Más que la distancia
Intento hallarte en el mar de rostros que acaban de cruzar la puerta corrediza de cristal, es la quinta horda desde que estoy aquí y sigo sin divisar un solo rastro tuyo.
Me muerdo las uñas, doy vuelta sobre mis talones y flexiono los pies dando pequeños saltos, esto es una tortura insoportable para mí, las palmas me sudan, tengo el pulso acelerado, siento mi estómago hundirse y la copiosa necesidad de salir huyendo en cualquier momento. Pero contengo ese impulso, junto con las náuseas, esperando. He esperado demasiado como para irme tan cerca de lograrlo, así que me pongo los auriculares, presiono Play y al escuchar esos acordes tan familiares para mí y tu voz llenando mis oídos puedo respirar de nuevo.
Pienso en todo lo que hemos tenido que pasar para llegar a este preciso instante, incluso antes de comenzar a conocernos, un año y una semana atrás para ser exactos, pues las historias en verdad suelen comenzar antes de eso.
Pienso en cuando éramos dos niños asustados a quienes nos hicieron sentir que lo diferente no tiene dónde encajar, sin saber que había alguien del otro lado del mundo que sentía exactamente lo mismo; cuando vencimos esos mismos miedos en solitario y encontramos confort en las cosas que ahora nos apasionan y por las cuales es difícil pelear sobre que música escuchar o que película poner; cuando nos rompieron el corazón por primera vez y descubrimos que las palabras, el arte y una buena melodía son capaces de transformar el dolor en algo memorable, y crecimos y tomamos decisiones que creímos incorrectas, pero que en realidad solo eran partes de los rebuscados bucles en el camino de la vida; en cuando avalanchas de pesar tocaron sin piedad a nuestras puertas, pero los techos y muros resistieron, resistieron y resistieron y cuando fuimos arrojados a los brazos de otras personas y nos vimos obligados a cortar lazos sin entender porque tenía que ser así.
Pienso en cuando nos sacudimos el polvo de la ropa y seguimos caminando con la promesa de que el sol siempre volverá a brillar. Y entonces... entonces nos encontramos, entre tantas posibilidades, millones, los creadores del código meta jamás soñaron con que funcionara de forma tan perfecta.
¿Lo supimos entonces?
Quizás fue complicado entenderlo en un principio, cuando se interponía entre nosotros una distancia de más de 4,000km y nuestra única conexión podía darse casi de forma exclusiva a través de una pantalla, pero sé que algo en el fondo nos lo susurraba, suave y casi imperceptible, pero lo hacía, yo te ví y tú me viste y agradezco al cielo porque hayas tomado la primera oportunidad para presentarte, porque de ahí en adelante, la cosa no hizo más que aclararse cuál agua cristalina.
Y pronto nos vimos envueltos en una bruma de magia incontenible, charlas interminables hasta el amanecer como un par de adolescentes despiertos en la clandestinidad, el descubrir palabras que nunca había escuchado colándose en mi vocabulario cotidiano, junto con la suave textura de tu voz, replanteándome si a caso era posible sentir tanta atracción hacia alguien que nunca había visto en persona, ni tocado, pero que parecía puesto en mi camino a propósito, soltando las respuestas correctas y las frases que siempre había querido escuchar.
Temí que al igual que otras veces, todo estuviera en mi mente, pero me prometí que llegado el momento en que no pudiera ocultarlo más solo lo confesaría, después de todo, no lo estaba buscando, no había nada que perder, y cuál fue mi sorpresa que te adelantaste a mis planes, dejándome perpleja.
Entonces me permití sumergirme en tí, cada lunes y cada jueves después de la universidad, las primeras veces con el corazón desbordado, rezando porque un mal ángulo no te apartara de mí, anotando en mi mente temas para que el silencio no nos engullera, pero pronto eso dejó de ser necesario, porque la conversación siempre fluía y si no, estar callados jamás fue algo incómodo, sino todo lo contrario, a sabiendas de que estábamos construyendo una intimidad inigualable, imposible de alcanzar con otro ser humano.
Ser creativos para mantener la chispa encendida tampoco fue un problema, sin esfuerzos, solo navegando juntos en territorio desconocido desterramos la palabra aburrimiento de nuestra sala de chat, se convirtió en una relación tan viva y picante como la de cualquier otra pareja, mucho más que la mayoría de las que conozco.
Prometí estar contigo cuando las cosas se tornaron difíciles y has sostenido mi mano cuando más lo he necesitado, dándome más ternura, comprensión y el aliento que cualquiera que me haya conocido con la posibilidad de mirarme a los ojos sin intermediarios, te volviste parte de mi rutina, cómplice de mis aventuras y mi esporádica rebeldía, mi confidente, interlocutor de enormes debates para cambiar el mundo y los más divertidos de los cotilleos, terapeuta furtivo, ídolo. Aprender se puede incluso mientras estás ocupado amando, y no necesitamos discutir cuando no nos entendemos, porque sabemos que la clave está en escuchar al otro y lo que necesita, lo que necesitamos los dos. Eres mi apuesta más segura, porque siempre he sabido que incluso si las cosas no salen como las hemos planeado, la vista desde aquí lo vale por completo, ojalá sí la tengamos para siempre.
En este año hemos vivido momentos históricos juntos, nos hemos emocionado y reído y llorado también, dándonos ánimo cada que un nuevo reto se nos presenta, de pronto, me he sorprendido contándole nuestra historia a la gente más insospechada, desconocidos, amigos y familia, porque te has deslizado en mi mundo con la facilidad del agua sobre mi piel cada mañana que me despierto cantando en la regadera, cartas de mi puño y letra y obsequios han dado la vuelta al globo para llegar a tus manos o las mías con perfume impregnado para sabernos más cerca, hemos probado la comida típica del otro, intercambiado dichos y anécdotas, hay números y símbolos que cobraron un significado diferente gracias a ti y nunca me canso de encontrar nuevas coincidencias, de saber en qué discrepamos, de hacer planes para cumplir nuestros sueños y metas, ha pasado un año y yo sé que ni pasando mil más me cansaría de ti, porque siempre quiero más.
Sé que explicarle al resto, no siempre es tarea fácil, hemos tenido suerte con nuestros amigos que nos han acompañado en cada paso, en cada idea para sorprender al otro, y las personas que nos importan, si no lo han hecho, tarde o temprano lo comprobarán, que estamos hechos el uno para el otro, no hay dudas. Y es que, para muchos, la distancia y el tiempo habrían sido un gran problema, se necesita de un carácter muy especial y una historia de vida peculiar, para sortear las inclemencias del tipo de amor que elegimos, quizás somos los últimos románticos de nuestros tiempos, porque cuando las palabras se agotan, cuando se necesita un abrazo y cuando se desea la presencia del otro tanto como el agua para beber, a veces no hay mucho que hacer, pero hemos encontrado formas muy bellas de resolverlo, y entonces el espacio que nos separa no representa en lo absoluto un obstáculo, es una oportunidad más para profundizar lo que sentimos, para crecer y para cultivar nuestra paciencia. Porque sabemos, sabemos que esperar solo es el trámite, antes de cobrar una eternidad a tu lado.
Por todo eso y más, cuando la canción finaliza, y con la mirada perdida, me encuentro con tu rostro al final de una nueva muchedumbre, y veo casi que por casualidad tus ojos posados en mí y se empieza a asomar por la comisura de tus labios esa sonrisa de niño que tanto tiempo he estado memorizando, me quedo por un momento, paralizada.
Llevas una mochila al hombro y llevas arrastrando una maleta pequeña que tienes que soltar porque me ves correr directo a ti.
Cierro los ojos antes del impacto y me aferro a tí, sintiendo tu brazos rodearme, por fin, envuelta en ellos relajo mis músculos, saboreo el momento, aspiro tu aroma, loción y tu propia esencia, siento como me estrechas contra tu pecho y escondes tu rostro en mi cabello con alivio.
—Preciosa —me murmuras al oído a modo de saludo, pero también porque puedes sentir como he comenzado a sollozar con las emociones a flor de piel.
—Eres tú, eres tú, eres tú —es lo único que consigo articular.
—Soy yo, preciosa, soy yo, por fin —suspiras acariciando mis brazos, como cerciorándote de que no me voy a desvanecer de un momento a otro —déjame verte ¿sí? —me pides separándote a penas unos cuantos centímetros de mi y acogiendo mi mejilla con una mano y mi cintura con la otra.
Termino por ceder y alzo temerosa la mirada solo para comprobar que tus hermosos ojos también están llorosos y sonrío, me limpias las lágrimas con el pulgar en un gesto delicado, y ríes entre dientes.
—Hola —saludas con dulzura.
Pero mi respuesta no llega, al menos no en forma de palabras, porque sin poder creer mi propio atrevimiento, no puedo resistirlo más, me alzó de puntas y enredo mis brazos en tu cuello para tener un mejor soporte y así poder estampar mis labios contra los tuyos esperando que no se resistan, y no lo hacen, son cálidos, gruesos, con aliento sabor a menta, y me devuelven el beso con intensidad, imponiendo un nuevo ritmo, no más rápido, no más lento, solo algo que no había probado nunca, como si me hubiera privado del chocolate más delicioso toda mi vida, como si quisieras transmitir con ese primer beso, el anhelo que sentimos durante más de un año, lo siento, puedo sentirlo, es perfecto.
Hay fuegos artificiales a nuestro alrededor, pero la pequeña burbuja que hizo desaparecer el mundo entero por unos segundos, desaparece cuando alguien aplaude y vitorea a lo lejos, nos separamos algo avergonzados, pero esa emoción se desvanece al mirar al otro y solo podemos reír.
Nos volvemos a abrazar y a besar para salir del aeropuerto camino al taxi entre charla trivial, la fila de espera nos permite mejorar la recién adquirida técnica y emprendemos el viaje, el primero de muchos, el viaje del resto de nuestras vidas.
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