cómo termina la historia. 

Daphne se quedó en silencio unos segundos que parecieron eternos. Dos lágrimas rebeldes se escaparon de sus ojos, las cuales apartó con rabia. 

— La princesa lo perdió todo, incluso su casa de muñecas. Ella sabía que su acto había herido el orgullo del príncipe de ojos azules y que este le pagó con la misma moneda, pero lo que ella no sabía era que también había una mujer de ojos verdes muy codiciada por todos los hombres, aunque solo era poseída por uno; por un héroe. Sin embargo, cuando el héroe la dejó por una simple doncella sin pizca de sangre real, la mujer buscó en otros el amor que había perdido y sin pensarlo, terminó arruinando lo poco que quedaba de la princesa. 

— ¿Cómo lo hizo? 

— Ella tuvo una hija del amor verdadero de la princesa y él las abandonó a las cuatro. La mujer al menos tenía a su hija, pero la princesa se quedó sin nada. Ya no tenía a su familia, sus lujos, su castillo y tampoco su amor verdadero. 

Pandora tuvo que morder el interior de su mejilla para evitar que sus emociones controlaran su cuerpo, pero eso no evitó que sintiera como si un puñal se clavara en medio de su pecho. Quería gritar, llorar, sacar de su sistema todo lo que estaba sintiendo con la verdad que acababa de escuchar. Sin embargo, tragó todos sus sentimientos y respiró profundo para poder enfrentar la realidad. 

— Esa es una historia un poco triste —murmuró—. Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué desquitarte con la hija de la mujer? 

Daphne extendió una mano hacia Pandora y le acarició el cabello. 

— Porque el amor verdadero de la mujer no es un hombre, muñequita, sino su hija. Yo la dejaré sin su amor verdadero tal y como ella lo hizo conmigo. 

Entonces una mujer entró al salón principal de forma agitada. Pandora apenas podía dar crédito a lo que sus ojos veían, pues jamás había pensado que volvería ver a esa mujer en su vida. Tenía pocos recuerdos de la madre de Blaine, pero siempre sería capaz de reconocerla por su cabello castaño —visiblemente teñido— y sus ojos verdes. Quizá siempre sería capaz de reconocerla por la forma en la que se parecía tanto a su madre. 

Se parecía tanto a su madre. 

— Daphne, tenemos intrusos en la casa —habló la mujer. 

— Tengo una pregunta más sobre la historia —dijo Pandora de forma apresurada—. ¿Cómo supiste que era mi madre la que estuvo con tu amor verdadero? 

— Ojos verdes y ese inconfundible cabello castaño —susurró. 

Solo que su cabello sí era confundible. En especial con el de la mujer que estaba de pie a un lado del salón intentando de que se marchasen del lugar. 

Pandora pudo unir en su mente todas las piezas del rompecabezas. Todas cayeron en su lugar como si siempre hubieran estado allí al alcance de sus dedos, pero sin poder tocarlas. Daphne solo era una marioneta, una persona enferma que carecía de verdadera ayuda psicológica, pues siempre había estado tratándose con una mujer que le había arruinado la vida. Una manipuladora profesional. 

— Daphne...—comenzó a decir la mujer al notar la mirada acusadora de Pandora. Ella pudo descifrar que la joven había descubierto su enmascarada—, el plan. Tenemos que continuar con el plan. La venganza contra Pansy Parkinson. 

— ¿Estás segura de que era Pansy? La mujer de cabello castaño, ¿era mi madre? —exigió saber. 

Daphne cerró sus ojos, apretando sus puños en el mantel de la mesa como si estuviera intentando de apagar todo lo que la confundía. Como si hubiese una multitud enorme hablándole a la vez y no pudiera procesar sus propios pensamientos. 

— ¡Cállense! —gritó al mismo tiempo que se puso de pie y tiró la mesa. 

* * * 

— Ellos ya tienen que saber que nos encontramos aquí —dijo Theresa, agachándose bajo una de las ventanas de la casa. 

Desde el interior pudieron escuchar varios objetos romperse. 

Podía sentir sus manos temblar luego de haber atacado a varios mortífagos por la espalda. Nunca había considerado un acto honesto eso de atacar por la espalda a otra persona, le parecía un acto de cobardía, pero no se podía permitir que los vieran. 

— Oh, ¿de verdad? No me había dado cuenta —masculló Fred con cierto toque de sarcasmo. Carissa le dio un codazo para que se callara y evitara hacer ese tipo de comentarios en ese momento. 

Se escuchó un grito desgarrador desde el interior de la casa. 

— Pandora —susurró James. 

Fred tuvo que aguantarlo para evitar que quisiera entrar en la casa sin tener un plan de cómo sacarla de allí. Tenían que pensar con la cabeza fría o todo les podría salir extremadamente mal. No sabían qué esperar una vez se encontraran dentro de la casa. 

— Chicos, nos están rodeando —anunció Carissa en un tono un tanto tembloroso. 

Theresa maldijo en su interior. 

Poco a poco el grupo de mortífagos se iba haciendo cada vez más grande, rodeándolos y dejándolos sin salida. 

— Entra tú —habló James, dirigiéndose a Tess—. Si hay alguien que debe conocer la estructura de esta casa eres tú. 

— James...

— No, él tiene razón, Tess —intervino Carissa—. Nosotros podemos lidiar con unos cuantos ex prisioneros en lo que los demás llegan, pero tú eres quien debe enfrentarte a tu madre. No es James, ni Fred y tampoco yo. Tú.  

Y sin darle oportunidad de reaccionar, los tres adolescentes salieron de su escondite, lanzando maldiciones y hechizos por doquier. Se cuidaban las espaldas y se protegían mutuamente, dándole la oportunidad a Theresa de escabullirse entre las capas negras hacia la ventana por la que entró. 

La casa lucía completamente distinta a como la recordaba. Era como si la hubieran destrozado por completo en ataques de ira. La madera estaba maltratada, despintada y parecía como si alguien hubiera arrastrado sus uñas por las paredes hasta quedarse en la carne viva. Salpicaduras de sangre se encontraban en ellas, manchándolas. 

Theresa tuvo que reprimir el dolor de invadió su alma al recordar su teoría y caminó con cautela por los pasillos, siguiendo los gritos y ruidos de discusión. Sabía que provenían del salón principal. Se dirigió hacia ese lugar y observó el panorama desde la esquina del pasillo, pasando desapercibida por las otras tres personas. 

— ¡El plan, Daphne, hay que seguir el plan! No dejes que una mocosa te manipule para creer algo que no es cierto. 

Pandora se encontraba en el suelo con una herida en la mejilla provocada por una de las tazas que Daphne había lanzado en medio de su crisis. 

— ¡Cállate, cállate, cállate, Zabini! —exclamó. 

La mujer se tensó ante la mención del apellido. 

— Ese ya no es mi apellido —masculló—. Sigue el plan, Daphne. Es ahora o nunca porque sé que pronto vendrán a acorralarnos y no tendremos tiempo de llevar a cabo la venganza. 

Daphne pareció entrar en razón cuando escuchó los ruidos de apariciones cerca de la casa. Habían llegado por Pandora. Las habían encontrado y se le estaba acabando el tiempo de actuar y terminar con su venganza. No se suponía que ocurriría de ese modo. Se había distraído por culpa de Pandora, por contarle la historia de lo que había sucedido. 

— Levántate, muñequita. 

Pandora estuvo a punto de negarse cuando Daphne la agarró del rostro, clavando sus largas y afiladas uñas en su piel, y la obligó a ponerse de pie. Casi a rastras la hizo caminar hacia la salida trasera, aquella que muchas veces había utilizado para reunirse con su amante en los acantilados. 

Y Theresa las siguió. 

* * * 

Pansy entró de forma apresurada a la casa y se encontró frente a frente con la ex de uno de sus mejores amigos. No se sorprendió de verla en ese lugar. Sin embargo, lo que sí le sorprendió fue el hecho de que se encontrara sola en el salón principal, el cual se encontraba prácticamente destruido. 

— Millicent —masculló Pansy, sosteniendo su varita en su mano izquierda con tanta fuerza que pensó que la rompería—. ¿Dónde están? 

Millicent Zabini —de soltera Bulstrode, pues a pesar de que abandonó a su marido, nunca se divorció formalmente— soltó una risa de satisfacción y llevó la copa de vino a sus labios, tomando un corto sorbo. Estaba disfrutando de la rabia de Pansy Parkinson. Lo disfrutaba tanto que no le importaba en lo más mínimo que estuvieran a punto de encarcelarla por ser cómplice en ataques de mortífagos, en ayudarlos a escapar y en colaborar a un secuestro. 

