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2. Como si el destino estuviese en su contra

Cinco años después.

Pandora profirió un grito y se trepó en la cama, tapándose la boca con sus manos. Inmediatamente su cuarto fue invadido por su madre y Theresa, la cual tenía la boca llena de pan. Ambas habían escuchado el grito de Pandora y se habían alarmado.

— ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? —preguntó Pansy, tratando de ver qué había causado que su hija gritara de esa forma.

La chica solo señaló la cola de la serpiente que se asomaba desde el escritorio. Pansy volteó a ver a Theresa con una mirada reprobatoria. Tess solo encogió los hombros y fue a sacar a su serpiente de la habitación de Pandora para volver a colocarla en su jaula.

— ¿Cuántas veces te he dicho que no quiero a ese animal rastrero en mi habitación? Me va a matar de un infarto algún día —reprochó Pandora, bajando de la cama. Su corazón parecía querer salir de su pecho a causa del miedo. Todavía le tenía terror a las serpientes y Ronda no era una excepción. De hecho, el tamaño de Ronda en esos momentos le aterraba.

Tess rodó los ojos e hizo una mueca burlona. Nunca llegaba a comprender cómo era que su amiga le seguía teniendo miedo a las serpientes cuando vivía, literalmente, rodeada de ellas. Todos sus antepasados habían sido miembros de la casa de las serpientes, excepto ella. Pandora era la excepción a todas las reglas.

— Eh, insultas a Ronda —protestó Tess, haciendo un puchero mientras cruzaba los brazos. Pandora la miró con una ceja arqueada—. Bueno, cambiando el tema: ¿Sabes que hay rumores de que yo sea la premio anual de este año?

— Lo has repetido un millón de veces este verano, Tess —dijo Pandora, rodando los ojos—. Además, ¿sabes que hay un noventa y nueve por ciento de probabilidad de que Louis sea el premio anual también?

Theresa hizo una mueca de asco ante la mención del Weasley. Su rivalidad había crecido con el paso de los años a tal punto donde Tess se esforzó en sacar mejores TIMOs y calificaciones que él solo para restregárselo en la cara. Claro está, Louis tampoco se dejó ganar fácil, haciéndole la vida imposible a la chica. De todas las cosas que él le hizo, se podía decir que encabezaba la vez que la encerró en el baño y llegó tarde a un examen de pociones.

— Ya me amargaste el resto del año —murmuró Theresa.

Estaban por partir hacia King's Cross donde Tess sabría si se convertiría o no en premio anual oficialmente. Odiaba que la hubiesen dejado en tensión durante todo el verano.

— Al menos tú no tienes que compartir tu sala común y tu horario de clases con el egocéntrico, tarado, idiota, imbécil, mujeriego, egoísta, ególatra...—se quedó pensando en qué otro adjetivo podría utilizar para describirlo.

— ¿Algo más que quieras añadir? Creo que con eso ya es suficiente —comentó, mientras veía a Pandora caminar de lado a lado en la habitación.

— No, no, no. Sé que puedo encontrar otro —aseguró, mordiendo su labio inferior—. Presumido, engreído y tramposo de James Potter —concluyó, esbozando una sonrisa más falsa que los cuerpos de las modelos del mundo muggle.

Tess arrugó su nariz y rió, negando. Se tiró sobre la cama y rebotó un poco cuando el peso cayó sobre el material suave. Dejó salir un suspiro de satisfacción y tocó las sábanas.

— Siempre he dicho que robaré tu cama. Con eso de que mis padres están yendo a terapia matrimonial dudo que me compren una —murmuró.

Pandora ladeó su cabeza y dejó de echar las últimas cosas a su baúl. Sabía que a su amiga le afectaba demasiado que sus padres pelearan con frecuencia. Quizás era el hecho de tener que afrontar que ella solía ser la única del grupo que tenía sus padres unidos. Los padres de Blaine se separaron cuando él tenía siete años, su madre volvió a Italia y lo dejó con su padre. La madre de Scorpius, Astoria, murió cuando él ingresó a Hogwarts a causa de cáncer metastásico. Y Pandora...ella nunca había conocido a su padre.

— Todo va a salir bien, Tess —aseguró—. Quizás solo sea una fase por la que están pasando.

Tess fingió una sonrisa y trató de aparentar como si el tema no le afectara en lo más mínimo. Ella era así, no le gustaba mostrar sus sentimientos y siempre actuaba como si fuese invencible. Para su pensar, si creía con todas sus fuerzas que era invencible, lo sería. Ese era el poder de la mente.

— Yo estoy bien. Vamos a terminar de empacar antes de que se nos haga tarde o de otra no podrás pasar por tu preciado estudio en el camino a King's Cross —avisó Tess, saliendo de la habitación moviendo las caderas sin darse cuenta, era algo que siempre hacía.

***

— ¡Carissa! —gritó Pandora cuando vio a su amiga en la estación.

Ambas chicas corrieron hacia la otra y se abrazaron con emoción. No se habían visto desde principios de julio cuando fue el recital de Pandora. Carissa se había ido de vacaciones de verano por el Caribe y su piel lo demostraba. Había adquirido un bronceado perfecto y llamativo.

