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Capítulo XIV Y pasa... la vida.

"Porque hay personas que logran clavarse en tu alma, que logran que sigas escuchando su risa, que sigas oyendo su voz y que, cada vez que recuerdes su sonrisa, sientas miles de mariposas agitar las alas."

Después de aquel vídeo, las reacciones no se hicieron esperar, miles estaban enojados, otros le dejaban sus consejos y hubo hasta quien le ofreció dinero para la terapia. Emily leyó y comentó cada expresión de cariño, hasta lloró por aquellos que no la entendían, que la ofendían incluso; pero decidió no poner su vida en pausa nunca más. Al fin comprendió que si de verdad quería levantarse y sacar alguna lección de todo aquello tenía que hacer más que contestar mensajes. 

Trabajó duro y en esos días nació "COMIENZOS" la fundación para la lucha contra la agresión sexual, el proyecto "¡BASTA!" contra el abuso infantil, la cooperación con las escuelas. Era mucho trabajo pero se sentía útil, se sentía viva.

Nuevamente fue Eduardo quien estuvo junto a ella, conquistándola, regalándole su amor, aplaudiendo cada idea, convenciéndola de lo que creía imposible. Se hizo costumbre verlos por el barrio paseando, tomados de la mano, corriendo como niños ante las amenazas de Gisela porque volvieron a "robarle" una flor. Se volvieron cotidianas sus risas, las reverencias tontas en el pasillo y las llamadas interminables en el sofá. 

A Víctor no lo había visto más y aunque, no verle, era lo más parecido a una tortura procuraba no pensar en él. Se justificaba repitiéndose que no la había buscado y que la verdad no lo necesitaba.  Disculpas vanas a pesar de las continuas advertencias de Agnes  quien le reprochaba constantemente que no hubieran conversado aún pero lo cierto es que no estaba lista y por ahora, sólo tenía claro una cosa, nada de pasado, sólo presente y una gota de futuro.

Viviendo ese presente llegó el verano al Caribe, con el calor infernal y las ansias de playa, con los constantes apagones y la falta de agua, bueno, la falta de casi todo menos de ganas de seguir luchando (De esas ganas tenemos de sobra todos los cubanos).

Era domingo por la tarde, un domingo lleno de tedio por cierto, de esos que te recuerdan que el lunes ya viene y que no hiciste suficiente. Emily leía el libro que le había regalado su mamá; de alguna extraña manera las madres pueden leer en nuestro interior y nos conocen como nadie. Así pues Hailee, la protagonista de la novela, era el espejo en el que, a ratos solía mirarse, y hoy la imagen que le devolvió la lectura la hizo pensar. No quería cometer los mismos errores que Hailee   pero si necesitaba su valor y su fuerza, tal como ella, deseaba confiar.

—¡Es qué no sé como no perdió la cordura! Ahgrr, ¡maldito libro parece psiquiatra metiéndose en mi cabeza!

—¡Yo sabía que tú acababas mal, lo que no me imaginaba que iba a ser tan rápido! —exclamó Agnes asomando la cabeza por la puerta entreabierta— ¿Qué tú haces hablando sola?

—Entra, ah y no estaba hablando sola, es que este libro, la historia...

—¡Ay no! Esto es peor de lo que yo pensaba, jjj. Niña vístete que nos vamos de rumba a ti tanta intelectualidad te va a loquear.

— ¡Agnes! —gritó Emily al tiempo que le lanzaba los cojines y se abalanzaba sobre ella en lo que prometía ser una guerra de cosquillas—Mira que decirme loca, ¡arrepiéntete!

—¡Está bien, lo siento, el teléfono, está sonando el teléfono ! —chilló Agnes sin poder evitar las continuas carcajadas— Esa llamada me salvó la campana, jjj.

Agnes se levantó de un saltó del sillón para encontrarse con una Emily pálida que le mostraba el móvil aterrorizada. El número en la pantalla era +39-2658245814 y en una esquina el nombre de la localidad no dejaba lugar a dudas: Milán.

—¡No no puede ser! —repetía ella mientras el teléfono continuaba sonando insistentemente.

—Dame acá y tú verás como el cochino ese no te llama más —. Dicho esto le arrancó el móvil de las manos— ¿Por qué la llamas enfermo? ¡Por qué!

—¿La Signorina Emily? —dijo una voz seca y desagradable.

—Ay Dios, es un viejo. ¡Qué pena! Atiéndelo.

—¿Sí? Soy Emily González. ¿Con quién hablo?

Signorina, usted no me conoce, yo soy Giacomo Rinaldi, el papá de Francesco. Per favore, escúcheme.

—¿Qué quiere?

—Avisarle, sólo eso. Esta acusación no va a llevar a ningún lado y para cuando todo esto termine usted habrá perdido mucho dinero, tiempo y credibilidad. Acepte las disculpas de Francesco públicamente, retire la acusación y de parte de la  Casa Rinaldi  usted recibirá un cheque por una cuantiosa suma de dinero. Ah —, agregó el señor— no lo piense mucho, después que el infierno se desate será demasiado tarde.

—¿Me está amenazando? 

—¡Para nada! Tómelo como un consejo y acepte el acuerdo, será mejor para todos. Usted tiene familia, piense en ello. 

—¡Aghrr! —gritó Emily desesperada—.¡Los odio, acabaron con mi vida! Y usted, usted es peor que su hijo. ¡Familia! No me hable de familia, no me hable de nada. ¡De nada!

—Arrivederci, Signorina —y dicho esto colgó.

La impotencia la consumía, parecía que subiera por las paredes. Necesitaba aire, respirar, gritar, necesitaba saber que aún era libre y sólo existía un lugar en el mundo que la hiciera sentir así. Sin despedirse ni dar explicaciones salió con la esperanza de no explotar en el camino y de al fin poder encontrarse a sí misma.

A Agnes la dejó sola, con más preguntas que respuestas y con un susto enorme de que algo malo le sucediera a su amiga.

—¡Ay Dios mío, Dios mío! —se lamentaba la chica en plena calle mientras intentaba en vano llamar por teléfono.

—¡Qué pasa Agnes! ¿Por qué lloras? Es ella ¿verdad? ¿Emily está en problemas? —Víctor le suplicaba desde la moto— Maldición, habla, se que está mal, pasó por mi lado como una exhalación, estaba llorando. Por favor dime.

—Yo... ella... la llamada era de afuera, el viejo la amenazó, no sé... Eduardo no coge el teléfono. Víctor, ellos se entienden ¿sabes? 

—Me vale que llames al mecánico o lo que puedan ellos tener. No me importa. Hoy la rescato yo.

— Ay por Dios, que lio.

Víctor si sabía donde estaba. No podía equivocarse, no esta vez cuando tenía la oportunidad de que se recompusiera en sus brazos. A ella siempre la tranquilizó el mar, y allí estaba como queriéndose fundir con el azul intenso, temblando, asustada. Él no pidió permisos sólo fue y la abrazó. Ella se perdió en su abrazo cálido, reconfortante y por un momento los dos sintieron que no había pasado el tiempo.

—Víctor yo... lo siento, no debí... ¡Tengo tanto que contarte! Te alejé y ahora parece todo tan absurdo...

—¡Shhh! Ven aquí —y dicho esto la abrazo de nuevo, con fuerzas—. Ya hablaremos. Tranquila. 

  —¡Em! —exclamó Eduardo al verlos— ¿Qué pasó? Agnes me llamó... ¡Estas llorando!

El carro de Eduardo acababa de llegar y estaba claro que ese sería el último abrazo de la noche. Hoy no habría pelea, nada más mirarse aquellos hombres enamorados entendieron y Víctor la dejó ir. La vió partir todavía llorosa, acurrucada en los brazos de otro pero bien, a salvo y eso, por ahora, era más que suficiente. Porque el amor también es eso...


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¿Puede acaso el corazón seguir latiendo aunque esté roto en mil pedazos?

¿Por qué la gente sin principios no entiende que hay cosas que el dinero no compra? 

¿Debería Emily aceptar la oferta...?

Déjenme sus opiniones, sus comentarios me hacen muy feliz. 

Los quiero

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