
11
Otra vez despierto porque el señor S está molesto, despotricando contra algo o alguien. Me siento sobre la cama y pregunto qué pasa, es ahí donde veo a Ambrosio con la carita de arrepentimiento que siempre pone cuando lo regañan. Mi corazón da un vuelco compasivo y me arrastro por la cama para tomarlo entre mis brazos.
—No lo regañes —le recrimino al señor S, quien tiene su inexpresión más contrariada que de costumbre.
—Tu perro quiere follarme.
Miro a Ambrosio, no es algo que me sorprenda de él, lo hago como forma de regaño. Pero tiene una carita tan linda por la mañana que es imposible enojarme. Lo apego más a mi pecho como protegiéndolo del mundo.
—Es muy pasional —defiendo.
El señor S blanquea los ojos con fastidio, se acomoda los zapatos y se marcha. Yo voy con Ambrosio detrás, bajamos hasta dar con el comedor. Saludan a Allek y él hace un ademán, yo en cambio saludo alzando la voz.
—Buenos días, Leviosa —saluda Lucas una vez me siento frente a él.
—Es Levina, no Leviosa —corrijo de mala gana. No entiendo de qué va el Leviosa aunque lo haya explicado anoche.
Bueno, con el corte de luz podría olvidar hasta cómo me llamo.
—Es la costumbre —se ríe él.
Una mirada cargada a su lado, por parte de Ramus, se interpone en el recorrido de mi mano hacia la panera.
—¿La pasaron bien anoche? —nos pregunta a Allek y a mí.
¿Pasarla bien?
—No es lo que piensan —dice el señor S, sin inmutarse.
¿Qué es esto? ¿Acaso es algo con doble sentido?
Un meneo de cejas por parte de Ramus confirma mis preguntas. Un calor se abarrota en mis mejillas. ¡Por todos los rábanos de mi abuela!
—Hacíamos ejercicio —argumento colocando una mano en mi pecho—. De verdad.
Mi comentario le causa risa a Ramus y Roma. Lucas tiene el ceño fruncido y niega con la cabeza como pronunciando «adultos...».
—¿Sobre la cama? —increpa Roma.
Antes de defender la verdad, la niña inconsciente que anoche trajo el padre de Roma entra y se sienta en silencio junto a mí.
—Hola Bella, ¿cómo estás? —le saluda Roma.
La niña le responde asintiendo y se entretiene pasando los dedos sobre el mantel. A mi lado puedo notar un aura casi maligna que se desprende de Allek. Está mirándola fijamente, estudiándola o sospechando de ella. Si mal no recuerdo la llamó ¿Evelyn? Meh, debe ser algún personaje de sus juegos.
—Anoche hallamos a sus padres —informa Ramus hacia toda la mesa—. Tuvieron suerte, estaban...
Me pierdo de la charla para empezar a comer. No me había percatado antes, pero hace mucho tiempo que no estaba sentada en una mesa con tantas personas. Puedo recordar que las reuniones familiares en Lebestrange eran así, momentos buenos que se perdieron con la muerte de mis padres, tradiciones familiares que son solo recuerdos que añoro.
Después del desayuno el cabecilla de la familia nos dice, en tono grave y áspero, que ya está lista la grúa para sacar el auto. Con el sol alzado en lo más alto del cielo azul, tras la lluvia, el camino de tierra está seco y el barro pegado en las llantas del auto también. La expresión en Allek se asevera mientras quita salpicaduras secas de barro.
—El auto está todo sucio —dice con el tono amargo de siempre, aunque más arrastrado y quedo.
—La buena noticia es que ya puedes ir a la entrevista de mañana. —Lo codeo para animarlo, pero parece estar deseando limpiar el auto desde ya.
Con las ruedas desenterradas, el padre de Roma echa a andar la grúa. Un estrepitoso aplauso se escucha; son los aplausos de Lucas y yo. Chocamos manos en son de victoria.
Es el momento de las despedidas.
Allek estrecha manos con el padre de Roma y Ramus, y yo con Lucas.
—Que les vaya bien y lleguen a su destino —dice con una sonrisa que le regreso gustosa porque no me ha llamado con el apodo—. A ti y a tu novio.
—Él... —miro a Allek; ya está dentro de auto, con Ambrosio queriendo subirse en su regazo— no es mi novio.
Lucas frunce el ceño.
—¿Amigos con ventaja?
—Nop.
—¿Conocidos con ventaja?
—Lucas... —le reprende Ramus.
Me despido una última vez y subo al auto colocándome el cinturón y cerrando la puerta. Bajo la ventana para despedirme una vez más de la familia y agradecerles por la estadía. Lucas se pone a correr para alcanzar el auto y lo oigo gritar una última vez:
—¡Adiós, Leviosa!
Qué niño... Aunque... ejem, ni tan niño pues solo le llevo siete años. ¡Dios, no! ¡Ya empiezo a hablar como una adulta!
Apreso mi mochila al pecho. Por poco olvido que está más abultada, me servirá de almohadón para el resto del viaje. Abro la mochila y le enseño el interior a mi querido perro que está de renegado en el asiento trasero.
—Mira Ambrosio, ropita nueva.
El señor S enarca una ceja mientras conduce.
—¿De dónde sacaste toda esa ropa? —pregunta sin creer todo lo que guardo en la mochila.
—Roma me dio ropa que no usa antes de marcharnos. Fue muy amable.
De hecho, más que eso. Fue un lindo gesto el que me diera parte de la ropa que tiene para regalar a caridad. Y las botas... Sí, están algo grandes pero son mucho mejor que las sandalias embarradas. Ojalá conseguir bragas fuese igual de sencillo... Debería llevarme un premio por lavar las mías y secarlas en tiempo récord, sobre todo porque no provoqué ningún apagón con el secador.
Allek coloca algo de música. El ritmo se apodera de la radio y el mismísimo auto cuando empieza a sonar Jump In The Line. Canto y Ambrosio es mi fiel acompañante con su excéntrico baile de trasero y movimientos de cola.
—Jump in the line, rock your body in time —y le permito al señor S cantar lo que sigue. No hay respuesta—. OK, I believe you! —sigo—. Jump in the line, rock your body in time... —Nada otra vez— Somebody, help me!
—Odio esa canción —dice el señor S, de simpatía.
—Oh vamos... ¡Es Jump In The Line! Todos la aman. Su ritmo es perfecto y muy pegadizo.
—Conmigo se rompe el molde.
Blanqueo los ojos para no seguir absorbiendo su mal humor. De pronto una pregunta me viene a la cabeza.
—¿Por qué viajas en auto y no avión?
—No me gustan los aviones, siempre me toca ir al lado de un niño bullicioso. Prefiero mil veces viajar solo, tranquilo y sin tener que decir «OK, I believe yous».
—Ups... ¡Pero lo dijiste! —Mi dedo se mueve cual gusano hacia su mejilla para remarcarle lo que acaba de decir, justo en la parte del coro—. He ganado.
La canción termina y le sigue otra que no conozco el nombre, pero es igual de movida que la anterior.
—Y... ¿Cómo es? —Mi pregunta se pierde en el aire al estrellarse contra su confusión, ha enarcado la otra ceja, por eso lo sé—. Subiste a un avión, ¿cómo es?
—Tedioso, bullicioso, incómodo.
—Me esperaba una respuesta así de tu parte.
—Debes hacer varias filas para hacer más fila dentro del avión porque no falta el imbécil que no da con su asiento o no puede guardar los bolsos —explica.
—¿Y volar? ¿Cómo se ve el cielo desde taaanta altura? —Solo pensarlo hace reclinar sobre la ventana para ver el enorme cielo con pinceladas de nubes.
—No sé, siempre me compro asientos del pasillo, son más económicos.
Mi expresión decae a una que podría asimilarse a la de él. La persona menos indicada para preguntarle.
—¿Cuidas mucho lo que gastas? —le pregunto regresando a su perfil.
Suelta un «ja» seco y sarcástico, como si la pregunta nada más le ofendiera por hacerla. Lo gracioso es que ha sonado como uno de los estornudos de Ambrosio.
—Por supuesto, el dinero no lo defeco.
Hago una mueca.
—Pero sí lo gastas en aparatos electrónicos o como se llamen.
—Consolas y juegos.
—Eso —siseo con disgusto.
—Pues sí, porque me gustan.
—¿Qué le ves de bueno a la tecnología? A causa de ella son pocas las personas que se hablan frente a frente. Es un vicio peor que el alcohol o las drogas, te consume y cuando menos lo esperas ya estás dentro del circulo vicioso.
—Lo dices porque no puedes agarrar un celular sin que se eche a perder.
Estiro mi mano. Él la ve de reojo.
—Dame tu celular y verás que no es así.
Mi mirada y tono desafiante lo mantienen al vilo de la incertidumbre. No sabe qué decir o hacer, se lo está pensando y mucho.
—Prefiero no correr el riesgo —se acobarda finalmente—. Me costó caro.
—Ya he tenido celulares en mis manos —emito en el mismo tono que él posee.
—El cuernófono no cuenta.
Me echo a reír. ¡Sí! ¡Una referencia que entiendo!
El señor S hace una mueca. Creo que las muecas es su forma de reír.
—Cuando estés cansado, aburrido del celular y te preguntes: «¿qué estoy haciendo con mi vida?» recordarás mis palabras.
Salimos del camino de tierra (al fin) y llegamos a la carretera, así recorremos el camino hasta dar con las casas de un pequeño poblado adornado con banderillas de colores que van de poste en poste marcando así una especie de sendero. A lo lejos puedo oír el golpeteo de tambores, el soplo de trompetas y saxofones, el tanteo de dedos sobre las cuerdas de una guitarra, las voces melódicas entonando una canción.
Allek sigue conduciendo hasta llegar a una plaza enorme llena de personas. Hay muchas banderas que flamean con el viento. Veo sonrisas por todos lados, es maravilloso.
—¿Podemos pasar? —le pregunto moviéndome en el asiento.
—Tengo que llegar a la entrevista.
—Solo será cuestión de minutos —insisto. Uno mis palmas en un ruego que saque su lado compasivo—. Mira, están vendiendo comida y no hemos almorzado.
Su mirada aburrida recae en mí, luego en Ambrosio que mueve la cola y le ladra apoyándome.
Una mujer extiende su brazo y nos echa por la ventana un folleto. Lo primer que veo es la demostración de talentos.
—¡Y mira! —le señalo al señor S—. ¡Hay demostraciones de talento! Por favor, déjame participar, será rápido y seré feliz.
No dice nada.
—Me servirá para la demostración que necesito hacer en Ritchman, ya debes saber que para conseguir entrar a la academia tengo que demostrar mi talento.
Guarda silencio. Mucho, más y más prolongado. Luego baja la cabeza y chasquea la lengua.
—Muy bien, Leviosa.
Oh. ¿Él está bromeando?
—Esto te costará comisión.
Doble «oh».
Estaciona el auto junto a la acera y abre el maletero, entre las muchas figuras plásticas en las que gastó todo su sencillo— está la guitarra. La saca con cuidado y desliza sus manos para entregármela.
—Gracias —pronuncio ante el gesto—. La cuidaré bien.
—Más te vale.
—Será la primera vez que cante frente a tantas personas.
—Pff... entonces es una pérdida de tiempo.
—¡Oye!
Lo agarro del brazo y, prácticamente, lo arrastro hacia plaza donde está la aglomeración. Hay niños corriendo con disfraces o la cara pintada, adultos riendo a carcajadas, ancianos disfrutando del espectáculo... Por donde vea se está pasando bien. Ambrosio no tarda a unirse a los niños que corren, persiguiéndolos y ladrándoles para jugar. Ah... Un sentimiento de plenitud se aloja en mi pecho y no puedo dejar de sonreír.
Me inscribo en la lista para la demostración de talentos. En tres turnos más me tocará subir al escenario y cantar. Pienso en una canción...
—Ten.
Una manzana roja confitada acapara mi atención. Está brillando frente a mi nariz siendo sostenida por Allek.
—Gracias.
Vuelvo a sentir el calor alojarse en mis mejillas.
Reniego con la cabeza y le doy el primer mordisco a la manzana.
Vaya, vaya. El señor S no lleva una manzana confitada pero sí un vaso de bebida que ya va por la mitad. Me pide la guitarra para cargarla mientras caminamos sin un rumbo fijo por la plaza. Ambrosio nos divisa y corre hacia nosotros con la lengua afuera, que le ondea como una verdadera bandera. Lo agarro en un brazo y seguimos caminando, es entonces que el chasquido de una cámara llama nuestra atención.
—¿Eso es...?
—Una cámara instantánea antigua —explica Allek.
El hombre de la cámara está sacándole fotos a las familias. Yo no me quedo atrás y le pido una. Tomo a Ambrosio cual bebé y sostengo en alto la manzana confitada cual trofeo.
Pero... algo falta. No, aquí alguien falta.
El señor S se niega rotundamente a salir en la fotografía. Me lo esperaba, claro, porque no luce como alguien a quien le gustan las fotos, pero arrimo su brazo —aprovechando que ya no está con el vaso de bebida— y lo llevo hasta el frontis de la cámara. No hace ningún gesto, está serio como de costumbre, ni siquiera cuando el fotógrafo nos dice que sonriamos.
Me entrega la foto y pide que agite hasta que la imagen salga... ¡No-puede-ser! ¿¡Qué es esto!? ¿Por qué? ¿Por qué mi cara está tapada por Ambrosio?
—Eso es tener mala suerte —comenta Allek al echarle un vistazo a la fotografía.
Gimoteo para ahogar mi decepción. Le diré al fotógrafo que nos tome otra.
«¿Greta? —anuncian por el micrófono desde el escenario— ¿Está Greta por ahí?»
¿Greta?
¡Oh cierto! Con ese nombre decidí apuntarme.
Dejo escapar un alargado suspiro enfrentando la mirada de Allek. Él me entrega la guitarra y recibe a Ambrosio. Si me ha deseado suerte no lo sé, solo avanzo hacia el costado del escenario para enfrentar al público.
Mi primera actuación frente a tantas personas. Una experiencia que añoraré para toda mi vida, lo juro.
Al subir en el escenario puedo ver todo con mayor detención. Rostros expectantes esperan oírme cantar. Allí, entre el público diviso a Ambrosio y al señor S. Les esbozo una sonrisa y me acerco al micrófono.
Llegó el momento.
—¡Levina!
¿Qué?
—¡Levina...!
No. No, no, no, no... ¡No!
Doy una bocanada de aire que llena mis pulmones. El pecho se me contrae del miedo y tengo unas ganas terribles que salir huyendo, meterme al auto y no salir jamás. Frente al escenario, entre el público aglomerado, Tom está igual de choqueado que yo.
—Levina... Amor, ¿qué hiciste? —Camina entre las personas hacia el costado del escenario. Va a subir. Y lo hace, indiferente a todos los espectadores que esperaban oírme cantar. Me toma, pero su tacto ya no tiene nada de familiar, es como si un extraño me agarrara de la cara y la examinara—. ¿Estás bien?
Es Tom.
Maldición.... ¡es Tom! La persona con la que pretendían casarme, a quien le dije que sí en plena iglesia, frente a todos los ciudadanos de Lebestrange.
—Tom —pronuncio en medio del asombro—, ¿qué...
El hielo recorre mi espalda para luego aventurarse por mi nuca. Tom no deja de comprobar que esté bien y decirme palabras que no percibo del todo. Busco a su hermano o a tío Gideon, pero está solo.
—Vamos, te llevaré a casa. —Desliza su mano y entrelaza sus dedos con los míos, ejerciendo un dominio para que bajemos—. Todo estará bien, te lo prometo —repite como un disco rayado.
Doy un paso, luego otro y otro, olvidando que no estoy en Lebestrange.
Ya abajo, oculta de los ojos de desconocidos, me formo de una pizca de seguridad.
—No quiero volver —musito.
Tom hace caso omiso a mis palabras.
—Tu tío y amigas te esperan, nos tenías muy preocupados. Salimos a buscarte en cuanto te fuiste...
Su mano sigue tirando de mí, obligándome a ejercer pasos torpes. Quiero decirle que no volveré a Lebestrange, que él y yo no somos nada, que deje de decidir por mí y actuar como si lo quisiera. Necesito decirle tantas cosas, pero nada sale de mí. Estoy ahogándome.
De pronto recuerdo que no estoy sola, Allek me acompaña. Lo busco entre los demás y doy con él. Está de pie, con Ambrosio ladrando en sus brazos, viendo la escena sin formar ninguna expresión. Arrastro pies siendo guiada por Tom, mientras miro a Allek con un suplicante «no dejes que me lleven».
—Por favor... —le pido sin voz.
Allek se encamina a nuestro encuentro, detiene a Tom y, sin vacilar, arremete un puñetazo en la cara. Quedo libre de las manos de Tom, pero no lo suficiente del golpe que mi exnovio responde contra mi supuesto novio.
—¿¡Quién demonios eres tú!? —cuestiona Tom, dándole otro puñetazo que se estrella en un ojo de Allek.
Ambrosio, que ha caído por el golpe, empieza a morderle las canillas a Tom.
Mi exnovio sacude la pierna, queriendo lanzarse contra Allek y el mundo entero.
—¡Tom, no!
Por un lado, estoy chillando yo, y él parece reaccionar a mis palabras bajando el puño. Su semblante ofensivo decae al verme. No obstante, otro puñetazo le llega encima. Allek se aprovecha la situación y de que Tom se esté quejando para formular una huida.
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