C1
La frase "El vidrio es un líquido" resonaba en la mente de Yurieth como un mantra, una filosofía que había adoptado desde su propia creación. Imaginaba a las personas como líquidos viscosos, moldeados por el tiempo y las experiencias, al igual que el vidrio. Creía que sus corazones eran hornos ardientes que forjaban su esencia, haciéndolos más fuertes con cada desafío superado. Sin embargo, como este material frágil, las personas siempre estaban expuestas a ser dañadas. En su estado líquido, podían ser derramadas por manos crueles o por los caprichos del destino. Y al solidificarse, corrían el riesgo de ser arrojadas al vacío, como un jarrón desde un balcón, por aquellos que solo buscaban quebrarlas.
Para Yurieth, su universo era un escenario donde ella brillaba como la figura central indiscutible, mientras que los demás desempeñaban papeles secundarios, tan predecibles como el cielo antes de la tormenta. Todos eran piezas necesarias, incluso aquellos que la tildaban de "loca". Para ella, cada uno interpretaba un papel importante en su gran obra. Sin embargo, su protagonismo se resquebrajó cuando no pudo salvar a su mejor amiga. La culpa la consumía como una llama ardiente, devorando su paz interior. Aquel día, su amiga le dijo con una sonrisa maníaca y ojos extraños que se suicidaría, y ella solo respondió con una sonrisa vaga y tímida, pensando que era una broma.
La imagen de su amiga inerte y fría la perseguía en sueños y momentos de vigilia. Se sentía culpable por no haber podido hacer más, por haber fallado en su papel de protectora. La culpa la carcomía por dentro, como un gusano que se alimenta de su propia carne. La muerte de Alezza no solo marcó el final de una vida, sino también la ruptura de la imagen que Yurieth tenía de sí misma. Ya no era la heroína de su propia historia, la protagonista que siempre lograba salvar el día. Ahora era una figura rota e incapaz de protegerse a sí misma.
Aquella pérdida pasó inadvertida, como si un ente maligno del averno hubiera descendido a la tierra solo para perecer. Lo más peculiar de ese día fue la ausencia total de personas en los alrededores. Parecía que todos los habitantes del pueblo se habían recluido en sus hogares, observando con recelo a través de las ventanas. Esa vez, el día transcurrió en soledad, envuelto en una penumbra que lo hacía aún más lúgubre. Ya no podía más, su alma, marchita por las penurias del hogar, los golpes de su padre y la indiferencia de su madre, la hacían sentir como una hoja seca a punto de ser arrancada por el viento.
Antes y después de Alezza, Yurieth no contaba con muchas amigas. Su círculo social era pequeño, y Alezza fue una de las primeras en entrar en él. Se conocieron en un día gris y lluvioso, cuando Yurieth daba un paseo solitario mientras su padre se entretenía con otra amiga y su madre visitaba a su única hermana. Un trueno ensordecedor resonó en el cielo, y ella, empapada por la inminente lluvia, anheló la compañía de una verdadera amiga, alguien con quien compartir un refugio físico y emocional en medio de las tormentas de la vida.
Como un faro en la oscuridad, Alezza apareció ante Yurieth, respondiendo a su anhelo de compañía. Su presencia era como un bálsamo que calmaba la tormenta emocional que azotaba a la joven. Era como si un ángel hubiera descendido del cielo para protegerla de la lluvia y del dolor que la rodeaba. Al ver que la tormenta se intensificaba, Alezza la condujo hacia un refugio cercano, buscando resguardarse del aguacero. El ambiente acogedor del lugar se convirtió en el escenario de su inesperada amistad. Allí comenzaron a compartir algunas de sus historias. Yurieth descubrió en Alezza una confidente inigualable, alguien que la entendía sin juzgarla y que la animaba a abrazar su individualidad y sueños más audaces.
—Mi nombre es Alezza, ¿y el tuyo?— Con una sonrisa radiante, Alezza se presentó.
—Soy Yurieth—, empapada y un poco tímida, la miró con recelo. Respondió en voz baja, apenas audible por encima del estruendo de la tormenta.
—¿Yurieth? ¡Qué nombre tan original! Me encanta. Tus padres debieron dedicar tiempo a eso.— Alegre y genuina, Alezza no pudo evitar comentarlo.
—Mis padres...— murmuró Yurieth, sin terminar la frase, dejando entrever una historia personal compleja.
Percibiendo su incomodidad, Alezza cambió de tema con una empatía natural.
—Eres muy bonita, Yurieth—, dijo, admirando su rostro enmarcado por el cabello pelirrojo empapado. Yurieth levantó la mirada, sorprendida por el cumplido inesperado.
—Tú también eres hermosa, Alezza—, respondió, sintiendo que una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios.
Alezza, con su cabello castaño largo y ondulado, sus ojos cálidos y su piel bronceada, emanaba una belleza singular que cautivó a Yurieth. Su figura esbelta y su sonrisa sincera completaban un conjunto armonioso. Bajo la lluvia que caía a cántaros, Alezza y Yurieth continuaron hablando, descubriendo que tenían mucho en común. A pesar de la diferencia de edad, Yurieth de 21 años y Alezza de 26, ambas anhelaron encontrar una amistad verdadera, alguien con quien compartir sus sueños, miedos y alegrías sin temor a ser juzgadas.
—¡Muchas gracias! —Sus manos ahora se despedían y sus pies se volteaban para tomar su camino.
—Alezza, ni siquiera sé tu número. —en voz alta recordó aquello.
—No te preocupes, con seguridad te volveré a ver. —Alezza retrocedió lentamente, perdiéndose entre la gotas que caían del cielo.
En ese encuentro bajo la lluvia, Yurieth y Alezza forjaron una amistad que desafiaba la tormenta. Juntas, exploraron los rincones más oscuros de sus mentes y los paisajes más luminosos de sus imaginaciones. Se apoyaron mutuamente en momentos de debilidad y celebraron juntas cada pequeño triunfo. Eran como dos almas entrelazadas en un baile cósmico, donde sus diferencias se complementaban y fortalecían. Sin embargo, ese vínculo profundo no pudo proteger a Alezza de sus propios demonios internos. Yurieth no podía entender cómo su amiga, llena de vida y entusiasmo, podía sucumbir ante la oscuridad que la consumía. La tristeza y la culpa se convirtieron en las sombras que acechaban a Yurieth, recordándole constantemente su fracaso en rescatarla.
La comunidad en la que vivían parecía haberse cerrado en sí misma, negando la realidad de la muerte de Alezza. Nadie hablaba de ella, como si su existencia se hubiera desvanecido junto con su último suspiro. Yurieth se enfrentó a un silencio ensordecedor, sintiendo que su dolor era invisible e incomprendido.
En aquella dolorosa travesía conoció la existencia de los F4 y la fama que los precedía. Seres amados y odiados al mismo tiempo, respetados y despreciados a la vez. Cuatro flores podridas en un jardín marchito. Aquellos chicos, tan enigmáticos y poderosos, convirtieron su existencia en una montaña rusa emocional. Cada interacción con ellos era una sacudida inesperada, un torbellino de incertidumbres que la dejaba sin aliento. Ya no podía predecir los momentos de alegría o tristeza, de gritos o sonrisas. Todo era un caos impredecible, un torrente de emociones que la arrastraba a un destino incierto.
Entonces, ¿HF? Al principio significaba ácido flúor hídrico, antaño símbolo de destrucción, luego, se transformó en algo más complejo. Ahora representaba a Hendrix Fay y Hero Fetcher, dos individuos que, cual agentes corrosivos, amenazaban con disolver su fragilidad emocional. En este nuevo mundo de cristal y emociones, la pregunta que la atormentaba era: ¿Sería capaz de mantener su solidez ante las tempestades de la vida o sucumbiría, fragmentada como el vidrio bajo el martillo?".
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro