Capítulo 1
—¿Te encuentras bien?—esa voz lejana y débil resonó nuevamente en sus oídos. Las palabras flotaron en el ambiente, en busca de una respuesta. Una que nunca se materializó.
Ella lo sabía. Debía decir aquello que terminara con toda esta absurda situación. Lo dicho por ese hombre aun zumbaba como millones de hiperquinéticas abejas dentro de su cabeza, chocando entre ellas, distorsionándose, causándole malestar. A pesar de su deseo de finalizar con sus dolencias, los sonidos, las palabras, las respuestas no se exteriorizaban, por más que las forzara a salir de sus labios. Alargando su propio suplicio, acrecentando su pesar con cada minuto que que el reloj marcaba. El vacío en su mente era inquietante, como encontrarse a sí mismo en medio de un caluroso desierto, sin nada más que el susurro del viento acariciando tus oídos y el desolador paisaje arenisco frente a ti.
—Será mejor que te sientes. Emiliano, ayúdale por favor.
Instantáneamente unas frías pero apacibles manos tomaron de forma gentil su cuerpo y le hicieron adoptar la posición necesaria para acomodarse sobre el sillón ubicado a sus espaldas. Una vez terminada la acción, el individuo se movió sosegado hasta su posición inicial, en una esquina junto a la puerta de entrada.
Los ojos de la muchacha se encontraban perdidos y sin vida, opacos y lúgubres. Tenía la mirada de alguien que rememoraba un suceso del pasado. Un recuerdo dañino y execrable. Su piel, decolorada y pálida, hacía resaltar de modo excepcional el color chocolate de sus ojos. Su labio inferior, apresado entre sus dientes, amenazaba con sangrar en cualquier instante debido a la gran presión que ejercía sobre el. Su mandíbula, tensa y desencajada. Sus manos, blancas e inmóviles. La muchacha daba la impresión de estar enferma y echarse al piso desmayada en cualquier momento.
El ambiente formado entre las tres personas dentro del salón, era denso y fatigoso, llegando a límites de tensión insospechados.
—De-debo... irme —tartamudeó la chica, reaccionando por primera vez.
Se levantó de su asiento en un brusco y súbito salto, tomó de la chaqueta que yacía sobre la mesa que se extendía frente a ella y casi corrió en torpes trompicones hacia la salida.
—Señorita, quédese un poco más, por favor —rogó un hombre alto de cabellos oscuros, ojos del mismo color y de frente amplia. Vestía formal y respondía al nombre de Emiliano. Probablemente fuera un sirviente, alguna clase de mayordomo para el hombre que en esos momentos se encontraba a espaldas de la muchacha.
El susodicho se interpuso entre la puerta y la joven, que huía sin ocultar su desesperación.
—La paciencia no forma parte de mis cualidades —dijo la joven, forzando una falsa mueca, semejante a una sonrisa.— Aléjate de la puerta... por favor —añadió en un tono afligido, pero que mantenía oculta una rabia y violencia creciente, que amenazaba en secreto con manifestarse.
—Lamentablemente no puedo dejarte ir... una vez más —declaró el sujeto que se hallaba tras ella
—¿Dejarme... ir? —la chica formó una sonrisa entre incómoda y burlesca—. Jamás me tuviste —aclaró cortante, mientras sus nudillos emblanquecían debido a la presión ejercida. Retenía sus impulsos lo mejor que podía. Pero se conocía lo suficiente como para saber que no podría contenerlos durante mucho tiempo más.
—Ada, por favor... —rogó con voz implorante, muy poco usual en él.
—No me llames así —interrumpió con ademán violento. Giró su rostro hacia un lado y se contuvo presionando sus labios, uno contra el otro, formando una fina y delgada línea.
Nunca había sido un ser humano paciente. Siempre era tendiente a reaccionar según sus primeros instintos, que terminaban siendo sin duda lo más impulsivo y, ciertamente lo más estúpido. Entendía que por ahora lo más conveniente era permanecer calmada, no obstante era innegable que su fingida apacibilidad no duraría hasta el término de la conversación, sobre todo si es que esta seguía dándose para el arrebato de agresividad irracional que aún disimulaba entre falsas muecas y ademanes.
Debía mantenerse estable hasta su vuelta a casa. No era el mejor momento para explotar.
—Porque no mejor... —comenzó la chica con falsa voz reposada, mientras llevaba con discreción una de sus manos hasta su sien y masajeaba con movimientos lentos y circulares— porque no mejor comenzamos a comportarnos como los seres racionales que supuestamente somos, ¿bien?
Hizo una pequeña pausa para carraspear con apatía. Intentó fijar sus ojos en los del contrario, pero le fue del todo imposible. Contempló con indiferencia la belleza estética del cuarto en donde estaba. Contó hasta tres en su mente y prosiguió.
—Iniciemos teniendo en cuenta el hecho de que ni siquiera te conozco. Tú tampoco me conoces... donde conocer implica habernos visto por lo menos una o dos veces antes. Un día, justamente hoy, me "raptas", me traes a esta enorme mansión, te me pones en frente y me informas que eres mi padre —hizo una pausa entretanto chequeaba su estado anímico. No deseaba que esto le afectara, pero era lejos lo más improbable—. Emm... Realmente yo... —las palabras no salían según lo esperado. Tragó saliva y bufó casi sin ánimos.— ¿Que esperas? —preguntó sin más— Quizás aguardas por una reacción en la que yo me abalanzo a tus brazos, nos abrazamos, ambos lloramos emocionados y vivimos como una familia feliz por el resto de nuestras vidas —frunció el ceño observando el rostro de su padre— Confío en que no hayas sido lo suficientemente estúpido o ingenuo, como para idear algo así.
La mirada del hombre frente a ella lució melancólica, fija en el piso. Eso le agradó en demasía y se felicitó por ello en su interior. Tomó un tiempo antes de articular sus próximas palabras. Se sentó sobre una mesita de té, manteniendo el espacio entre ella y su interlocutor.
—Te seré sincera —reanudó, con voz enérgica, rasgada en sinceridad— Quise un padre. Sobre todo cuando mi madre estaba viva. Una vez muerta, la idea de encontrar a mi otro progenitor se me hizo bastante... repulsiva—hizo un mohín con la boca con desagrado— No entraré a dar mayores explicaciones, no creo que sea necesario —rascó su cabeza encubriendo su nerviosismo. El ambiente se estaba poniendo cada vez más incómodo—. Yo... no logro entender cual es tu afán de mantenerme aquí. Para mí, tu no eres mi padre... tampoco quiero que lo seas.
Se bajó de su asiento, dando la conversación por terminada. Deseaba salir del cuarto lo más rápido posible y no volver allí nunca más en lo que le restaba de vida. Se dispuso a caminar hasta la salida. Pudo escuchar algunas palabras entrecortadas, incapaces de hilar juntas algún sentido lógico. Tampoco importaba lo que se dijera. Que su padre se diera a conocer ahora era evidentemente... demasiado tarde.
—¡Querido! ¡Orsino, mi amor! ¿Estás aquí?
Sus pasos se paralizaron al instante. Una mujer alta de cabellos rubios, nariz aguileña, ojos grandes y claros, engalanada en un vestido floreado y con zapatos de tacón negros emergió por detrás de la puerta que Ada se proponía cruzar. Sintió curiosidad por esta extraña fémina casi al instante y pudo reconocer la misma intención en la mirada contraria.
—Lo siento, mi amor. No sabía que estabas ocupado —durante unos segundos, Ada pensó que se marcharía, pero sucedió lo opuesto. Entró a la habitación a pasos agigantados cerrando la puerta tras de sí y posicionándose raudamente junto a su padre. Se ganó una mirada llena de perplejidad. ¿Quién era esa señora que aparecía en el momento menos oportuno?
La muchacha obligó a sus pies a movilizarse lejos de esas irritantes y desconocidas personas. Pero para su sorpresa, el interés que nació en esos segundos fue mayor.
Según el tono amoroso utilizado por la recién llegada, se podía intuir que eran íntimos. Una relación amorosa, quizás. Marido y mujer, tal vez. Hijos, si es que eran pareja, según la lógica tendrían.
De ser así, eso solo puede significar una cosa.
Su padre ya tenía otra familia...
De repente se sintió como una estúpida. Había pensado que aquel hombre —su padre—, era uno de esos ancianos que nadaban, comían y respiraban dinero al más puro estilo del tío Rico del pato Donald. Lo imaginaba solo, nadie a quien amar y los únicos seres con pulso a su alrededor sería su ama de llaves, el mayordomo, y el perro del jardinero que aparecía solo durante los fines de semana.
Que "ese ser humano que se proclamaba su padre" tuviera una familia, era... diferente. Peculiar, contradictorio y... totalmente distinto del estereotipo que había trazado para él. Porque de no ser así, ¿entonces para qué la necesitaba? Desde un principio —desde que llegó a la mansión, por lo menos—, ideó que aquel hombre huraño y solitario necesitaría de una hija perdida para que fuese la nueva heredera de su multimillonaria compañía; esto lo diseñó utilizando la parte más loca de su imaginación, claro. Cosa que, de la forma más sincera posible, no deseaba.
Pero en estos momentos una nueva interrogante aparecía dentro de su mente en luces de neón y con letras enormes, brillantes y casi cegadoras, que no dejaban espacio a ningún otro pensamiento.
Se giró sobre sus pies con apremio y con sólo una intención. ¿Por qué le buscó
... y le dijo la verdad?
***
Nunca lo habría imaginado, tampoco era la clase de persona que lo desearía, si no era en lo más hondo —muy en lo hondo— de su corazón.
Encontrar a su padre. Después de tantos años sola. Sobre todo en el momento más difícil de su vida, como lo fue la muerte de su madre. Suceso que soportó en completo e íntimo abandono, ocultando en lo más profundo de su ser, un progresivo resentimiento en contra de su "inexistente" imagen paterna. En consecuencia, un reencuentro con su progenitor, no sería de lo más zalamero... y no se equivocó
Pero ahora la cuestión era otra. Si no se trataba de un hombre rico, solitario y sin heredero:
¿Por qué buscarle?
¿Algún tipo de remordimiento le carcomía la conciencia?
¿Culpa por haberle abandonado?
¿O simple aburrimiento?
Miró de frente a los dos seres frente a ella. Ese hombre junto a esa mujer. Quería irse y no volver, pero si no respondía a sus propias interrogantes se arrepentiría luego, lo sabía. Satisfaría sus dudas y se marcharía, para cerrar y borrar por completo ese extraño capítulo en su vida.
Bufó con resignación. Miró con fijeza hacia la señora vestida en flores en frente de ella. Su padre lo notó y se apresuró en hacer las presentaciones.
—Mi amor —dijo levantándose de su asiento, para acercarse a su hija sosteniendo a su dama por la espalda— debo presentarte a alguien muy importante.
Ada miró de reojo el rostro de su padre. Lucía encantado, feliz. Como si fuera el mejor momento de su vida. Quizás esa mujer no era su esposa, si lo fuese no era posible que estuviese tan radiante.
"Querida, te presento a Ada, mi hija, la tuve con otra mujer hace unos años", frunció el ceño inconscientemente. No pudo evitar perfilar en su mente una presentación tan absurda como aquella. Sería demasiado extraño e incómodo... también un tanto divertido, pero dudaba que su padre dijera algo así. Sobre todo, si su intención era la de no causar ninguna clase de disgusto a su "esposa" o pareja... prima, pariente o lo que fuera.
—Ella es Ada, mi hija. Espero que la aceptes como si fuera tuya querida Carmina —su padre finalizó la frase con una enorme sonrisa de oreja a oreja, que resaltó las pequeñas arrugas a lo largo y ancho de todo su rostro.
Ada quedó con la boca abierta de par en par. Qué pésima presentación. ¿Y a qué rayos se refería con eso de "que la aceptes como si fuera tuya"?
¿Tuya?
Luego de que cruzara la salida de este hórrido lugar, ya no habría "tuya", "mía", ni nada.
Contempló el rostro de la tal "Carmina". No era muy diferente del suyo propio. Estaba tan sorprendida que sus cejas casi topaban con el inicio de sus cabellos y sus ojos eran dos perfectos y amplios círculos.
—¿Hija?... es... extraño —mencionó mientras observaba a la chica de pies a cabeza con una renovada curiosidad.
—¿Qué?— preguntó el hombre a su lado con expectación— ¿Qué es tan extraño?
—Bueno, cuando la observé por primera vez pensé que era un chico... sin ánimos de ofender querida, pero es que con ese cabello y esas ropas tan desaliñadas —respondió observando a la chica con una burlesca sonrisita— pero... creo que eso no es lo que más me sorprende.
Ada estaba pasmada. Desde las primeras palabras de esa mujer ya sentía una mayúscula antipatía. Poco a poco se arrepentía de haberse quedado.
—Sé que es difícil de aceptar. Pero es algo que ocurrió hace mucho tiempo, no te preocupes —dijo Orsino, su padre, asintiendo con calma.
—No me preocupo por eso, mi amor. Mi pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué encontrarse con la hija perdida justo... ahora?
Un pequeño estremecimiento se hizo presente a lo largo de su espalda. Esa era la pregunta que deseaba hacer y que esa mujer realizó por ella.
Se dispuso a escuchar su respuesta con la máxima de sus atenciones. Su padre retrocedió y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Carmina, tú sabes por los momentos críticos que atravieso.
—Y donde yo siempre te ayudaré y apoyaré, querido— intervino su cada vez más odiosa esposa.
Ada rodó los ojos. Eso último había sonado tan meloso que sentía ganas de vomitar.
—Sí. Lo sé, mi amor. Pero quiero hacer las cosas bien... en lo poco que me queda.
Esas palabras finales se grabaron en la mente de la muchacha.
"Poco que me queda".
Eso significaba una cosa:
enfermedad terminal.
Formó una sonrisa de costado, adivinando por fin a qué venía el jueguito este.
Ya lo podía imaginar:
Padre enfermo terminal busca a su hija, esa que dejó abandonada por diversas causas y por un largo periodo de tiempo, se ayudan y se hacen felices mutuamente y por último el viejo muere con una sonrisa en los labios, satisfecho de su última buena acción.
...Una verdadera ridiculez.
Sonaba como una repugnante teleserie.
—Si, bueno, pero no pensarás en... —dijo Carmina con ciertas llamativas pinceladas de preocupación en las facciones de su rostro.
—Es mi hija... —dijo su padre dirigiéndose a su asiento ubicado tras él.
—¡Sí, como quieras! —exclamó Ada exasperada. La idea de haber encontrado a su padre aún no lograba entusiasmarle— Ahora, por favor, dejen de hablar como si no estuviese y... ¡por favor! dime ahora mismo qué es lo que pretendes. ¿Qué tramas? ¿Por qué me buscaste?
—No quiero mentirte Ada —dijo su padre llevando su mano hacia el mentón, acariciándolo durante unos segundos—. Me he mantenido al margen de tu vida desde que naciste...—su padre pareció sonreír con los ojos mientras la observaba— pero no por voluntad propia. Puedo prometerte que...
—¡Suficiente! —gritó Ada tapándose los oídos con las manos— No quiero un padre, tampoco quiero disculpas, ¡quiero saber por qué estoy aquí, frente a ti!... quiero saber la verdad —exigió decidida.
El rostro de Ada nunca había lucido tan fiero. Habitualmente era una chica sin muchas preocupaciones, amante de los deportes y la diversión, dejándose llevar por su naturaleza más irracional la mayor parte del tiempo, interesada en mantener una vida sencilla y sin ningún tipo de ataduras. Esto era un bache en su vida, uno que deseaba superar lo más pronto posible.
—Está bien —aceptó su padre— pero debes prometerme que no huirás... no huyas de mi como lo hizo tu madre, Ada.
La muchacha sonrió sin real felicidad. Realmente quería golpear a ese hombre, no podía permitirle siquiera que mencionara a su madre. Bufó atragantándose con su propio odio, que le conformó un denso nudo en el estómago.
—Dilo —dijo la chica con sonidos ahogados—. Me iré cuando me des la explicación que me debes desde hace años.
***
Se recostó sobre la tierra mojada. Tenía la ropa empapada. El frío le calaba hasta los huesos y sentía un dolor punzante en la garganta
... no sabía si era la rabia contra todo lo que le rodeaba o una enfermedad dando sus primeros síntomas. Sugirió mentalmente lo primero.
Observó largo rato como las copas de los distantes árboles se movían con violencia a causa de las tempestuosas ráfagas de viento provenientes del lago.
Recordó el abrigo que había dejado en casa de... de su padre, ahora le hacía falta más que nada en el mundo, pero jamás volvería a ese lugar, nunca.
Prefería utilizar sus ahorros y viajar al otro extremo del mundo, lo más lejos de todo. Pensó en Rusia. Estaría bien allí, estaba lo bastante alejado de todo y nevaba la mayor parte del año, le gustaba la nieve. Y las sopas calientes mientras se enfundaba en espesas y tibias mantas. De repente la imagen de su madre golpeó fuerte su memoria, haciéndole entristecer y añorar a partes iguales.
Sintió una clase de vacío y rememoró el rostro de su madre.
La extrañaba.
La extrañaba mucho, tanto que dolía. ¿Por qué de entre todos los seres humanos del mundo...
ella
tuvo que morir?
Fue la única persona que le amó con sinceridad.
Su progenitora se encontraba en "quién sabe dónde" y Ada seguía en el mismo sitio, literalmente. Al morir su madre, decidió lanzar sus cenizas en el lago cerca de la pequeña cabaña en que ambas vivían. Ese fue su último adiós, no había vuelto al lugar desde entonces. Ahora se encontraba otra vez allí, como si el reloj no hubiese contado más que unos segundos.
Se levantó de la tierra húmeda, luchando contra el peso de sus mojados ropajes. Sintió como el viento congelado le abordó de lleno en todo el cuerpo, como su cabello se le pegaba a la piel mientras destilaba agua de lluvia.
—¡Váyanse a la mierda!... ¿me oyen? ¡Todos pueden irse a la mierda! ¡Todos!...—Ada logró inclinarse como pudo, tomando puñados de tierra y piedras, para luego lanzarlas al lago que se remecía y retorcía entre la furia de la tempestad.
Llegado un punto, Ada estaba fuera de sí, vociferando como si el individuo culpable de sus desgracias estuviera presente junto con ella. No conocía otra forma de descargar la rabia que escondía, gritar, patear era normal en ella si tenía un mal día o malos recuerdos la atacaban de imprevisto, pero hoy era distinto, sus acciones estaban impregnadas de una ira descontrolada.
Cayó rendida al poco tiempo, se arrastró y logró erguirse otra vez, para en esta ocasión, caminar en torpes e inestables trancos en dirección contraria al lago. Alejándose con deseos de desaparecer.
El tiempo parecía inexistente durante el trayecto de vuelta.
Ada sentía recorrer y recorrer por entre los árboles por horas interminables. Los pies le escocían y sentía la piel tensarse de frío frente a la fuerte corriente de viento que iba en dirección lateral a la suya, sobre todo una vez que se adentró en el bosque.
Faltaba cruzar la carretera, nadie dudaba que era una acción arriesgada, pero era la forma más rápida de llegar a la estadía. Vio la acera unos metros antes y se apresuró a ella, no pudo avanzar con gran velocidad, tenía las rodillas congeladas y entumecidas. Comenzó caminando con más cuidado esta vez, y pidió a todos los cielos que no viniese ninguna clase de vehículo mientras cruzase. Miró hacia ambos lados del camino con terror, y repentinamente, sin ningún previo aviso, sintió la fuerte sensación de desmayarse.
Esto está mal
Pensó, advirtiendo como las piernas le flaqueaban y la cabeza bombeaba como vaticinando un peligro.
La sangre se le congeló justo en el instante que oyó el chirrido de unas llantas contra el suelo mojado de concreto. Estaba segura que un auto se acercaba a ella. Observó de reojo el vehículo que tocaba la bocina con frenesí, intentando, sin éxito, que se moviera del lugar.
Se acercaba a un ritmo vertiginoso
temió por su vida.
Y el vehículo no se detuvo.
Llegó hasta ella y el metal del parachoques la impactó con tanta violencia, que la arrastró inmediatamente sobre el piso unos metros más allá.
La lluvia continuaba cayendo.
El viento siguió soplando.
El conductor se bajó a paso acelerado hasta la víctima y se agachó hasta su nivel. Ada pudo percatarse del nervioso tanteo de esta persona por su cuerpo, intentando distinguir alguna clase de herida mortal. Pronto, colocó su oído cerca de su boca y apreció un débil, pero significativo, hilo de respiración.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado, el dueño del carro que le había molido las costillas.
Ada quiso responderle un mordaz: "¡¿y tú qué crees, idiota?!", pero sintió el peso de la inconsciencia sobre ella y no fue capaz de pronunciar palabra.
Lo último que escuchó fue la voz desesperada del muchacho, rogándole
que no se durmiera.
—No hay nada por qué despertar... —pensó, justo antes de caer inconsciente.
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