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Capítulo 2: Primer contacto

Ya que no podía correr no tenía otra opción más que enfrentarlo. "—Mi mamá dice que tienes que decirle groserías a los fantasmas para que se vayan —dijo una de sus compañeras de secundaria", recordó de pronto una de las tantas conversaciones ajenas que oyó estando en silencio. Agradeció a su cerebro por el recuerdo, y se aclaró la garganta para comenzar con su recital obsceno.

—Sé que estás ahí, maldito hijo de perra. No quiero volver a escuchar tu jodida y putrefacta voz. No te permito acercarte a mí, sácate a chingar a tu madre de mi casa, pendejo —apretó los puños con fuerza—. ¡Pinche fantasma, puñetas! ¡Pendejo de cagada! ¡Bastardo malnacido! ¡Vete a la v...!

En un arrebato de valentía abrió los ojos, y se encontró con una silueta transparente, borrosa, pero bien definida en su bordes: era la figura de un ser humano que se mantenía quieto.

Las palabras desaparecieron de su mente y su lengua se enredó.

—¡Pero qué boquita tienes! —exclamó el fantasma.

Temblando, casi convulsionando, Cualli se persignó mientras apretaba los párpados para no abrir los ojos por error.

—No me mates... por favor —susurró.

—No quiero matarte.

—Por favor, Dios... ¡Por favor, despiértame de esta pesadilla! —imploró Cualli mientras seguía persignándose.

—No estás en un sueño... —contestó el fantasma con hartazgo—. Y no quiero matarte, no seas tonta.

Cualli se pellizcó el brazo con fuerza, y abrió los ojos esperando despertarse de la pesadilla que estaba viviendo, pero se encontró de nuevo con la realidad: el fantasma existía y seguía parado frente a ella.

Pasados los minutos, después de llorar todas las lágrimas que tenía, Cualli pudo moverse un poco y mirar al fantasma sin querer gritar. Se sentía en trance después de haber gastado todas sus energías en el pánico.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —preguntó con voz apagada.

—Tu ayuda.

—Está bien, te pondré una veladora a tu nombre.... Vete, por favor —sollozó.

—¿Veladora? —el fantasma río, causándole escalofríos a Cualli—. Esto no es un episodio de un programa barato de televisión. No es tan fácil.

—¿Qué es lo que quieres entonces?

—Tengo que ayudarte, cambiar tu vida, ganarme tu favor para poder descansar en paz.

—¿Y si no quiero?

—Entonces me perderé en la oscuridad por siempre.

—¿Y a mí qué chingados me importa?

—Cualli —su voz se volvió más grave, el aire se congeló, todo se volvió más oscuro—, si no me ayudas te voy a maldecir, me voy a perder en la oscuridad, pero me voy a asegurar de atormentarte hasta el final de tus días, y el día que mueras... te arrastraré conmigo.

Utilizando la última reserva de energía que tenía, Cualli se las arregló para salir corriendo de su habitación hacia la de su abuela sin dejar de gritar.

—¿Qué te pasa, Cualli? —su abuela le preguntó desconcertada.

—¿Puedo dormir contigo? Tengo miedo —se sentó en la cama junto a su abuela y le pegó su cuerpo.

—¡Ay, mija! —sonrió divertida—. Solo por esta noche.

—Perdóname, abuela. Es la primera vez que duermo en otro lugar que no sea mi casa.

Su abuela la miró a la cara, la agarró y le dio un beso en la frente.

—Déjame quitarte esos dos chongos y cepillarte el cabello, te hace daño dormirte así —la tomó de la mano, la llevó hasta la vieja silla frente a su tocador y la obligó a sentarse.

Mientras su abuela le quitaba las ligas que sostenían sus chongos, Cualli tuvo la oportunidad de observar más en detalle la habitación. Los muebles lucían viejos y desgastados, pero estaban impecables. En el tocador su abuela había pegado varias fotos de ella y la familia, y en la mayoría de ellas estaba Cualli. Dirigió su mirada hacia las paredes a través del espejo, estaban repletas de pinturas religiosas; en otras circunstancias eso la hubiera aterrado, pero después de tener contacto con el fantasma, esperaba que eso lo mantuviera alejado de ella.

—¿Estás nerviosa por tu primer día de escuela mañana? —preguntó su abuela mientras comenzaba a cepillar su pelo.

—No tanto...

—No tengas miedo a abrir tu corazón, hija. Aunque no lo creas, vas a conocer a alguien que va a valorar la hermosa persona que eres.

Cualli tuvo que aguantarse las ganas de llorar, así que en lugar de hablar, solo le asintió con la cabeza.

—¿Ya no te duele? —le preguntó su abuela mientras le acariciaba la mejilla, justo en el lugar en donde tenía la larga cicatriz que casi le llegaba al ojo derecho.

—A veces.

—Mira. Quedaste bien chula —le dio un beso en la mejilla—. También me gusta cómo te queda así tu cabello suelto.

Cualli sonrió, aunque sabía que las palabras de su abuelita hacia ella eran auténticas y llenas de cariño, no podía evitar no creérselas porque muy dentro suyo creía que no se las merecía.

Esa misma noche, apenas tocó la almohada, cayó dormida. Sin importar los fantasmas y demonios, esa casa le parecía más segura que la suya.

Al día siguiente, aunque su abuela tenía que trabajar, se tomó el tiempo para acompañarla en su trayecto hacia su nueva universidad; necesitaba asegurarse de que Cualli pudiera llegar allá sin su ayuda después. Al llegar a la escuela, como si fuera su madre, la abrazó con cariño, le dio dinero y esperó con el corazón roto a que se alejara de ella para comenzar una nueva etapa de su vida.

"Esta vez será diferente, esta vez podré hablarles, mirarlos a la cara. Esta vez no estaré sola. Cambiaré. Tendré amigos...", repetía una y otra vez mientras caminaba hacia el edificio de su facultad. Quería convencerse de que solo era cuestión de tener una voluntad más fuerte para superar su ansiedad social.

Mientras caminaba hacia la facultad, y se dejaba llevar por la ola de estudiantes que también se dirigían hacia allá, se descolgó su mochila y se la colgó al frente, la abrió y sacó una hoja impresa tan arrugada como chicharrón. Recordaba bien el nombre de su primer materia y el número de salón, pero quería asegurarse de estar correcta, aun si tenía que releer la hoja mil veces.

Al adentrarse a los largos pasillos del edificio observó con horror que ninguna de las aulas estaba numerada, así que tenía dos opciones: entrar a uno equivocado y pasar la vergüenza de su vida al ser cuestionada por el maestro y los demás, o preguntarle a alguien y pasar la vergüenza de su vida al trabársele la lengua al intentar hablar. Sintió el peso de las miradas de todos los que pasaban a su alrededor, no quería enfrentarse a sus miradas, así que agachó la cabeza y esperó ser ignorada.

—¿También eres de nuevo ingreso? —una voz femenina le preguntó y le tocó la espalda.

Cualli se sobresaltó demasiado, la habían sacado de golpe de sus monólogos internos, así que sintió las palabras de la extraña como ser mojada por un balde de agua fría. Dio media vuelta, dándole la cara a la chica que le había hablado.

—¡¿Estás bien?! —preguntó preocupada la chica que la había tocado.

Cualli asintió con la cabeza de forma violenta, casi sacudiéndose. No podía hablar.

—¿Eres nueva?

De nuevo, afirmó sin hablar.

—Nosotros también.

Cualli pudo mirarle la cara y ver a sus acompañantes, los cuales ahora todos la observaban. Le costaba mantener la vista en los ojos verdes de la chica, así que alternaba entre ellos, su cabello corto y sus aretes gigantes y brillosos. Los demás a su alrededor... tenían rasgos humanos. Era demasiada la ansiedad y la cantidad para retener en su memoria alguna de sus características, excepto por uno, un joven alto, de cabello chino revuelto, cejas espesas y de mirada seria.

—No pude encontrar el salón que me toca porque no tiene número... —al fin habló, aunque con la voz baja y mirando el suelo.

—¿Puedo ver tu horario? —la chica se lo quitó de las manos y lo miró con atención—. ¡Estamos en el mismo grupo!

Se le quedó viendo. ¿Cómo tenía que reaccionar? ¿Tenía que verse feliz y sonreír o solo tenía que decirle que quería ir con ella a buscar su salón?

—Me llamo Samanta —la extraña se presentó.

—Cualli... —dijo con la voz quebrada.

Uno de los otros compañeros comentó la hora.

—¡Ya es tarde! ¡Hay que buscar el salón! ¡Vamos!

Sin esperarse para preguntarle si quería ir con ellos, Samanta tomó de la mano a Cualli y la arrastró con ella por los pasillos del edificio hasta que encontraron el salón. Aunque Cualli se había sentido nerviosa por el contacto repentino, también se sentía aliviada de que le hubieran hablado primero, además de que le hubieran pedido que se sentara junto a ellos durante la clase.

Durante más de una hora escucharon a uno de sus profesores presentarse, explicarles la forma en la que los evaluaría y una breve plática de la historia del arte. A Cualli le tranquilizaba la idea de no tener que hablar hasta que terminara la clase, y solo escuchar al maestro.

Al terminar la clase también acabó el encanto, la ilusión de que todo fuera diferente se terminó de quebrar. Mientras todos se levantaban de sus asientos para irse del salón, comenzaban a hablar entre ellos y formar pequeños grupos, y como era de esperarse, nadie se acordó de ella.

—¿Tienes hambre, Oliver?

—No desayuné nada... ¿vamos antes de que empiece la otra clase? —contestó aquel joven que tanto le había interesado a Cualli, que ahora tenía un nombre.

—¡Yo también quiero! —se unió Samanta y varios de los que estaban a su alrededor.

Cualli se levantó y se acomodó su mochila para ir a su siguiente salón, ahora que ya había recorrido todo el edificio podía llegar sola hacia allá. Mientras salía del salón miró a sus compañeros con tristeza.

—Cualli —Oliver la llamó en voz alta. Se detuvo de golpe y volteó a verlo—. ¿No quieres acompañarnos? ¿No quieres desayunar?

Se acercó a Cualli y eso solo ocasionó que se pusiera más nerviosa. Sintió la intensidad de su mirada en su rostro, el peso de la atención de todos los demás sobre ella. Se puso roja y comenzaron a sudar las palmas de sus manos. Cerró los ojos.

—¡No! —contestó más alto de lo que deseaba y salió corriendo del salón hacia el siguiente. No escuchó ni vio las reacciones de los demás, pero se los imaginó riéndose de ella, burlándose de la cara de estúpida que había puesto.

Se aseguró de sentarse en las esquinas de los siguientes salones para estar lo más alejada posible de los demás. Obviamente se volvió a encontrar con ellos, pero ninguno le volvió a dirigir la palabra, aunque Oliver, de vez en cuando, mientras el maestro explicaba, la volteaba a ver.

Por un momento había creído que todo había mejorado, pero no, regresó a su casa igual de sola que siempre.

Al llegar a su casa, después de comer con su abuela y fingir que todo había salido bien, puso manos a la obra para no tener que enfrentarse de nuevo con el fantasma y poder dormir bien esa noche. Así que aplicó una de las soluciones que vio en internet: poner sal en la puerta. Antes de dormir, robó una bolsa de sal del despensero y se la llevó a su recámara, colocó una línea frente a la puerta al cerrarla y se acostó esperando no tener ningún disturbio al cerrar los ojos.

Al recargar la cabeza sobre la almohada no pudo evitar recordar lo fracasada que se sentía por lo que había pasado en la escuela, así que se echó a llorar silenciosa. Entonces, cuando estaba a punto de quedarse dormida escuchó un golpe en la puerta.

—Cualli... ábreme —escuchó su voz estática y lejana.

Se le pusieron los pelos de punta, la piel de gallina. Se sentó de golpe y se limpió las lágrimas de la cara. La temperatura de la habitación descendió de golpe.

—Vete... —rogó.

— Vi lo que te pasó. Déjame ayudarte.

—¡Quédate afuera! No quiero que te acerques a mí de nuevo... voy a poner una barrera se sal alrededor de la casa y jamás podrás entrar otra vez.

—Cualli... tu sal no sirve de nada. Puedo entrar —la silueta de su mano fantasmal atravesó la puerta—. No entro por respeto a ti. Además, no importa que no pueda entrar a tu casa, puedo acompañarte afuera todo el tiempo, así como lo hice hoy.

Cualli comenzó a llorar.

—¡¿Por qué me haces esto?!

—Podría explicarte todo si tan solo me permitieras entrar...

—¡No! ¡Ya te dije que te vayas!

Por un par de segundos hubo silencio.

—Lo que pasó hoy... yo podría ayudarte con eso. Cuando... estaba vivo, aunque no lo creas, tenía mucha facilidad para hablar con las personas. Podría darte consejos, guiarte, darte un empujón cuando no puedas hacerlo. Así lograrás superar tu ansiedad y me liberarás. Ninguno pierde, los dos ganamos.

Por un breve momento, Cualli se imaginó aceptando su ofrecimiento, pero entonces una desagradable sensación la recorrió desde el estómago hasta sus extremidades. No iba a caer en sus trampas, no iba a aceptar la ayuda de los muertos.

—Yo no hago tratos con ningún demonio —declaró segura—. No quiero volver a escuchar tu voz. Déjame en paz.

Y no volvió a escuchar la voz del fantasma durante la noche, pero eso no fue suficiente para que pudiera descansar. Como si fuera un soldado en la trinchera, se quedó despierta, con la mirada atenta hacia la puerta. Fue hasta que escuchó cantar a los pájaros cuando pudo cerrar los ojos y rendirse al sueño. La alarma del despertador sonó media hora después de que pudo dormir.

No pudo fingir frente a su abuela, sus ojeras gigantes y las pocas ganas de vivir delataban lo mal que había dormido la noche anterior.

Aunque iba arrastrando los pies, con los ojos entreabiertos, no pudo evitar darse cuenta de que, cada vez que se miraba en un reflejo, veía una mancha negra que la seguía. Estaba segura de que el fantasma la acompañaba al igual que el día anterior.

Abrumada por sus pensamientos sobre el fantasma y lo poco que había dormido, no se percató de lo temprano que había llegado a la escuela. Al entrar al salón se lo encontró vacío. Se sentó al fondo.

Con temor, volteó hacia el ventanal del salón y buscó en el reflejo aquella mancha negra que la había estado acosando toda la mañana. Entonces la encontró, estaba frente al pizarrón y al percatarse de que lo estaba mirando se movió hacia ella. Saltó del susto, cerró los ojos y protegió su cabeza con sus brazos.

Repentinamente, elevando su terror por los cielos sintió una mano posándose sobre su brazo.

—¿Estás bi...? —interrumpió la pregunta de Oliver cuando se levantó y se echó a correr hacia la puerta.

Si antes corría por temor al fantasma, ahora lo hacía porque había agregado otra vergonzosa experiencia a la lista para no ver jamás a los ojos a aquel muchacho que tanto le había interesado. Lo había espantado, rechazado y ahora huido de él. Y para acabarla, los dos estaban solos en el salón.

Antes de que llegara a la puerta, esta se cerró con fuerza, y por más que intentó abrirla para seguir con su huida, no pudo hacerlo. El picaporte estaba helado. El fantasma tenía que ver con esto.

—Déjame salir, hijo de puta... —murmuró con coraje a la puerta.

—¿Te hice algo, Cualli? —escuchó a Oliver preguntarle, se había acercado a ella de nuevo.

Cualli se preguntó por qué había tanta tristeza en la forma en la que Oliver la miraba.

—Cada vez que trato de hablarte huyes de mí, no me quieres voltear a ver y desde que hablé ayer dejaste de juntarte con nosotros. ¿Te hice algo? De verdad, es muy importante que me lo digas.

—Yo... yo... n-no... —quería contestar, pero era demasiada la presión y comenzaba a enredarse su lengua.

Cerró los ojos, trató de respirar y abrió la boca para hablar, esperando que no fuera a trabarse de nuevo.

—¿Por qué te importa tanto? —preguntó Cualli sin abrir los ojos.

—Porque me gustas.

Sintió que le daba un paro cardiaco, ¡¿por qué tenía que ser tan directo?! Si antes no quería abrir los ojos, ahora menos.

—No lo dices en serio. ¿Estás jugando conmigo? —respondió con voz baja y temblorosa.

—Lo digo de verdad. Me gustas, quiero acercarme a ti, hablarte, pero no quiero que me veas como un amigo. Te quería dejar claras mis intenciones.

De pronto, un escalofrío horroroso recorrió su cuerpo, el calor de su vergüenza fue reemplazado por una sensación gélida, su cuerpo se durmió y se relajó de golpe. No quería abrir los ojos, pero lo hizo con una calma terrorífica. Veía mover sus manos, escuchaba su voz, pero nada de lo que pasaba sucedía por su voluntad. Era una espectadora dentro de su propio cuerpo y otra cosa más la controlaba. Por fin vio el rostro de Oliver, la estaba observando con la cara encendida en rojo. Él también se estaba muriendo de nervios.

—Antes de que lleguen los demás quería preguntártelo a solas —desvió la mirada y pasó saliva—, ¿este sábado saldrías conmigo en una cita?

Cualli escuchó su propia voz lejana.

—Sí, me gusta cómo suena eso —respondió mientras asentía con la cabeza.

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