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Capítulo XI Sí tengo miedo, ¿y qué?


Prefiero bailar con mis miedos que sentarme en el confort de no hacer nada con esta vida que es un regalo de Dios. Porque a mis miedos los enfrento yo, los someto cuándo sea el momento.... Pero, ¿ quién someterá mis dudas... No señor, yo danzo sobre brazas encendidas, pero no me quedo sin bailar.
Elo

Nada mejor que el decir de un poeta para describir lo que Emily ahora mismo está sintiendo. A pesar de que ha ido avanzando,en cada paso hay una mezcla de miedo, resolución y empuje.
Tarda en alejarse del auto y mira a sus amigos por última vez antes de adentrarse en el edificio.

Un carpeta con cara de pocos amigos le recibe.

—¿Sí? —masculló el hombre.

—Buenos días —respondió Emily, tengo cita con el oficial...

—Fernández, oficial Fernández, un placer —exclama desde el otro lado del salón un joven quien se acerca y le extiende la mano sonriente—. Venga conmigo compañera, la estaba esperando.

Los ojos de interrogación delatan a la chica.

—Gisela, ella me dijo que usted vendría —comienza diciendo Fernández—. Se le notaba muy preocupada al teléfono. ¿En qué puedo ayudarla?

—Me llamo Emily González. Soy cubana nacionalizada en Estados Unidos, estoy de visita y quiero quedarme el mayor tiempo posible en Cuba antes de regresar.

—Buen resumen. Usted está solicitando una prorroga, es un trámite muy fácil. No se preocupe— la tranquilizó él mientras no dejaba de buscar su mirada—. Puedo deducir que ha traído los documentos, ¿verdad?

—Sí claro, aquí están —contestó Emily extendiéndole un sobre amarillo.

—Entonces no debería haber ningún tipo de problemas, usted llena el formulario y listo —dijo el oficial poniéndose de pie.

—Gracias —se despidió Emily con una sonrisa y dando por concluida la conversación salió de la oficina.

Lo cierto es que nuestra chica poseía un glamour increíble; alta, hermosa, con unas piernas de infarto, llamaba la atención de cualquiera, pero a Fernández le preocupaban esos ojos, esa mirada inexpresiva que sólo tiene quien ha sufrido mucho, era realmente inquietante. No había que ser un experto para darse cuenta que ahora mismo esa muchacha estaba luchando por sobrevivir. ¿A qué? Nunca lo sabría a menos ... , a menos que decidiera intervenir en su mundo. Así que se atrevió:

—Compañera, ¿está segura que no la puedo ayudar en nada más? —preguntó él—. Perdone el atrevimiento pero parece estar mal y por otro lado, Gisela, ella me insistió tanto en que le facilitara las cosas.

—Decisiones, oficial, decisiones que hay que tomar pero asustan. Hoy debo acusar a un hombre y sé que después de eso mi vida va a cambiar para siempre —confesó Emily y el pánico se apoderó de sus lindos ojos.

Ahora sí Fernández no podía dejarle ir.

—Entre a la oficina, por favor, sé que puedo hacer mucho por usted.

Una hora después todavía hablaban. Él escuchó todo lo que ella tenía que contar, anotó con sumo cuidado detalles y fechas, hizo las llamadas pertinentes y al final, estrechando su mano con fuerzas le dijo:

—El caso es complicado, no la voy a engañar, será un proceso largo y muy difícil pero es usted una mujer muy valiente.

—¿Valiente? ¡PERO SI ESTOY TEMBLANDO!

—Emily, esa persona contaba con su miedo para poder seguir sometiéndola, hoy usted le ha dicho te equivocaste conmigo, hoy usted ha dado el primer paso para librar de su horror a otras chicas que han pasado por lo mismo, piense en eso cada vez que sus fuerzas flaqueen.

—No sé como agradecer lo que usted ha hecho por mi.

—Vaya a su cita con el abogado Emily, siga los pasos de los que hemos hablado y, lo más importante, no ponga más su vida en PAUSA, vivir es un regalo y si usted VIVE él pierde.

—¿Puedo darle un abrazo? —suplicó Emily.

Y los dos se fundieron en un abrazo como sólo dos extraños pueden abrazarse en la más pura e inocente muestra de agradecimiento. Ella caminó resuelta hacia la salida. Él no podía dejar de pensar que esos ojos ya miraban distinto, lo había conseguido.

—¡Niña! ¡ Qué estás en la luna! ¿ Cómo te fue? Entré porque Eduardo me tenía loca, pensamos que te había pasado algo —chillaba Agnes moviendo los brazos cómo posesa.

—Baja la voz, ya te contaré, ahora vamos que hay mucho por hacer.

Las amigas se acercaron sonriendo e intercambiaron una mirada cómplice al momento de subir al auto. Justo cuando se alejaban del parqueo, salió Fernández agitando unos espejuelos en sus manos.

—¡Comp... Emily! Sus espejuelos. ¿Son suyos verdad? Los espejuelos —repetía nervioso el oficial que casi se estampa contra el basurero.

—Sí son míos, gracias —le contestó Emily sin poder aguantar la risa—. Debo decirle que usted es todo un caballero.

—Gracias por el halago, tome mi tarjeta, necesitamos estar en  contacto y cuídese mucho por favor —se despidió con la mano el susodicho caballero.

—¿Y este ahora quién es? El caballero era yo, ¿no? —dijo visiblemente molesto Eduardo.

—¡Cállate niño! No nos hagas pasar pena con el OFICIAAL —replica Agnes con voz zalamera y dirigiéndose a su amiga protesta:

—¡Qué suertuda eres! Si soy yo la que vengo me atiende un viejo feo y panzón, pero a ti no, ¡qué va! a ti te toca un militar de película.

— ¡Agnes!

—¡Agnes qué!, no me digas que no te fijaste, ahí hay de to-do, como diría mi mami, ese está hecho a ma-no, jjjj.

—Bueno —intervino Eduardo—. Por sus caras resolvieron, así que, ¿a donde nos dirigimos ahora?

—Por favor, puedes llevarme con mis padres, por favor, siento que el abogado puede esperar pero ellos no —responde Emily con la vista puesta en la carretera. De todos ese será el momento más duro.

—A la orden princesa ya que me ha degradado de mi grado de caballero, ¡qué nadie ose decir que he sido un mal chófer!

—¡Ay por Dios! —se burló Agnes—, si es que das lastima chico.

—¡Agnes está bueno ya! —la regañó su amiga.

Y así entre regaños, risas, pasado y presente transcurrió el día, la conversación con sus padres fue especialmente difícil para Emily pero Yolanda de nuevo sorprendió a los chicos con su sabiduría. Después de escuchar el horrible relato y de enjugar serena las lagrimas de quien siempre sería su pequeña, fue hacia la mesa y tomó un libro en sus manos:

—Se llama Viaje a las estrellas  —dijo con voz entrecortada—, esta chica ha pasado mucho, léelo, que te sirva para, para no repetir sus errores, para seguir creciendo, para recordar que el amor multiplica nuestras fuerzas y que lo más duele no son las malas noticias, es no saber, es que no te hayan permitido ayudar.

—Esta bien mami, gracias por no pelear, por el libro, por ser una súper mamá.

—Bueno, dejando a un lado el sentimiento, ninguno ha comido ¿verdad?

—¡Noooo! —dijeron los chicos a coro.

—¡Qué barbaridad! Jjj si parece que no han crecido, vamos en fila india para el comedor que hoy los malcrío yo.

Ya era tarde cuando los tres salieron de casa de Yolanda y Eduardo nunca había visto a Emily riéndose tanto. Todavía le quedaba camino por recorrer pero estaba pisando fuerte y daba gusto verla. Así que, cuando, ya frente a su casa ella le abrazó, él no lo pensó, no hacía falta. Tomó su cara entre sus manos, se perdió en su mirada y la besó.

A Emily ese beso le supo a paz, a hogar así que lo devolvió, primero con timidez y luego con la esperanza de que pudiera ser parte de su nuevo comienzo.

Se despidieron riendo y Emily se quedó arropada entre los brazos de Eduardo, mas Agnes ya no era la misma, miraba atontada los pétalos blancos de una rosa que una figura triste regalaba al viento. Trató de correr, de alcanzarlo pero sólo en su mente, no podía moverse, dolía demasiado.


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