Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4

La señora Carmina había pasado a comprar flores. 

Aún no estaba segura del porqué. Pero le parecía justa una pequeña ofrenda de paz a fuese quien fuese el individuo atropellado por su propio hijo. 

Ya se había enterado acerca del accidente y lo lamentaba terriblemente, pero se alegraba de no haberse dejado vencer por la angustia como su marido, quien padeció un repentino desmayo aquel mismo día en que se enteró de la noticia. Ahora se encontraba mejor, gracias a todos los cielos, pero le causaba gran impresión que su esposo reaccionara de esa forma, sobre todo al saber que Franz era el que había salido ileso en toda la situación.

Preguntó amable en recepción acerca de la locación del paciente con trato especial —ya que Orsino corría con todas las cuentas médicas del sujeto atropellado—, típico de él, siempre haciendo de buen samaritano. Orsino era demasiado bueno para su propio bien... afortunado era de tenerla como esposa, uno de los dos debía tener siempre los ojos bien abiertos. 

Caminó hasta la habitación 302 del segundo piso. Abrió la puerta con mesura y se introdujo dentro del cuarto. Le habían dicho que el paciente seguía dormido, por lo que entrar, dejar las flores en la mesita junto con una tarjeta y retirarse con sigilo le parecía el plan perfecto.

No obstante... sus ojos se toparon con otros cuatro. 

Por un momento pensó que se trataba de alguna broma de mal gusto. 

Esto no podía ser una simple casualidad.

¿Ada?

¿Qué hacía ella allí?

¿Y... Franz?

Este se encontraba junto a ella y ambos la observaban con ojos atónitos, igual que ella a ellos.

—¿Ada? —intentó fingir una sonrisa mas no estaba preparada para esto—. ¿Qué haces aquí?

La chiquilla tensó la comisura de sus labios, al parecer, intentando formar también una sonrisa... con más o menos el mismo poco éxito que Carmina.

—Ya sabe, recuperándome de las lesiones provocadas por el auto que me pasó encima —dijo fijando sus ojos en Franz con un leve tono burlesco que no pasó desapercibido a los oídos de la mujer. 

Aunque una cosa estaba clara,

ellos aún no sabían que eran... hermanastros. 

No había forma de que lo supieran. 

Lo mejor sería que se quedara de esa forma, si esa pequeña arpía se enteraba que su hijo era su medio hermano legal —hijo adoptado por Orsino su padre— se le tiraría al cuello pidiendo quién sabe cuántas compensaciones monetarias a cambio de los perjuicios sufridos por un pequeño descuido de su hijo.  

¿Sería posible que esa mocosa contactara a Franz con este objetivo?

O peor... se había enterado de la herencia que su esposo tenía pensada para su hijo. Y ahora esa pequeña intrusa deseaba una parte.

Esto no se podía quedar así. A esta niñata tenía que dejarla inhabilitada y fuera de juego lo más pronto posible.

—No estaba segura de qué traer, así que compré unas flores —anunció Carmina mostrando un ramillete de margaritas pequeño.

—Gracias... puede llevárselas de vuelta si quiere —dijo Ada, haciendo que la mandíbula de Carmina se cayera en sorpresa. El rostro de la muchacha estaba lleno de desafío. Había odiado a esa mujer desde que la conoció y no tenía intenciones de ocultarlo—. Odio las flores, ¿qué puedo hacer? Traiga sandwich de milanesa para la próxima.

—Lo tendré en cuenta... si es que tengo intenciones de visitarte nuevamente —Carmina lució una perfecta sonrisa llena de falsedad mientras se acercaba a la joven. Abandonó las flores sobre sus pies y se acercó hasta su hijo.

Carmina tenía un plan.

—Querido, ¿cómo estás? —le preguntó a Franz mientras le daba un abrazo rápido por sobre los hombros.

—¿Se conocen? —preguntó Ada sin poder tragarse la curiosidad.

Carmina dio unas cortas carcajadas, cubriendo su boca con el dorso de su mano de manera elegante.

—¿Como no voy a conocer a mi propio hijo?

Ada le observa con un renovado juicio. Franz es...

hijo de Orsino,

su padre.

El asombro casi no le cabe en el cuerpo. 

—Así que, ¿él es... tu hijo? —preguntó la joven disimulando las ganas de salir corriendo. Conocer al otro hijo de su padre, por alguna extraña razón, le estaba afectando más de lo que debería. Carmina estaba ganando. Fue una buena jugada.

—Por supuesto —Carmina observaba a Franz con un cariño excesivo. Había cambiado de táctica de un segundo a otro y no se arrepentía. ¿Cómo no lo había visto antes? La aparición del heredero e hijo legítimo de Orsino no era más que una completa amenaza a los ojos de la muchacha que corría feroz a la meta hacia una herencia jugosa pensando ser la única heredera. Já, ni en sus sueños—. Franz... Del'Vecchio.

Ada no lograba pronunciar palabra ni pensar con la suficiente claridad, víctima de su asombro. 

Su padre tenía una familia muy bien constituida. Ella ni siquiera era la única hija. Franz era su hermano por parte de padre. 

Su padre tenía una familia. 

Ella no. Ada tenía a su madre... y una vez muerta, su familia se había desvanecido como evaporada en dirección a las nubes. No había nada para ella allí. Nunca lo hubo y quizás,

Quizás esa decepción creciendo en su pecho no era más que la confirmación de que, por un segundo, por un breve segundo, deseó más. ¿Un padre? ¿Acaso deseó un padre? ¿Un lugar al cual pertenecer? 

Quizás

Después de todo... la vida era solitaria a veces. 

Pero ahora, con un hijo y una esposa y su padre con ellos, Ada no era más que un mal chiste.

Carmina sonreía satisfecha por la reacción de la contraria.

—¿Sucede algo?

—Entonces él es... hijo de —la chica puso su máximo esfuerzo para terminar su pregunta. Pero no pudo. La lengua le pesaba y la sentía pastosa y seca.

La mujer sonrió con verdaderas ganas, ensanchándola aún más.

—Hijo legítimo de Orsino, mi esposo... y tu padre, claro —lo último parecía escupido con asco, visible desde cualquier ángulo. 

Aunque,

Franz no era exactamente el hijo más legítimo de Orsino. Adoptado desde edad temprana, sí, pero... no consanguíneo. La única con poder contar con tal victoria era

esa muchacha.

De repente sintió como su hijo se removía en su posición negando lo dicho por su madre, negando rotundo con la cabeza, tanto así, que Carmina temió que Ada notara aquello y pusiera en duda lo que con tanto esfuerzo había logrado entretejer en esa joven e ingenua cabeza.

Hizo lo primero que vino a su mente. El taco de su zapato se estampó con fuerza en el calzado de Franz, quien ahogó un grito lo mejor que pudo, colocando sus manos sobre sus labios y presionando con fuerza el uno contra el otro.

—Veo que no lo sabías querida —la mujer se aproximó hasta Ada y le tocó una mejilla con falsa amabilidad—, pero no te pongas así. Lo mejor será... —que te vayas al lugar de donde saliste y no regreses.

Franz, adivinando el pensamiento pernicioso de su madre, y ya cansado de sus mentiras, decidió silenciarla cubriendo la boca de Carmina con su mano.

Ada levantó el rostro por primera vez desde que recibió el golpe de esta nueva revelación y observó con fijeza a ambos sujetos frente a ella.

Franz caminó en dirección a la salida aún manteniendo agarrada a su madre con sus manos por sobre los labios de esta. Justo antes de cruzar la puerta y con su madre luchando contra su agarre, realizó una pequeña reverencia con la cabeza, despidiéndose.

Una vez fuera soltó a su madre con hastío. Qué mujer más desagradable. Para su madre todo era dinero. Nada estaba por sobre este, así que encontrado un nuevo obstáculo en su camino por la riqueza ya se podía ver como recargaba los rifles y las metralletas. Compadecía a la chica, en serio lo hacía.

... Es por esto que no quería regresar.

Piensa, viendo a su madre por el rabillo del ojo.

***

Ada llevó la cabeza hacia atrás e inspiró hondo. 

¿Cuándo había comenzado todo esto? 

Sucedió todo tan deprisa que no tenía ni idea en qué estaba metida. De la nada y de repente aparecía su padre, una madrastra horripilante y un medio hermano mudo. Es decir... ¿a cuántas personas en el mundo les pasaba esto en algún momento de sus vidas?

¿A veinte? ¿Diez? ¿Cinco quizás?

Ahora que sabía del pasado de su madre y por qué decidió alejarla de todo esto, gracias a su primera conversación con Orsino (ya que su madre nunca le habló de esta situación), todo hacía mucho más sentido. 

Mamá ayudaba en la limpieza de la mansión principal, una invisible más entre los cientos y cientos de otros sirvientes dispuestos a trabajar con la familia Del'vecchio. Pero es allí cuando pasó...

Mamá conoció a Orsino. Y a pesar de la resistencia de ambos debido a sus distintas posiciones, terminaron enamorándose, relación que terminó en Ada: una hija del todo inesperada.

Orsino quería criarla como su futura heredera, mantenerla junto con él y su madre. Todos viviendo en mansiones, viajes alrededor del mundo, lujos por doquier. Pero... la alegría no duró más allá de esas simples fantasías; los dueños de la compañía estaban amenazándola secretamente con dañar a su hija y a ella misma si es que no se decidía por irse y desaparecer de la vida de Orsino —quien en esos tiempos era el futuro heredero— para siempre. 

Mamá vio a la familia Del'vecchio por lo que era: una mafia.

Dadas las circunstancias, su madre no tenía más opción que desaparecer junto con Ada hasta el fin de sus días, ocultándose en uno y otro lugar, siempre evitando a Orsino quién pasado los años aún seguía buscándola con desesperación. Jamás tuvo en cuenta siquiera su propia salud. Jamás pensó en dejar a su hija conocer a su propio padre, siquiera darle la oportunidad de incluirla en la familia Del'vecchio. 

Fuese lo que fuese lo que haya vivido con esta familia fue lo suficiente como para hacerla correr de ella durante una vida entera. Claramente lo que estaba pasando estaba del todo fuera de los planes que su misma progenitora había trazado... de principio, jamás contó con su propia muerte.

Ahora Ada estaba sola y envuelta en la mayor pesadilla de su propia madre.

Y habían dos opciones. 

Confiar que Orsino era el padre que decía ser y quedarse a ver.

O salir corriendo y huir como su madre hizo toda una vida. 

Y no estaba segura,

de cual fuese la correcta.

***

El calendario ya indicaba un par de semanas. 

El tiempo pasó a un ritmo flemático. Odiaba estar aquí dentro de este hospital fastidioso. Gracias a todos los cielos sus heridas ya estaban mucho mejor, las magulladuras todas cicatrizadas, sus piernas caminaban y las costillas moderaron el dolor. Aun dolía al estornudar o reír de forma demasiado vigorosa. Pusieron una de Mr. Bean el otro día y sí, efectivamente, sus costillas casi la matan. Pero sobrevivió, estaba orgullosa de ella misma por haberlo logrado, no solo a la película pero a toda su estancia en el hórrido hospital. 

Recibió varias visitas durante ese tiempo. La señora Ana, la de su estancia, vino y le contó sobre Franz y su determinación de querer salvarla. Tiene que admitir que no le creyó ni una sola palabra, ¿cómo tanta desesperación si estando en el hospital no le había visitado ni una sola vez? De seguro fue la adrenalina o el miedo a alguna repercusión legal. Quiso reír con ganas esa vez. Pero no lo hizo... por las costillas, claro.

Orsino también la visitó, y para sorpresa de todos, lo hizo todos los días, cada tarde a la misma hora para almorzar juntos viendo televisión. Ambos resultaron ser fanáticos de una serie de comedia sobre unos amigos, la cual terminaban viendo durante cada visita. A ambos les gustaba el boxeo, el chocolate, los sándwiches de milanesa y el jugo de naranja. Odiaban la hipocresía, los juegos de mesa, las pasas y la leche descremada. Tenían algunas cosas en común. Pero no fue fácil al principio, una vida de ausencia seguía siendo reprochable, por eso tratar a Orsino como un ser humano fue todo un desafío. Y aún lo era de vez en cuando. Ponerle cara a un padre inexistente era una tarea de décadas, pero ponerle humanidad a Orsino, tal y como si fuese un amigo olvidado y distante, era una tarea ineludible a estas alturas.

Era imposible no ver que el viejo era... divertido. Era amable y contaba todo tipo de historias con remates de lo más divertidos. Tenía unas gesticulaciones flojas y una cadencia medio lenta al hablar. Siempre se perfumaba con unos aromas que le recordaban a la leña, miel y un día soleado. 

Orsino, de a poco, y sin darse cuenta, se había vuelto un inevitable. Un imán en su dirección, inexorable. Su presencia era discreta y afable. Y de a poco, conforme los días transcurrían la hora con Orsino se volvía una de sus partes más ansiadas. Una hora que se iba entre chistes y risas y bromas pesadas. 

Entre aromas a hospital con toques a leña y miel. 

Entre colores que abandonaban los blancos sanatorios para recibir un caoba similar al de un hogar.


