13
Estamos perdidos. Aquí termina todo el sueño. Me despediré de todo lo que viví para volver a Lebestrange. Todo lo que me propuse... por todo lo que pasamos... Dios, ¿es que de verdad todo a sido en vano? ¿Así nada más?
—Levanta las manos he dicho.
La señora de la escopeta golpea a Allek. Lo veo de reojo, cayendo de rodillas a mi lado. Yo no soy de las que se oponen si me están apuntando, por eso apenas apareció la mujer regordeta levanté las manos y me arrodillé. Al otro lado, sentado y gruñendo, está Ambrosio.
—Tranquilo, muchacho —le digo e intento acariciarlo en vano, la señora me detiene con un sonido repetido con la boca.
—Quédate quieta, corazón.
Sale al patio otro sujeto; es mucho más alto que la mujer que nos apunta, tiene más barba que Santa Claus y está gordo. Podría jurar que sus pisadas causan temblores en la tierra. Digo, estoy de rodillas, puedo sentirlo.
O quizás es que estoy temblando del miedo... Santa cachucha, ¿de verdad todo acabará aquí? ¿Adiós a mi libertad? Pues esperaba más. Mucho más. Volver a casa con el rabo entre las piernas no es digno después de lo que dije. Ya puedo ver a tío Gideon con su expresión de «te lo dije, mocosa malagradecida».
Ahora los dos desconocidos hablan entre ellos, creo que planean qué hacer con nosotros. El hombre menciona que ya llamó a la policía y la mujer le pide que abra la puerta.
—Voy a correr —le digo entre dientes al señor S, sin quitarle la mirada a los dos grandulones.
—¿De qué hablas?
—Tomaré a Ambrosio en mis brazos y huiré —explico con un nudo formándose en mi estómago. Lo he decidido, es lo que haré—. Supongo que esta será nuestra despedida, señor S.
Volteo.
Es la primera vez que lo veo con el ceño tan fruncido por la confusión.
—¿Subiste al nivel dos de locura?
Y no dice más. Suelto un jadeo que doblega mi torso hacia el suelo. ¿Es que eso es todo lo que me dirá? Bien, creo que tiene su grado de razón.
—Es que no puedo volver a casa. —Miles de posibles acontecimientos pasan delante de mí si es que vuelvo a Lebestrange. La mirada austera de mi tío, muchos regaños, mala fama por haber escapado, tener que reanudar con el matrimonio...—. No quiero y no puedo.
—Si sales corriendo te dispararán.
Volví a levantar mi cabeza, mirada al frente.
—Tomaré ese riesgo.
Antes de encontrar el instante perfecto, la mano de Allek me detiene.
—No lo hagas —pide.
¿Pide?
Su gesto me hace dibujar una diminuta sonrisa.
—Es lindo verte preocupado.
—Ver gore en juegos es muy diferente que verlo en la vida real.
—¿Qué es "gore"? —pregunto y... no puede responder.
Volvemos a tensarnos porque la mujer con escopeta se nos acerca y agacha. Una mirada turbia va desde Allek, se detiene un rato en mí y luego en Ambrosio. Puedo verla con detalle y notar que tiene cierto parecido con la madre de Tom. ¡Ya sé! ¡Es su hermana gemela perdida! Es posible... una vez escuché decir que todos tener un gemelo en algún lugar del mundo, una versión de nosotros mismo pero con diferente personalidad; eso explicaría por qué la madre de Tom es un amor y la mujer que tenemos en frente es todo lo contrario.
—Ya llegó Jerry —le informa cerca del oído el hombre.
Empiezo a sudar frío.
—Aquí los tenemos.
Dos policías —armados— salen al patio. El bien llamado "Jerry" se agacha frente al señor Allek para analizarlo (creo) con una afilada mirada que me causa escalofríos. Ambrosio le ladra al otro policía que se acerca a mí. Me quedo estática, con mi cuerpo temblando.
—Sácate esa gorra, niño bonito. —Jerry de un manotazo le saca el jockey que recientemente le compré a Allek. Con un dejo de lamento veo como el accesorio sale volando y cae al suelo. Luego el policía le quita los lentes—. No me lo creo... ¿Allek Morris? Hombre, con ese ojo morado por poco no te reconozco.
—¿Te conozco? —le pregunta el señor S sin cambiar su seria expresión.
—Fui compañero de tu padre, en Hazentown —contesta el ahora animado oficial—. Jerry Milanes.
El señor S parece incursionar en sus más profundos recuerdos. De pronto, sus ojos cansados tienen un brillo que lo hace reaccionar. Lo recuerda.
—¿El caballero de la guitarra? —le pregunta con el mismo ánimo de siempre, que me hace dudar ahora si es que realmente lo recuerda o no.
Los ojos del policía Jerry se agrandan con sorpresa, una marcada sonrisa bajo su barba de días se asoma y enseña unos amarillos dientes que me recuerdan a los de la anciana del enorme bazar donde comprábamos víveres. Extiende su mano hacia el hombro de Allek y allí la deja.
—El mismo, muchacho —dice con un tono de alegría y nostalgia.
¿Esto significa que estamos salvados?
Jerry se pone de pie. A pesar de medir menos que la mujer y la escopeta y el otro hombre, el oficial luce con una aspecto mucho más autoritario que el de ellos. Y con un cambio en su voz, se dirige a nuestros captores.
—Dejen que se vayan.
La mujer no puede creerlo.
—Pero... jefe...
—No son ellos —afirma—. Los dos fugitivos portaban más que dos mochilas y no tenían un perro. El cabello de la chica es rubio natural y ella huele a tintura desde la entrada.
Ya podemos respirar con tranquilidad. Suelto un suspiro para liberar tensiones en lo que me levanto, tomo a Ambrosio, acomodo mi mochila y le doy las gracias al policía, sin embargo, él se dirige para hablarle al señor S.
—¿Ya almorzaron? —Allek niega con la cabeza—. ¿Por qué no vienen con nosotros, muchacho? En unos minutos termina mi turno y estaré complacido de invitarte a mi casa.
Creo que tenemos muchísima suerte.
Allek y yo salimos de la casa mirando en todas las direcciones posibles. Tom y sus amigos no andan cerca, lo que es un alivio. No pensé que llegaría al extremo de perseguirnos como en las películas. Está haciendo las cosas más complicadas. Y lo peor es que sigue siendo el mismo arrogante que pone por encima su forma de pensar e ignora la mía.
Al subir al auto policial me siento apresada puesto que nos sentamos en el asiento trasero donde van los detenidos. Trago saliva con incomodidad. ¿No será esto una trampa? Estaré rezando una plegaría para que no.
El oficial Jerry se inclina sobre su asiento y nos mira con una trepidante sonrisa al otro lado de las rejas de seguridad que tiene el auto policial. Vuelvo a tragar saliva de sopetón y apretó a Ambrosio contra mi pecho.
—¿Cómo demonios llegaron al patio de la gran Patty?
Respiro mental.
—No es como si quisiéramos toparnos con ella —le responde el señor S—. Pasa que...
—Un grupo de motociclistas nos perseguían —tengo que interrumpirle antes de que hable sobre mi escapada y quien es la persona que nos sigue—, de esos que tienen chaquetas de cuero con calaveras en llamas y sus motos que lanzan fuego por el tubo de escape. Tipos grandes y rudos.
El compañero del oficial Jerry me mira por el espejo retrovisor.
—¿En serio?
Yo asiento en respuesta, pero Allek... Él no se inmuta, simplemente está aquí, a mi lado, sentado preguntándome qué demonios he dicho.
«Por favor miente», le suplico.
—Ah, sí. Tipos grandes y rudos.
¡Geniaaaaal!
Jerry le da un manotazo en el hombro al oficial que sigue mirándome.
—¿Recuerdas que te hablé de un compañero que me salvó la vida? Él es su hijo. —Señala al inexpresivo que tengo a mi lado. El señor S ni siquiera se muestra sorprendido u orgulloso—. Yo te conocí cuando eras un poroto, muchacho, así una cosa pequeña que iba siempre detrás de su papá pidiendo que le cantara.
¿Así que su padre cantaba?
—Y cuando su padre hacía alguna celebración ahí estaba, con la guitarra de su padre y cantando sus canciones. —Jerry se echa a reír y vuelve a prestarle sumo interés al señor S—. ¿Lo recuerdas?
—No recuerdo casi nada —contesta con su monotonía latente y casi palpable.
Lentamente con esto el oficial Jerry triza su orgullosa y soñadora sonrisa. El silencio en el auto retorna con una corona magistral que ni las arcadas y los ladridos de Ambrosio pueden quitar. Así seguimos todo el camino hasta llegar a la comisaria, esperando a que Jerry releve su turno y vuelva con nosotros para ir a comer a su casa. por mi parte, no puedo dejar de mirar a Allek, sin disimulo, cosa que al parecer le disgusta de sobremanera. ¿Pero qué le puedo hacer? ¡No puedo evitarlo! Imaginarme al señor S de pequeño y cantando con una guitarra se ha convertido en mi reto.
Cuando Jerry regresa, no trae puesto su uniforme sino ropa común y corriente como la nuestra. Su aspecto imponente se marchó con el uniforme y el auto, ahora solo queda un hombre alto, cabello gris por las canas y un rostro paternal. Nos lleva hasta su auto aparcado en las afueras de la comisaria, y con nosotros arriba nos habla sobre la confusión que hubo en el patio de Patty, la mujer que nos apuntó con la escopeta. Nos cuenta que hace unos meses una pareja ha estado entrando en las casas y robando, que todo el barrio ha estado delirando por encontrarlos, además de que muchos quieren hacer justicia por mano propia. Finalmente nos dice —como si se tratara de un consuelo— que tuvimos suerte porque no nos agredieron.
Llegamos a la casa de Jerry y nos presenta a su esposa, Kerry, lo que me hace bromear con sus nombres similares. Mientras el señor S le ayuda a Jerry a poner el equipo de música en su patio, yo me mantengo alejada de todo lo que use electricidad.
Después de unos minutos con mi estómago crujiendo por el olor a comida, me siento en la mesa del patio, en una bonita terraza de madera que en la baranda tiene enredaderas y maceteros con flores. Sin dudas es un patio colorido y Kerry se siente orgullosa por su buen trabajo en la decoración cuando se lo menciono. Incluso a Ambrosio le ha gustado el patio; corre persiguiendo pájaros, se revuelca en el césped y juguetea con el gato de la familia. Se ven adorables.
Vuelvo a centrar mi atención en la comida y noto que junto a mi plato hay una copa con... algo. Es una bebida, creo, pero no sé cuál. Yo no bebo, nunca he probado ninguna cerveza o tomado esos tragos excéntricos que mis compañeros de clases alardeaban en tomar. No señor, siempre repelí ese tipo de cosas, pero ahora...
Tomo la copa y le doy un sorbo al trago. No sé qué cara debo tener, pero seguro es similar a la de una anciana. ¡Qué asco de bebida!
—¿No bebes, Greta? —pregunta Kerry.
—Soy más de jugos naturales —respondo dejando la copa en la mesa otra vez.
El señor S aparta la copa de mi lugar y la acomoda junto a su vaso de cerveza que ya va por la mitad.
—Yo me lo beberé —me dice y se lo agradezco con un gesto.
Jerry nos mira desde el otro lado de la mesa, junto a su esposa. Al descubrirlo se mueve, bebe de su cerveza y se dirige al señor S.
—Dime, Allek, ¿cómo está la familia?
—Bien.
Y no responde más.
—¿Ustedes dos están de viaje? —intercede esta vez Kerry—. ¿Algo romántico?
—Nada que ver —respondo al soplo.
—Nos conocimos hace poco —agrega el señor S, siento la culpa de haber intento robarle el auto consumiéndome—. La vi al costado de la carretera y paré.
Lo dice con una falta de entusiasmo que su cuento no lo creería ni mi abuela, si es que viviera la pobre.
Allek se toma al seco su vaso con cerveza y limpia sus comisuras con la servilleta.
—Permiso, iré a hacer una llamada —dice levantándose de la mesa—. Ya regreso.
En la mesa, y sin el señor S, me tomo la molesta de saciar mi mayor duda del momento.
—¿Así que Allek cantaba?
Mi pregunta parece sacar a Jerry de un aletargado mundo. Ya consciente de dónde se encuentra, enfoca su mirada en mí y asiente con los ánimos puestos.
—Oh sí, sí. —Una sonrisa se le dibuja en la cara—. Nos animaba las tardes a su padre y a mí con sus canciones. Richard le tuvo que regalar su guitarra.
—Él... (creo) la tiene en su auto, está viajando con ella.
—Es un lindo gesto. —Jerry se echa hacia atrás con orgullo y se cruza de brazos admirando con su totalidad el entorno. Pero no tarda en incorporarse con los codos bien puestos en la mesa. Esto no me gusta, me mira demasiado—. Tú... me pareces familiar.
Me echo a reír y busco algo que beber. La copa, eso es.
—Pues... —Mi voz se escucha distorsionada; alargada, arrastrada... ¿Qué pasa? Ahora siento que estoy sobre un barco, navegando con la mesa como cubierta—. No sé...
—Tienes algo que vi antes...
Jerry sigue mirándome. Sus ojos entreabiertos ya me son difusos. Busco un equilibrio y trago saliva. ¿Será que me descubrió? ¿Sospecha de mí porque escapé? Creo que... voy a beber más.
—Creo que me recuerdas a la actriz de una serie. —Dejo la copa vacía sobre la mesa y sigo riendo. Ya no me mira con duda—. Su nombre es Maddie Hasson.
¿Una actriz? ¿Para esto me bebí de sopetón todo el trago pretendiendo que así no me ubicara? Podría aventarle la copa de no ser porque es oficial, hospitalario y me siento algo mareada.
Todo mi cuerpo pesa.
Allek sale al patio y se sienta en su lugar.
—Buena noticia —anuncia, aunque a juzgar por su expresión parecen noticias malas, pésimas, deplorables y muchos sinónimos más—. Tengo hasta el miércoles para la entrevista.
Oh, es decir que ya no hay apuros.
Oh cierto, mientras más pronto llegue a Portland menos persecuciones de Tom y más pronta mi libertad. ¡Sí! Ya puedo imaginarme en el auditorio de Richtman, frente a los jueces y profesores, yo de pie con una guitarra...
Tengo un cosquilleo en el estómago, espero que sea por los nervios de la presentación y no porque la bebida de la copa me esté haciendo mal.
—Pondré algo de música —avisa Jerry poniéndose en pie. Se pierde rápidamente en el interior de la casa. Su esposa se levanta y dice ir por el postre.
En la mesa quedan los platos y copas, los cubiertos a un costado, Allek y yo.
—¿Por qué no le dijiste a Jerry que tu novio psicópata te sigue? —me pregunta para sorpresa mía— Él podía arrestarlo y nos queda el camino libre.
Jugueteo con mis dedos cual niña regañada, y es que así me siento ahora, sentada con cierto atisbo de culpa por haber mentido. ¿Motoqueros? Esa es una payasada, yo solo intentaba cubrir a Tom.
—No quiero que lo arresten. Tom... él... no es una mala persona, ¿sabes? Actúa como un dementé, sí, pero no por eso quiero que lo apresen. De todo el tiempo que estuvimos juntos nunca me trató mal, siempre me consentía, quizás hasta demasiado, pero no con malas intenciones. Es un chico arrogante, a veces gruñón e intimidante, pero si de algo estoy segura es que... está enamorado profundamente de mí.
Decirlo me da un dolor en el pecho que necesito hacer desaparecer a como dé lugar. Busco la cerveza sobre la mesa y me sirvo hasta llenar la copa. Tomo todo al seco y... y... ¡Puaj! El sabor agrio que deja en mi boca es horrible.
No llevo cuenta del tiempo en que llevo cantando las canciones que Jerry a puesto. Solo disfruto de las mágicas letras entonadas que salen de los altavoces con la botella de cerveza en mi mano... Ups, que «estaba» mejor dicho.
Me carcajeo en medio de la terraza vacía con Jerry aplaudiéndome también. Una difusa Kerry me acompaña en el coro.
¡Se ha armado la fiesta, señores!
No, creo que se armó hace un rato.
—Cambia la música, Jerry —anima Kerry dándole golpes en el brazo a su marido.
Yo solo veo una estela volátil que queda en el asiento ya desocupado de Jerry.
La música se detiene, empieza una guitarra lenta con un ritmo pausado que invita a bailar con movimientos lentos. Me gusta. Ahora voces suenan graves, altas y vuelven a grave.
—UuuuUUuuuu... —Sigo las voces mientras me dirijo hacia el señor S con movimientos de caderas y hombros lentos al compás de la canción. Estiro mi mano en su dirección como una invitación—. ¿Me concede esta pieza de baile?
Niega con la cabeza.
—Oh vamos, es de mala educación dejar a alguien con la mano estirada —le regaña Jerry volviendo a su asiento.
Allek me mira y dice:
—Si me pisas el pie no subirás al auto. —Se pone de pie sin sostener mi mano.
—Además de cantar maravillosamente soy una estupenda bailarina.
—¿Hueles eso? —pregunta inclinándose a mi oreja— Es el olor a ego.
Nos acercamos. Sus manos toman mi cintura y la punzada en mi pecho aparece otra vez. esto entorpece mis movimientos pero no estoy dispuesta a dejarlo ver, continuo el meneo lentos de caderas. Ahora coloco mis manos en sus hombros y noto que los sube levemente. No sé si es porque ya me emborraché o es porque hasta ahora nunca habíamos estado así: cerca y mirándonos, distinguiéndonos como hombre y mujer.
Soy la primera en apartar mi rostro a un costado.
—¿De verdad cantabas de niño? —le pregunto.
—Hace mucho. —Se está sincerando—. Ya perdí la práctica.
—¿Por qué?
—Llegó un tiempo donde mi interés por la música se limitó a las bandas sonoras de películas y juegos.
Él parece ese tipo de sujeto la verdad.
—Y... —vuelvo a mirarlo con cierto temor a que mi curiosidad colme su paciencia— ¿qué te llevó a eso?
Se queda callado y baja la cabeza, se mira los pies —o quizás mira los míos—. Luce como una persona arrepentida, arruinada y completamente dolida.
—El bastardo que le disparó a mi papá, tal vez —confiesa tan bajo que por primera vez deseo no escuchar música, solo a él—. O que me haya enamorado de la novia de mi mejor amigo y me tiraran a un costado como mierda por eso. O el hecho de que aquella chica, a la que le dedicaba canciones, muriera en un accidente y todo por la jodida llamada que hice en el momento menos indicado.
Vuelve al frente. Está esperando que diga algo, pero yo no sé si debería consolarlo, seguir preguntando o abrazarlo.
—¿Por eso tú... creaste las reglas?
—Hay más, tengo toda una variedad de encantadores acontecimientos que influyeron.
Hay una pausa. Aunque la canción ha terminado no nos separamos. Ninguno de los dos hace ápice de querer hacerlo.
—Aprendí, como en un tutorial, que es mejor mantenerse distante a todo así te evitas el dolor y las preocupaciones —agrega—. Y estoy bien así, no tengo jodidas preocupaciones más que tener donde cargar mi celular y consolas, comer y dormir.
—Jamás escuché a alguien tan dolido con el mundo —suelto sin más.
—Es porque todo este tiempo, probablemente, viviste con todo a la mano. —Mi cabeza ladeada y el gesto serio le sientan mal. Hace una mueca de disgusto y con sus hombros hace una sutil sugerencia para que retomemos el baile. Otro lento del mismo cantante suena—. No necesito tu lástima —me dice entre dientes.
—Pena es lo que menos siento ahora, señor S —defiendo mi postura, regresando a ponerle empeño en mi baile—. Más bien, creo que te admiro. Un poquito... —Y le enseño con mis dedos índice y pulgar el tamaño de mi admiración— así tantito.
Sonríe en lo que afianzamos la cercanía.
—Lamento haberte dicho lo de la piedra —expresa de pronto—. No eres una piedra, eres una roca.
Me quedo quieta un momento. La tentación de pisar su pie como regaño por lo que ha dicho ¡es enorme! Como el rencor no me va, lo dejo pasar, porque sé que muuuy en el fondo sus palabras son un escudo de lo que en realidad quiso decir.
—¿Sabes una cosa? De todos los viajes he hecho este es el que más me ha gustado.
—¿Qué tiene de bueno? —espeta cargando la voz— ¿El que tu perro casi mata a un borracho o que nos hayan apuntado con una escopeta?
—No se puede comparar con ese viaje al... ¿cómo se llama? ¿Caribe? —Asiente— Bueno, eso. No es el mejor viaje, la hemos pasado mal, pero hemos salido de todo. ¡Y voy a escribir muchas canciones inspiradas en estas aventuras!
—Desventuras —me corrige.
—Lo que sea. Debes admitir que todo esto ha sido una locura, y de las buenas.
Quedamos en silencio. A unos metros de nosotros Jerry y Kerry también están bailando, disfrutando del lento. Cierro mis ojos permitiendo que la música envuelva mis sentidos y me haga explorar hasta los confines del universo, la magia que el mundo no tiene a su disposición, los millares de sensaciones que provocan las notas perfectas y... ¿Qué?
Abro mis ojos encontrando al señor S mirando hacia el empolvado techo de la terraza.
«Si te beso seguramente saldrás corriendo», es lo que escuché pronunciarle entre el canto del vocalista, la guitarra, el bajo, la batería... Entre mi propia voz interna.
Si te beso seguramente saldrás corriendo.
¿Él de verdad dijo una cosa así? ¿Lo dijo o no? ¿Lo dijo o fue mera malinterpretación mía? Quizás dijo: «si te peso seguramente saldrás corriendo». Puede ser... Sí, ajá, puede ser que la música y la cerveza ingerida me hayan afectado. Tiene sentido. Mucho. ¡Claro que lo tiene! Es Allek "Señor S" Morris, él no puede decir algo como eso...
... ¿o sí?
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