Epílogo
Un tiempo después
✮ Sky ✮
No había tenido el valor de ir a verle hasta pasadas unas semanas después de mi completa transformación. Necesitaba acomodar las ideas antes despedirme de él.
Pero una mañana de principios de verano sentí la necesidad de reencontrarme con mi mejor amigo. Por eso no dudé en llamar a Adam para pedirle que me acompañara. Necesitaba tenerlo a mi lado en un momento tan duro como ese, saber que estaba ahí.
El cielo se había nublado, aunque el calor era ya notorio, casi asfixiante. Avanzamos por el caminito de cemento del cementerio. Mis abuelos paternos estaban enterrados allí también. Observé cada lápida con tristeza hasta llegar a una muy sencilla y recatada. En ella se leía su nombre junto a su fecha de nacimiento y de defunción. La frase que había tallada en ella me sacó una lágrima. Decía: «El mejor hijo, hermano y amigo del mundo. Nunca te olvidaremos».
No, yo jamás podría hacerlo. Él era una parte fundamental de mí.
Adam me rodeó por la espalda, sus dedos enlazados con los míos a la altura del vientre. Permanecí en silencio unos minutos, simplemente con la vista clavada en la foto de él. Se la había sacado yo semanas antes de que todo mi mundo se pusiera patas arriba. En ella se le veía muy feliz y saber que lo fue aligeró el nudo que había empezado a formárseme en la boca del estómago.
Me aclaré la garganta.
—Yo... no sé por dónde empezar —hablé mientras toqueteaba el collar con su inicial que tenía colgado al cuello—. Quizás por el principio. Cuando te conocí, pensaba que solo eras un niño tonto. ¿Te acuerdas de cómo me hacías rabiar en la guardería? Ya en ese entonces eras todo un grano en el culo y, por desgracia, no pude librarme de ti.
«Fuiste mi mejor amigo desde el día en que la señora Maisy nos puso juntos en clase, cuando vi que no eras tan malo después de todo. No sabes la de recuerdos bonitos que atesoro en mi interior, como, por ejemplo, la vez en la que mis padres se negaron a llevarme al museo de ciencias y tu madre nos llevó. O cuando me diste mi primer beso solo porque te dije que quería dárselo a alguien especial.
Hipé. Me limpié la cara con el dorso de la mano.
—Te quiero, Kyle. Eres la persona más especial que he tenido el honor de conocer. Fuiste el primero con el que fui yo misma y eso no se me va a olvidar nunca. Gracias por aceptar a Adam cuando se nos unió, por ayudarme a sentir, por empujarme a sus brazos.
«Ahora entiendo muchas cosas. No fuiste a la excursión porque hubiera surgido un problema familiar; fuiste tú, ¿verdad? Tuviste una crisis y por eso no pudiste venir. La reserva la cambiaste a última hora porque sabías que necesitaba que me dieran alas para poder volar por mí misma.
«Fuiste el primero que creyó en mí, en que podría hacer grandes cosas. Escuchabas todo lo que te decía en mi época más nerd y te importaba lo que a mí me importaba. Me consolabas cada vez que discutía con mi padre y fuiste un gran soporte cuando mi madre se fue. No sé qué habría sido de mí sin ti.
Tomé una profunda bocanada de aire. Adam me apretó más contra sí.
—Él estaría orgulloso de verte brillar —me susurró.
—Lo sé. Kyle siempre supo que tarde o temprano ocurriría. Decía que no entendía cómo un ser de luz como yo había acabado en ese basurero.
—Tu barrio no es ningún basurero.
Hice una mueca.
—Es de los más pobres de la ciudad. La gran mayoría de los adultos tienen trabajos precarios.
—¿Y? Mira dónde has crecido, luciérnaga. Aquí están tus orígenes, tu historia. Me imagino a una mini tú corriendo por las calles, persiguiendo a un Kyle burlón. ¡A saber la de travesuras que habréis hecho juntos!
Me giré hacia él con una sonrisa pintada en la boca.
—¿Te he contado alguna vez que cuando tenía cuatro años le rapé el pelo a Kyle?
Adam se llevó mi mano a los labios y la besó como solo él sabía hacerlo.
—No, cuéntame más.
Su felicidad me contagió y pronto la tristeza que sentía por la pérdida de mi amigo se transformó en una sensación cálida en el pecho, pues siempre recordaría cada aventura que habíamos vivido, desde el mismísimo instante en el que él me había tirado de las dos coletas para llamar mi atención.
Le narré la vez en la que él se perdió una excursión muy guay que habían organizado los voluntarios del centro porque me había puesto mala y no iba a poder ir. Cuando se quedó despierto conmigo toda la noche solo porque yo había tenido una pesadilla. El día que nos prometimos que seríamos mejores amigos ante todo. Le conté entre lágrimas saladas la vez que le hice una llave de judo solo porque él se había pasado toda la tarde molestándome y diciéndome que tenía piojos.
De camino a la parada de autobuses nos encontramos con Linn. Había hablado con ella un par de días después de hacerlo con la madre de Kyle. Se había quedado devastada, aunque cada día la notaba mucho mejor, con más ganas de vivir y comerse el mundo.
Me acerqué a ella a paso rápido.
—¡Linn! —casi chillé dándole un abrazo—. Qué guapa estás.
La chica me miró con una pequeña sonrisa. Era unos centímetros más bajita que yo.
—Sky, Adam. ¿De paseo?
—Más o menos. He ido a ver a Kyle. Necesitaba despedirme —musité con una mirada culpable.
La muchacha me tomó de las manos para, después, mirarme directamente a los ojos. Se sentó en un banco y me arrastró con ella. Adam se acomodó a mi lado. Se pasó una mano por el rostro afilado y se me encogió el corazón al ver su expresión llena de dolor.
—Hay días en los que pienso que nada de lo que ha pasado es real. Quiero pensar que de un momento a otro va a llamarme y a decirme que todo ha sido una broma pesada.
Apoyé la cabeza en su hombro.
—Ojalá lo fuera —concordé—. Hecho de menos las videollamadas y las quedadas con él.
—Pero no estemos tristes. Él querría que avanzáramos y que no nos quedáramos estancadas en el pasado. Además, tengo muy buenas noticias.
La miré llena de curiosidad.
—¿Cuáles? Linn, no seas mala y dímelas —supliqué con un puchero.
Se toqueteó la falda blanca con un gesto nervioso. La blusa azulona le resaltaba el tono claro de la piel.
—Bueno, es algo que no tenía planeado, pero como decimos aquí, voy a ir hacia delante con un par de ovarios.
—¡Linn!
Se rió de mi poca paciencia. Me dio un manotazo cariñoso. Después, señaló un sobre que tenía en las manos. ¿Cómo no me había fijado en él antes?
—He tenido una revisión de rutina. Ya sabes, para ver que no hay nada malo. Pues digamos que hay un intruso en mi interior.
La miré, luego bajé la vista a su vientre y volver a poner los ojos en ella. Abrí los ojos de par en par y la boca casi se me cayó al piso. Mi cara de sorpresa era todo un poema.
—¡¿Qué dices?! ¿Es... de él?
Asintió lentamente.
—Sí, es con el único que he estado a ese nivel de intimidad.
Observé mejor su vientre. Sí que es cierto que estaba un poquito abultada, pero no se le notaba nada.
—¿De cuánto estás?
—Tengo dieciséis semanas de embarazo. Ya sabes que la regla me viene cuando le sale del coño, así que como justo se me había quitado no le he dado importancia. He llegado a estar sin ella casi seis meses.
Adam y yo estábamos sin palabras.
—Dios, menuda bomba —habló ese pelinegro.
—¡Qué me vais a contar! Todavía no lo he podido asimilar. Llevo más de una hora dando vueltas como un puto tiovivo porque no sé cómo voy a contárselo a mis padres.
Le di un apretón en la rodilla.
—¿Estás asustada? Digo, un bebé no es algo que buscaras en estos momentos.
Meneó la cabeza arriba y abajo.
—Asustada y preocupada. No quiero que este bebé lo pase mal y yo ni siquiera sé si me han dado la beca. —Abrió los ojos como si de repente se diera cuenta de algo—. ¡Dios, no! ¿Cómo se supone que voy a cuidarlo si ni siquiera tengo un trabajo para mantenerlo?
La apreté contra mí.
—Te prometo que vamos a estar todos contigo y con esa personita preciosa que está creciendo en tu interior. No sabes las ganas que tengo de conocer a mi sobrino.
Adam chasqueó la lengua.
—¿Y si es niña? Ya la estás ofendiendo y aún ni ha nacido.
Le guiñé un ojo.
—Tengo el presentimiento de que va a ser un niño precioso.
—Como su padre —susurró Linn con lágrimas en los ojos.
—Igualito que él —concordé igual de emocionada.
Adam masculló una maldición por lo bajo.
—Que Dios se apiade de nosotros.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Cuando comencé el año no pensé que el curso iba a terminar así, que mi vida iba a dar un giro de ciento ochenta grados ni mucho menos que mi amor imposible no lo fuera. Vivía siendo la chica mala, la antagonista de un libro. Me alejaba de los demás, escondía quién era para no volver a sufrir, porque pensaba que sentir era de débiles.
Creía que jamás podría permitirme el hecho de dejarme llevar por todos los sentimientos que Adam despertaba en mí. Me aterraba tanto que pudieran lastimarme de nuevo que no quería que nadie más entrara en mi vida. Agradecía al destino que me hiciera tropezar con él una y otra y otra vez.
Ahora había descubierto lo bien que me hacía tener buena relación con Felicity y con Nathalie, que Adam estuviera ahí, visitar a la señora Gardner y a Sarah cuando podía, quedar con Linn y poder estudiar lo que yo quisiera.
Aunque no todo era de color rosa, pues en el camino había perdido a un amigo y la relación que tenía con mi padre seguía sin ser buena. Aunque ello me había demostrado que yo era mucho más fuerte de lo que al principio creía y que no había nada ni nadie que pudiera detenerme. Porque si me lo proponía, podía hacer grandes cambios.
Por eso, querido lector, siente, lucha, pelea, ríe, llora... Pero, sobre todo, vive. No dejes que nadie apague el fuego de tu mirada, que te digan lo que tienes que ser. Se tú mismo. Porque, como diría Adam, brillas con luz propia, pequeña luciérnaga.
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