Y entonces, también conoció a Emiliano, ese leal mayordomo que callaba la mayor parte del tiempo y siempre le rehuía al contacto físico, por ello eso de agarrarle del cuello y alborotarle los cabellos con ímpetu era un deber del cual Ada ni titubeó en tomar como suyo. 

Ese último día de hospital cerró la puerta de su habitación tras ella, vestida con su ropa abandonando, por fin, la bata de hospital sobre la cama. Caminó lento por el pasillo del hospital hacia la salida, entretanto recibía una que otra despedida de otros pacientes o doctores. 

—Señorita —dijo Emiliano saludándole unos metros más adelante con una inclinación respetuosa—, buenos días.

—¡Emme! —Ada corrió hasta posicionarse junto al mayordomo en la recepción— ¿Cuantas veces tengo que decirte que no es necesaria tanta formalidad cuando estés conmigo, eh? —sonrió dándole un amistoso golpecito en el brazo, que el otro individuo omitió monumentalmente— ¿Qué haces aquí?

—Vengo a llevarla.

—¿A mi casa?

Emme sintió un brote de nervios que se vio en el exterior durante la extensión de un cuarto de segundo. 

Ada lo notó porque pestañeó tres veces seguidas.


Algo ocultaba.


—Sígame por favor —dijo antes de darle la espalda y caminar alejándose de ella.

—Pero la puerta es ésta —exclamó la chica señalando la salida.

—Sí, así es... pero —Emiliano se tomó su tiempo para elegir de manera sabia sus palabras— por aquí se llega a los jardines traseros del hospital, allí nos espera una limusina o, si no lo desea, hay una parada de autobús cerca, a unas pocas cuadras, que la dejará en el hostal donde reside.

Ada se encogió de hombros, decidiendo seguirle, ningún mal le acarrearía tomar una limusina hasta el hostal. Solo sería 



¿Más emocionante? ¿Una breve aventura antes de llegar a casa? No estaba segura.




Caminó hacia una puerta color crema que Emme mantuvo abierta para ella, la traspasó y siguió por la senda. Parecía una clase de pasadizo secreto, de esos que salen en las películas o la televisión.

—¿Seguro que esto lleva a los jardines traseros? 

—Por completo, démonos prisa. El chofer debe estar esperándonos con impaciencia.

Súbitamente una puerta se divisó en el horizonte. Cuando la alcanzaron, cruzaron por ella y Ada vió...

No estaba segura de lo que estaba viendo, pero una cosa era obvia, no eran jardines.

—¿Y la limusina?

—Falta poco señorita —advirtió el mayordomo con voz mecánica.


Se asemejaba al interior de una casa, pero mucho mas lujosa, como al de las imágenes de un hotel de siete estrellas, de un volante que le dieron hace un tiempo.

Los ojos de Ada iban de un lado a otro, descubriendo y maravillándose. La araña de luz era preciosa, jamás había visto una. Había un aroma a flores y fresco bañando todo el lugar. Hasta la alfombra que pisaba se le antojaba que valía millones, decidió disfrutar cada paso, ya que luego se iría.

Se aproximaron a otra puerta, esta era distinta, era de madera pintada en oro brillante con un montón de detalles, de seguro, hechos a mano. Quiso tocarla para sentir su textura, pero antes de siquiera acercar las yemas de los dedos.

Se detuvo.

No podía ser tan tan estúpida. Esto tenía que ser...

una trampa.


Pero ya era demasiado tarde.

Emme ya estaba dando pequeños golpecitos para que se les permitiera el acceso desde adentro.


—Entre —ordenó con voz reposada mirando el rostro extrañado de Ada.


Ya era demasiado tarde.

Fuese lo que fuese había mordido el anzuelo. No sabía de qué se trataba todo esto. 

Una voz en su mente le gritaba que huyese. Las piernas se preparaban con una inyección de adrelina que le alcanzó hasta la punta de los dedos de los pies.

La puerta se abrió. 

Adentro,


un gran salón. 


El techo lucía un fresco con una temática parecida a la de Miguel Ángel en la capilla sixtina. 

Los bordes hechos de oro. 

Las paredes eran de un vigoroso rojo rey. 


Y al centro

unas sillas alrededor de una mesa larga y enorme donde tres personas le miraban con insistencia. 

Una de ellas era Orsino.

Franz. 

Y esa horrible mujer. 



Orsino fue el primero en cortar el hondo silencio, medio alentado por sentimientos de puro alivio. Por fin. La tan ansiada conversación con ambos herederos. 

Llegó el momento de cambiar del todo las reglas del juego.

—Te esperábamos.






Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro