Capítulo 1: Los fantasmas existen
Había prometido que se iría de esa casa con dignidad, pero ya estaba llorando. Con coraje se limpió las lágrimas y terminó de guardar la poca ropa que tenía dentro de una mochila vieja. Quitó las sábanas, cobijas y almohadas de su cama y las metió dentro de una bolsa negra para la basura.
Miró por última vez su habitación y se dio cuenta que no había nada de ella ahí. No había ni una sola mancha, hoja o rastro que diera fe de que estuvo durmiendo ahí toda su vida. Su habitación tenía tan poca personalidad como las fotografías publicitarias de familias felices en los cartones de leche.
Salió de su recamara y se adentró por el pasillo que la llevaría hacia las escaleras de caracol. Pasó por los cuartos de sus hermanos, pero en ninguno de ellos pudo ver un rastro de vida. Estaban vacíos y ella sabía que lo habían hecho intencionalmente para no tener que despedirse de ella. Ese coraje que nació en su interior apagó por un momento sus lágrimas. Bajó las escaleras y se adentro en la planta baja, encontrándose con el mismo silencio. También sus padres habían desaparecido para no verla.
Sin voltear hacia atrás dejó su casa y se aventuró hacia la calle. En aquellas dos mochilas y una bolsa de la basura llevaba lo necesario para empezar de nuevo. Estaba decidida a jamás regresar a ese lugar.
Caminó por la acera hasta la esquina que conectaba su calle con la avenida, y ahí esperó a que pasara el camión que la llevaría a su nueva vida. Después, cuando llegó, subió detrás de las personas que habían estado esperando antes de ella. Cuando llegó su turno de decirle al chofer hasta donde iba, y pagarle por el viaje, se tomó una pausa de dos segundos para formular las palabras que iba a pronunciar.
—¿Y? ¿A dónde va? —preguntó el chofer con desesperación.
Ante la presión sintió que sus piernas comenzaron a temblar.
—Este... —dijo con voz temblorosa, sintió su lengua enredarse y ante la vergüenza prefirió cerrar los ojos.
Escuchó murmurar a las personas detrás de ella, los imaginó haciéndole muecas horribles de enojo, hablando mal y juzgándola.
—¡Ash! ¿Vas a subir o no? —escuchó al chofer hablarle.
No permitiría que por su ansiedad tuviera que regresar de nuevo a esa maldita casa. Respiró hondo, abrió los ojos y se propuso a hablar aunque su voz sonara como si quisiera llorar.
—Voy hasta la base.
—Son veinte pesos.
Con sus manos sudorosas y temblorosas sacó dos monedas de la bolsa de su pantalón y se las entregó al chofer.
Mientras se acomodaba en su asiento al fondo del camión no pudo evitar sonreír. ¡Había hablado con un desconocido! ¡Esta vez no había salido corriendo! Su corazón, por primera vez, se llenó de un poco de esperanza.
Ese viaje desde su vieja casa hacia su nueva vida fue transformador. Subió como una niña ignorada, maltratada y encarcelada, y bajó como una adulta con un futuro impredecible y muy aterrador, pero con toda su libertad entre sus manos.
Mientras caminaba hacia la casa de su abuela trató de observar todos los detalles de las calles, casas y personas. Este sería su nuevo barrio, sus calles y todos ellos serían sus vecinos. De ahora en adelante los vería a diario.
Al llegar a la casa de su abuela, antes de tocar la puerta, fue recibida con un cálido abrazo de bienvenida de la única persona que siempre se había preocupado por ella.
—¡Sí viniste! —exclamó llena de alegría su abuela mientras la abrazaba y lloraba—. ¡Por fin saliste! —se separó de ella y le miró el rostro—. ¿Fue difícil?
Cualli quería decirle lo mucho que le había costado tomar la iniciativa de salir de ahí, subir al camión, hablar con desconocidos, enfrentarse a lo desconocido, y lo muy orgullosa que se sentía por haberlo superado, pero en lugar de salir palabras de su boca comenzó a berrear como un bebé. Su abuela sonrió, le quitó una de sus mochilas y se la colgó.
—Vamos adentro, mija. Ya llegaste, vas a estar bien.
Después de haber dejado sus pertenencias en su nuevo cuarto, y de haber llenado su estómago con un plato gigante del delicioso pozole de su abuela, pudo recuperar el aliento y comenzar a asimilar lo que había pasado.
—Estaba rezando por ti cuando llegaste —comentó su abuela mientras levantaba los platos y los llevaba a la tarja—. No me lo creerás, pero reconocí el sonido de tus pasos y al asomarme por la ventana vi que sí eras tú.
Cualli sonrió mientras miraba a su alrededor. Ver a su abuela, sus muebles barnizados, sus adornos de cerámica y su cocina impecable la hacía muy feliz; sabía que en ese lugar era querida y procurada.
—Quería salir de ahí antes de entrar mañana a la universidad.
Su abuela dejó de lavar los trastes y la volteó a ver preocupada.
—¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué no me pediste que fuera por ti? —le recriminó—. Hubiera ido sin preguntarte nada... Sé lo mucho que te cuesta hablar con los demás y salir.
Cualli bajó la vista.
—Este... si iba a salir de ahí, quería enfrentarme al mundo y llegar hasta acá sola para probarme que puedo hacerlo; que puedo ser valiente.
—Sí eres valiente, mijita. No digas eso —se acercó a ella y le dio un beso en la cabeza—. ¡Por cierto! Te tengo un regalo.
Se separó bruscamente de ella y la vio subir las escaleras, después de unos segundos volvió a bajar, esta vez con una pequeña maleta de tela. Se la entregó a Cualli.
—Estaba pensando en llamarte para llevártela hoy a tu casa, pero ya que estás aquí mejor te la doy de una vez.
Cualli abrió los ojos sorprendida.
—¿Esta es...? —preguntó emocionada.
—Ábrela.
Abrió el cierre de la maleta y encontró dentro una cámara digital de Nikon.
—¡Gracias, abuela! —dejó la cámara sobre la mesa y la abrazó.
—No podías entrar a la carrera sin una cámara.
Cualli se separó de su abuela y regresó a su cámara, tomándose el tiempo para observarla detalladamente.
—¿Cómo la conseguiste? ¡No tenías que haber gastado tanto en mí!
Su abuela se sentó frente a ella.
—Desde que supe que ibas a estudiar fotografía, desde que hiciste los exámenes para entrar, empecé a ahorrar una partecita de lo que me dan de la pensión de mi viejito lindo, que en paz descanse.
—No lo hubieras hecho... me da mucha pena pensar que te quité el dinero que usabas para tus cosas.
—¡No seas tonta, Cualli! —le dio un manazo jugando—. ¡¿Quién piensas que soy?! Tal vez sea anciana, pero no soy ninguna inútil. Solo guardé un poco de las quincenas y de lo que ganaba del puesto.
—Lo siento, abuela.
—Hay un vecinito aquí cerca que es fotógrafo, siempre va a comer allá al puesto porque no le gusta cocinar. A él le pregunté que si no vendía alguna de sus cámaras, alguna que no fuera muy cara, pero que fuera buena para aprender. La verdad es que me la vendió muy barata porque me aprecia mucho.
De nuevo, Cualli miró su regalo.
—Muchas gracias, abuela. Prometo que la voy a cuidar mucho y que voy a aprender mucho con ella en la escuela.
Su abuela sonrió.
—Te quiero, mijita. Sabes que eres lo más importante para mí.
Más tarde, esa misma noche, después de haber acomodado su ropa en su closet y de haber preparado su cama, Cualli descansaba acostada mientras miraba su celular. Al ver la hora imaginó que sus papás ya habían llegado y que ya se deberían de haber dado cuenta de que no estaba, pero no había recibido ni una llamada o mensaje. Así de poco les importaba y significaba para ellos. Sin querer pensar más en su miserable familia, y a lo que se tendría que enfrentar al día siguiente, entró en Tiktok. Necesitaba un poco de la dopamina que le daba deslizar los videos. Se encontró con un nuevo trend que te convertía en un personaje de anime usando la inteligencia artificial. Jamás había subido un video a su cuenta, pero tenía curiosidad de ver cómo iba a resultar. Puso "probar filtro" y se acomodó, pero justo cuando iba a tomar la foto el celular se le resbaló.
