
15
Me ha besado.
Él me besó. No me lo puedo creer.
¿Por qué? ¿Por qué el señor S lo hizo?
El chocolate.
No, no, no, no, no quería chocolate. O quizás sí, ¡pero el chocolate de mis labios!
¿Es acaso un sueño?
Nop, estoy bien despierta.
¿Me lo estoy imaginando?
Puede que sí, que el beso haya sido parte de una fantasía momentánea por lo recién acontecido, pero de ser así ¿por qué se sintió tan real? ¿Y por qué mi corazón late tan rápido? Ah..., sí... Es porque he dejado de lado un hecho importante, y es que apenas vengo a darme cuenta de que estoy viajando con un hombre, dormí en la misma cama con un hombre, como en la misma mesa con un hombre y, cielos, acaba de besarme un hombre. Alto, cabello castaño y barba de hombre. Un hombre al que puedo mirar como algo más, de forma diferente, con otros ojos, sentir otros sentimientos.
Cielos... Su beso fue como una caricia. Nunca me gustó el café, pero tengo que admitir que combinarlo con chocolate se siente bien.
Yo también quiero café.
—Allek.
Me acerco a él. Sus ojos se agrandan con sorpresa al verme ya cerca. No hace nada, me observa. Relamo mis labios, ahora lo beso.
Lo estoy besando. Lo beso indiferente a los cuestionamientos. Comienzo probando a la espera de una su respuesta y... la obtengo. Puedo volver a sentir el sutil café de sus labios mezclarse, entrelazar, acariciar los míos; lo saboreo de manera suave, pasible, con lentitud. Es... es extraño, pero de cierta forma adictiva. Más delicioso que el helado y más tibio que el café, así puedo describirlo. Una rara combinación, como nosotros.
El frío aire nocturno golpea en mis labios palpitantes e hinchados. Abro mis ojos y me encuentro a Allek observándome entre la oscuridad, con la luz de la tienda enfocando su rostro tranquilo. Formo una sonrisa tímida que no puedo evitar acompañarla de un encogimiento de hombros. Mi cuerpo, ahora mismo, es como una botella con bebida que se bate con fuerza y quiere estallar. Ya puedo verme al espejo, con mi rostro coloreado de diversos rojos.
—Vamos por nuestras cosas.
El señor S no muestra mucho, ni siquiera tras el beso se ve agitado o con una revolución interna como la que yo traigo. Sé que un beso no debería significar nada, pero mi corazón late con mucha fuerza. Es una locomotora, una que anda a toda velocidad por los confines del cielo, con las nubes dibujando el beso que acabamos de darnos. Ah...
Ay, estoy demente. No puedo sentir tanto con un simple beso, es absurdo. ¿Verdad? Si tan solo Ambrosio hablara me facilitaría las cosas, podría contárselo, aconsejarme. Pero me conformaré con su compañía, con su calor perruno y abrazarlo.
Allek y yo nos besamos. Fue real. Tan real que tendremos serios problemas cuando se entere de la enorme diferencia de edad que tenemos... ¡Por las barbas de Juan!
Me adelanto a los pasos del señor S y camino de espaldas, dándole la cara, con Ambrosio roncando en mis brazos todavía. Lo estrujo como un peluche para armarme de valor.
—Yo quería decirte algo —le digo a Allek, pero mi rostro no se coordina y lo dice mirando al suelo. No, no es mi rostro, es mi lado temeroso que no quiere verlo cuando sepa la verdad. Vamos Levina, ármate de valor y dile que eres menor de edad—. Confesarte algo —reparo, atreviéndome a mirarlo—. Es un detallito.
Detallito con más de cinco años de diferencia entre él y yo.
El señor S enarca una ceja.
—¿Que te gusto?
—No.
—¿No?
—Sí —corrijo—. Mil veces sí. E-es decir, si me hicieras elegir entre gustar o no, juzgando por el beso y todo lo que me hizo sentir..., y lo que siento ahora mismo... Creo que me gustas, pero no me refiero a eso, lo que quiero decirte es que...
Su comisura izquierda se eleva. Está formando una sonrisa torcida, de esas que derriten a todas, las sonrisas con las que mis amigas tanto suspiran.
Sonríe.
Me sonríe.
—Mejor olvídalo.
Sigo el camino oscuro hacia la casa de Jerry y Kerry.
Allek se sitúa a mi lado para caminar a la par. Mi brazo se tensa con cada roce que tenemos. Necesito controlarme, volver a mis cabales.
—Si el beso estuvo demás entonces me disculpo —lo escucho pronunciar. Volteo y nuevamente está mirándome.
—El beso estuvo bien.
Cree que estoy mal por el beso. ¡Ya claro que lo estoy! No en el sentido que Allek debe estar pensado, claro, sino porque puede tener problemas monumentales por habérmelo dado. No, la verdad es que existe una alta probabilidad de que se moleste por mi edad, por haberle mentido. ¡Oh vamos, señor de los cultivos!, no nos castigues, cumpliré dieciocho en unos días.
—Nos despedimos con un clásico de The Jacksons 5: Blame It On The Boogie, para que nuestros amigos de la radio se animen en esta noche. —La canción empieza a sonar de fondo mientras Charlie, el locutor de la radio, se despide—. Nos vemos mañana, ¡a la misma hora de siempre! Buenas noches, gente.
—¡Aaaaadiiiiiós! —me despido de Charlie, pero es Jerry el que responde con un «adiós» desde afuera. Me echo a reír cuando lo veo a través del espejo retrovisor haciendo señas. Allek está a su lado.
Ambos han estado hablando hace un par de minutos, después de que Jerry nos trajera en su auto. Creo que es la primera vez de Allek quedándose a hablar más tiempo que yo. Esperar no me es desagradable con música, la verdad la radio tiene buena música, llena de súper clásicos que puedo cantar como en un karaoke. Por otro lado, estar sola —bueno, con Ambrosio bailando en el asiento trasero— es algo que necesito para ordenar mis pensamientos, mis emociones, tomar decisiones. Ritchman está cada vez más cerca, no falta nada para mi audición y ya estoy muriendo de nervios. Quiero pensar en no tenerlos, mantenerme en calma, pero siempre me vencen.
Solo espero que todo marche bien, que al llegar a Portland, el señor S y yo, cumplamos nuestros propósitos. Y, quién sabe, puede que consigamos lo que queremos y mantengamos el contacto.
Allek abre la puerta y se sube.
—Andando —dice y echa a partir el auto.
Nos colocamos el cinturón para luego despedirnos de la ciudad, dejando atrás una aventura. I Want You Back sonando en la radio, Ambrosio y yo nos movemos al ritmo. Nos divertimos, nos relajamos, reímos y...
Un hombre completamente desnudo aparece frente al auto.
—¡Para!
Allek frena de golpe y del impulso casi salimos volando él y yo. Ambrosio está atrás, rodando en el asiento y ladrando. El hombre desnudo se tapa la cara con una mano, la otra agarra un ramo de flores que cubre sus... su parte baja. Con lo sucio del auto no podemos divisarlo bien, y el hombre no parece querer moverse de su atónito o confuso estado.
Nos acercamos a la ventana para examinarlo con atención. Allek toca la bocina. El hombre se descubre su rostro y baja su mano para ayudar sostener con firmeza el ramo de flores, entonces esboza una sonrisa.
Su aspecto me es familiar. No, ¡peor que eso! Es completamente familiar.
—¡Tom!
Me cubro boca del asombro y luego los ojos. Jamás en mi casta vida vi a un hombre desnudo, ni por la televisión, por imágenes, mucho menos en persona.
—¿Es una alucinación? —le pregunto a Allek viendo la oscuridad misma.
—Me temo que no.
La puerta trasera del auto se abre, siento frío, luego movimiento y, por último, la puerta se cierra. Descubro mis ojos y me reclino sobre el asiento hacia atrás para encontrarme con la viva imagen de Tom.
—Te traje esto. —Me extiende el ramo de flores con timidez.
—Eh... —Me echo hacia atrás por instinto, no quiero que esas flores no me toquen. Esas pobres flores seguro tocaron su...
—Dame eso —farfulla el señor S. Le arrebata el ramo de flores y lo lanza por su ventanilla sin hacer mueca alguna. Y sigue conduciendo. Y no dice más.
Vuelvo con Tom, quien está acariciando a Ambrosio. No es que me sorprenda verlo acariciándolo, siempre intentó hacerlo, pero Ambrosio le gruñía a cambio. ¿Será que Ambrosio se ganó alguna contusión con el frenazo? Espero que no. Parece que no, se ve sano (dentro de su sanidad mental de perro). Es solo un perro traidor. Tom le da unas últimas palmaditas en la cabeza y se detiene para contemplarme con rostro cansado, ojos brillantes, el cabello revuelto. Sigo sin creerlo. Tom luce muy diferente al presumido con un tractor caro, verlo tan malogrado estado remueve mi lado compasivo, el que saqué en muchas ocasiones antes de que les dijera a todos que estábamos saliendo cuando ni siquiera me propuso ser novios.
—¿Qué te pasó? —pregunto tratando se sonar dura.
—Pues... me robaron —articula con rapidez, como si llevara años queriendo decírselo a alguien—. Todo. Auto, ropa, celular, dinero... ¡Todo!
—¿Quiénes?
—Los tipos que contraté para buscarte.
—¿Los de la camioneta? —Asiente con desánimo.
—Esos malditos me robaron hasta la dignidad, ni los calzoncillos quisieron dejarme —cuenta con el drama de una actriz de telenovela—. Suerte que había arbusto con flores porque, de lo contrario, me los hubiera topado con las manos en la masa.
¡Puaj!
Regreso al frente y me escurro por el asiento para desaparecer, no verlo más. Yo sé que aquí hay gato encerrado, su aparición dramática es un engaño, una artimaña sucia.
—Si vas a pedirme que vuelva, tengo que decirte que no lo haré. —Me cruzo de brazos para enfatizar la molestia—. Nada de regreso, yo me quedaré en Portland, voy a cumplir lo que anhelo desde niña.
—Y yo lo acepto —suelta sin más. Doy un salto y volteo. Su cara es seria, muy seria, tanto que se podría asemejar a la del señor S. Achico mis ojos para escudriñar en sus pensamientos, aunque sea un intento en vano—. En serio, Levi. Yo quiero lo mejor para ti, y si quieres ir a Ritchman o al otro lado del mundo te apoyaré. Te doy mi palabra.
La tensión entre mis cejas se va soltando poco a poco. Puedo ver que en él también la tensión se despide en un soplo suave de sinceridad. Su repentino cambio es extraño, pero se muestra sincero.
—¡NO! —grita mi yo razonablemente duro. No voy a caer, ¡es una trampa!—. Tú... —Lo señalo con el dedo hasta rozar su respingada nariz— He vivido toda mi vida a cuestas de mi tío, viviendo en una jaula, como un pájaro, y tú...
—¿Yo?
—¡Tú! —Ahora pico con mi dedo su pecho para que le quede claro que hablo de él, con propiedad y firmeza—. Desde que te conozco has querido hacer lo mismo conmigo. No dejas que decida, no dejas que opine, me quieres tener a tu lado como un maniquí, como tu sirvienta. Ni eso, ¡para ti soy un trofeo o algo por el estilo!
—Eres la más linda de Lebestrange —interrumpe—, tenerte de novia sí es un premio.
—No confío en ti —me repongo antes de caer en su palabrería barata de siempre—. Muchas veces me dijiste que seríamos felices juntos, pero no es cierto, tú te apropias de mi felicidad y no me dejas en paz porque... ¡Pues ni santa idea! —Bajo el dedo y me apronto en agarrar a Ambrosio. Este perro traidor no tiene que estar al lado de Tom—. ¿Qué hay en ti que me diga que me acompañarás y que de verdad vas a apoyarme? Desde que me fui lo dejé claro que no quería una vida en el pueblo, aun así me seguiste por todo el país para regresarme a Lebestrange.
—¿Cómo podría dejarte ir así nada más? —me cuestiona, acercándose— En traje de novia y tacones... ¿¡Y tu traje de novia!?
Recién se percata de ese ENORME detalle.
—Me lo quité hace días, Tom. No volveré a vestir el blanco a menos que así sea mi decisión, te guste o no.
Vuelvo al frente con Ambrosio, abrazándolo como un silencioso consuelo mientras observo el oscuro camino que nos depara para llegar a Portland.
—Me gusta —pronuncia la melosa voz de Tom cerca de mi oído—. Escucha...
Su susurro cosquillea mi cuello, puedo sentir la yema de sus dedos recorriendo con timidez mi brazo. Me hago a un lado como tocada por el mismo diablo.
—¡Guácala! —exclamo desde mis entrañas asustando al pobre Ambrosio, que vuelva al asiento trasero, junto a Tom—. No me tomes con tus manos sucias —le ordeno al humano, no al perro.
—Ah, sí, sí. —Me deja en libertad, pero es tarde, puedo sentir su tacto aún en mi brazo. La mueca de asco no me la quitará nadie—. Escucha: cuando me dejaste plantado en el altar y te vi corriendo con tu vestido blanco... No te mentiré, amor, me molesté tanto como tu tío, porque me dejaste, porque rompiste mi orgullo, me hiciste ver como un tonto. Pero ahora, cuando me vi sin nada, sin dinero, ropa, dignidad, yo supe que nada de esas cosas me importa más que haberte perdido a ti. Y me di cuenta, que tu huida no está mal, que solo buscas obtener lo que mereces, y estoy seguro de que lo tendrás, pero no quiero mantenerme apartado, quiero acompañarte. Lo he hecho desde siempre, Levi. Prometo que me mantendré al costado, no molestaré, desde ahora, te apoyaré en cuanto pueda.
Creer o no creer, he ahí mi dilema.
—¿Tío Gideon lo sabe? —pregunto en una murmuración.
—¿Que me asaltaron?
—Que estás aquí.
—No, ¿cómo lo sabría?
—Bien.
Por fin acontece un silencio pacífico en el auto.
—¿Ya terminaron?
El señor S no luce feliz, más bien tiene el ceño fruncido que llevaba tan permanente cuando recién nos conocimos.
—¿Y tú quién eres? —le pregunta con indiferencia Tom.
—Él es Allek —intervengo antes que el señor S hable—, me está llevando a Portland.
—Ya me di cuenta —recrimina Tom, examinando a Allek de pies a cabeza, alternando su fisonomía y la mía—. Te ves bastante mayor como para estar sentado junto a Levina.
—Y tú te ves bastante idiota como para estar sentado junto al perro —responde Allek al instante.
Si la tensión matara todos en este auto ya estaríamos enterrados.
Tom ensancha una sonrisa.
—Te sienta bien el morado —zanja con malicia en referencia al ojo morado que le dejó al señor S.
—Y a ti la ropa.
—¿Quieres pelea?
—Oigan, ya paren —me opongo entre ambos.
Pensar que seré la voz mediadora entre Tom y el señor S me provoca un dolor de cabeza. Y ni hablar de las horas de viaje que restan, ¡serán enormes!
Lo más importante es no volver a poner mi trasero en mismo sitio donde Tom está.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro