14
La canción finalmente terminó. Puedo asegurar (sin problemas) que terminamos más separados a como empezamos. La jodí por soltar una tontera que debió quedarse en mi cabeza y ya. Ajá, ahí tenía que quedarse. Era un pensamiento corto, de esas ideas que aparecen, razonas y se van. Me dejé de llevar por los tragos, por el momento, por haber escupido en su cara tantas cosas personales que no venían a cuento...
Me volví a sentar. Roth hizo lo mismo; callada y con cierta timidez impropia de su persona. Concuerdo con ustedes al decir que en una semana no conoces bien a una persona, pero después de tantas horas junto a la novia prófuga logré capturar más de uno de sus gestos comunes.
Jerry y su esposa seguían bailando. Una nueva canción se entonó en medio de nuestro silencio, y todo acabó más rápido de lo que pensé.
Miento, así no fue. Todo empeoró en cuanto Roth se levantó de su asiento, caminó por la terraza y miró al resto del patio. Escuché el sopló que emitió con sorpresa.
—¿Dónde está Ambrosio? —preguntó. Se giró para pedirnos una explicación— ¿Dónde está Ambrosio?
El silencio que formamos entre Jerry, su esposa y yo... Bueno, ya se imaginarán.
—¡Ambrosio! —empezó a chillar.
Me levanté para seguirla en su bajada hacia el patio. Miró a todos los lugares posibles, rincones pequeños, caminó de lado a lado y no lo encontró.
—Estaba aquí, jugando —me dijo—. Tú lo viste, ¡todos lo vimos! —exclamó con las manos alzadas al cielo, luego las bajó—. ¿Dónde habrá ido?
Iba a decirle que probablemente su aventurado perro estaba cagando en algún sitio o qué sé yo; puesto que ese perro es demasiado extraño, no me sorprendería que fuera un extraterrestre encubierto. Preferí omitir el comentario porque ella se encontraba al borde del llanto y no soy un hijo de puta cruel para joderle más la existencia.
Mi aporte constó en levantar el culo y buscar algún rastro del perro.
—Aquí —llamé a todos—. Hay un hoyo.
Si jodido animal pudo caber en un hoyo no está tan gordo como aparenta. Me sorprendí al contemplar tal descubrimiento.
La esposa de Jerry abrió la puerta del patio.
—¡Ambrosio! —gritó Roth con voz frágil al salir a la calle . La tuve que agarrar de los hombros, obligar que me mirara, calmarla un poco.
—Respira hondo. —No me va lo de consolar personas, pero creo que lo hice bien. Respiró hondo y luego asintió—. Mira tú entorno, ¿dónde crees que pudo ir?
Buscó hasta sobresaltarse y señalar por encima de mi hombro.
—¡La plaza!
Corrió a la plaza como perseguida por Grunt, el maldito monstruo de Amnesia.
—No, no, no —la oí decir entre dientes apenas llegaba a su lado.
El perro no se veía en la plaza, ni en sus alrededores. No había rastro de él por ninguno de los sitios que buscamos. Pronto Jerry tuvo que volver al trabajo, su esposa decidió regresar a la casa por si Ambrosio llegaba. Caminamos manzanas y manzanas; fuimos al supermercado, al auto, esperamos una media hora allí; aguardamos en las afueras de la casa de Jerry y seguimos caminando por los alrededores gritando su nombre.
Nada, el perro se desapareció.
Sentados en una banca de la plaza, ya de noche, Roth habló:
—Calma, lo encontraremos.
Lo decía para convencerse ella misma. Lo cierto es que pronunciarlo entre lágrimas no le daba mucha credibilidad. Se veía echa un desastre, peor a esa vez que intentó robarme el auto y yo partí con el perro dentro. Lágrimas, mocos y más mocos.
—¿Dónde estará? Es que... es que se hizo humo. ¡Puf!, de la nada. Él no es así, siempre me acompañó a todos lados. ¿Cómo va a desaparecer tan de repente?
Mi lado benevolente tuvo que salir a la luz en forma de idea. No, una fantástica idea (desde mi lado humilde). Saqué mi celular y entré a Facebook. Omití leer las notificaciones, bien sabía que los pocos amigos que tengo no me etiquetaban en cosas decentes.
Roth arrastró el culo por la banca para ver qué tanto hacía.
—Debe haber algún grupo de animales perdidos en la ciudad —le comenté—, o de esos que regalan perros.
Y así pasó: había un grupo abierto de animales abandonados y perdidos.
En las pocas publicaciones que había logré dar con el enunciado de una tal Valentina L. que decía haber encontrado a un perro con correa, bien relleno pero de apetito voraz, además publicó una foto. Era el mismo perro de Roth.
Le escribí enseguida.
«El perro es nuestro», publiqué y qué patético me sentí al notarlo.
¿Nuestro? No, solo de ella.
Valentina nos dio la dirección de su casa, no sin antes pedir pruebas de que el animal pertenecía a "nosotros". Tuve que sacarle una foto a la foto (valga la jodida redundancia) que nos tomamos en el festival y, como añadido, le respondimos que el perro responde a nombre de Ambrosio.
Llegamos a la villa donde Valentina vive guiados por el GPS. Entre tantas casas blancas de tejado rojo casi pasamos de largo, pero pudimos dar con la correcta al descubrir que en el pórtico de la casa había colgantes con forma de animales. Tocamos el timbre y esperamos. Valentina salió de la casa, resultando ser, para sorpresa de nuestro infortunio, la de Facebook.
—Hola —nos saludó abriendo la reja—. ¿Ustedes son los dueños de Ambrosio? ¿Allek y Greta?
Gracioso. Roth insistía en hacerse llamar por su nombre falso. Bah...
—Solo ella —corregí mi fatal error anterior.
—¿Dónde está?
La preocupación palpable de Roth emergió previa a la buena presentación que siempre mostró con los demás.
—En el patio, jugando con Leo. —Dicho esto nos invitó a entrar.
No preguntamos quién era Leo, en su lugar preferimos mantenernos alerta atendiendo nuestra mala suerte. Para fortunio nuestro, a penas salimos al enorme patio Ambrosio corrió hasta Roth para dar saltitos y moverle el muñón de cola que tiene.
—¡Ambrosio! —chilló Roth y se agachó para abrazar a su perruno amigo. Las lágrimas no faltaron, por supuesto. La emoción del momento incluso casi me fue contagiada, me llevó a recordar aquella vez que Petunia, mi gata en Los Sims, se fugó de casa.
Leo, el perro de Valentina, llegó a mi lado meneando su cola y pidiendo que lo acariciara. Iba a hacerme a un lado, pero en vista de que su dueña estaba allí no pude negarme.
—¿Dónde estaba? —preguntó Roth tras salir de la escena dramática del reencuentro.
—Lo vi desorientado en la calle principal, cuando estaba paseando a Leo —explicó la castaña—. Por temor a que pudieran atropellarlo lo traje aquí.
Puedo jurar que por poco los ojos del perro se salen de sus cuencas con el abrazo que la novia prófuga le dio. Dejando libre al pobre animal —que siguió a Leo para jugar— se volvió hacia Valentina para abrazarla sin más, como si ambas fueran amigas de la vida.
—¡Gracias, gracias, gracias! —le dijo—Estuvimos horas buscándolo.
Con la efusividad de la ex castaña yo también formaba una mueca incómoda como la de Valentina. Me compadecí de ella. Un poco.
—No tienes nada que agradecer —le dijo con total propiedad—, ayudar animalitos tan bonitos es una necesidad que tengo.
Lo podía creer de Leo, ¿pero llamar al animal de Roth lindo? Me pareció una locura.
Una sorprendida Roth la soltó para preguntarle:
—¿Has ayudado a muchos?
—Sí, recojo a perros callejeros de vez en cuando, los llevo al veterinario y me los quedo por un tiempo, luego los regalo. Afuera hay tantas personas malas con ellos que alguien debe hacer un equilibro, ¿no?
Tenía su punto, sí.
—Es algo muy lindo —confesó con ensoñación Roth, agachándose para recibir la pelota de tenis de Leo—. Así que tú eres Leo —le habló al perro con voz aniñada—. Hola, bonito.
Aprovechando la distracción, Valentina se dirigió a mí.
—¿Ya cenaron?
Negué con la cabeza y sentí inmediatamente dolores en la tripa.
—¿Les gusta la comida china?
Roth levantó la cabeza.
—Nunca la he probado.
—Es el momento de que lo hagas. —Y con una sonrisa nos sirvió para ir a la cocina a comer.
La comida china incluyó rollos de primavera, wantanes, soya y pollo apanado. Y como era de esperarse, la supuesta Greta y Valentina gastaron saliva hablando de animales, específicamente, perros, y de cómo dormían, de sus raras costumbres, de cómo hacían cuando les rascan la panza, del primer baño, de la comida, y más. Tema del que me mantuve al margen porque ahí no paraba carro ni por suerte, todo un noob en el tema.
Ya para las diez de la noche se hicieron amigas jugando con los perros y enseñando al oloroso Pug ir por la pelota.
En definitiva, ahora que lo pienso, Roth parecía haber puesto trucos a su estilo de vida para trabajar amistad al instante, opuesta a mí, que no lograba congeniar con nadie, excepto con Jerry porque me conocía de mocoso. El único ser vivo que notó mi presencia fue Leo, el perro mestizo de pelaje blanco, ojeras caídas de un sutil color marrón. Me vio sentado en la silla plástica, en el patio, y se subió en mi regazo; allí se quedó, acurrucado durante varios minutos, incitando a vena más profunda para que lo acariciara.
Antes de marcharnos de la casa de Valentina, ella le dio un papel con su número. Leo, por su parte, se despidió de mí moviéndome su cola. Increíble, me agradaba más un perro que conocía hace una hora y no el animal oloroso de Roth.
Camino a la casa de Jerry para coger nuestras cosas. Todo bien, Roth llevaba a su feo animal en brazos. Lo normal. Hasta que decidió hacer una parada antojada por la pancarta de un helado de chocolate.
—En Lebestrange no puedo comer helados por la noche —comentó abriendo la bolsa mientras yo aguardaba por mi café instantáneo frente a la máquina—. Primero porque no hay tiendas abiertas a estas horas, a menos que haya alguna celebración. Segundo porque mi tío me lo prohibió. Decía que me resfriaría o me caería pésimo para el estómago. Pocas veces pude disfrutar de esta exquisitez. —Elevó el helado al cielo y lo admiró cual objeto de valor, con ojos brillantes y su respectiva sonrisa.
Típico de Roth.
Con su helado y mi café, nos sentamos en unas sillas plásticas afuera de la tienda. El día agitado que tuvimos nos dejó en un letargo pensativo, mirada al cielo nocturno sobre los muchos tejados de casas. En todo el tiempo que pasó dejé de tomar mi café para retomar nuestro viaje a Portland.
Roth apenas acababa su helado el momento en que corrompió el silencio.
—Gracias —la escuché decir, entonces se reclinó por el costado de la silla para besar mi mejilla.
—No tienes que agradecerme.
—¡Claro que sí! De no ser porque entraste a... como sea que se llame esa cosa del celular, jamás hubiéramos encontrado a Ambrosio. —Bajó la mirada hacia su perro, que dormía tranquilamente en su regazo—. Es mi deber agradecerte esto y mucho más.
—Si estamos en eso yo también tengo que agradecerte.
—¿Por qué?
—No hacer este viaje tan aburrido.
Lo más afectuoso que le dije y dicho a alguien durante meses. Quizás por el cansancio, la instancia que se dio o porque de verdad me parecía así. La cuestión es que... Se me fue la olla. Simple.
—Escucha —hablé, dirigiéndome a ella con calma, sin alterarla porque, cien por cien seguro, lo que diría la espantaría y huiría—: voy a besarte.
Por su calma deduje que lo tomó como una broma. Formó la sonrisa de siempre, la cual se fracturó al notarme serio.
—¿Qué dijiste?
Quedó con sus labios abiertos por la conmoción y yo, ante eso, me convencía más en hacer lo ya dicho.
—Voy a besarte —repetí con la misma calma anterior.
—¿Qué? —Frunció el ceño— ¿Es una broma?
—No. ¿Te ha pasado que quieres chocolate, pero no hay de la marca que frecuentas y decides comer otra porque, al fin y al cabo, es chocolate? Eso explica todo. Quiero chocolate.
Tal excusa gozaba de sentido, hace un momento ella tomaba helado de chocolate.
—Pues ve a la tienda...
Claro que ella salió con un argumento mejor.
—No me refiero a eso.
Y con esto último cumplí lo que dije. La besé. Simple y llanamente eso. Una probada que combinó el café de mis labios con el chocolate de los suyos.
Esporádicamente todo volvió a mi completa normalidad al visualizarla en un estado de incomprensión. Pues nada, así estuvo tanto tiempo que yo pretendí sacar mi celular y ponerme a jugar.
Una idea que quedó en nada.
—Allek —me llamó.
Me giré solo para encontrarme con el cuerpo de Roth inclinado hacia mí. Y también me besó. Devolvió mi beso con nervios, o quizás inexperiencia. Tal vez, yo lo sentí así en un principio porque no me lo esperé, porque pasó rápido. Pero era real, no había huido y con esto asegurado decidí responderle también.
Ahora bien, en mi situación, debo jurar por mis años como jugador y por todos mis juegos que para esa circunstancia no sabía que tenía diecisiete años.
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