Capítulo 3
—¡Y en este rincón! —hace una pausa mientras ve crecer el enardecimiento del público— ¡El espectro azul! ¡Con 80 kilos de peso y un historial casi repleto de victorias! —la multitud acalorada en excitación aplaudía, gritaba y saltaba a favor de un individuo vestido de azul del cuello para abajo y dos pequeños cuernos en la cabeza —. ¡En este otro rincón tenemos a Biiiiig... gun, con más de 100 kilos de puro músculo y una lista completa de oponentes inválidos o medio muertos! —nuevamente la respuesta del público en apoyo al sujeto con una apretada malla dorada y negra, cabellos rubios y músculos enormes, fornidos y macizos no se se hizo esperar ni un segundo.
La gente al poco tiempo inició a pedir con un vigoroso:
"¡Sangre, sangre, sangre!"
El presentador les dió la mano a ambos contendores y se bajó de un salto del ring. Miró hacia atrás un segundo apreciando uno de los saltos de Big Gun el cual tenía la intención de pulverizar al otro con su peso. Poco después volteó haciéndose un espacio entre la multitud y recorriendo en ágiles trancos hasta unas escaleras que subió sin más preámbulos.
Un pequeño grabado en oro con las letras Salón VIP en ella, indicaba hacia dónde se dirigía. Saludó amable a las distintas personas que se detenían a verle. Pasó sus manos por su impecable frac color blanco justo antes de proseguir su camino hasta una elegante mesa llena de singulares individuos, todos ellos miraban por el inmenso balcón recubierto con grueso vidrio polarizado, para así evitar el bullicio ensordecedor de la multitud del piso inferior y asi disfrutar de la pelea con toda la calma posible.
—¿Y qué tal la pelea muchachos? —dijo el recién llegado, tomando posesión de un asiento.
Los cuatro jóvenes se voltearon recibiéndole con una sonrisa y contestando con pequeños gritos y gestos de emoción. Habían dos muchachos y otras dos chicas, una de ellas se acercó con disimulo donde el joven y colocó con suavidad su mano sobre la pierna del otro.
—¿Y qué les parece? Buenísimo, ¿no? —preguntó el presentador adornando su rostro con una sonrisa de oreja a oreja, casi con un controlado y escondido orgullo.
—Me parece increíble... jamás había visto algo parecido en mi vida —respondió la chica que se encontraba íntimamente cercana a su interlocutor.
—Cierto... déjame decirte Carlo, que tú y tu padre han hecho una tremenda inversión —reconoció uno de los presentes. Era alto, pelo corto color castaño claro y unos enormes ojos azules que adornaban como diamantes su rostro.
—Es cierto Martín —pronunció con un sigiloso orgullo desbordando de cada letra—, y pensar que todo este lugar era una verdadera chatarra hasta hace solo un año. En cuanto a mi padre, podría decirse que fue mi mayor auspiciador, pero, ya sabes, y lo digo con toda la humildad de la que puedo hacer uso, el de la idea fui yo —dice mientras ríe, guiña un ojo y lleva su dedo índice hasta la sien dando golpecitos en son de "pura inteligencia en esta cabeza".
El presentador colocó un brazo por sobre los hombros de la chica a su lado, quien le recibió de lo más contenta, luego sacó una cajetilla de cigarrillos del bolsillo de su pantalón, tomó uno y le ofreció al grupo. Todos rechazaron, por lo que preguntó cortésmente si les molestaba, todos negaron al instante y prendió su cigarro sin hacerse esperar mucho más.
—¿Y cómo lo convenciste para hacértelas de un lugar así? —preguntó el otro chico de nombre Gustave, quien miraba concentrado la pelea sostenida en el piso de abajo. Sus facciones formaron una infantil mueca de dolor— uuh... eso debió doler, ese espectro azul no tendrá piernas para caminar después de esto, estoy seguro.
Carlo se rió socarronamente del comentario de su amigo. Subió el brazo haciendo una seña a uno de los meseros mientras preguntaba a los demás que deseaban para beber. Él mismo pidió un whisky a las rocas, las chicas un mojito, y los muchachos unos chupitos de vodka.
