16
¿Qué tan jodido quiere verme la vida? Al parecer, mucho, porque ya no bastaba con todos los problemas que arrastramos en nuestro viaje, también quería ponerme a lidiar con el exnovio demente de la persona con la que, hacía menos de dos horas, besé. Un viaje fascinante, sin lugar a duda. Ya lucía como el perro ese, Ambrosio, con la cara arrugada escuchando las pequeñas discusiones que formaba la pareja en el auto. Oh sí, discusiones dignas de parejas que llevan años saliendo, teniéndome a mí como mediador o, simplemente, sin poder decir nada. Ni con música pude zafarme de sus intercambios de palabras; él apremiando cualquier oportunidad de coquetearle a Roth y ella evadiéndolas.
—Me gusta tu cabello —le dijo en una oportunidad el tal Tom—. Creo el rubio te sienta bien.
—Ah. —No se lo esperaba porque sonó algo distraída—. Gracias.
—Y ese olor a tintura es fascinante.
Un lamebotas total este tipo. Con quien se le topara en frente, a decir verdad. Ah, pero cuando yo le presté ropa para que dejase de enseñar el culo al mundo ni un chicle me dio, en su lugar prefirió enseñarle "las nuevas prendas" a Roth que ni ganas tenía de prestarle atención.
—¿Qué tiene de fascinante? —inquirí yo.
Eso pues, ¿qué diablos tiene de rico el olor a tintura? Lo hueles y te quemas todo el vello nasal.
—Tiene algo que se me hace adictivo —acentuó él, acercándose al asiento de Roth para olerle a una distancia (no muy prudente) el cabello—. Ah... huele como a flores con...
—Keratina, amoniaco y otros químicos —añadí.
—Ah, sí... eso justamente —acertó con algo de ¿confusión o inseguridad? Puede ser, apostaría... bah, aquí no tengo una mierda que pueda apostar, pero apostaría algo de valor a que ese tal Tom no tenía puñetera idea de qué hablaba—. ¿Te teñiste para que no te reconociera? —Siguió preguntando.
—Esa era la idea, sí, aunque al final no sirvió de nada. —Roth se acomodó para mirarme y tiró de mi manga—. ¿Puedes volver a teñirme?
—Si compras la tintura...
—Claro.
Tom chistó reiteradas veces logrando así despertar al perro que roncaba.
—Paren, paren —ordenó y se inclinó hacia el asiento de Roth nuevamente—. ¿Dijiste «puedes»?
—Eso dije.
El campesino demente me agarró del brazo y me remeció, el auto se me fue a la pista del lado, oí bocinas y luego, como un experto, pude volver al carril. No pude reprocharle su acto de locura y agresión puesto que el muy airado me acalló.
—¡¿Cómo te atreves a tocarle el cabello a Levina?! —reprochó. Lo irónico era que hasta nos habíamos besado—. Po... ¿Por qué se miraron así? —siguió preguntando, ya casi sin voz—. ¿Ya se besaron? ¿Es eso?
Que jodidas ganas tuve de decirle: «Pues sí, hombre. Primero dormimos en la misma casa. Ah, bueno, durmió, porque sus rodillazos no me dejaron pegar pestañas. Y hoy, antes de que te cruzaras, nos besamos afuera de una tienda. Pero no pasa nada, hombre, solo fueron un par de besos».
—No, Tom, no nos hemos besado —le respondió Roth a tanta insistencia.
—¿Durmieron juntos?
—En la misma habitación —defendió ella con cierta precaución.
—Levina —llamó su ex. La voz le volvió de manera autoritaria y, de reojo, pude ver cómo la sujetó del brazo—. Dime la verdad.
Su exigencia me cabreó. Disminuí la velocidad y conduje con una mano, con la otra me encargué de apartar al fastidioso de Tom antes de que Roth le contestara.
—No le tienes que dar explicaciones —le dije entonces a Navi—. De ningún tipo, por muy amigo o conocido que sea. Si no quieres, no se las das y punto, que se meta la duda donde mejor le quepa.
—Oye, no te metas, se lo estoy preguntando a mi novia.
—Exnovia —le corrigió Roth con la voz cargada. Eso causó que Tom bajara la cola y se echara hacia atrás, en la oscuridad del auto y justo al perro. Bien.
—Exnovia —repitió.
—Repítelo hasta que lo comprendas —hablé entre dientes sin decanto.
—Tú no te metas, vejete.
—Ya, Tom, que Allek solo te lleva por cinco años.
—A ver... uno, dos, tres... ¿Tiene veintiséis? Esos son...
—Varios años de diferencia... je, je.
¿Je, je? Debí notar que esa risa tan sospechosa fue lanzada con su qué.
—Demasiados.
—¿Por qué lo dices en ese tono? —Roth se inclinó hacia atrás para enjuiciar a su exnovio—. Tus padres se llevan por doce años.
—Los tuyos también tenían muchos años de diferencia.
—Ajá, por eso no veo nada de malo en estos temas, pasa que algunos no lo aceptan. Siempre que sea una relación consentida.
—La nuestra lo es.
—Nunca lo fue. Saliste de la nada diciéndole a todos que éramos novios.
—Tú no lo negaste.
—¡Por supuesto que sí!
—No lo escuché. ¿Recuerdas a la señora Ponce? Cuando huiste se desmayó y murió.
—¡¿Qué?!
—Es broma, nada más se desmayó. Su marido la estuvo moviendo para que despertara. Ah, y tu tío... No puedo describirte lo mal que se puso después de salir a buscarte y no dar contigo.
—¿Estaba muy molesto? —La voz de Roth tembló.
—Muy, destrozó un par de cosas.
—¿Mi guitarra?
—Lo detuve —habló el Tomto como hablaría algún personaje heroico de algún videojuego. Bah—. Sé que la guitarra es importante para ti, un recuerdo valioso, así que no permití ni siquiera que la tocara. Antes de irme me aseguré de dejar su habitación cerrada.
—Gracias, Tom —emitió con voz melosa Roth y regresó al frente con aire más tranquilo.
Y así hubo un momento de paz. Hermoso y memorable momento. Una pena que no durara eternamente.
Iba tan concentrado en el camino, en conducir, en escuchar la música jazz que se escuchaba en la radio que no caí en cuenta de lo obvio.
—Aquí hay mucha neblina —expresó Roth. En efecto, una neblina similar a la de Silent Hill 2 era notablemente visible.
—Cuidado —me dijo el invasor de atrás—, puede ser peligroso.
—No me digas, gracias por la asombrosa información.
Seguí conduciendo. Lentamente me fijé en la solitaria carretera, el olor extraño, la neblina interminable... Les parecerá una locura, quizás crean que dormía al volante, y la verdad no los culparía. Todo fue una maldita locura.
Y todo se fue más al carajo.
Un ruido se oyó. Una explosión. Descontrol al volante. Gritos. La rueda trasera como un globo reventado.
Mal.
Tuvimos que bajar y seguir a pie entre la neblina, acción temeraria que nos tenía preocupados a todos. En cualquier momento parecía que algún ser antropomorfo saltaría a nosotros para atacarnos.
Pudimos divisar una ciudad de aspecto antiguo, como gótico, gris y fría.
—¿Esta es una ciudad abandonada? —preguntó Roth aferrándose al perro.
—No lo creo, se ve que hay luz.
Y así era, la ciudad en plena noche tenía luces tenues en las calles, algunos departamentos y tiendas. Lo único que faltaban eran las personas. Seguimos caminando en busca de algún departamento de policías, gasolinera o rastro de ser vivo. Y pues nada, no se veía actividad.
Llegamos así, transitando como zombis, a divisar enormes letras de neón rojo que rezaban «Red Maze».
—Entremos a ese bar —apremié.
Entré primero y dejé la puerta abierta para que los demás entraran, pero el tarado de Tom tuvo que usar su tono imperativo con Roth.
—Quédate aquí —le dijo y entró.
—Claro que no.
—No sabes qué puede haber aquí adentro —rebatió.
Por primera vez le di la razón. El aspecto del bar me provocó ese tipo de escalofríos raros en la espina dorsal, la misma adrenalina fría con me provocan los juegos en situaciones de riesgo.
—Él tiene razón.
Con una morisqueta de niña renegada, Roth aceptó.
—Estaré escondida por aquí.
—Tú —Señalé a Tom—. También quédate aquí, por si le sucede algo.
Y, sin más, entré.
Mi primera impresión es que el nombre le sentó genial. Rojo por donde mirase y mi cabeza perdida como si anduviera por algún laberinto. Mesas, ruido, gritos, risas, susurros... Joder, toda la puta gente estaba en ese lugar. Avancé despacio, torpe, distraído; las personas y sus aspectos extravagantes me dejaron en un estado de estupidez avanzada.
Me acerqué a la barra llena de personas con vestimentas negras, ojos de colores, peinados locos y bebidas oscuras. ¿Qué demonios?, es lo que yo también pensé.
Saludé.
—Bienvenido a Red Maze —me saludó el barman—. ¿Vienes con alguna invitación?
—¿Invitación? No tengo.
—Si no viene con una invitación puedo permitirle la entrada.
—Una de las ruedas de mi auto murió y quería preguntar por alguna gasolinera o lugar para reponerla.
De pronto, un sujeto de traje negro con finas rayas blancas llegó a mi lado, su nariz sobre mi hombro olisqueándome; tenía el cabello negro y blanco; ojos rasgados, oscuros y pintados de negro en el parpado; de contextura delgada.
—¿Es la cena? —le preguntó al barman tras su previa intimidación.
Sí, cena, es lo que dijo.
—Nah.
—Qué mal... —se quejó abiertamente—, huele bastante bien.
—Es olor a hombre puro y sudoroso —zanjé yo con mi dosis de sarcasmo y humor, el cual, para mi sorpresa, resultó de su agrado.
—Ya lo noté —dictó.
El tipo extraño se marchó dejando un rastro de su incómoda recepción en mi cabeza. Lo seguí con la mirada hasta perderlo entre las personas. El barman carraspeó a mi lado.
—¿Entonces viene por un favor?
—Sí, que nos digan dónde...
—Tengo a alguien que puede ayudarle.
Dejó la barra y en unos minutos —que me fueron eternos— llegó.
—Por favor, síganme.
Ni tonto ni perezoso. Si tanto trajín hacía, seguro me iba a llevar con el mecánico experto más putamente genial de todo el planeta, y yo estaba dispuesto a conocerlo para que me arreglara o consiguiera la llanta.
Me guio a un lugar apartado y golpeó una puerta negra. Antes de permitirme la entrada, Tom gritó mi nombre entre las personas. El muy... mereservolapalabra llegó a nuestro lado más agitado de como lo paré en la carretera. Le pregunté qué hacía y dónde estaba Roth, y respondió que estaba tardando mucho, Roth estaba escondida afuera y que sentía curiosidad. Contuve otra de mis gloriosas palabras dirigidas a él, la puerta había sido abierta por el barman.
—Pasen —indicó de manera formal.
Entramos a una oficina tranquila, limpia, muy elegante para mi gusto y calma. Un hombre de traje gris y un cuervo nos saludó con un gesto simple al otro lado de un escritorio, iba sentado en una enorme silla roja.
Si creen que no se podía más raro, pues sorpresa.
—Tomen asiento, por favor.
Nos sentamos frente a él. Yo tenía la mitad del culo en el asiento, a decir verdad.
—¿Eso es un cuervo disecado? —le preguntó Tomto, tan curioso como lo hubiera estado Roth, quizás sí son el uno para él otro esos dos.
—Es real —le respondió, llevando una mano al cuervo para acariciarlo.
—Si tienen problemas con las aves puedo ayudarles, soy experto haciendo espantapájaros.
—Caleus es mi mascota.
—Oh. —Tom se calló como un perro regañado durante toda la extraña charla.
—¿Qué es este lugar? —quise saber.
—Están a punto de descubrirlo —me dijo—. The Noose es una ciudad llena de curiosidades, una de ellas es este lugar, probablemente han visto las excentricidades de afuera.
—Un afable lugar.
—Exactamente. —No supe si captó mi sarcasmo, porque de afable no le veía nada—. Pero, por favor, no abusen del miedo, aquí nuestro principal objetivo es el beneficio de nuestros pactantes.
—¿Pactantes?
—Sí, pactantes —afirmó—. Ustedes. Pero para ayudarlos, primero deben firmar.
—Ni siquiera te hemos dicho que demonios queremos.
—Información —resumió mientras sacaba del cajón unas hojas blancas que llevaban por título «contrato». Luego sacó una pluma.
Enderecé la espalda para ver con mejor precisión el texto del supuesto contrato.
—No información, una indicación.
—Información de todas formas. —No me gustaba su tono sabiondo y movimientos perfectos—. Se aprecia la corrección, pero para mí es lo mismo. Mi ayuda a cambio de su firma.
No sabía que carajo tenía que firmar, para mí solo era un intercambio de palabras y adiós lugar de extraño aspecto. Quizás firmaba y pedía volar, ser Flash, salir lo más pronto posible de esa extraña ciudad.
El hombre extendió el contrato en nuestra dirección y la pluma. Tom iba a coger las hojas, pero un estruendo a nuestras espaldas lo impidió. Otro hombre de rostro delirante se aventó —prácticamente— contra el escritorio para encarar a nuestro hombre misterioso.
—Zyer de mierda —le dijo entre dientes—, ¿por qué no me atiendes?
Ajá, sí, el nombre del hombre con el cuervo es Zyer.
—Estoy con clientes, Rehon —le indicó el tal Zyer—. Los asustas con efusividad bestial, sin hacer mención de tu crudo aspecto.
—Tenemos que hablar de la niña —le gruñó de nuevo el hombre que acababa de entrar.
—Luego hablaremos de eso —convenció Zyer—. Hasta pronto.
—Hasta pronto también —dije yo, agarrando del hombro a Tom para que levantara su trasero de la silla. No quería estar un minuto allí, y con Roth afuera podía especular muchas cosas por las que podría estar pasando.
—Ustedes no —vociferó Zyer—, ustedes se quedan.
—Aunque estaríamos encantados, ehm... preferimos irnos, tenemos cosas que hacer —habló por fin Tom, esbozándole una sonrisa que enseñaba sus dientes.
Nos levantamos y dirigimos a la puerta.
—Allek y Tom, su compañera de viaje está bien. —Nos detuvimos a la vez—. Y ustedes estarán mejor si firman.
—No, hombre —le dije—, el único contrato que firmaré es el que me dé pasta.
¿Cómo sabía de Jeagger? ¿Cómo?
Un motivo más para echar pedos y salir de ahí.
—Puedo hacer que trabajes en la empresa Jeagger desde ya —insistió Zyer, poniéndose de pie también.
Negué con la cabeza. Salimos casi corriendo, peleando entre ambos por ser el primero en ver la escasa luz nocturna que dictara nuestra libertad. El rojo comenzaba a cegarme, adormecer mis pensamientos. Correteaba sin encontrar una salida. Una locura terrorífica. Lo peor es que, detrás tenía al tal Zyer con las hojas. El muy perdido me andaba siguiendo, y pronto lo hicieron los dementes de aspecto raro del bar. Una pandilla de personas acorralándonos al campesino y a mí como una horda de zombis.
Entonces, cuando todo se veía rojo y perdido, se fue la luz. Un apagón: uno de los mayores enemigos de los jugadores online, había salvado (probablemente) nuestro pellejo.
—¡Tom! —gritó una voz ya familiar para mis oídos. Roth estaba gritando desde la entrada— ¡Allek! —volvió a gritar.
Su inesperada aparición llevó a buscásemos la salida. Apenas vi su figura sombría entre las pequeñas luces del lugar, la agarré del gancho para salir en un trote hacia la oscura calle de la ciudad. Apenas Roth puso un pie fuera de Red Maze, la luz volvió.
Eso no nos detuvo, seguimos corriendo con Ambrosio persiguiéndonos y ladrando detrás.
—¿Qué pasa? —nos preguntaba Roth. Su voz me pareció algo lejana, y cuando volteé en su dirección me percaté que no le había agarrado la mano a ella, sino a Tom. Cuando ambos caímos en esa fatídica realidad, nos soltamos.
En fin... Terminé agonizando, buscando aire en bocanadas, diciéndome que no debía ir a la luz, si es que veía una. Obtuve un motivo más para no salir a bares o clubes.
Tom se veía más recompuesto. Miró con ojos brillantes a Roth y le robó un beso de los labios, luego extendió sus brazos hacia ella como si se tratara con una escultura.
—¿Qué haces? —le preguntó ella, limpiando sus labios.
—¿Ya te dije que te amo?
—Eh... sí.
—Pues lo hago otra vez. —Adulador, el idiota—. ¡Te amo, Levina!
La expresión de Roth se arrugó más de lo normal y se dirigió a la única persona razonable: yo.
—¿Qué pasó allí dentro?
—Había una reunión de personas extrañas. Locos de aspecto extraño y ofreciendo cosas raras. Tuvimos suerte de que tu enemistad con lo eléctrico nos salvara el culo.
—Y yo tuve suerte de que pasara una mujer y me dijera donde puedes conseguir una llanta nueva.
Trazó una sonrisa y me guiñó el ojo.
Lo olvidé. Por alguna extraña razón, Roth siempre conseguía lo que quería y si necesitaba llegar a Portland, probablemente el destino, su fiel amigo, no le sería indiferente y la ayudaría.
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