Ninguna de ellas eran las mismas niñas que entraron a Hogwarts, sino que con el paso de los años habían comenzado a adquirir las curvas de la adolescencia, volviéndose  más llamativas a los ojos de los chicos.

— Oh, por Godric Gryffindor. Tengo tanto que contarte, en especial del chico de Las Bahamas...—se acercó al oído de Pandora y le susurró algunos secretos de su travesía en el occidente.

Pandora abrió los ojos como platos, no, como lunas al escuchar lo de su amiga.

— ¿Estás loca? ¡No puedo creerlo! —exclamó.

— ¿Qué no puedes creer? —preguntó Pansy, arqueando una ceja.

— Carissa tiene un amor prohibido en el Caribe —dijo Pandora, con una sonrisa burlona al ver cómo las mejillas de Carissa se encendían.

Pansy mordió su lengua para no reír. Ella también tuvo ese amor de verano con el cual nunca se reencontró. Era más algo de adolescente, un amor de verano.

— Encontrarás uno que esté más cerca —aseguró Pansy, mirando a Carissa.

Pandora rodó los ojos.

— Seguro, ¿por eso sigues soltera? ¡Auch! Eso dolió —se quejó cuando su madre le dio un golpe en la cabeza. Llevó su mano hacia el área afectada y masculló una maldición apenas audible. Si su madre la escuchaba de seguro le daría otro golpe.

— Más respeto señorita —dijo su madre, hundiendo el entrecejo.

Pandora apretó sus labios en una fina línea y se controló para no decir ningún comentario inapropiado. Si había algo que su madre le había enseñado bien era la prudencia y el respeto. Quizá por eso resaltaba entre muchas de las personas que la rodeaban. Nunca se esperaban que ella, una Parkinson, se comportara de manera respetuosa y refinada, como toda una dama.

Caminaron hacia el tren y fue cuando se toparon con el clan Weasley y Potter, también conocido como el clan de los 'buenos'. La ironía estaba presente cuando se les decía que eran los buenos porque, en esa generación, eran las personas que más prejuicios tenían. Bueno, al menos casi todos.

— Parkinson —dijo Harry, asintiendo para saludar. Su tono era educado y muy cuidadoso. Sí, todavía recordaba que la misma Pansy Parkinson había tratado de entregarlo ante Voldemort en media guerra, pero no le guardaba resentimientos. Era consciente de que eran demasiado jóvenes en ese tiempo.

— Potter —dijo Pansy en el mismo tono que Harry—. Weasley.

— Parkinson. —Al contrario de Harry, el tono de Ron no fue respetuoso. Su voz cargaba tanto veneno que podría morir por el mismo. 

Pansy ignoró ese tono y siguió su camino para despedirse de su hija y desearle un buen año. Se verían en navidades, sí, pero eso no significaba que no la extrañaría. Rodeó a Pandora con sus brazos y depositó un beso en el cabello de la chica.

— Compórtate, ¿sí?

Pandora casi suelta una carcajada con la petición de su madre.

— Haré mi mejor intento —comentó Pandora encogiendo los hombros.

Pansy la vio marcharse junto a Theresa, Scorpius y Blaine. Sintió una mano sobre su hombro y miró a sus amigos junto a ella. Era increíble cómo sus hijos se parecían tanto a ellos, solo que estos no cometerían los mismos errores. Ellos demostrarían que eran más que eso y se apoyarían los unos a los otros.

***

— Esto es la gloria —comentó Carissa lanzándose sobre una de la camas. Esa era su forma de marcar su territorio.

— No se te ocurra dormirte —advirtió Pandora, buscando una mochila de lado que utilizaban cada vez que comenzaban un nuevo año.

En pocos segundos escuchó unos pequeños ronquidos y maldijo mentalmente. ¿Acaso le estaba tomando el pelo? Cogió su varita, se acercó a su amiga, conjuró un aguamenti y de su varita salió un chorro de agua que despertó a Carissa.

— ¿Estás loca? ¡Casi me ahogas! —protestó, tosiendo por el agua que se tragó en la sorpresa.

— Ya es hora de irnos, Car —anunció.

Salieron con cuidado de la habitación. Había personas en la sala común de Gryffindor, incluyendo a sus compañeras de cuarto, pero no les prestaron atención porque estaban jugando ajedrez mágico y apostando entre ellos. Eso era perfecto porque podrían salir sin que nadie las viera...o eso pensaban.

Corrieron por los pasillos con cuidado de no encontrarse a Filch por ningún lado, ni a los retoños de su gata. Esos felinos parecían ser hijos de Voldemort. La última vez que las atraparon fuera de la cama a altas horas de la noche les arañaron el uniforme y tuvieron que comprar nuevos.

— Oh por Godric —jadeó Carissa, poniendo una mano en su pecho—. ¿Por qué existen los senos? No puedo correr sin que me brinquen —se quejó, agarrando sus amigas con ambas manos.

Pandora la miró como si tratara de pronunciar algo, pero nada salía de sus labios. Estaba estupefacta con lo que su amiga había dicho.

— ¿Puedes hacer silencio por treinta segundos? Pensé que ibas a decir algo importante —dijo, rodando los ojos.

— Oh, ¿acaba de ponerme los ojos en blanco, señorita Parkinson? —imitó el tono de los libros muggle con los que estaba obsesionada. Los encontró en el armario de su madre y sí que la trama estaba que arde, sin contar las escenas subiditas de tono.

— Carissa —la reprendió Pandora.

Con cada minuto que pasaba pensaba que ya nada de su amiga la sorprendería, pero continuaba haciéndolo. Lo más increíble era que ella también conocía esos libros y sabía de dónde provenía esa frase.

— Sabes que me amas —mencionó Carissa soltando una risita.

Continuaron su camino hasta llegar a su lugar 'secreto'. Era más como el único lugar donde se pasaban juntos. Era como una pequeñísima cabaña hecha con magia. Estuvieron varias semanas para hacerla, pero valió la pena. Quedaba casi en el bosque prohibido y por eso nadie sabía de ese lugar.

Pasaron por el umbral, el cual se camuflajeaba con el bosque. Entraron al lugar y vieron a sus amigos allí. Estaban todos sentados en el suelo rodeando la pequeña fogata en el medio.

— Llegan tarde —avisó Tess, cruzando los brazos.

— Culpa de Car. Estuvo todo el camino quejándose de sus amigas —explicó rodando los ojos.

Era típico de Carissa hacer eso. De todos, ella era la que menos filtro verbal tenía. Inclusive, llegó a preguntarle a McGonagall si utilizaba algún hechizo para mantener sus dientes intactos. También le preguntó a Flitwick cómo estaba la temperatura allá abajo porque había oído que hacía más calor. Cabe decir que estuvo yendo a un castigo durante una semana luego de eso.

— Mejor comencemos —sugirió Blaine antes de que tuviese que escuchar la razón por la que Carissa se quejaba de sus amigas. Ya había escuchado muchos momentos incómodos que había puesto de color carmesí su piel morena.

Ellos se reunían todos los comienzos de clase (en septiembre y en enero) para encender la fogata mágica, escribir un deseo o meta que tuviesen ese año y quemar el pergamino en las llamas. A final del año, podrían ver si cumplieron sus metas u objetivos. Era como un ritual, una tradición que llevaban haciendo por años.

Scorpius comenzó a repartir los pergaminos cortados y Tess repartió las plumas con las que escribirían sus metas.

Pandora cogió el pergamino entre sus delgados dedos y mordió su labio inferior, indecisa. Ya todos se habían puesto a escribir sus metas, pero ella...ella no sabía qué meta tendría ese año. Sí, ella tenía muchos deseos, pero ninguno era lo suficientemente valioso como para escribirlo en el pergamino. Cerró sus ojos e imaginó cómo sería una vida donde no la viesen solo por su apellido. Fue entonces cuando una sonrisa se posó en su delicado rostro.

Cogió la pluma y se dispuso a escribir su objetivo de ese año. Sería difícil alcanzarlo, sí, pero no imposible. Podría lograrlo si ponía su mente en ello. Miró su pergamino, contenta con el contenido. Se acercaron a la fogata y uno a uno fueron tirando los pergaminos a las llamas. El pergamino de Pandora se abrió mientras se quemaba y pudo ver su deseo, su objetivo: Ser más que una Parkinson.

Cuando dieron las doce de la noche, salieron de su escondite y se dividieron para marcharse a sus respectivas salas comunes. Mientras que Theresa, Blaine y Scor bajaban a las mazmorras, Carissa y ella tendrían que subir a su sala común esperando no toparse con nadie.

Sin embargo, el destino estaba en su contra porque quince minutos luego ambas chicas estaban sentadas frente al escritorio de su profesor de Transformaciones, el cual los miraba reprobatoriamente. Era tan solo el primer día de que llegaran a Hogwarts de las vacaciones y ya estaban rompiendo las reglas. 

— Pero profesor, si no rompemos las reglas, ¿cómo van a saber los otros que existen? —preguntó Carissa esbozando una sonrisa inocente. 

— Eso no es una excusa para estar fuera de la cama y, no solo eso, para estar fuera del castillo. Podría llegarles a ocurrir algo —lo último lo dijo en un tono más suave—. Los tres van a tener un castigo toda la semana a las siete. Limpiarán el aula antes de ir a cenar...sin magia. 

— ¿Qué? —exclamaron al unísono. 

— ¿A las siete? No puedo, tengo práctica de Quidditch a esa hora —protestó James.

Él las había delatado y también quedó castigado por: traición a su propia casa y por estar fuera de la cama a altas horas de la noche. Como tenía tanta mala suerte, el castigo quedó exactamente a la hora de su práctica de Quidditch. Era simplemente como si el destino estuviese en su contra. 

El profesor Kiggs pasó una mano por su cabeza calva y soltó un suspiro. ¿Qué iba a hacer él con esos estudiantes? Al menos esta vez no estaba el otro Weasley. Merlín, esos iban a hacer de su aula un campo de guerra. 

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