Capítulo 6: El dolor se queda
—¿Vas a estar conmigo? —Cualli susurró para que nadie dentro de la sala de espera la escuchara.
—Ahí voy a estar —respondió el fantasma.
—¿Prometes que no te irás como la vez pasada?
—Lo prometo, Cualli.
En el momento en el que salió un hombre del consultorio del psicólogo, Cualli se levantó del sillón y entró. No le había costado convencer a su abuela de que necesitaba de la atención psicológica, así que un par de días después del incidente en la morgue ya tenía una cita para comenzar su tratamiento. Tomaría los consejos que le había dado Biel, y buscaría la ayuda que necesitaba.
Al principio, le costó tenerle confianza a aquel hombre joven de cabello largo y piercings que hacía de su psicólogo, pero después de la ronda de preguntas para hacer su historial médico, y de ver lo amable y relajado que era, pudo soltar la lengua y escupir los problemas que tanto la atormentaban.
—¿Cómo es tu relación con tus padres, Cualli?
Desvió la mirada, dejó de verlo a la cara y se concentró en el estante de libros repleto.
—Muy mala...
—¿Siempre ha sido así?
—Creo que no.
—¿Puedes identificar el momento en el que su relación se rompió?
—Sí.
—¿Podrías contármelo? Solo si te sientes lista, si no, lo podemos dejar para otra sesión. No te quiero forzar a nada.
—No hay problema —volvió a verlo a la cara, se concentró en el cabello negro y largo de su psicólogo—. Este...
Comenzó a contar.
En ese entonces mi ansiedad social ya había aparecido, me costaba la mitad del alma levantarme de mi cama para ir a la secundaria, y aunque no quería ir, sino esconderme en mi habitación para siempre, mis padres me obligaban a presentarme cada día.
Recuerdo que tenía una simple exposición de historia sobre las culturas mesoamericanas, y como no me hablaba con nadie del salón, yo sola me había encargado de un tema. Miraba a los demás jugar y hablar felices sobre lo que habían hecho el fin de semana, sin preocuparse ni un poco de lo que tenían que pasar a hablar frente al resto de la clase, me preguntaba cómo es que podían estar tan tranquilos si yo me estaba muriendo de los nervios. Hasta que llegó la maestra al salón, no dejé ni un segundo de repasar en mi mente qué palabras iba a decir y cómo lo iba a hacer; ensayando una reacción ante cualquier escenario posible, enfocándome especialmente en los negativos.
Puedo rememorar de manera perfecta la manera en la que el maestro y mis compañeros de clase se rieron de mí porque estaba roja, no dejaba de temblar y no podía ni decir una palabra. Recuerdo cada una de sus malditas caras, todo el dolor que me causaron. Cómo me desmayé y desperté en mi casa porque mis papás fueron por mí.
No pude ir a la escuela después de ese día. El solo pensar en que me tenía que volver a sentar entre todas esas personas que se burlaron de mí, el tener que exponerme de nuevo al mundo, me hacía caer en un estado de agotamiento extremo. No quería que nadie me volviera a ver, solo deseaba estar sola en mi habitación para siempre, desaparecer entre las sábanas de mi cama y no volver a sentir nada más.
Por supuesto que mis papás no me creyeron, ni me entendieron. Me defendieron en su momento del maestro que se había burlado de mí, pero jamás comprendieron la imposibilidad física y mental que tenía para volver a salir. Me tacharon de exagerada los primeros días, pero cuando pasaron los meses y empeoré, les molestó que no pudiera superarlo y que me convirtiera en una carga para ellos por "mis caprichos". A partir de entonces, para ellos y mis hermanos, me convertí en una antisocial berrinchuda que exigía tratos especiales por floja. Fue gracias al director y a mis maestros que pude terminar la secundaria con puras tareas y exámenes en casa.
Apareció mi abuela a mi rescate. Mis padres no querían gastar en mí para que entrara en la preparatoria, entonces mi abuelita fue la que se encargó de mí desde entonces. Ella fue la que me inscribió, habló con los maestros y se encargó de llevarme desde la casa a la escuela hasta que me gradué. Sin ella yo no estaría aquí.
—¿Fue en ese entonces cuando te cortabas? —preguntó el doctor.
—Sí, cuando dejé de ir a la secundaria.
—¿Te calmaba?
Cualli se sintió a punto de llorar al recordar todos esos momentos.
—Sí. De todo el dolor que me producía existir, ese lo podía controlar yo.
—¿La cicatriz que tienes en la cara es por eso?
—No, esa me la hice sin querer mientras cocinaba. Las otras me las hacia donde las pudiera esconder.
—¿Por qué te las dejaste de hacer?
—Porque mi abuela me descubrió y no quería volver a hacerla llorar.
Más tarde, ese mismo día, Cualli se maquillaba y peinaba para salir. Mientras se veía al espejo, Biel la observaba desde la puerta del baño.
—Gracias por acompañarme —dijo Cualli.
—De nada. ¿Te sientes mejor?
—Fue difícil hablar de todas esas cosas que no quería recordar, pero ahora me siento mucho mejor, y siento que todo eso de la terapia me puede ayudar con mi ansiedad.
—Espero que sí —flotó hacia ella—. ¿Vas a querer que este contigo durante tu cita?
Cualli guardó sus cosméticos en su mochila.
—No me siento lista para salir sola. Por favor, ve conmigo.
—Está bien.
Salió de su casa, caminó hacia el metro y bajó hasta que estuvo en el centro histórico. Se mezclo entre la multitud al salir y se quedó frente a la puerta del Palacio de Bellas Artes para esperar por Oliver.
Tan solo un par de minutos de espera después, lo vio aparecer.
—Perdóname por llegar tarde —la saludó con un beso en la mejilla.
—No te preocupes, acabo de llegar.
Se quedaron parados frente al otro, mirándose, de manera tiesa e incómoda.
—¿A dónde vamos a ir? —preguntó Cualli.
—Es una cafetería que está aquí enfrente, es muy buena, y tiene una terraza en la que podemos comer mientras vemos hacia el palacio.
Cualli sonrió.
Comenzaron a caminar codo a codo hasta la cafetería. Al estar tan juntos, sin que nadie les pusiera atención (le preguntó al fantasma para estar segura), en un golpe de valentía, intentó tomar la mano de Oliver, pero él, sin darse cuenta, se movió y no pudo hacerlo.
Subieron un par de escalones de un viejo edificio y llegaron a la cafetería. Una pareja acababa de salir, así que les dieron su mesa de inmediato. Mientras les limpiaban su lugar, miraron la carta y los dos ordenaron.
—¿Cómo has estado? —Cualli preguntó—. Sé que nos vemos a diario, pero jamás platicamos igual que cuando estamos solos.
—Creo que todo ha estado bastante bien —respondió con una sonrisa fugaz y le desvió la mirada.
—¿No has tenido problemas con tu padre?
—Lo de siempre.
Un mesero les entregó sus cafés.
—Te traje un regalo —Cualli comentó emocionada, sacó una hoja de papel de su mochila—. El otro día te dibujé este retrato y quería dártelo...
Antes de que pudiera seguir hablando, el aire sopló con fuerza e hizo que su dibujo saliera volando. Oliver se levantó con un reflejo impresionante y lo atrapó en el aire, pero al hacerlo, perdió el equilibrio y terminó recargándose en la mesa para no caerse, quedando su rostro muy cerca del de Cualli. El fantasma, al presenciar ese momento tan cliché y cursi, se alejó lo suficiente para no tener que verlo, y no lastimar más su inexistente corazón.
Cualli, sin pensarlo, al tenerlo tan cerca, tomó su rostro con sus dos manos, lo acercó más a ella y los besó. Cerró los ojos, pero la rapidez con la que se quitó Oliver la sacó del momento.
—Cualli... no... —Oliver se volvió a sentar.
—¿Hice algo mal? —sus manos comenzaron a sudar, su corazón se aceleró, se mareó y sintió la mirada de todos los del café sobre ella.
—Voy a ser papá, Cualli —confesó sin verla a los ojos.
—¿Qué? —su cara se puso roja.
—La exnovia que tenía antes de entrar a la universidad se embarazó, y el hijo que espera es mío —suspiró con pesar y la miró a los ojos—. No voy a regresar a la universidad, volveré a trabajar con mi papá en su taller, me voy a casar con ella, voy a tener a ese niño, y me voy a hacer responsable por lo que hice.
—¿Así se termina esto...?
—Lo siento. De verdad me gustabas, pero todo este romance escolar no va a ser posible.
Se levantó tan deprisa que la silla se cayó, ocasionando que todos voltearan hacia ella.
—Yo y-yo... comenzaba a que-quererte...
Quiso salir corriendo, pero sus temblorosas piernas no respondieron y terminó cayendo al suelo. Las meseras del lugar salieron corriendo a ayudarla, el fantasma se dio cuenta que algo malo estaba pasando y entró en su cuerpo antes de que llegaran a ella. La hizo levantarse, esquivar a Oliver, las meseras y las miradas de los clientes, y salir corriendo a toda velocidad del lugar. No se detuvo hasta que estuvo lo bastante lejos.
Comenzaba a oscurecer, las luces de los edificios se encendían, y mares de gente la rodearon por todos lados.
—Cualli, ¿qué fue lo que pasó? —le habló internamente.
—No quiero hablar ni pensar en eso.
—Tienes que regresar a tu casa, ¿crees poder entrar en toda esta multitud, subir el metro en la manera en la que estás?
—No quiero.
—¿Quieres que yo tome el control hasta que lleguemos a tu casa?
—Hazlo. Es más, toma mi cuerpo para siempre, quiero mantenerme así de oculta de mi mente hasta morir.
—No digas eso, Cualli...
Caminó hasta la estación de metro, se mezcló entre la multitud, soportó pisotones y estampidas hasta que llegó a su casa, pero aunque se encontró en su lugar seguro, no quiso salir a retomar el control.
—¿Quieres comer, mijita? —salió su abuela de la cocina para recibirla—. ¿Cómo te fue?
—No quiero, gracias —respondió el fantasma dentro del cuerpo de su nieta.
—¿Estás bien? —se acercó.
—¿Por qué lo dices?
—No sé, estás rara... como si no fueras tú —se acercó demasiado.
Biel se alejó.
—Me siento un poco mal. Me voy a subir a mi cuarto. Gracias.
Esquivó a la abuela de Cualli, subió corriendo las escaleras, entró a su cuarto y cerró la puerta con seguro. Salió de su cuerpo y la obligó a tomar el control de nuevo.
—Ya no puedo... —Cualli se soltó a berrear.
—¿Qué fue lo que pasó?
—¿No estabas ahí? ¿Por qué preguntas? —le recriminó sin dejar de llorar.
—Yo... me alejé...
—¡¿Por qué?!
—No quería ver cómo lo besabas... —confesó—. ¿Lo hiciste?
—Lo hice y me confesó que iba a tener un hijo. ¡Toda esta mierda romántica solo fue una aventura universitaria temporal para él! Para mí, era la primera vez que le entregaba mi corazón a alguien...
—Dios mío, Cualli. Perdóname...
Cualli dejó de llorar de golpe, se puso la mano sobre el pecho y su cara se retrajo en dolor. Se dejó caer en la cara. Su frente se llenó de sudor frío.
—¡Cualli! ¡Cualli! —el fantasma "corrió" a su lado—. ¿Te está dando un maldito paro cardiaco?
—Es otra crisis de ansiedad...
—Hay que hacer lo que te dijo el doctor, ¿puedes levantarte?
—¡No!
—Te voy a ayudar.
Entró a su cuerpo, sintiendo por primera vez en primer plano lo que era tener una crisis de pánico. Sentía que iba a morir, aunque estaba muerto, que algo muy malo iba a pasar, que nada tenía solución, que nada tenía sentido, que no podía respirar y tenía una maldita opresión en el pecho. La ayudó a salir de su cuarto para llegar al baño, abrió la llave del agua fría y comenzó a empaparle la cara. Cerró la llave y salió de ella.
—Alza las manos —le ordenó.
Cualli levantó sus manos todo lo que pudo y las trató de mantener el mayor de tiempo posible. Las bajó cuando le ganó el agotamiento.
—Respira conmigo —indicó el fantasma.
—Tú no respiras —comentó sonriendo.
—Inhala —ordenó y Cualli comenzó a hacerlo—. Siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos y uno. Exhala despacio.
Repitió el ejercicio las veces necesarias hasta que Cualli se sintió mejor. Una vez que terminó su crisis, se sintió agotada, volvió a su recamara y se dejó caer en la cama. El fantasma se colocó a su lado.
—¿Recuerdas cuando tomaste mi energía para expulsar a ese fantasma? —Cualli le preguntó.
—Sí.
—Durante un momento, pude ver un poco de tu vida.
—Yo también vi la tuya. ¿Qué fue lo que viste de mí?
—Te vi en un funeral cuando eras muy niño, luego recorriendo un hospital de la mano de tu madre. Sentí tu tristeza, la magnitud de tu amor hacia ellos. No puedo olvidarlo.
—Mi papá murió cuando era muy pequeño por un infarto. Eso nos cambió la vida para siempre. Si cuando él vivía éramos pobres, cuando murió nuestra situación empeoró. Fue gracias a mi mamá que salimos adelante, siendo una mujer guerrera y valiente, ella sola se encargó de que no pasáramos ni un solo día sin comer. Hasta que le diagnosticaron VIH... entonces tuve que crecer y hacerme responsable de todo.
—Al morir, ¿el dolor desaparece?
—No. El dolor se queda, pero las posibilidades de la vida se van para siempre.
Cualli cerró los ojos y entró en un sueño profundo.
La puerta de la habitación se abrió y entró la abuela de Cualli. El fantasma se ocultó. Aunque traía una charola con comida para su nieta, al verla dormida, decidió desistir de su intento por alimentarla. Dejó la comida abajo y volvió a subir para despedirse con un beso de buenas noches.
—Me preocupas, Cualli. Quisiera estar para siempre para ti, pero no soy eterna... —dijo en voz baja y salió del cuarto.
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