4
Al día siguiente lo que más me preocupaba era llegar a tiempo para la entrevista; esa misma tarde tendría que encontrarme con quien sería mi futuro jefe. Pero conozco cuales son mis prioridades y necesité llenar mi estómago con algo que no fuese del motel, por lo que decidí ir a comer a un restaurante familiar junto a la carretera que encontré gracias al bendito GPS.
El camino al restaurante resultó ser una experiencia agotadora. Estaba cansado porque en el motel casi no dormí, y para remarcar mi mala fortuna, el hambre que tenía se esfumó por la ventana cuando el animal, Ambrosio, no dejaba de cagarse. ¿Por qué se tiraba pedos tan fétidos siendo que no había comido en toda la noche? Ni idea, pero el perro estaba podrido por dentro. Ni su dueña soportaba el hedor.
Llegamos al restaurante y nos sentamos en una mesa para cuatro, todo normal hasta ahí. Esperamos que nos atendieran en completo silencio; alrededor se escuchaban conversaciones sobre el clima, el choque de cucharas revolviendo los cafés y el exquisito sonido agónico del primer mordisco a una tostada. Sí, un delirio teniendo en cuenta que mi hambre regresó.
Y una vez más, toda mi hambre se esfumó. El perro se calentó con mi pierna, ni idea de los motivos. Él estaba colgando en ella y con la lengua afuera, como si lo gozara.
—Quítalo antes de que lo golpee —le advertí a la castaña, que se colocó en modo paranoica. Ella regresó al mundo real y me miró confundida—. El perro —le indiqué—, le tiene ganas a mi pierna.
—¡Ambrosio, no! —gritó perdiéndose debajo de la mesa. Mi pierna quedó en plena libertad para moverla—. Lo siento —dijo con el animal en los brazos—, a veces le dan esos ataques y se cuelga de todo.
«Es un todófilo» iba a bromear, pero probablemente no entendería a qué me refería.
—Creo que esto le pasa porque lo castramos sin que pudiera disfrutar de... ya sabes, lo que hacen las personas de vez en cuando —tosió, incómoda—. Yo no quería hacerlo porque me iba a dejar sin cachorritos, y me siento como una madre, o sea...
A ese punto no le presté más atención a su monólogo. Me apoyé sobre la mesa, somnoliento, y comencé a observarla con la voz en off, como pasa a veces en algunas cinemáticas de los videojuegos. Su pelo castaño lucía igual que paja, muy seco; ya no llevaba maquillaje, lo que dejó a la vista algunos lunares y manchas; sus ojos me parecieron expresivos, sus cejas como dos gusanos moviéndose sin descanso. Su nariz y labios me recordaron a la princesa Zelda. ¿La conocen? La de La leyenda de Zelda. Como sea... No me pareció la mejor de las mujeres, pero sí alguien atractiva a la vista, aunque demasiado inmadura para llegar al punto de gustarme.
Parecía una adolescente y, demonios..., hablaba como una.
—... Y es por eso que no me gusta la zanahoria —concluyó con una sonrisa—. ¿Ocurre algo?
Tal vez la estaba mirando demasiado.
—Nada.
Evité el contacto visual o pronto me acusaría de acosador.
—Sobre lo que anoche... —comenzó de nuevo. Al parecer ya estaba agarrando confianza— Quería disculparme, no fue mi intención causar un apagón en el motel. Es que no lo puedo evitar, algo tiene la electricidad contra mí.
Ah, ¿no se los dije? Anoche encendí mi laptop para jugar hasta que me entrara el sueño. Estaba todo perfecto, jugaba TimeShift, mataba a esos jodidos enemigos que se mueven más rápido que Sonic y, de la nada, me apareció el mensaje de la batería. Saqué mi cargador y lo conecté sin problemas, entonces, la Navi sin alas, decidió apagar la luz del cuarto y todo quedó a oscuras. Alcancé a guardar la partida antes de que mi laptop muriera, pero la luz no regresó. Me bajé para ver si éramos solo nosotros y me golpeé en el dedo meñique del pie contra la cama... estando descalzo.
Adivinen quién cojeaba al día siguiente.
Así es: yo.
—No es necesario que te disculpes —repuse—. Son cosas que pasan.
Claro, cosas que pasan cuando ella está cerca.
Me regaló de esas sonrisas que no entiendes ni puedes describir. Por alguna razón, ella siempre lo hacía, actuaba con el positivismo que yo no tengo.
La mesera llegó a nuestra mesa, por fin.
—Buenos días, ¿qué desean servirse?
—Un café y un sándwich de jamón y queso —pedí y saqué mi celular para marcar a la empresa Jeagger.
—¿Y la dama?
La pregunta de la mesera quedó sin respuesta. Navi me estaba mirando a mí, como si esperara que hablara por ella. La miré y ella soltó una sonrisa nerviosa volviéndose hacia la mesera.
—Un té y dos tostadas, por favor —dijo en un tono bajo.
La mesera lo anotó y se marchó.
—Creí que tú pedirías por mí —comentó, desenredando su cabello.
—¿Por qué demonios haría eso?
—Es que...
No pude seguir escuchando, había iniciado mi llamada.
Salí del restaurant, cojeando y en compañía de Ambrosio, que no halló mejor objeto sexual que un pilar. Pregunté si podía aplazar la entrevista. Para mi fortuna, podía realizarla hasta el viernes.
La gran noticia quedó en el olvido cuando mi entusiasmo se vio atrapado por una pequeña máquina expendedora llena de figuras de Pokémon. Llevaba meses enteros gastando dinero en la colección, quitándole el puesto a los renacuajos que deseaban sacar su figura también, cambiando billetes por monedas, torturando mi espalda estando agachado por minutos. Mi colección progresó bastante bien, sin embargo, me faltaba el más significativo: Pikachu.
Jodida figura, nunca pude encontrarla.
Hasta ese día en el restaurante.
Desayuné rápido y vacié mis bolsillos sacando figuras. Algo demasiado arriesgado para un viajero con pocos ahorros como yo, confié en mi tarjeta de crédito para pagarme el desayuno.
Tenía una bolsa llena de bolas que contenían figuras Pokémon, de todo tipo y color, excepto el que faltaba en mi colección.
—¿Qué haces? —preguntó Navi a mi espalda.
—Intento sacar a Pikachu.
—¿Piqué?
—Pikachu, la criatura amarilla de Pokémon. —No tenía una idea de qué hablaba—. Es esa figura amarilla del fondo.
Se agachó a mi lado para ver. Su vestido de novia cubrió mi hombro y casi paso a llevar su pierna por debajo de éste, todo por querer quitármelo de encima. No quiero imaginar los cargos que podrían darme por hacerlo, incluso de casualidad.
—¿La que tiene orejas como de conejito? —preguntó, apoyando sus manos en el vidrio de la máquina.
—Sí, precisamente ese.
—¿Puedo sacar uno?
Eché la última figura en la bolsa y busqué el dinero que me quedaba. Solo dos monedas para sacar la última figura. Pensé rápido: la colección era mía, yo la quería, si esas últimas monedas eran las de la suerte, se las pasaba a Navi y le salía Pikachu, no me lo perdonaría.
—No, puedes sacar tu propia figura con tu dinero. En la caja puedes preguntar si te cambian los billetes por monedas. ¿Sabes qué es una caja?
Achicó los ojos y se levantó, molesta.
—Claro que sí, y es lo que haré.
Se quitó la mochila de la espalda para sacar un billete, decidida a callarme la boca. Quedé a medio camino de rotar la manija para que saliera mi próxima figura con el grito que pegó. El restaurante y los viajeros que desayunaban quedaron en silencio. La novia demente se agachó a mi lado para enseñarme el interior de su mochila: todo su dinero estaba mojado.
—Ambrosio se hizo dentro —comentó lo evidente, llena de horror, luego se dirigió al animal que estaba sentado junto a mí (no pregunten en qué momento llegó ahí)—. ¡Ambrosio! —lo regañó, provocando que el perro gimiera y se ocultara bajo mi brazo—. ¿Crees que reciban el dinero si digo que es agua? —preguntó, confidente.
Sus cejas expresivas y oscuras eran un clamor que esperaba una respuesta positiva.
—¿Tú qué crees? —inquirí.
—Dios... ¿cómo voy a pagar el desayuno? —se preguntó, agarrándose la cabeza—. Ahora sí me llevarán a la cárcel por no pagar.
Giré la manija y recibí la última figura que podría sacar con el sencillo. Otro Charmander.
Tuve que resignarme.
—Yo pagaré el desayuno, cuando ese dinero esté limpio, me lo regresarás. Y me pagarás por el viaje.
Ignoré su «gracias» porque me preocupé más por la bolsa con las figuras, Ambrosio lucía ansioso por querer morderlas y yo no lo permitiría. Me levanté con la espalda molida, una punzada en el omoplato izquierdo y el dolor en mi dedo meñique del pie. Fantástico, muy genial.
Con la bolsa y todo fui a la caja para pagar, un hombre calvo y con nariz de simio la atendía. Todo marchaba bien hasta que pregunté:
—¿Aceptan tarjeta?
El hombre —que me recordó a Winston de Overwatch— se movió en su crujiente banquillo con ojos cansados.
—No.
Nada de jodidas tarjetas.
—¿Y billetes mojados? —preguntó Navi a mi lado, con la mochila colgando en su pecho.
—No.
Nada de jodidos billetes mojados.
—¿Hay algún cajero cerca para sacar dinero? —insistí.
—No.
Nada de jodidos cajeros.
Terminamos detrás del restaurante, la parte más fea del lugar, porque ya el restaurante lo era. La mesera que nos atendió hablaba en un pasillo con el cajero, quien resultó ser el dueño.
Salió limpiándose las manos en el delantal. Hacía una mueca de inconformismo.
—¿Qué pasará? —preguntó Navi.
—Trabajarán limpiando para compensar el desayuno, cuando mi padre les diga que ya está todo pagado podrán marcharse.
Pensé que llamarían a la policía. Puede que haya hecho el mismo gesto de alivio que la novia loca.
—Eso está bien —dijo tras suspirar.
—Es un lindo vestido —comentó la mesera—. ¿Ustedes se casaron a escondidas o algo?
En algún momento harían la pregunta. Qué disparate.
—No —respondimos tan rápidos como una bala.
—¿Lo harán pronto?
Había que tener problemas o vivir en una fantasía misma para no darse cuenta de que entre Navi y yo la química no existía. Cero atracción y relación. Ni siquiera conocíamos nuestros nombres.
Volvimos a negar. La decepción de la fantasiosa mesera fue evidente.
—¿Quieres algo de ropa? —ofreció dirigiéndose a Navi con una sonrisa.
Todos risitas por aquí y por allá y yo quejándome internamente porque no conseguí a Pikachu.
—¡Por favor! —exclamó la novia— No sé cuánto tiempo voy a estar con este vestido.
—Iré a buscar algo.
El restaurante estaba junto a una casa de la que podíamos ver todo el patio trasero.
Navi aceptó y la mesera se marchó. La nueva vestimenta para Navi no tardó en llegar: una blusa, jeans gastados y sandalias.
—Pueden empezar por el baño —nos informó la mesera luego de darle la ropa a Navi—. Tú tendrás que destaparlo —se dirigió a mí.
Qué dicha la mía, destapando baños en mi departamento y en restaurantes. Una mierda de suerte, pero me lo merecía por despilfarrar dinero en mis adicciones. Si hubiese conseguido a Pikachu habría valido toda la maldita pena.
En minutos me encontraba destapando el baño. El enfermizo baño de hombres que bien podría compararse con un jodido zoológico, aunque ni eso, porque hasta en Zoo Empire los animales eran más limpios.
Desde el otro lado podía escuchar a la novia prófuga, la Julia Roberts con cierto grado de demencia, cantar Girl You'll Be A Woman Soon. Salí del baño y me encontré a la mesera en la puerta del baño de mujeres, apoyada en la escoba, escuchándola cantar también.
—Canta hermoso —comentó en tono bajo.
No dije nada, aunque pensé lo mismo que ella.
Estuvimos unos segundos más viendo cómo Navi cantaba; se movía al compás de la canción y actuaba acorde la letra.
—Girl, you'll be a woman soon... —cantaba usando su mano de micrófono, con la esponja que nos dieron para limpiar bien apretada— Please... —Se giró con los ojos cerrados, ciega de nuestra presencia, y continuó—: Come and take my hand...
Estiró su mano hacia nosotros, esperando que alguien imaginario la sostuviera. Y, mierda, yo estuve tentado en tomar su mano, pero terminó siendo la mesera quién la tomó.
La actuación acabó.
—Estoy limpiando —señaló, dirigiéndose al lavabo para pasar la esponja. La mesera simplemente rio.
Acabamos los baños y pasamos a lavar los platos y las ollas. Como el desayuno nos dejó con hambre, tuvimos que hacer horas extras por pedir almuerzo. La Julia Roberts falsa se llevó de maravillas con la mesera y no dejaron de hablar, mientras yo tenía la mirada displicente del dueño encima. Eran las 13:45 cuando quedamos libres de carga y culpa.
Me encontraba jugando en mi portátil a la espera Navi, apoyado en el auto y con el perro comiendo carne que la mesera le dio. El día me pareció más colorido, y con la entrevista aplazada todo más relajado. Mi campo visual miró las peculiares sandalias nuevas de Navi y luego, sobre la pantalla, la bola plástica transparente con la figura de Pikachu que tanto intenté sacar.
—¿Cómo los conseguiste?
No podía salir de mi asombro, aunque no lo evidenciara. Lo agarré como si Link abriera un cofre y consiguiera algún ítem importante, con la musiquita y todo.
—Digamos que en mi mochila tenía unas monedas —respondió caminando hacia un bote de basura, llevaba el vestido de novia colgando en su brazo—. Lo demás fue suerte.
No dije más, me limité a observar.
De pie con el vestido en sus manos, inspiró hondo y lo tiró a la basura.
Ese acto podría haberse tomado como una renuncia a casarse, la prueba definitiva, entonces, ¿por qué decidió regresar y volver a intentarlo?
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