— Estás muy tarde, Pansy —habló Millicent pasando su dedo índice por el borde de la copa. No dejaba de sonreír en ningún momento—. De seguro ya está muerta. 

Pansy quiso saltarle encima y golpearla hasta que perdiera el conocimiento. Al menos una parte de su mente lo hizo, pero la otra le recordó que debía quedarse cuerda, pendiente de cada movimiento porque era imposible que su hija no estuviera con vida. Podía sentir su presencia, sabía que su pequeña seguía en algún lugar de esa casa. Solo que no sabía dónde. 

— ¿Qué demonios te hice? ¿Por qué utilizar a mi hija para esto? —cuestionó, las palabras saliendo de sus labios tan afiladas que casi podían cortar la tensión del ambiente. 

Millicent apretó su copa con tanta fuerza que la rompió y los pedazos de cristales salieron volando por toda la habitación. Se puso de pie y sus tacones resonaron por todo el lugar al caminar en dirección hacia Pansy. 

— ¿Realmente crees que todos los malos tratos no te iban a pasar factura, Parkinson? —escupió el apellido de Pansy con tanto veneno que pudo haberse matado a sí misma—. Durante siete años tuve que soportar los constantes comentarios de los chicos compararme contigo, la estudiante modelo de Slytherin. Quizá en los primeros años no fueses tan atractiva, créeme que las personas decían que tenías cara de perro, pero para cuarto año tenías todo. Tenías una cita con Draco Malfoy, dinero, prestigio, eras la única chica que aceptaron en su séquito y, ¡tenías pechos! 

La forma en la que Millicent rió le provocó escalofríos. No sonaba como una persona cuerda cuando hablaba de ese modo. Además, estaba hablando de asuntos que sucedieron cuando eran niñas. Adolescentes. Personas inocentes que no tenían ni la menor idea de sus actos o de las consecuencias de ellos. Simplemente disfrutaban de hacer bromas y molestar a los demás. 

— ¿Sabes qué tenía yo? —Millicent continuó al ver que Pansy se quedó en silencio—. Nada. Yo era la chica gorda, la robusta, la marimacha de Slytherin. Las chicas eran realmente horribles conmigo, Astoria y Daphne no tanto, ellas eran más fantasmagóricas dentro de la élite de las mazmorras, pero tú, Pansy Parkinson, tú fuiste excesivamente mala conmigo. 

Pansy apenas podía recordar todo lo que había hecho cuando estudiaba en Hogwarts. Su yo del pasado era una persona cruel, manipuladora y fría. Había sido el tipo de persona que su hija odiaría. En Hogwarts, Draco y ella fueron muy mezquinos y tenían una gran influencia dentro de su grupo de amistades, utilizando ese poder para intimidar a los demás sin importarles de qué casa eran. Incluso a algunos Slytherins que resultaron más débiles en ese tiempo. 

— Éramos niñas, Millicent. ¿Crees que eres la única que sufrió en el pasado a mi cuenta? ¡La mitad de la población mágica lo hizo! No por eso andan buscando venganza o secuestrando a mi hija, intentando de que la humillen a tal punto donde pierda toda confianza en sí misma y en mí. 

El rostro de Millicent ensombreció. 

— ¿No lo entiendes aún? ¡Tú me hiciste eso a mí! —exclamó—. Tú me humillaste frente a todos por tanto tiempo y tuve que fingir que todo estaba bien. Pasé hambre intentando bajar de peso porque tú me decías que nadie quería ser amiga de la chica gorda, me hiciste crees que tenía que utilizar mi cuerpo para poder lograr todo lo que me propusiera en la vida. ¿Sabes qué? Tuviste razón en ese punto. 

Pansy frunció su ceño hasta más no poder. 

— ¿Qué? 

— Utilicé mi cuerpo para conseguir todo lo que quería. No fue fácil en un principio encontrar a alguien que no me recordara como lo que era antes de graduarme. Digo, encontrar un poción que me hiciera más delgada no fue tan complicado, luego tuve que teñirme el cabello y me di cuenta de que sí somos bastante parecidas. Me veía justamente como la chica modelo a seguir, ¿no? 

Caminó alrededor de Pansy, sacando su varita mientras la acariciaba con sutileza. A Pansy le recordó a las pocas veces que había tratado con el señor Tenebroso y no pudo evitar pensar que todos los locos y desquiciados que planificaban deshacerse de las personas en un intento de dominación mundial les gustaba hablar con sus varitas. 

— Eso es enfermizo, una locura. Estás desquiciada —habló Pansy. 

En ningún momento titubeó a la hora de decirlo. No tenía razón para hacerlo a decir verdad. Le parecía algo repulsivo que se tuviese que desquitar con Pandora por los errores que ella había cometido en el pasado. 

— Aún no llego a la mejor parte —aseguró, una sonrisa lobuna dibujándose en su rostro de maldad pura—. Después de pasar años esforzándome en convertirme en la chica modelo, descubrí que ella estaba metida con las personas que juró odiar y avergonzar toda su vida. ¿Irónico? Bastante. 

Pansy sintió un sabor amargo en la boca ante la mención de la relación que tuvo con el Elegido. Había sido algo extraño, pero le había robado el corazón por completo luego de que terminaran sus estudios. Su ruptura le dolió muchísimo, pues hirió su orgullo en muchas formas que él la hubiera dejado porque estaba por tener un hijo con la hermana menor de Ron Weasley. 

— Al contrario de ti, Millicent, ellos sí supieron aceptar una disculpa cuando se las ofrecí —masculló Pansy. 

Millicent apretó su mandíbula y sus puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. 

— Mi verdadera oportunidad de vengarme se me presentó por sí sola —continuó, ignorando su comentario—. Daphne estaba teniendo un amorío fuera de su matrimonio con Theo y sumé dos más dos. Ella siempre fue débil, Pansy, nunca pudo mantenerse por sí misma, siempre llorando, siempre sufriendo por estupideces. ¿Qué tan malo es contraer matrimonio con el heredero de la fortuna Nott? Yo nunca hubiese sufrido con él. 

Pansy se confundió. 

— ¿T-Te gustaba Theo? —balbuceó, su voz falló por la sorpresa. 

— Theo era la persona con la que siempre tuve que estar, pero él tenía que cumplir su estúpido contrato de consagrar su vida a Daphne. Así que en el momento en el que ella me confesó su amorío, utilicé ese secreto para arruinar su vida y la tuya. 

Todas las piezas del rompecabezas parecieron encajar de pronto. El repentino cambio físico de Millicent para parecerse a ella, el disgusto tan repentino de Daphne y el hecho de que Theresa le dijera que la antigua Greengrass la había acusado de tener un romance con su padre. 

Theresa no era hija de Theo, sino de la aventura que Daphne había tenido y Millicent se había hecho pasar por Pansy para que Daphne creyese que él le había sido infiel con la chica Parkinson. 

Tenía que admitir que había sido un plan magnífico. 

Afectó la estabilidad mental de Daphne, aprovechándose de su debilidad para hacerle creer una mentira. Utilizó su profesión y puesto en San Mungo para tratarla y manipularla de forma directa. Daphne era su marioneta que había estado perfeccionando a través de los años. La manipuló lo suficiente como para hacerle cometer actos tan atroces como secuestrar e intentar que le arrebataran a su hija su orgullo de mujer. 

— Y Pansy...quizá yo habría aceptado tu disculpa si me la hubieses ofrecido —habló Millicent, todavía sonriendo al ver el desconcierto ocupando el rostro de la mujer Parkinson. 

— Lo siento, Millicent...—comenzó a decir, tomándola por sorpresa—. Siento no haberte hecho trizas antes —culminó, dando un paso hacia el frente para lanzarle una maldición que la aturdió. 

No le dio tiempo de defenderse ni de responder al hechizo porque en ese mismo instante entraron el grupo de aurores liderado por Harry Potter, los cuales rodearon a Millicent con rapidez. 

— Pansy...—la llamó Harry. 

— ¿Dónde está mi hija, Potter? —preguntó de forma inmediata. 

El hombre de ojos verdes no pudo encontrar respuesta a la pregunta. 

— ¡El acantilado, están en el acantilado! —escucharon la voz de Carissa afuera de la casa. 

* * * 

Daphne se encargó de arrastrar a Pandora, agarrándola del cabello mientras se dirigían cuesta arriba hacia la parte más alta del acantilado. Hoy más que nunca el mar tenía un aspecto feroz, las olas rompiendo contra ellos como si le hubiesen arrebatado lo más preciado de su vida. Parecía tener vida propia, una ira contenida como la que Daphne estaba reteniendo dentro de su ser. 

— Ellos irán por ti —Pandora trató de hacerla entrar en razón. 

Daphne soltó una risa. 

— Créeme, muñequita, ellos no serán capaces de encontrarnos —aseguró—. Y, si llegaran a hacerlo, sería demasiado tarde. 

— Déjala ir. 

La voz de Theresa hizo eco en el lugar a pesar de lo abierto que era. El sonido no se perdió ni se ahogó entre la furia del mar. 

— ¿Qué estás haciendo aquí? —espetó Daphne—. ¡Se supone que debes odiarla es tu...! —Su hija la interrumpió. 

— ¿Media hermana? —sugirió—. No lo es, mamá. Todo ha sido una mentira. Pansy no fue quien estuvo con tu amor verdadero —recalcó la forma en la que su madre lo había llamado. 

Se sentía tan perdida como Pandora en ese aspecto. Ambas sin conocer la verdadera identidad de su padre, dejadas en una penumbra de confusión y abandono que no podían explicar ni expresar en palabras. 

— Claro que sí lo fue. Yo la vi —profirió Daphne. 

Theresa negó, dando un paso hacia el frente y Daphne dio dos hacia atrás, obligando a Pandora a hacerlo también. 

— No, no la viste, mamá. 

— ¡Era su cabello y eran sus ojos! Ojos verdes, Tess. —Agarró el rostro de Pandora con ambas manos—. Esos ojos verdes que ella heredó. 

— ¡Millicent tiene ojos verdes! —gritó Theresa, ya desesperada. 

Daphne se rehusó a aceptar esa verdad. Había sido Pansy. Ella la había visto aquella noche. Fue la noche después de la boda de Harry Potter, boda a la que todos asistieron. Pansy estuvo con su amor verdadero esa noche, ella vio sus ojos verdes en medio de la oscuridad. 

— Fue Pansy, fue Pansy, fue Pansy —repitió en voz alta. 

Su voz había perdido cualquier rastro de cordura y en sus ojos se podía  apreciar el desespero que estaba invadiendo su pequeño y delgado cuerpo. Daphne cada vez perdía un poco más de su estabilidad. Estaba siendo una olla de presión expuesta al calor y pronto estallaría. 

— Mírame, mamá. ¿Cuándo te he mentido yo? —preguntó Theresa—. ¿Cuándo? 

—  N-Nunca —tartamudeó. 

— ¿Entonces? ¿Por qué no me crees? 

Daphne tragó. 

— Millicent es mi amiga, ella no sería capaz de traicionarme —habló, lágrimas empañando sus ojos. 

— Lo hizo —le aseguró Theresa—. Todavía puedes detener esto, podemos dar marcha atrás. Ellos podrán ayudarte —señaló a la casa donde sabía que se encontraban los aurores y el grupo de personas que habían ido en su búsqueda—. Ven conmigo, mamá. Podemos ser una familia otra vez, podremos ser felices. 

Su voz fue suplicante y parecía que en cualquier momento estallaría en llanto. Un llanto horrible con ruidosos sollozos e hipidos. No quería hacerlo. Tenía que controlarse para poder manejar la situación y poder salvar tanto a su madre como a su amiga, a su mejor amiga. 

Pero parecía algo imposible de hacer. 

Lo que más añoraba era que su madre se sanara, que fuese ayudada por las personas correctas y pudiese encontrar su camino fuera de las sombras que la rodeaban. Quería salvarla. Quería volver a los tiempos donde todos eran felices y ella podía sentirse orgullosa de lo perfecta que era su familia. 

Pero ya no lo era. Nunca lo fue. 

— Lo siento, Tess. 

Y con eso, Daphne dio tres pasos hacia atrás para lanzarse por el acantilado, llevándose a Pandora consigo. 

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Llevo varios días intentando de terminar de escribir este capítulo, pero las palabras se me quedaban estancadas en la mente y no las podía sacar. ¡Lo siento! Pero fue extremadamente difícil de escribir por toda la intensidad que contiene. 

ESTE ES EL PENÚLTIMO CAPÍTULO DEL FIC. Sí, en el próximo todo se acaba y solo quedaría el epílogo. Tranquilos, prometo que será un final que les gustará. Confíen en mí un poquis xD 

Preguntas: ¿Qué piensan sobre la historia de Daphne? ¿Sobre Millicent siendo la mente maestra detrás de todo? ¿Quién está más retorcida? ¿Daphne o Millicent? ¿Opiniones sobre el final? 

Jujujú. Me encanta ver el infierno arder. 

Hasta la próxima, amigos. 

Los amo <4

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