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Capítulo 4

Para mí, esa sería mi primera experiencia sexual en toda regla. Teniendo la vida de preocupaciones y estudio que tenía, nunca me había interesado por tener un novio. Así que cuando la boca de Máximo besó, lamió y succionó mi clítoris, toda mi anatomía no pudo más que estremecerse. Sus dedos entraban y se doblaban contra mis paredes, preparando mi entrada. Despacio subió con besos y la acidez de mis jugos bañaron mi lengua cuando calló mis gemidos con sus labios. Impaciente agarró y me sacó el bestido, dejándome completamente desnuda debajo de él.

Apreté las sábanas a mis costados, reteniendo el impulso de cubrirme de la mirada ardiente que me daba. Su mano derecha tomó su miembro que, hablando desde el conocimiento médico, era grande, y comenzó a masturbarse. Suspiró y gimió sin vergüenza, mordiendo sus labios, viéndose demasiado sexy. Yo no sabía dónde poner mis ojos. Me sentía como una religiosa cometiendo pecado. Él se inclinó y jugó con mis pezones. La sensación desconocida hizo que me sacudiera y volviera a gemir cuando hizo algo extraño con su lengua. Sentí la presión de su pene en mi vagina y me contraje por reflejo, sabiendo lo que estaba por suceder.

—Despecio. —Susurré, enterrando mis uñas en sus hombros.

—Despacio. —Me respondió y me besó.

La suavidad en sus besos me distrajo un poco del sentimiento de invasión que sentí cuando me penetró. Era incómodo y un poco doloroso, pero sabía que era normal, así que no me moví y envolví mis piernas en su cadera para que él tampoco lo hiciera. Lo obligué a quedarse quieto y besarme por unos minutos, hasta que me acostumbré a su tamaño.

—Quiero moverme. —Se quejó y gimió como un niño haciendo una rabieta y acepté soltarlo.

Él miró fijamente el espacio que nos unía y se retiró si levantar la vista. El movimiento me hizo removerme incómoda, y más aún porque lo hacía demasiado lento, como si estuviese jugando.

—No juegues. —Lo regañé, y sentí la situación absurda. ¿En serio así era Máximo en la cama? Las cosas que decían de él definitivamente debían ser falsos rumores. El Máximo frente a mí era tan torpe.

Máximo me miró, tomó mis piernas desde las rodillas y, de forma brusca y fuerte, volvió a penetrarme. El movimiento me dejó si aire y mordí la almohada para no gritar.

Lo que vino después de eso... fue una locura.

Penetraciones firmes y uniformes me sacudieron durante toda la noche. Sus manos me agarraron y me cambiaron de posición a su antojo sin ninguna dificultad. Sus labios succionaron y dejaron marcas rojas en mi piel blanca sin ninguna culpa. Sus dientes me mordieron sin cuidado cada vez que su placer era demasiado alto para controlarlo. Era como si él estuviera poseído, solo pensaba en estar dentro de mí una y otra vez, sin importarle las veces que ya se había corrido.

Mi mente también era un desastre. Pasé de la precaución a la locura en cuanto él perdió la cordura. Monté sobre sus caderas y me moví con su ayuda como si fuera una experta. Gemí su nombre y pedí por más como si estuviera en alguna especie de película para adultos. Lo dejé manipularme a voluntad cada vez que sus toques me calentaban y me hacían llegar. Supliqué que se detuviera, pero al segundo siguiente supliqué que no lo hiciera, como si tuviera doble personalidad. La mujer en esa cama era alguien que no conocía, alguien dispuesta a gritar el nombre de otra persona por pura lujuria y, eso, no me lo habían explicado en clases.

Cuando nuestros cuerpos estuvieron empapados de sudor y nuestras respiraciones fueron un caos, nos dejamos caer uno al lado del otro sobre la cama. Las sábanas estaban mojadas y nunca supe si toda esa viscosidad era mía o de él. Mi cuerpo entero me dolía y estaba agotada. Moría de sed, pero no tenía las fuerzas suficientes para ir por agua.

Él se movió a mi lado. Lo sentí acariciar despacio mi cintura y besar mi hombro. Me estremecí cuando volvió a morderme y entré en razón al sentirlo acomodarse para volver a penetrarme.

—No más. —Supliqué yo esta vez.

—Solo una última vez. —Murmuró sin detenerse, y su pene se deslizó dentro de mí sin ningún problema.

Yo estaba hipersensible y muy inchada. Me había corrido incontables veces. Quería detenerme, pero el hombre a mi lado era insaciable, así que no iba a tener oportunidad ni de, siquiera, descansar.

—Solo una. —Traté de imponerme.

—Bien. —Y de esa forma, fui suya dos veces más.

A la mañana siguiente, los toques fuertes en la puerta me despertaron. Giré sobre mi misma, quedando boca arriba, y me quejé por el sol que invadía la habitación y por el ruido estridente. Abrí los ojos, bastante renuente debido a lo cansada que estaba, y me vi sola en la cama. Entré en razón cuando volvieron a tocar la puerta y, con dificultad, ya que no había lugar que no me doliera, fui a abrir envuelta en las sábanas.

—Buenos días. —Saludé a la mujer de afuera, un poco desorientada.

—¿Buenos días? Querrás decir buenas tardes. —Me corrigió.

—Lo siento, no sé que hora es. —Me disculpé al ver que no estaba de muy buen humor.

—¿No tienes pensado irte hoy? —Me preguntó resoplando.

—¡Oh! Sí, claro que sí.

—La hora acordada para salir eran las ocho de las mañana y ya son las cuatro de la tarde.

—¡¿Qué?! —Me sorprendí. Era la primera vez en mi vida que dormía tanto.

—Debes pagar las horas de más antes de irte, ¿entendido? —Reprendió.

—Sí, por supuesto —Acepté de inmediato para no enojarla más—. Por cierto —Me atreví a detenerla cuando iba a irse—... el chico que estaba conmigo...

—Se fue como a las once, y no pagó. —Dijo, mostrando cuales eran sus preocupaciones.

—Ya veo. —Murmuré.

—Si fuiste abandonada, no te preocupes por ir tras él y busca a alguien mejor. —Aconsejó de mala gana y se marchó.

Cerré la puerta y me quedé de pie un momento, aceptando que, efectivamente, había sido abandonada. Para ser honesta, no me sorprendía del todo, pero sí sentí un mal sabor de boca cuando recuperé mis cinco sentidos y me di cuenta de que tuve mi primera vez borracha, en un motel y con un chico que escapó en la mañana.

Suspiré, revolví mi cabello y me senté en la cama, viendo el desastre que era la habitación. Mi ropa y zapatos estaban en el suelo, junto con algunas almohadas y el edredón. Olía a sexo y eso me hizo tener de vuelta algunos recuerdos. Volví a suspirar cubriendo mi cara y escuché mi móvil sonar en algún lugar que no pude localizar de inmediato. Rebusqué un poco por las cosas en el piso y encontré mi volso debajo de una almohada. Saqué mi celular y la llamada se había perdido. Cuando lo desbloqueé, vi en mis notificaciones que tenía cuarenta mensajes no leídos y veinte llamadas perdidas.

Antes de que pudiera asustarme correctamente por eso, mi teléfono volvió a sonar y lo tomé de inmediato cuando vi que era Sophía.

—¿Hola? —Respondí.

—¡¿Dónde demonios estás?! —Gritó y tuve que apartar el teléfono de mi oreja.

—En un motel. —Suspiré.

—¡¿Qué?! ¡¿Un motel?!

—Sí —Dije con calma—. Cuando llegue a casa te lo cuento todo.

—¿Estás bien? —Se calmó un poco.

—Estoy bien, no te preocupes.

—Bien —Suspiró, como soltando una carga—. ¡Entonces más te vale que la razón por la que me mentiste sea buena! —Amenazó y ya comenzaba a tener dolor de cabeza.

—De acuerdo. —Asentí.

—¡Te veo en una hora! —Dijo y colgó.

Sin darme tiempo a autocompadecerme, me levanté y fui directo al baño. Me dí una ducha viendo más de cerca todas y cada una de las marcas que ese idiota me dejó y salí rápidamente para vestirme. Miré el vestido corto y escotado junto a los tacones y sentí que mi suerte era la peor. Siendo optimista, llamé a recepción con el teléfono a un lado de la cama y pregunté si era posible para ellos conseguirme algo de ropa. De poca gana, la mujer al teléfono dijo que sí y en diez minutos subió y me dió la ropa, diciendo que al irme también debía pagar por eso. Asentí y rápidamente entré y me puse el pullover blanco con dos tallas de más junto con el pantalón negro y las pantuflas de goma. Peiné mi cabello de forma superficial y recogí mis cosas para salir.

Pagué el dinero que debía, el cual no fue poco, y rápidamente me subí a un taxi para ir a casa. Cuando llegué a mi condominio, eran como las seis de la tarde. Abrí la puerta de mi departamento y Sofi me saltó en sima de inmediato.

—¡Me tenías muy preocupada! —Me abrazó.

—Lo siento. —Me disculpé sinceramente y correspondí su abrazo, soltando todas las cosas que tenía en las manos.

—¿Qué rayos pasó? —Preguntó mirando directo a mis ojos y, antes de que abriera la boca, me jaló hasta el mueble— Ven aquí y cuéntame todo.

Tal como quería, me senté junto a ella y le conté todo. Sus expresiones cambiaron a medida que la conversación avanzaba y lo único que quedó al final fue un gran enojo.

—¿Se fue? —No podía creerlo.

—Sí. —Asentí y me paré para prepararme algo de comer cuando vi que necesitaba tiempo para asimilar todo.

—No sé si estoy más sorprendida de que tuviste sexo o de que lo hicieras con Máximo.

—Bueno, yo también estoy sorprendida. —Estuve de acuerdo, sacando las cosas del refri para prepararme un sándwich.

—¡Estoy más molesta que sorprendida! —Gritó— ¡¿Cómo pudo solo irse en la mañana cuando lo ayudaste y luego hizo lo que hizo?!

—No te alteres —Intenté relajarla—. Sabemos cómo es Máximo. Además, puede que sea lo mejor. No es como si yo quisiera estar en una relación con él o algo por el estilo. Fue solo sexo, ya está. No hay por qué hacerlo complicado. —Dije, tirándome de nuevo a su lado y dándole una mordida a mi sándwich.

—No puedo creer que estoy escuchando eso de tí —Parecía impactada—. ¿La chica estudiosa y alérgica a las fiestas dice con total desinterés que la noche de su primera vez fue solo sexo y listo?

—Bueno —Bajé el sándwich atorado en mi garganta con un poco de jugo de manzana—, dejémoslo pasar ya que fue mi primera vez errando. —Le sonreí.

—En eso tienes razón —Suspiró y vi que sus expresiones duras se relajaron—. Pero nunca más vuelvas a mentirme, ¿entendido?

—Entendido. —Dije dándole un saludo militar. Ella me empujó suave y nos reímos.

—Hay que tener cuidado con tus metidas de pata, son más impactantes que las mías —Se burló y reviré los ojos—. Al menos usaste protección, ¿cierto? —Su pregunta no fue en serio, fue como... cuando te cuestionan por mera rutina. Pero eso hizo que parara de comer y me quedara congelada.

¡¿Cómo pude haberlo olvidado?! ¡Era absurdo, estúpido y preocupante que se me haya pasado algo tan importante! ¡¿Dónde demonios tenía la cabeza?!

—Tienes que estar bromeando. —Murmuró al encontrar la respuesta a su pregunta en mi cara de espanto— ¡Tienes que estar jodidamente bromeando! —Gritó, saltando del sofá.

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