—Pues —dijo respondiendo al cuestionamiento de su amigo— le dije los "pro" de invertir en un lugar como este... y oculté los "contra" bajo la alfombra —dijo aún sonriendo. Miró a la chica a su lado para guiñarle un ojo.
—¿Y hace cuanto dijiste que se inauguró este lugar? —preguntó la joven llamada Estella, ubicada en frente de Gustave y al costado de Martín.
—Hace ya... un año —respondió Carlo, botando el humo del cigarro por la boca.
—Pero eso es bastante tiempo. ¿Por qué no nos dijiste de esto antes? —sonó incriminatorio pero en los labios de Martín solo había sonrisas.
—Es cierto —replicó Carlo— pero en mi defensa, ya sabía, más o menos, que todos nos reuniríamos alrededor de esta fecha. Y claro, quería que el lugar de encuentro fuera este.
—O sea que esperaste a invitarnos justo en el momento en que todos estuviéramos en la ciudad —dijo la chica a su lado con los ojos clavados en los contrarios.
El presentador solo afirmó con un tosco movimiento de cabeza.
Segundos después, el camarero trajo las distintas bebidas sobre una bandeja de metal pulido. Cada uno tomó lo que había pedido y Gustave, sin poder acallar una pregunta por más tiempo, se arriesgó.
—¿Pero cómo se te ocurrió hacer un lugar asi, con un ring para peleas en el piso inferior y en el superior un salón con pista de baile, bar libre, comidas y un casino? Es decir, esto es fácil un paraíso pero he de admitir que a mi no se me hubiera ocurrido.
Carlo sonrió satisfecho.
—¿Puedo serte muy sincero? —Gustave afirma enérgico con la cabeza—. Sólo hice una mezcla de lo que me gusta y me entretiene —todos dieron una breve carcajada ante tal sinceridad—. Pero lo cierto es, que las luchas siguen siendo lo más atractivo para mi dentro de todo el lugar —dio una calada a su cigarrillo y alzó la copa —, pero basta de hablar. Quiero proponer un brindis —todos sonrieron en afirmación y alzaron sus copas igualmente —Brindemos, amigos, por el éxito de quienes en un momento se les tachó como perdedores y también por ese largo tiempo sin vernos.
—¡Brindo por eso! —añadió Martín, justo antes de chocar sus copas.
— ¡Hey, Gustave! —exclamó Estella inclinándose por sobre la mesa y chasqueando los dedos en frente del rostro del muchacho que veía concentradísimo la pelea del primer piso— Estamos aquí, ¿sabes?
—Sí, lo sé —admitió con tono de urgencia, como niño en plena batalla de videojuego—. Sólo que la pelea allá abajo está super intensa. ¿Cuanto se supone que deben estar peleando allá adentro? —preguntó indicando con el índice en dirección al ring.
—El tiempo mínimo es de 30 minutos, pero puede variar según el interés del público o el estado de los luchadores —respondió Carlo, antes de beber un sorbo de su whisky—. Y eso que no has visto una pelea de mi luchador estrella.
—¿Te refieres a ese tal "Dasty"? —curioseó Susie, la chica junto a Carlo, sus ojos lucían extrañamente fascinados.
—¿Quién es ese? —preguntó Martín tomando un rápido sorbo de su bebida.
Todos observaron con gran atención en dirección al dueño del lugar, este dió una nueva calada a su cigarrillo disfrutando de todo este renovado interés.
—Cuando la reconstrucción de este lugar estuvo terminado... yo estaba sin un peso. Había utilizado todo el dinero que mi padre me había prestado y pensé que mi proyecto se quedaría a medias. Como, digámoslo sin tapujos, como prácticamente todo lo que hago —sonrió divertido encogiéndo los hombros— pero tuve la maravillosa idea de inaugurar, primeramente, el ring de abajo —indicó con los dedos la planta baja—. Inicié con pancartas y carteles alrededor de toda la ciudad. Puse un puesto en la entrada principal y todo aquél que llegara, lo inscribía y le daba una hora, día y nombre del contrincante. Sin importar el género, el peso, raza, sexualidad o lo que fuese —sus compañeros le miraron asombrados—. Por si no lo sabían chicos, este cuadrilátero es uno de los pocos que ofrece un espectáculo sin distinciones de ningún tipo, si quieres pelear y crees que puedes ganar... estás dentro —dio la última calada a su cigarrillo agregándolo al cenicero con un movimiento rápido de muñeca.
—¿O sea que hombres profesionales de lucha pelean contra enclenques o mujeres? —preguntó Estella con estupor.
—Sí... cualquiera podría pensar que si una mujer de no más de 1,70 de estatura y extremidades largas pero fornidas, de unos 20 años, viene y se inscribe, será más que indudable que se verá derrotada frente a un gigantón con músculos hasta en los dientes... si es que claro, no tiene tanta suerte y obtiene algo peor. ¿No es cierto? —dijo esperando la aprobación de los demás. Todos lo aceptaron como una verdad irrefutable.
—Claro —afirma Estella aun sin creérsela del todo.
—Pues bien, se equivocan... es más, yo también en un inicio lo estaba. Como he dicho, llega esta chica vestida con un polerón gigante, unos jeans todos raídos y cabello corto mientras se hacía llamar a sí misma como Dasty... mi primera impresión fue: Esta chica no durará ni dos segundos allí adentro. Así que decidí hacer la buena acción del día... y le dí un adolescente flacucho de unos 16 años que había llegado un tanto antes que ella como oponente.
"El día de la pelea, dentro de los pocos asistentes que allí habíamos, porque aún no lograbamos demasiada popularidad, todos quedamos con la boca abierta. Le ganó al muchachito sin casi ningún esfuerzo, se movía de un lado al otro del ring, se arrastraba y atacaba por sorpresa al contrincante. No sólo dió una excelente pelea sino que también deslumbró a los asistentes con una performance entretenidísima: los hacía gritar, insultar, saltar. Como una verdadera artista... obviamente, pensé, esto es absurdo. Pero que se repitiera por una segunda vez era el mayor desafío de todos asi que...
Carlo hizo un pequeño gesto con la mano con la intención de que los demás se acercaran hasta él, se inclinó y habló casi como si el tema fuera tabú.
—Decidí probar su talento —murmura—. Asi que le organicé un encuentro con Big-gun.
—¿Te refieres al gigantón que está en el ring ahora mismo? —preguntó Gustave completamente inmerso en la historia.
—Así es, en ese tiempo le conocíamos como el Rompepiernas —el dueño del lugar se irguió de nuevo sobre su puesto, se acercó su vaso, con whisky hasta la mitad, y lo bebió de un trago rápido, haciendo una mueca hacia el final debido al ardor en su garganta.
—¿Y luego qué pasó Carlo? —apresuró Martín. Todos le miraron con reproche...era tan infantil. A pesar de que realmente todos estaban tan entusiasmados con la narración como él.
Carlo rió con ganas. Ver esta clase de reacción en adultos jóvenes no sucedía todos los días, pero comprendió su fascinación, esa chica era un enigma tanto para él, como para los demás.
—Para mi sorpresa y para la de todos los demás, ganó. Hizo gala de sus dotes histriónicos otra vez y entretuvo al público como ningún otro luchador.
—¿Pero como le hace frente a oponentes mucho más fuertes y grandes que ella? —cuestionó Estella.
—Podría decirse que —y lo piensa unos segundos antes de responder— ocupa más que la fuerza bruta para ganar, conoce sobre puntos débiles y tácticas y tiene una agilidad increíble, por otra parte, la misma curiosidad que tienes tú ahora, Estella, es lo que hizo que la gente viniera a los encuentros de Dasty por montones. Cada vez que ella luchaba el lugar se repletaba. Ayudó muchísimo en la popularidad del lugar. Cool- Street estaba en boca de todos. Además gané el suficiente dinero para terminar los arreglos y decoraciones del lugar, también contraté al personal que requería, pagué los préstamos, etcétera.
—Podría decirse que has encontrado a tu gallina de huevos de oro. Te felicito bro —Martín le tendió la mano a su compañero y se estrecharon con gesto afectuoso.
—¿Y cuando podremos ver a la invicta y misteriosa luchadora? —preguntó Gustave, disimulando las ansias.
—Por ahora no, chicos. No he podido contactarme con ella desde hace unos días. Pareciera que se esfumó de la faz de la tierra —dijo Carlo con voz molesta rascándose la nuca con cierto pesar.
—Pero... ¿vendrá, no?
—No lo sé, Susie. Más le vale hacerlo —su ceño se frunció con vehemencia— ya le pagué por adelantado la siguiente temporada —dice y saca otro cigarrillo que enciende mientras pende de sus labios, ante la mirada estupefacta de sus amigos.
***
Ni siquiera abrió los ojos.
De todos modos,
no quería hacerlo.
Hizo un chequeo mental del dolor que sentía a lo largo y ancho de todo su cuerpo.
¿Era posible que te doliera... absolutamente
todo?
Hasta partes que no sabía que podían doler.
Frunció la boca cuando intentó incorporarse,
pero no pudo hacerlo por más que quiso.
Le dolía el pecho, muchísimo. Contó hasta tres y abrió los ojos.
Blanco.
Blanco. Más blanco.
Por lo menos ya sabía donde estaba... una habitación de hospital. No era la primera y de seguro no sería la última ocasión en que se encontraría a sí misma en este sitio. Había unas agujas que le traspasaban la piel, y una maquinita que realizaba un desagradable y entrecortado pitido. Hacia su derecha una bolsa de líquido transparente goteaba entre pausas. Intentó llevar su mano hasta el rostro, le picaba la nariz. Los músculos del brazo no le respondían como era debido y en el intento experimentó una sensación de millones de picadas de alfileres clavándose en sus músculos.
Dejó la tarea sin hacer y se rindió. Su nariz tendrá que esperar.
De a poco procuró recordar cuál era el motivo de que estuviera allí. Sus últimos recuerdos eran junto al lago. Su madre, luego la lluvia, el viento.
Ella caminando...
Un auto.
Ella en medio del camino, incapaz de moverse.
Se siente enferma y a instantes de caer desmayada.
Y de repente...
¡PUM!
Un choque.
Oh, no.
Eso no podía ser bueno. Carlo la iba a matar. ¿Cuánto tiempo uno se demora en recuperarse de un choque? ¿Habrá alguna clase de tiempo estándar? ¿Quizás algún tiempo límite?
Ya empezaba a sentir que le faltaba el oxígeno. ¡Qué estupida fue! Caminar en el bosque, cruzar la carretera toda sola como una gran idiota.
Si la mata Carlo está segura que su madre la remata en el otro lado. Maldita sea.
De repente recuerda respirar como es debido. Inhala hondamente por unos diez segundos y
bueno.
¿Qué más iba a hacer? Como dicen sabiamente por ahí lo hecho hecho está.
Ahora con el espíritu algo más aliviado intentó reclinarse un par de veces pero... no podía hacerlo sola. Tampoco podía rascarse la nariz.
Bien. Todo bien. Pero no quería ni imaginar cuando le dieran ganas de ir al baño.
Repentinamente escuchó como la puerta de su cuarto se abría y cerraba con todo el sigilo posible en cosa de unos segundos. De inmediato notó como unos pasos se acercaban pero era incapaz de ver quien era, estaba acostada en una perfecta línea horizontal, incapaz de ver ni sus propios pies.
—¡Oh! Estás despierta. ¿Cómo te sientes querida? —preguntó una mujer que le sonreía con muchísima amabilidad que también se derramaba como cascada en su voz y cada una de sus palabras. Era la enfermera.
—Siento como si se me hubiese avalanzado un auto a toda velocidad... Oh, espere, eso fue exactamente lo que pasó —respondió Ada con una leve mueca de dolor—. Es la primera vez que me atropellan, ¿sabe? —su rostro cambió a uno preocupado—. ¿He dormido mucho?
—Uno que otro día —dijo, haciendo un ademán con la mano como restándole importancia— no te preocupes.
—Pero es que... no tengo tanto dinero como para...
La enfermera levantó la palma de su mano y la hizo callar.
—Repito, no te preocupes de nada, puede ser dañino para tu salud. Pero cambiando de tema —añadió sonriendo con cariño—. ¿Has dicho que es la primera vez que te pasa algo así?
—Sí, nunca antes me había arrollado un auto —. Afirmó la chica, aún con cierta preocupación.
—Pues has tenido bastante suerte —la enfermera se dirigió a la bolsita con el líquido y lo revisó. Al terminar sonrió y prosiguió— Tienes una que otra costilla rota, eso será doloroso, pero pudo haber sido peor. Tu rodilla se lastimó, te molestará cuando camines, sobre todo los primeros meses. Y uno de tus brazos está lleno de magulladuras, tienes unos cuantos hematomas y una esguince en el tobillo derecho. Gracias a Dios, el joven que te accidentó se preocupó de darte atención inmediata, creo que una de tus costillas estuvo a punto de atravesarte el pulmón.
Ok... Es decir, era malo.
Pero no tan tan malo. Teniendo en cuenta que el peor desarrollo pudo haber sido la muerte. De ser asi se sentía bastante capaz de poder lidiar con uno y otro dolor, después de todo... su trabajo lo requería todo el tiempo.
—¿Quieres que te incline un poco? —preguntó la enfermera con un pequeño control remoto en la mano.
—Si... no creo que pueda estar así por mucho tiempo más.
A los segundos la cama procedía a inclinarse lentamente, Ada no pudo soportarlo y un grito de dolor atravesó la habitación.
—¿Te duele demasiado? —la mujer lucía preocupada y frenó el movimiento.
—Mis... costillas. ¿No será mejor que me las saquen? Duelen mucho.
—Lo mejor será que te traiga algo para el dolor —replicó observando a Ada y su rostro medio deformado luchando contra el suplicio de tener todo el cuerpo severamente dañado—, espérame, no tardo demasiado.
—No te preocupes... no pienso moverme a ningún lado.
La señorita esbozó una sonrisa ante su último comentario y se marchó corriendo, atravesando la puerta a gran velocidad.
Se quedó un rato mirando la puerta, por lo menos ahora podía verla. Respiró con dificultad... malditas costillas, ¿por qué se rompen?
Deberían ser de goma.
Eso sería lo más justo. Se imaginó a sí misma doblándose como un gato enfurruñado. No fue una imagen mental satisfactoria en lo absoluto.
Unos golpecitos sobre la puerta la sacaron de entre sus fantasías. Frunció el ceño. ¿Por qué la enfermera tocaría la puerta?
—Pase —exclamó Ada sin poner mucho esfuerzo.
Desde de detrás de la puerta emergió la figura de un muchacho.
Ada le miró extrañada.
¿Quién rayos era él?
Era alto, vestía unos jeans y una camisa impecable, piel blanca, cabello ondulado de color claro hasta los hombros, ojos café. Era bastante... guapo. Y eso que Ada no era de andar diciendo ese tipo de cosas. Pero este chico era innegablemente... guapo.
¿Pero qué hacía un tipo tan agraciado como él en la habitación de una... persona normal como ella?
El joven caminó hasta estacionarse al lado de su cama y se quedó estático en la posición. ¿Podría ser que este chico fuese el doctor que venía a revisarle? Después de todo... había visto muchos doctores atractivos en esas series ambientadas en hospitales. En la de Grey's Anatomy habían unos doctores que más parecían modelos. Pero este tipo no estaba con la bata.
¿Quizás era una visita informal antes de irse a su casa?
Ada suspiró. El chico no había hablado nada desde que entró, y ella seguía formulándose todo tipo de hipótesis en su cabeza.
Bien, quizás era ella quien debía hablar primero:
—Me duele mucho la parte del pecho, también los brazos... más el izquierdo que el derecho, pero de todas formas ambos me duelen, las piernas las siento raras aun y...—Ada se quedó con las siguientes palabras a mitad de la garganta.
Observó el rostro del muchacho llena de extrañeza. ¿Por qué le miraba así?
¿Acaso no era normal sentir esa clase de dolores después de ser atropellado?
—Si es una mala noticia doctor, si voy a morir o perderé las piernas... dígalo rápido, por favor.
Silencio. Ada miro al contrario con molestia. Estaba en completo silencio. ¿Se estaba burlando de ella? Tal vez la noticia era demasiado mala. La chica percibió cómo su corazón dejaba de palpitar por un momento ante la horripilante idea de... morir.
Todavía era demasiado joven.
Le faltaba tanto por hacer.
—¡Por favor sálveme! —Ada lloriqueó incontrolablemente, aferrándose a la ropas del otro, incapaz de dominarse— ¡Sé que algunas veces deseé morir! ¡Pero juro por mi madre que no era en serio! ¡No me deje morir!
Se percató como el muchacho sacaba sus manos de su camisa con delicadeza. La joven miró al doctor con desconfianza. ¿No podía al menos darle unas palabras de aliento? Pronto el muchacho le ofreció un celular de última generación en sus manos
¿Un regalo? ¿Por morir? Ya sentía las lágrimas venir.
De igual modo Ada lo aceptó observando atenta el artefacto. Lo curioseó por todos lados pero no encontró nada fuera de lugar, hasta que el propio doctor le señaló la pantalla con amabilidad. Unas palabras estaban escritas allí.
Lamento lo del accidente. Fui yo quien te atropelló. Espero que te recuperes pronto y no quedes con ningún tipo de secuela.
P.D: Tu padre es Orsino Del'Vecchio, ¿no?
P.D.2: Soy... mudo, lo siento.
P.D.3: No soy doctor.
Suspiró tranquila. No iba morir, eso era lo más importante.
Así que este joven era el que le había dejado en este estado... miró de reojo al causante de su aflicción con cierto resentimiento. Pero lo cierto es que ella misma había sido la responsable por ir a pasearse por esa zona y con ese clima. Era una idiota.
Ahora, respecto a la primera posdata: ¿que le importaba a él quien fuera su padre?
La segunda le demostraba que nada es perfecto. Demasiado bello como para no tener algún desperfecto de fábrica.
Y la tercera: ¡Gracias a todos los cielos! Había hecho el rídiculo frente a ese chico tan guapo pero la alegría de saberse viva y saludable por otro tiempo indeterminado de años era absoluta.
—¿Que tal? ¿Me demoré mucho? —preguntó la enfermera cruzando el umbral de la puerta.
Mientras caminaba en dirección a su paciente, la muchacha vio como la enfermera le daba una furtiva mirada a su acompañante, el joven de cabellos claros no dio cuenta de ello, pero la mujer se mostraba deslumbrada por el mismo atractivo que ella había captado en un primer momento
—Lamento la demora, querida.
La enfermera realizó unos cambios indescifrables en sus bolsitas goteantes y le sonrió con ternura.
—Te harán efecto en pocos minutos —entretanto hablaba los ojos se le escapaban con disimulo donde el sujeto a su lado— Es guapo —agregó gesticulando sin sonido hacia la muchacha, para que el otro no le escuchase. Antes de irse otra vez, le guiñó un ojo pícaramente y le informó que solo era necesario tocar el botón rojo junto a su cama y ella estaría allí para cualquier cosa que necesitara. Luego partió, dejándolos solos.
—Oye —intentó llamar la atención del individuo, este le miró con los ojos abiertos, como preguntando que deseaba— ¿Cómo te llamas?
El joven tomó el celular del regazo de Ada y escribió una palabra corta y precisa, al siguiente segundo el aparato se encontraba nuevamente en las manos de la chica.
Franz
¿Franz? No era un nombre de su agrado, pero tampoco es como si le importara demasiado. Ahora que sabía su nombre deseaba hacerle una pregunta.
—Franz... ¿Cuando me atropellaste estabas con otra persona? ¿Algún otro hombre?
Él respondió negando con la cabeza casi al instante.
Ada se quedó pensativa. Entonces de quién era la voz que había escuchado medio inconsciente en el piso.
¿Un ángel?
¿Alucinaciones?
¿La muerte con voz dulce intentando convencerla de irse al otro lado?
Porque... no podía ser que el mudito hablase justo en ese momento.
¿O sí?
Insospechadamente, Franz le apuntó la pantalla fijo en la primera posdata. Ada frunció el entrecejo. ¿Por qué tanta insistencia con esa pregunta?
Estaba a punto de responderle un cortante: a ti qué te importa. Cuando se abrió la puerta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro