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Capítulo 5

Luego de eso, Sofi y yo corrimos de inmediato a la farmacia y compramos una píldora del día después. Ambas estábamos preocupadas pero como al día siguiente me bajó un poco de sangre, entonces pudimos calmarnos. Aún así, tuve que escucharla regañarme y sermonearme cada vez que se acordaba y tenía la oportunidad. Así pasaron unos días.

De Máximo solo supe mediante comentarios y chismes. Luego de esa noche, nunca más me encontré con él. Las cosas por su lado debían estar movidas ya que lo que se decía era que había peleado a golpes con su mejor amigo y había roto con su novia. Yo sabía la situación de antemano, así que no me sorprendí mucho, pero para el resto fue todo un shock.

Semanas después, estaba saliendo tarde de la universidad y me encontré con Franck, el chico moreno y alto que había conocido en la fiesta.

—Franck. —Lo saludé.

—Perla, ¿cierto? —Me saludó de vuelta, algo inseguro de mi nombre.

—Sí. —Le sonreí.

—Que bueno encontrarme contigo. —Suspiró y lo miré dudosa, ya que no parecía estar buscándome.

—¿Te puedo ayudar en algo? —Pregunté.

—Verás, a Cristal le bajó la regla a mitad del entrenamiento y estaba por salir a comprarle toallas pero no quería dejarla tanto tiempo en el baño, así que me preguntaba si tenías algunas para darle. —Dudó.

—Claro que sí —Asentí de inmediato y rebusqué en mi volso hasta encontrar una de mis toallas sanitarias—. Aquí tienes. —Se la ofrecí.

—Muchas gracias —Dijo al tomarla—. Entonces me iré primero.

—Claro. —Él se dio la vuelta para irse y yo también continué con mi camino, pero a los tres pasos, lo escuché llamarme de nuevo.

—¡Espera! —Llegó a mí.

—¿Necesitas algo más?

—Sí. —Dijo con algo de pena— ¿No tendrás también algunas pastillas para el dolor?

—Lo siento, no llevo pastillas.

—Rayos —Se lamentó—. Al parecer tendré que ir a la farmacia de igual forma. —Suspiró— ¿Puedo pedirte otro favor?

—Claro, ¿qué necesitas?

—¿Puedes llevarle la compresa a Cristal mientras yo voy a por las pastillas? —Parecía incómodo de preguntarme, pero yo le sonreí y asentí. Él me agradeció y luego corrió a la salida.

Rectificando mis pasos, comencé a caminar hacia el gimnasio de la escuela, el cual estaba bastante lejos en mi opinión. Al llegar, busqué a Cristal en los baños y, cuando la encontré y le conté porqué estaba ahí, me agradeció de inmediato. Ella parecía tener mucho dolor. Pero mientras caminaba para llegar, me di cuenta de que no había absolutamente nadie cerca para pedir ayuda.

—¿Quieres un poco de agua? —Le pregunté cuando nos sentamos en unos bancos dentro del gimnasio frente a las canchas de basquet.

—Sí, gracias. —Le di un poco de agua y juntas nos sentamos a esperar a Franck.

—¿Solo están tú y Franck? ¿Y los demás chicos? —Pregunté, curiosa por saber por qué estaba sola.

—Están afuera, en los terrenos de fútbol —Respondió—. Solo llamé a Franck para que me ayudara.

—Ya veo, pensé que no estaban.

Luego de un rato más charlando, Franck entró corriendo y Cristal pudo tomar sus pastillas para el dolor. Cuando estaba por ponerme de pie y despedirme ya que parecía que ellos no necesitaban nada más, las puertas del gimnasio se abrieron y una manada de personas comenzó a entrar. Parecía que había ocurrido algo ya que mucho gritaban para que llamaran a una ambulancia y otros pedían espacio.

Al ver la situación, me acerqué por instinto y vi a Máximo apoyar a un chico que se aguantaba el hombro muy adolorido. Entre algunos lo sentaron con cuidado y, cuando le preguntaron si estaba mejor, el chico negó con la cabeza. Sus amigos estaban preocupados y él parecía agobiado por tanta tensión. Así que, sin detenerme a pensarlo mucho, me acerqué a ellos.

—Permiso. Con permiso, por favor. —Pedí al hacerme espacio.

—¿Quién eres? —Algunos me preguntaron, pero no les respondí.

—Hola, me llamo Perla, ¿cómo te llamas? —Llamé la atención del chico lastimado. Él me miró confundido pero aún así respondió.

—Alan, me llamo Alan. —Siseó.

—Bien, Alan —Le sonreí—. Veo que te ha pasado algo en el hombro. ¿Me dejas revisar para saber cómo estás? —Pedí amablemente.

—¿Quién eres para querer revisar mi hombro?

—Te dije que soy Perla —Le recordé—. Y estoy estudiando medicina —Él me miró detenidamente, en busca de la verosidad de mis palabras—. ¿Ahora que lo sabes, me dejarás revisarte? —De forma dudosa, asintió y me acerqué, pero alguien llamó mi atención apretando mi hombro.

—Con cuidado. —Advirtió Máximo.

Yo saqué mi hombro de su agarre y volví a centrar mi atención en Alan. Hice un pequeño chequeo y determiné que había sufrido una dislocación. Sabía qué hacer para devolver el hueso a su sitio, pero me pareció imprudente y decidí que mejor esperaba por la ambulancia.

—Alan, no hay nada de que preocuparse —Le sonreí para tranquilizarlo—. Tienes el hombro dislocado pero te alegrará saber que no es tan grave —Su semblante mejoró al escucharme y soltó un pequeño suspiro—. Sé que debe doler mucho pero te recuperarás más pronto de lo que piensas. —Él me sonrió de vuelta y me dijo gracias.

Todos escuchamos la sirena de la ambulancia y los paramédicos ayudaron a Alan de inmediato. Yo me despedí de Cristal, Franck y los otros chicos que llegaron con el resto y caminé recto hasta la salida cuando todo hubo terminado, decidida a marcharme. Afuera vi a Máximo y un pequeño grupo mirando la ambulancia alejarse. Cuando se giraron, Máximo conectó miradas conmigo y su expresión se tensó de nuevo.

Su aura y actitud eran tan diferentes a las de esa noche que bien podría pasar por una personas diferentes. El Máximo cuidadoso y cariñoso que me besó y sostuvo durante toda la noche, dispuesto a hacerme suya repetidamente, era tan distante del que tenía en frente y me miraba como si fuera una basura en su ojo. Me hacía sentir que su comportamiento caprichoso y aniñado mientras susurraba mi nombre para dejarlo seguir dentro de mí, era un espejismo.

Estaba dispuesta a seguir de largo e ignorarlo, ya que no tenía nada que decir y no iba a fingir que lo conocía, porque no era así; pero él no dejó de mirarme y le pidió a los chicos que entraran primero.

—¿Qué haces aquí? —Preguntó cuando nos quedamos solos.

—¿Te conozco? —Pregunté de vuelta para hacerle entender que no quería involucrarme con él.

—No pierdas el tiempo, lo recuerdo todo. —Bufó molesto.

—Si es cierto que lo recuerdas todo, ¿no deberías de decir gracias? —Me crucé de brazos, un poco indispuesta por su actitud.

—¿Quién sabe si me ayudaste con algún motivo oculto? —También se cruzó de brazos.

—Ya veo que, en realidad, aún hay cosas que no recuerdas. —Reviré los ojos, molesta por su sospecha después de todo lo que había hecho por él.

—Mira, no importa eso —Dijo—. Sí, nos emborrachamos y tuvimos sexo. Somos adultos, espero que entiendas que no fue nada del otro mundo. Así que no intentes darme problemas viniendo por aquí y siendo una molestia porque definitivamente no obtendrás nada de mí.

—No sé si eso es confianza, soberbia o arrogancia. ¿Tal vez un poco de todo? —Me burlé.

—¿Qué? —Sus cejas se arrugaron al percatarse de que me reía de él.

—El que parece darle demasiada importancia a esa noche eres tú.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—No eres el único en la facultad de deporte. Tengo otros amigos aquí. —Él se quedó mirándome en silencio unos segundos y resopló cuando no obtuvo ninguna reacción de mi parte.

—Está bien. Espero que sea cierto y no te vuelva a ver. —Asintió, dispuesto a marcharse, pero lo detuve.

—Por cierto —Giró a verme—. De nada. —Le sonreí como agente inmobiliario y me fui antes de que dijera nada.

Al llegar al departamento, Sophía me preguntó por qué me había demorado en regresar y le conté sobre mi encuentro con Franck y todo lo que pasó después. Ella casi soltó humo de las orejas cuando le hablé sobre mi charla con Máximo. Su desprecio por él creció en tamaño e intensidad y tuve que calmarla cuando no pude seguir escuchando sus insultos.

Un mes pasó, y con él, vinieron mis preocupaciones. Me dí cuenta de que tenía un retraso en mi período. Yo nunca tenía retrasos a menos que fuera mi cambio de ciclo y aún faltaba un tiempo para eso. Decidí calmar mis nervios y determiné que podía ser porque había tomado una pastilla para el día después y eso había descontrolado mi período, así que dejé que pasaran unos días.

Más de una semana y media después, seguí sin menstruar. Estaba muy preocupada. El nerviosismo y la incertidumbre ni siquiera me dejaban concentrarme en clases. Sophía notó que algo me pasaba, así que me presionó para que le dijera y, a pesar de no estar segura de mis sospechas, le dije lo que me pasaba. Ella de inmediato me llevó a comprar pruebas de embarazo. Como ninguna de las dos sabía cuál era buena, compramos una de todas y llevamos a casa cinco marcas diferentes. No más llegar, me empujó al baño y se sentó a mi lado a esperar los resultados luego de que hiciera las pruebas.

Cuando pasaron los cinco minutos necesarios para la revelación, yo estaba demasiado nerviosa para mirar. Tenía miedo de ver una respuesta que no quería, así que Sophía lo hizo por mí. Miró todas las pruebas detenidamente y casi no necesité que dijera nada, porque su cara ya lo había dicho todo. Dieron positivas.

Las dos nos quedamos en silencio y ella comenzó a llorar primero que yo. Yo también lloré cuando fui consciente del golpe de realidad y Sophía me abrazó fuerte dándome consuelo. Ambas lloramos por un rato y, luego de muchas palabras de apoyo por su parte, le pedí un tiempo a solas. Me fui a mi cuatro y me tiré en la cama como si me hubieran abducido el alma. Pensé en mi madre y la falta que me hacía y el dolor en mi pecho no hizo más que crecer. Me sentí como parte de un mal chiste.

Al día siguiente, Sofi me sacó a rastras de mi habitación para darme de comer. No quería nada, pero comí un poco de lo que me sirvió cuando comenzó a regañarme. Luego de faltar dos días a la universidad, retomé mi rutina con la cabeza aún atormentada. Una semana pasó, luego dos y entonces tomé la decisión de continuar con el embarazo después de pensarlo mucho.

Fui al médico, me informé sobre todo y luego llamé a mi padre. Esa fue la parte más difícil, porque me hizo regresar al estado que estaba el día que me enteré del embarazo, y tuve que volver a pasar por las mismas oscuras etapas hasta sentirme mejor. Mi padre no dijo mucho, él casi nunca decía mucho desde que mamá murió, y eso me dolió más. Le dije que me tomaría un tiempo de la universidad y que regresaría a casa. Él solo dijo que era mi decisión y que me ayudaría en todo lo que pudiera.

Luego de decirle a mi padre, le dije a Sophía, y ambas volvimos a llorar como si hubiéramos perdido un familiar. Para animarme, comenzó a decir que sería la mejor tía del mundo y que siempre estaría ahí para mí y mi bebé. No supe si adoptó una posición de padre porque sabía que mi bebé no lo tendría, pero estaba muy feliz de tener su apoyo.

Días después, llamé a la escuela y concreté una cita para hablar sobre el tiempo de descanso que iba a tomar y la situación de mi beca. Mis profesores lo lamentaron profundamente y muchos estaban preocupados por el motivo que hacía que su mejor alumna se tomara un descanso, pero yo solo dije que mi padre no estaba bien y ellos no hicieron más preguntas, solo me alentaron para que siguiera estudiando y terminara la carrera.

Cuando todo en la escuela estuvo resuelto, le pedí a Sophía el número de Nathan. Ella obviamente me preguntó para qué y le expliqué que necesitaba un abogado para tratar asuntos legales que no quería que me perjudicaran luego. Ella pegó un grito cuando supo que le diría sobre la existencia del bebé a Máximo, pero logré tranquilizarla. Entonces me puse en contacto con Nathan, el cual estaba muy sorprendido por mi llamada, y él me ayudó a ponerme en contacto con un buen abogado que conocía. Yo le agradecí mil veses, ya que sin él no hubiera sabido orientarme. Él solo me deseó suerte y que pudiera resolver todo con prontitud.

Todo eso me llevó a un hospital, donde un doctor, usando erramientas que parecían de tortura, extrajo ADN fetal de mi útero y procedió a hacer una prueba de paternidad.

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