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Parte Única.

Suspiró con cansancio para luego dirigir su mirada al gran ventanal que tenía la sala de ensayos, los rayos del atardecer comenzaban a asomar en el cielo y aquello le hacía querer abandonar las clases de ballet que estaba tomando.

Definitivamente odiaba el ballet.

Pero de pronto una exclamación general le hizo desviar la mirada de su ensoñación hasta el chico prodigio de la clase, el cuál seguía las instrucciones de la maestra con naturalidad y, a pesar de que era un niño poseía una delicadeza que ni siquiera en las niñas la había visto. Pero había algo que le hacía diferente al resto.

Sus ojos.

Sus benditos y hermosos ojos verdes.

Otabek no lo entendía muy bien, recién tenía trece años y recién comenzaba a descubrir lo que era el mundo fuera de los juegos y la fantasía pero sabía de sobra que la mirada del niño era fuerte, como la de un soldado.

A él le gustaban los soldados, quizás porqué su padre era uno y había crecido familiarizado con ellos. Fuese como fuese, adoraba los ojos del niño prodigio. El sólo hecho de verlos le causaba un temor tan grande que le dejaba sin aliento, como si su mirada pudiera perforar su interior, como si supiera más que todos los que estaban allí.

Verlos era... Ver una de las cosas más hermosa y temerosas del universo.

Pero él, con tan sólo trece años no lo compredía del todo.

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Cuándo cumplió los quince, cuándo ya era menos inocente y había descubierto el mundo de mejor forma se dió cuenta de que había algo mal con él, había aceptado su homosexualidad tranquilamente, y había experimentado el sexo con él mismo de forma natural. Todo estaba bien hasta ahí.

Pero mientras veía las competencias Junior junto a su madre desde el televisor que tenían en la cocina se dió cuenta que el chico que ya creía que era parte de sus sueños realmente existía.

Yuri Plisetsky exhibía radiante una performance perfecta con tan solo doce años, y Otabek no se había percatado que se había quedado embobado mirándole hasta que su madre le llamó por quinta vez alegando que había botado comida al suelo.

El rubio seguía siendo hermoso con la mirada fuerte y había crecido bastante. Desde el niño prodigio a un patinador de gran futuro, mientras él seguía estancado dónde mismo, luchando todos los días por una eslaticidad que jamás desarrollaría y esforzándose al máximo para no tener un patinaje agresivo.

Él seguía luchando con los mismos demonios mientra Yuri crecía hermoso. Provocando que su corazón latiera rápidamente y su interior temblara. No con miedo, ni con terror, que temblara de admiración.

Una admiración, que a su edad se negaba a que fuera algo más que eso.

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Quiso tirarse desde la habitación del hotel cuándo notó que había coincidido en una competencia con Yuri. Él menor aún en los Juniors y él ya en los Seniors.

Sobre todo cuándo notó que sus habitaciones estaban en frente de la otra. Su entrenador le animaba a que fuera a hablarle, que se hiciera amigo del chico que le traían como bobo enamorado desde hace un tiempo.

Por supuesto Otabek se negaba, una y mil veces dando inútiles excusas para no hablarle. No destacaba de entre el montón y a pesar de ser el único representante de su país personajes como Viktor, Christopher o Jean terminaban por opacarle.

Él Héroe de Kazajistán, como todos le conocían en la nación asiática no era más que un simple adolescente apoyado por las masas por ser del país. Ni club de fans tenía, en cambio el ruso a pesar de aún estar en la categoría que menos atención le ponían tenía un activo club de fans que parecía una plaga a comparación de otros.

No, Otabek no estaba a su altura para hablarle. Aún siendo mayor y —según su entrenador— más maduro, no podía evitar temblar por completo cuándo la mirada de Yuri rozaba su presencia. Y le ignoraba. Porque en realidad nunca le miraba.

Y de cierta forma le aterraba la idea de morir en la ignorancia del otro, le aterraba tanto que no lograba dormir por las noches provocando que su patinaje se volviera más pesado y menos coordinado. Si lograba algo con eso sería un milagro, estaba seguro.

Pero a fin de cuentas su entrenador tenía razón. Si seguía así terminaría por fracasar antes de tiempo y no podían darse el lujo de perder todo lo que habían construido en su país natal por las inseguridades de Otabek respecto a sus fantasías con el ruso.

Iba a dejar de lado eso. No tenía tiempo para tener en la cabeza a Yuri Plisetsky.

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En la competencia del Gran Prix Final, estaba más intranquilo que nunca, tenía dieciocho años y por alguna razón algo le estaba rogando que le hablara al chico que se estaba obligando a olvidar. Odiaba esa sensación que le perseguía desde que supo que habían quedado juntos en la final por lo que decidió finalmente aliviarse saliendo a dar un paseo en la moto que recientemente le habían regalado por su cumpleaños, llevando dos casco, el suyo y el que su entrenador le había obligado a trasportar por si debía pasar a recogerle a alguna parte.

Para cuándo volvió en si luego de perderse por Barcelona y sus pensamientos estaba ofreciéndole el casco extra a Yuri el cuál le miraba con algo de asombro. Se sintió algo estúpido por eso y unas repentinas ganas de salir andando como si no hubiese un mañana le invadieron pero se mantuvo estoico mirando al ruso el cuál en menos de un minuto estaba montado en la motocicleta alegando que le sacara de allí lo antes posible.

Ah, las Yuri angel's. Pensó al verlas por el espejo retrovisor, le había salvado de ese club de fanáticas que tenía sin si quiera notarlo. Sonrió levemente para si mismo cuándo sintió las manos de Yuri aferrarse a su chaqueta pero luego volvió a querer que le tragara la tierra.

¿Y ahora? ¿Donde lo llevaba? ¿Como explicaba su presencia allí? ¿De que debería hablarle? ¿Que debía hacer?

Vió un mirador a lo lejos y simplemente suspiró, por primera vez en su vida se dejaría llevar por sus instintos y dejaría que ellos le guiarán.

Aparcó en el estacionamiento y luego de asegurar los casco al vehículo guió a Yuri hasta el vacío lugar, limpiando sus manos sudorosas en la ropa sin que el menor lo notara, probablemente no lo haría pues parecía lo suficientemente confundido como para fijarse en esos pequeños detalles.

No supo que le dijo, no supo que le contestó Yuri pero al momento de estrechar sus manos se fascinó con la pequeña carcajada que lanzó el rubio mirándole con una sonrisa genuina en los labios.

Otabek se perdió en la expresión de felicidad que tenía el otro, jamás la había visto en él y notó como el brillo de los ojos ajenos revoloteaba en su iris con alegría. Estremeciendo todo su interior igual que la primera vez que le vió hace cinco años atrás en Rusia.

— ¿Lo tenías todo planeado? —preguntó Yuri ocultando las manos en los bolsillos luego de soltarse. Sonrió levemente y quiso decirle la verdad pero simplemente se encogió de hombros.

— Siempre tengo todo planeado —contestó con aparente calma sin dejar de mirarle con Yuri que le sostenía la mirada.

Había notado eso del ruso en todas esas veces que le miraba de lejos. Yuri gustaba de sostener la mirada, pero nunca lo había visto que lo hiciera con la felicidad con la que ahora le miraba. Se sintió especial, único.

Y quiso decirle. Pero sabía que eso debía esperar un tiempo más.

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La música comenzó a sonar y el ruso comenzaba su programa de exhibición al ritmo de la canción que habían escogido la noche anterior. Sabía perfectamente todo lo que había pasado y lo que había radicado que Yuri quisiera cambiar su presentación en último minuto pidiéndole su ayuda.

Estaba cansado, agotado. Quería dormir por dos años si era posible pero algo le mantenía conectado al mundo. Y es que el rubio había revolucionado todo su ser en dos días para que ahora se encontrara a un costado de la pista esperando, nervioso, que el chico se acercara a él para la improvisación que le había pedido dos segundos antes de ingresar a la pista.

Le vió fijamente, lo siguió en cada uno de sus pasos y sus saltos sintiendo su interior alarmarse ante cada uno de sus movimientos que por un momento olvidó que estaban rodeados de gente y cámaras, olvidó los gritos y la música sonar estrepitosamente y sólo estaba el ruso disfrutando de su performances mirándole de vez en cuándo como si fuese su punto de referencia para saber dónde estaba.

Lo deseaba. No de la forma en la que siempre creyó, no por el temor que le provocaba, no por la admiración que le tenía, no por que le gustase. Lo deseaba de una forma que creía retorcida, que creía ilógica.

Porque eataba enamorado, eso lo podía aceptar.

Pero el hecho de que su cuerpo y mente comenzaran a desearlo de forma sexual era algo fuera de si. Eso no estaba bien.

No.

Estaba.

Para.

Nada.

Bien.

Pero entonces sintió el dedo del ruso en su boca mientras le quitaba el guante con los dientes y se miraban fijamente a los ojos, Yuri pareció decirle algo que no logró comprender para luego desaparecer entre la oscuridad y ser nuevamente iluminado.

Yuri era un Ángel.

Un maldito Ángel que le estaba haciendo perder la cordura, más de la que ya había perdido desde que notó la pequeña obsesión que tenía con el ruso. Más desde que notó sus fetiches poco normales y, aún más desde que le vió sonreír sólo para él.

Y entonces la presentación terminó con él disparándole y con Yuri recostado en el hielo con los gritos ensordecedores de fondo. Lo miró unos segundos antes de fijar sus ojos en los guantes del ruso que estaban cerca de él y luego la chaqueta que yacía tirada, olvidada y luego se miró a si mismo. Golpeó suavemente el hielo mientras Yuri recogía sus cosas para salir de la pista.

Todo fue un excitante éxito que no logró ser apagado ni con los sermones de sus entrenadores. Cada uno fue a su respectiva habitación para arreglarse para el banquete que, según los comentarios de todos estaría más tenso que nunca. Habían aparecido nuevos patinadores prometedores para los patrocinadores y todo estaría muy peleado gracias a ello. Pero la verdad es que Otabek no estaba interesado en ir, por lo que fue arrastrado por su entranador hasta la sala de eventos del hotel.

Al parecer no era el único en la misma situación pues a penas entró vió como su nuevo amigo estaba con una copa de jugo en la mano escuchando a sus entrenadores hablar amistosamente con un viejo empresario.

Sus miradas se conectaron y las palabras no fueron necesarias para entenderse a la lejanía.

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Dos horas habían pasado del famoso banquete y las cosas comenzaban a salirse de control por el alcohol ingerido por los mayores. Algunos bailaban en paños menores coqueteando entre sí mientras otros sólo se dedicaban a grabar el momento. Fue el momento indicado.

Yuri tomó el brazo de Otabek y lo arrastró hasta la salida aprovechando que nadie les miraba. Corrieron por los pasillos como dos niños que acababan de hacer una travesura y se ocultaron en las escaleras de emergencia, riendo. Sabían que aquello le traería más problemas con sus entrenadores pero en verdad no les importaba del todo.

Bajaron hasta el piso dónde estaba la habitación de Otabek pues era el más cercano a dónde estaba y allí se encerraron conversando de cosas triviales, opinando sobre sus presentaciones llegando al tema que al parecer ambos querían conversar.

La exhibición.

Yuri dijo con gran alegría que jamás se había sentido tan libre como aquella vez, que nunca en su vida había sentido la adrenalina recorrer su cuerpo de forma deliciosa como ahora. Dijo que deseaba sentirse así de bien nuevamente, que era algo que estuvo pensando todo el tiempo desde que salió de pista, que la excitación del momento en verdad quería sentirla de nuevo.

Las palabras que utilizaba para describir sus sensaciones comenzaban a incómodar a Otabek que si bien estuvo de acuerdo con todo lo que decía, estaba seguro que Yuri era bastante inocente en aspectos que él ya no era. Y su miraba estaba fija en sus labios moverse con alegría y se perdía en suspiros silenciosos cada vez que el ruso pasaba su mano por su cabello para quitarlo de su rostro.

— Oye, Otabek —le llamó el rubio provocando que tuviera que dejar de fantasiar para poder escucharle—. ¿Alguna vez te sentiste al borde de la locura? —Preguntó, parecía expectante a su respuesta y, a pesar de que no quería confundir al menor con sus pensamientos sus labios se abrieron y contestaron sin lograr frenarlos.

— Siempre que te veo estoy al borde de la locura.

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