—¡Mierda! —gritó y se paró para recoger el teléfono.
Lo levantó del suelo y lo observó con detenimiento. Estaba la pantalla apagada, así que se aseguró de no encontrar ninguna fisura en el cristal; agradeció al cielo que no le pasó nada. Desbloqueó la pantalla y se encontró con el menú de edición de Tiktok: reproduciendo en bucle una grabación en la que se le había aplicado el filtro. Se dio cuenta que antes de caérsele volteó la cámara. Siguió viendo y cuando llegó el momento de ver el resultado del filtro gritó llena de horror.
—¡NO MAMES! —dejó caer el celular en la cama y salió corriendo de la habitación.
Se quedó en el pasillo un par de minutos, decidiendo si lo que había presenciado en la pantalla de su celular había sido verdad o un mero producto de su imaginación. Cerró los ojos y trató de controlar el temblor de sus piernas, sintió resbalar por su rostro gotas de sudor frío.
—Tengo que volver a entrar... —murmuró para sí misma—. ¡Chingada madre, Cualli, no seas cobarde! —se dio una cachetada, respiró profundo y abrió los ojos—. Debe de haber sido un error de la aplicación, iré a verlo de nuevo.
Sintiendo que sus piernas eran gelatina, entró de nuevo a su recámara, tomó su celular y volvió a ver el celular prometiéndose internamente que no volvería a huir. Se había tomado una foto con la cámara frontal, mostrando el pie de su cama, la pared blanca y la puerta abierta que dejaba ver un poco del pasillo, pero lo que la había hecho correr es que el filtro había detectado una cara completamente detallada asomándose por la puerta, de forma tan detallada como la de los muebles a su alrededor.
—Pinche cara tan horrible —dejó salir mientras analizaba la figura que se asomaba—. Esa madre no tiene boca y sus ojos no se notan bien.
Se sentó en la cama, sintiéndose más tranquila.
—¡Debe de haber sido un error de la app! —comenzó a reír—. ¡Qué imbécil me vi corriendo por esto!
Dejó de reír.
—¿Y si no fue un error? —se cuestionó a sí misma—. Seguro que lo fue, pero, por si las dudas, volveré a tomar una foto.
Eliminó el video grabado, volvió a seleccionar el filtro, apuntó con la cámara hacia la puerta, tomó la foto y esperó a que se convirtiera la imagen en un dibujo. Se le borró la sonrisa. Volvió a aparecer el mismo ente, esta vez sin asomarse, sino parado en la puerta, mirando hacia el lente.
—NO, NO, NO, NO, NO, NO, NO, NO —alejó el teléfono de nuevo, esta vez, sin valor para salir corriendo, sin la valentía necesaria para alzar la vista hacia la puerta—. Esto me lo debo de estar imaginando. ¡Por eso estoy hablando sola!
Quitó el vídeo y volvió a tomar otra foto. En esta ocasión, la figura estaba mucho más cerca, alzando la mano para tocar el teléfono. Gritó horrorizada, soltó el celular y se acurrucó en la esquina de la cama. Una corriente eléctrica de horror recorría su cuerpo de punta a punta.
—Me volví loca, es una visión, una falla del filtro, una broma. Los fantasmas no existen, cuando morimos nos vamos al cielo o el infierno —dijo tratando de calmarse, tratando de no alzar la cabeza, concentrando su mirada en la cobija de su cama.
De pronto, un aire helado le sopló en el cuello, ocasionando que se le pusiera la piel de gallina y que un escalofrío espantoso la sorprendiera. Con terror, comenzó a sentir un peso en el hombro derecho, como si le pusieran una bolsa de hielos pesada. Comenzó a llorar.
—Los fantasmas sí existen —escuchó a su lado hablar a una voz clara, pero distante, como si fuera un canal de radio mal sintonizado—. Voltea. Mírame.
Sintiendo cada uno de sus nervios, comenzando a sudar frío, no tuvo ninguna otra opción más que cerrar los ojos, esperando que todo fuera una alucinación. Aunque hubiera querido salir corriendo ninguna de sus extremidades le hubieran respondido.
—Sigo aquí. Abre los ojos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro