Capítulo 2
Franz había decidido no volver.
Nunca.
Viajó por todo el mundo alargando aquel momento tan... poco deseado por él. Tener que soportar dieciocho años de su vida junto a su madre era suficiente como para toda una vida.
Bueno... la "quería", después de todo era su madre, sin embargo odiaba todo lo que salía de su boca.
Su voz
Sus palabras
Estas le hastiaban al poco rato de estar en su compañía.
Mientras vivió con su madre, ella alcanzó a casarse por lo menos tres veces. El primero duró tres años. El segundo sólo seis meses, Franz nació a la décima sexta semana de casados, trayendo junto consigo consecuencias graves e irreparables al matrimonio, disolviéndose al tiempo después. El tercero y último... por ahora, era con Orsino Del'Vecchio. Un vejatón millonario un poco cascarrabias, pero a fin de cuentas el único que le trataba como a un hijo, ni su propia madre había logrado darle tanta confianza y cariño como él. No cabían dudas de que si Franz aún hablara le llamaría por el título de padre, pero...
Debido a su enmudecimiento a los diez años de edad,
jamás tendría aquella oportunidad.
No había vuelto a pronunciar sonidos ni palabras, para nadie, desde esa ocasión, nunca más.
Hace unos pocos días había recibido un mensaje de Orsino, la nota le rogaba que volviera a casa ya que había un problema delicado que tratar en familia y él era una parte importante dentro de la solución.
Sin embargo no deseaba volver, sin importar el problema, la solución o fuese lo que fuese.
Estaba viviendo en Brasil como si estuviera en el mismísimo paraíso. Se hospedaba en un hotel en Río de Janeiro (el cual era amablemente pagado por el gran Orsino) y había encontrado muchísimas mujeres de lo más tentadoras...
Que es un Don Juan dirían algunos, pero para Franz era hacer que la vida valiese del todo la pena. Las mujeres siempre le ponían atención ya que tenía la suerte de haber nacido con cierta belleza, o por lo menos la suficiente para hacer de galán y romper corazones de derecha a izquierda desde que inició la pubertad.
Y no se arrepentía.
Las mujeres siempre eran todas bellas e interesantes pero no lo suficiente para tentarle a sentar cabeza ni mucho menos, si la verdad sobre ser incapaz de tener solo una mujer en su vida te rompía el corazón, pues... nada que hacer. Ten aquí, un pañuelo.
Al final se decidió por tomar el primer avión con primera clase vacía y dirigirse a donde nunca esperó regresar, después de todo, se la debía al viejo por haberle pagado siempre tantos lujos a lo largo de los años. No obstante, ver de nuevo la cara de su madre y, peor aún, escuchar su voz, era un plato que no esperó volver a repetir desde que partió a dar vueltas por el mundo.
Envió un e-mail a su padre asegurándole que iba en camino, mientras decidía entre tomar un taxi o arrendar un carro. Luego de una breve reflexión optó por la segunda opción ya que comenzaba a llover, el camino se hacía peligroso y no confiaba su vida a terceros en el manubrio.
Se llevó un jaguar ipace eléctrico y condujo lento por el escabroso camino. La carretera se hallaba en medio de un denso bosque, la lluvia y el fuerte viento provenientes del lago no hacían las cosas mucho más fáciles. Aún así, agradeció el hecho de que nadie se atreviera a salir a esas horas con este clima, el camino estaba vacío y aquello le inspiró confianza. Anduvo bastante tiempo bajo la tormenta cuando sintió vibrar su celular en el asiento a su lado. Un mensaje de un remitente conocido para él se iluminó en la pantalla: tu favorita<3.
"Extraño tanto estar a solas contigo... sabes donde encontrarme la próxima vez que vuelvas. Mándame un texto por si necesitas una de mis fotos ;)"
Sonrió como estúpido mientras releía el mensaje. Se la imaginó hablando con ese tono cantadito tan sensual y mordiendo con suavidad su labio inferior como conteniendo sus malos impulsos. De sólo recordarlo ya sentía un... un calor instantáneo que se extendía visitando su entrepierna. Sara era... tentadora.
Repentinamente el auto da un pequeño pero violento salto que deja caer el celular por entre las manos de Franz. Sorprendido miró por el retrovisor, creyendo en que lo más posible es que fuese una piedra de considerable tamaño. Al poco rato toda su concentración se puso de lleno en su frente. Entrecerró los ojos. Faltaban algunos metros y en conjunto con el mal tiempo, no estaba del todo seguro, pero le parecía ver una figura en medio del camino.
No,
no podía ser...
posible.
Estaba imaginando o fantaseando.
¿Sería un espíritu de carretera?
¿Era un castigo por ponerse cachondo en medio de la ruta?
No estaba muy confiado, pero decidió tocar la bocina en caso que fuera una persona, así tendría tiempo de moverse, porque si detenía el auto antes de llegar no alcanzaría a frenar del todo, quizás hasta pondría en peligro su propia vida. Se acercaba a una velocidad escabrosa. Su mente fluía en un ritmo flemático. Qué hacer,
su vida o...
Sintió como un cuerpo se golpeaba con gran violencia contra el parachoques del auto.
El cuerpo fue lanzado unos cuantos metros hacia la lejanía.
—¡Mierda! —pensó, entretanto apagaba el motor para salir en ayuda de la desgraciada víctima. A penas podía creerlo.
Bajó del auto olvidando por completo la lluvia y el viento que azotaba con fuerza todo su cuerpo, terminó empapado en pocos segundos. Corrió hacia el sujeto inmóvil, sintiendo lástima por la lamentable imagen que contemplaban sus ojos en esos momentos. El muchacho que había atropellado vestía con apenas una camisa y unos jeans, el pobre debía estar agonizando del frío. Se arrodilló junto con el cuerpo y revisó tanteando con rapidez. Buscaba alguna herida seria, sangre... o algo.
Luego recordó que aún no había revisado pulso o respiración, el agonizante chico podría haber muerto por una herida interna y él buscaba estúpidamente algo de sangre.
No estaba pensando bien con toda esta exaltación,
debía calmarse.
Colocó su oído a la altura de su boca entreabierta esperando por el más mínimo sonido de respiración. Se le dificultó por la constante lluvia y viento, pero gracias a todos los cielos, aún respiraba.
—¿Estás bien? —preguntó un tanto desesperado con su voz craquelada y rasposa por el desuso constante.
Intentaba hacerle reaccionar, sin embargo, no hubo respuesta. Sus ojos estaban a poco de cerrarse por completo, su mejilla derecha estaba magullada y la gotas de lluvia limpiaban la sangre que brotaba a débiles borbotones.
¿¡Cuales eran las opciones!?
Enumeró en su mente:
Conducir hasta la mansión de sus padres.
Quedaba demasiado camino, podría morir si se arriesgaba a ello.
Respiró profundo intentando controlarse.
¿Y si el chico moría?
No.
NO.
Todo iba a estar bien.
Calma.
Debería haber algún pequeño hostal o unas cabañas cerca en el camino
... pero no era seguro.
Dejarle allí y huir tampoco era una buena opción.
Los ojos semiabiertos del individuo se cerraron paulatinamente.
El pánico le embargó.
—¡Hey! Vamos... no te duermas ¡Contéstame por favor!
Miró a su alrededor luego de unos segundos de silencio; solo árboles, agua, vacío.
¡Mierda!
¿Qué debería hacer?
***
"Hostal la tranquilidad"
Y jamás había encontrado un nombre que calzara tan bien.
Al divisar la humilde y pequeña casita de madera junto al camino, fue como una inyección de tranquilidad a sus nervios vueltos locos. Descendió del auto, corrió hasta la puerta del copiloto, cogió velozmente del cuerpo inerte y se apresuró con la respiración entrecortada por la adrenalina hasta el interior del hostal. Una vez allí, una mujer tras un mostrador con las llaves de las habitaciones los miró con pavor y extrañeza.
—¡Por Dios! ¿Qué ha sucedido? —exclamó la señora entrada en edad, acercándose en rápidos pasos.
Una vez junto a ellos la mujer tomó el rostro del sujeto inconsciente entre sus manos. Sus ojos se abrieron como dos platos de la impresión.
—¡Ada! Dios mío es ella. No perdamos tiempo. Vamos, le indico el camino hasta su habitación —pronto ambos salieron medio corriendo a grandes trancos hacia una dirección que él desconocía por completo.
Franz no sabía qué pensar.
El sujeto que había atropellado vivía más o menos dentro del sector donde se encontraba la casa de sus padres, además, sabía que no era el mejor momento para pensar en esta clase de cosas, pero...
Miró por el rabillo del ojo el cuerpo inconsciente en sus brazos. Así que a fin de cuentas era una chica...
Había pensado todo ese tiempo que solo era un muchacho empapado, jamás se detuvo, ni por un segundo, a observar la forma de sus senos que se transparentaban a través de su camisa blanca mojada. También tenía unos labios carnosos que en esos momentos se encontraban un poco magullados y descoloridos...
¡Maldita sea!
¿¡Qué estás pensando!?
Acabas de atropellar a alguien y tu piensas en... ¿¡sus senos!?
Podía escuchar a lo lejos la voz de su madre a todo pulmón llamándole repugnante pervertido. Pues sí... pero que también su mente estaba revuelta entre tanto lío. No era del todo su culpa, se intentó convencer, con más o menos éxito.
Al poco tiempo llegaron a la habitación. Era pequeña y lo único que relucía era la cama con frazadas blancas, justo en medio del cuarto. El joven colocó a Ada sobre esta y se quedó inmóvil junto a ella, descansando en silencio.
La mujer que le había guiado no tardó en posicionarse al otro lado de la cama, acariciando con compasión el rostro de la víctima herida. Su visión recayó sobre Franz, quien seguía como estatua junto al lecho.
—Joven... ¿qué le ha sucedido a Ada? —el rostro de la señora lucía tan a punto de las lágrimas que el muchacho sintió verdadera vergüenza mientras apuntaba su boca en modo de darle pistas en cuanto a su mudez. Sacó pronto su celular y tecleó en el, lo más rápido posible, la historia del choque a grandes rasgos. Le ofreció el celular una vez terminado. La señora lo tomó con precaución algo anonadada ante la particularidad del joven, para luego leer con verdadero interés.
—Ya entiendo —dijo la mujer sentándose sobre una silla de madera cerca de la cama— no tiene de qué avergonzarse joven, quién sabe qué habrá estado haciendo esta mocosa desobediente en medio de la carretera y con este clima... ya me decía yo que algo no estaba bien —prosiguió con aire supersticioso—, Ada salió de aquí muy temprano en la mañana y no volvió ni para el almuerzo... lo cual es bastante raro.
Franz siente la urgencia de preguntarle algo, toma con cuidado su celular de entre las manos de la señora y teclea ferozmente las siguientes palabras.
Señora, ¿no habrá algún doctor cerca de aquí?
Ella le mira de repente con suma preocupación y hasta un dejo de tristeza. Franz se alarma sin darse cuenta.
—Con esta tempestad...
Teclea nuevamente. Las palabras se iluminan frente al rostro de la mujer.
Tengo un auto a mi disposición
—Pues temo que no te sirva de mucho, querido. Cuando llueve torrencialmente, como ahora, los caminos de tierra se llenan de lodo y naturaleza muerta. Además el camino hacia el doctor Hernández queda junto al lago, la zona más húmeda y peligrosa.
Franz se quedó estático, observando a la mujer frente a él. Frunce el ceño y teclea nuevamente.
¿Acaso a usted no le importa su vida?
Cuestionó indicando hacia el ser recostado en la cama.
—¡Por Dios, no lo diga ni en broma! Por supuesto que estoy preocupada por Ada. Solo digo que si nos arriesgamos a salir, con carro o sin el, arriesgamos... no volver nosotros.
Franz se queda en silencio, las palabras de la mujer parecían flotar en el ambiente por sobre su cabeza, amenazando con caer como ladrillos en su dirección. No podía dejar que ella muriese asi como asi.
Simplemente no era una opción.
Sopesó la situación durante unos instantes. No quedaba otra alternativa:
¿Donde dijo que vivía el doctor, señora?
Teclea con determinación.
Una determinación que logra sorprenderlo hasta a él mismo.
—Por favor, usted no sabe cuán peligroso es... —justo en ese momento Ada explotó en un quejoso lamento.
Un lamento como llamada de auxilio.
Un lamento con un dolor oculto recorriendo centímetros preciados bajo su piel.
Y ambos entiendieron en ese momento,
que había que hacer algo,
lo más pronto posible.
La señora se acercó a la muchacha, toca su frente con sus largos y fríos dedos. Su temperatura subía demasiado rápido.
—Siga derecho por el camino que tomó para llegar hasta aquí. En una esquina habrá un cartel que anuncie remedios naturales para el estreñimiento, las jaquecas y los resfríos comunes. Desde allí solo siga las señaléticas. El doctor Hernández vive en una casa azul de dos pisos, es el médico que queda más cerca —dijo la mujer con cierta reticencia. No quería que algo malo le sucediese al joven, pero... a estas alturas, estaba demasiado asustada.
Franz se apresuró hacia la salida, tomando nota mental de las indicaciones recién dichas. Se encontraba a centímetros del pomo de la puerta, cuando sintió una pequeña perturbación que le hizo girar en ciento ochenta grados. Observa a la mujer, sabe que no hay tiempo de teclear nada asi que solo la observa como intentando afirmar visualmente que todo irá bien. Ella le observa y asiente con la cabeza.
—Tenga cuidado no más —le dice y baja la mirada hacia Ada.
Franz apenas escuchó lo último, se encontraba corriendo en dirección al coche.
***
Orsino continuaba sentado en su escritorio con el celular sobre su superficie, lo miraba de reojo cada 30 segundos o menos. Su hijo no había mandado un nuevo mensaje desde ayer por la tarde. Suspiró preocupado, tenía la extraña sensación de que algo no estaba bien...pero no tenía idea de por qué. Tomó el aparato entre sus manos y buscó en su mensajería. 0 mensajes. Escribió:
Hijo responde lo más pronto posible. ¿Cómo estás? Espero que bien. Te espero.
Se paró de su asiento intranquilo y se cruzó de brazos mientras daba vueltas alrededor del cuarto.
Tampoco podía dejar de pensar en...
Ada.
¿Cómo estaría?
El valor y la determinación que necesitó para decirle la verdad fue fruto de un gran esfuerzo... esperaba fuese provechoso.
Miró por la ventana, el clima seguía siendo horrible, y por alguna razón, esto le oprimía el pecho con aún más fuerza.
Recordó a Saidi.
La madre de Ada.
Recordó su rostro, el cual parecía haber decidido camuflarse bajo la piel de Ada, quizás ni ella lo notase... pero el parecido era vigoroso.
Y más allá de ello, sus personalidades: ambas fáciles para perder el control de sus emociones, sin ser las mejores amigas de lo femenino, honestas y fáciles de leer.
Sonrió sin evitarlo.
Saidi has criado a un clon tuyo, ¿acaso sabías eso?
Piensa y mira en dirección a un cielo grisáceo. Donde sea que esté Saidi, de seguro no le pierde el rastro a Ada. Y ya de seguro sabrá también que dio el puntapié inicial para establecerse dentro de la vida de la hija
de ambos.
Ada, hija de Saidi y Orsino Del'vecchio.
Sacudió la cabeza mientras inhalaba por la boca la mayor cantidad de oxígeno posible, en un intento sosegado de detener sus pensamientos en aquella dirección.
Por ahora debía enfocarse en el presente.
El momento en que sus dos herederos se conocerían era inminente. Lo cierto era que temía la reacción... de ambos, sobre todo una vez ya enterados de sus planes.
Lo primero que hará Franz será tomar sus maletas con la intención de largarse, él nunca había deseado ser su sucesor y como su padrastro él conocía ese querer, pero en su rol de hijo él debía hacer un mínimo esfuerzo y ponerse en su posición.
Mientras que Ada saldría huyendo... otra vez.
Ya le había dicho la verdad sobre la relación entre él y su madre, pero ella aún desconocía su pretensión de hacerla heredera de la multimillonaria empresa familiar...
—¡Señor! El joven Franz ha llegado —anunció su mayordomo tras la puerta.
—¡Perfecto! —exclamó el padre con una mezcla de alegría y tranquilidad—. Dile que le espero en...
—Señor, permiso —Emiliano abrió la puerta y se posicionó dentro del cuarto —, Franz ha llegado pero en estos momentos se encuentra en el hospital de la familia.
—¡Por Dios! ¿Le ha pasado algo?
—No, señor. Creo que ha tenido un choque y ha accidentado a un tercero.
—Llévame enseguida, Emiliano, por favor —dijo el multimillonario, con la tez empalideciendo —y avísales a todos que no mencionen ni una palabra a Carmina por ahora, se pondrá demasiado nerviosa.
—Recién se desplazan hacia el centro, así que si vamos por el anexo entre la mansión y el hospital, llegaremos en el momento exacto para ver al joven Franz.
—Perfecto —añadió Orsino antes de seguir los pasos rápidos y ágiles de su mayordomo.
El corazón le latía a mil por hora.
Se contentaba de que el herido no fuese su hijastro, pero... se mantenía inquieto, demasiado. Debía ser el clima en conjunto con sus deprimentes y nostálgicos pensamientos. Intentó respirar hondo mientras aún faltaba poco para llegar a la entrada del hospital. Según Emiliano, Franz estaría allí.
La mirada de Orsino se mantuvo nerviosa a lo largo y ancho de todo el salón principal.
¿Dónde estaba?
—Señor, allí están —exclamó súbitamente el hombre a su lado, apuntando hacia la puertas automáticas de la entrada —. Se dirigen hacia acá.
Era cierto.
Reconoció la despeinada cabellera de su hijo al viento, se notaba preocupado y cansado. Vio sorprendido una camilla que se movilizaba junto a él. Su mirada se desvió hasta el herido, no logró reconocer su rostro a esa distancia, por otra parte los paramédicos corrían con urgencia a su lado y no le permitían una mejor visión. Instantes después,
las puertas se abren
y el accidentado pasa a una rapidez descomunal frente a él. El contacto de sus ojos con ese rostro no duró más que el espacio de unos segundos.
Pero...
Podría haber reconocido esa cara hasta en medio de una multitud.
El mismo que
la queridísima
Saidi.
Su rostro en el de ella.
De repente las rodilla parecen temblar incapaces de contener su propio peso.
Ada.
El hombre cayó de rodillas al suelo.
Temblaba como niño pequeño.
No ahora, no a ella. No te la lleves.
—Por favor, no te la lleves, no te la lleves... no te la lleves como a ella —suplicó pidiéndole a quién sea que le escuchase. Sólo deseaba una segunda oportunidad, solo una segunda oportunidad, antes de...
Sintió una cálida mano sobre su hombro. Franz le observaba con lástima y cierta cuota de extrañeza, le ayudó a levantarse del piso y le observó atento en busca de una explicación. Orsino sintió un nudo en el pecho, la presión se había intensificado. Intentó hablar con normalidad, pero le era extremadamente dificultoso.
Pero por fin, palabras fueron expulsadas de su boca para gran asombro de su heredero:
—Es tu hermana... Ada.
Dijo, el mismísimo Orsino Del'vecchio, con un hilo de voz, siendo esto lo último capaz de decir justo antes de derrumbarse entre los brazos de un atónito Franz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro