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Capítulo 8

♪ Adam ♪

«No le digas a nadie que trabajamos juntos en el centro juvenil.»

Sky era una chica misteriosa. Su actitud demoníaca para con los demás me sacaba mucho de quicio, pero me descolocaba aún más que no quisiera que los demás supieran que hacía actividades de voluntariado extracurriculares ni que bajo todo ese porte soberbio se escondía una chica dulce y buena... porque sí, me lo había dejado bien claro cuando la vi ayudando a cada niño del centro.

Para cuando fui a buscar a Felicity, Sky ya se había marchado de casa. Según mi mejor amiga, se había ido a repasar para el examen que teníamos a segunda hora. Tal y como lo había dicho Lizzie, parecía que no se creía el cuento del repaso, pero después de lo del día anterior, ya no sabía qué pensar. ¿Quién era la verdadera Sky?

«No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo 🙂.»

Le respondí de vuelta en un momento en el que Felicity se había quedado mirando los bloques de casas unifamiliares que nos rodeaban. Desde la acera, vi un par de coches que nos adelantaban. Vivíamos en una urbanización privada, a pocos minutos andando del colegio. A medida que nos fuimos acercando, había más y más alumnos vestidos con el uniforme distintivo del Jenny's Collage School.

—¿Con quien hablas? —preguntó Liz cuando estábamos a escasos metros del colegio.

Vale, puede que no hubiera sido muy sutil. Aun así, no quería que supiera nada, ni siquiera con quién chateaba.

Hice un movimiento de manos para distraerla.

—Solo es mi madre. Quiere que no descuide los estudios ahora que soy voluntario.

—¡Es verdad! ¿Qué tal te fue ayer en tu gran debut?

Solo de recordarlo, se me escapó una gran sonrisa.

—Fue fantástico. Los críos son un amor y mis compañeros, una pasada. No veas lo bien que se manejan con el grupo, y eso que son veinte contra dos.

Me dio un empujón juguetón.

—Ahora sois tres. Mejor para ellos, han conseguido una buen fichaje.

Hice una mueca.

—Así como lo dices, parece que soy un objeto de mucho valor.

Felicity se rió y yo con ella. Me dio un manotazo.

—¡Idiota!

Me llegó otro mensaje y mis ojos fueron solos a él:

«¡Gracias! Eres muy buen chico.»

—Tu madre está muy insistente —me picó mientras me observaba a través de sus curvadas pestañas.

Me crucé de brazos.

—¿Qué insinúas?

Alzó las manos al viento.

—Nada, nada. Estás muy pendiente del teléfono y, bueno, sé sumar dos y dos.

Suspiré. No sé por qué no quería contarle que estaba chateando con Sky. Quizás para que no me diera uno de sus sermones tipo "No deberías meterte con alguien así de cruel" o puede que muy en el fondo quería guardármelo para mí.

Había algo en esa rubia desquiciante que me atraía como un imán.

—Déjalo, Lizzie. No estoy de humor.

—Así que estás hablando con una chica, ¿eh? Ándale, cuéntame cómo es —me suplicó en español.

Mierda, me había pillado. Me alegré al menos de que su hermanastra no estuviera ni siquiera en su lista de "Posibles crush para Adam". En esos instantes me aliviaba que esa rubita fuera tan insoportable.

—Son asuntos míos. No insistas, por favor —lo zanjé, porque no quería contárselo, no ahora.

—¿Estás olvidando que soy peor que el FBI?

—Por eso mismo no voy a decirte quién es. Conociéndote, te plantarías en la puerta de su casa para hacerle un interrogatorio de tercer grado.

—Pero admites que estabas hablando con una chica. ¡Genial! Y, dime, ¿te gusta?

Con un movimiento de cabeza le señalé la puerta de la entrada. Varios estudiantes subían las escaleras a paso lento mientras hablaban entre ellos. Todavía quedaban quince minutos para que comenzaran las clases, así que ninguno de los dos teníamos prisa.

—No es el lugar apropiado para hablar de esto, Liz.

Me señaló con el dedo.

—Está bien, pero te aviso que pienso enterarme, pendejo. Sea por ti o por mis propios medios.

Suspiré. Si supiera que ni siquiera yo sabía lo que me ocurriría...

❦ ❦ ❦ ❦ ❦

«¿Te llevo al centro?»

Sky Sephard te ha enviado un archivo adjunto.

«Ya he cogido el autobús. Lo siento, otra vez será.»

En efecto, la imagen que había recibido era una selfie de ella en la que se la veía en el autobús urbano, con los auriculares puestos y un libro enorme en las manos. Sonreía levemente, sin llegar a mostrar los dientes.

La idea de que fuera sola a un barrio con tan mala pinta me revolvió el estómago y mi único alivio fue que, al menos, yo estaría ahí para cuidarla si las cosas se salían de madre.

Estaba confuso. Me preocupaba por ella, me daba un brinco el corazón cada vez que recibía un mensaje suyo, sonreía como un tonto al recordar nuestros encuentros... ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué, de repente, en lo único que podía pensar era en la suavidad de su piel y en su perfume fresco?

¡Céntrate!

Llegué allí a las cuatro y media, puntual como un reloj, aunque no tanto como Sky. Vestida con una falda negra y un jersey de color vino, estaba elegante y hermosa. Sus piernas largas se lucían bajo las medias de puntitos y su pelo ondeante me gritaba que enredara las manos en él. Se había puesto un pintalabios nude y se había retocado el maquillaje antes de venir a aquel lugar lleno de humedades.

Por pura inercia se me fueron los ojos a su boquita deliciosa. En mi imaginación, me vi a mí mismo acortando la distancia que nos separaba y juntando nuestros labios. Me pregunté si serían tan suaves como lo parecían y si besaba tan bien como en mis sueños.

¡Basta! Estaba mal que pensara así. Sky no era mi tipo.

¿No lo es?, me preguntó una vocecita irritante.

Tenía que dejar de mezclar las cosas. Solo era una compañera. Listo. No iba a pasar nada entre nosotros nunca.

Ni siquiera tú te lo crees. Es hora de que admitas que te pasan cosas con ella.

Odiaba a mi propia conciencia.

Sky se me acercó nada más verme entrar en la sala de los monitores. Me dio un ligero golpecito en el hombro para llamar mi atención, como si tuviera que hacerlo. Solo con estar en un mismo espacio se me iban los ojos a ella, como si fuera el mismísimo sol de mi propia galaxia.

—¿Estás bien, Adam?

Incluso mi nombre en sus labios sonaba mucho mejor.

¡Céntrate!

—Sí... Por supuesto... Yo... —balbucí. Me di un golpe mental por mi torpeza. Genial, simplemente genial.

Soltó una risita.

—¿Tú qué?

¿Por qué me sentía tan torpe? ¿Podía actuar con normalidad? Por favor y gracias.

—Yo... sí, estoy bien —conseguí decir.

Sus labios permanecieron curvados en una sonrisa traviesa. Cómo me hubiese gustado habérsela borrado.

—Bien, entonces.

—Bien. —Me lanzó una miradita antes de sacar un folio de la carpeta—. ¿Qué es eso?

—Las actividades de hoy. Kyle me ha llamado hace unos minutos. Le ha surgido un problema en casa y no podrá venir. Estaremos solos.

Solos. Esa palabra sonaba muy tentadora.

—¿Tú y yo?

Dio unos pasos al frente, hasta quedar cara a cara, su boca muy cerca de la mía.

Tentadora.

—¿Qué pasa, Adam? ¿Te asusta que estemos solos?

Tragué saliva. No podía pensar con claridad si la tenía tan cerca, no cuando rabiaba por tocarla, pegarla a mí y arrinconarla contra la pared.

Debía controlarme. No podía dejar que viera lo mucho que me alteraba su cercanía. Pero una parte no dejó que ella se saliera con la suya. Di un paso al frente, alzando una ceja.

—¿Quieres saber qué es lo que pienso? —la provoqué con chulería.

Me deleité al ver cómo sus ojos se desviaban unos segundos a mis labios y, durante unos instantes, fantaseé con la idea de rodearla entre mis brazos y devorarla hasta desnudar nuestras almas, hasta quedarnos sin aliento.

Retrocedió un par de pasos, rompiendo así la conexión que se había creado entre nosotros. No fue hasta que vi cómo su pecho subía y bajaba que me di cuenta de que había dejado de respirar. Se rascó la cabeza, inquieta, las mejillas iluminadas como pequeñas estrellas.

—Tenemos que preparar el aula para las actividades. ¿Te importa hacerte cargo de los más mayores mientras yo estoy con los pequeños? Me siento más cómoda con ellos.

Se me dibujó una gran sonrisa en los labios. No sabéis lo que estaba disfrutando con mi gran victoria. Había dejado a la gran Sky Sephard sin palabras. Eso no ocurría todos los días.

—Claro que no.

Me señaló con un dedo acusador.

—¿Por qué te estás riendo? ¿Tengo monos en la cara?

Me pasé las manos por el pelo, en un intento por calmarme.

—Nada, nada. Solo estaba pensando en... en cómo me he tropezado en la entrada —mentí.

Los ojos azules de Sky me analizaron.

—¿Seguro que es por eso? Odio que se rían de mí. Espero no tener chocolate en los labios. Ya sabía yo que era una mala idea traerme esa barrita de cereales.

Le puse las manos en los hombros, ya más tranquilo.

—Sky, no me estoy riendo de ti. Son solo tonterías mías. Ya sabes que soy de risa floja.

—En realidad, apenas te conozco —admitió con una sonrisa triste—. Solo sé lo que muestras en clase.

Ahora me había picado la curiosidad.

—¿Qué clase de chico te parezco?

Me miró largo y tendido, ese mar azul estudiaba cada uno de mis movimientos. Me sentí nervioso de repente, porque quería que le gustara lo que veía. Ella era más bonita que un jardín lleno de flores en primavera.

Se llevó un dedo al mentón y su boca formó una perfecta línea recta mientras pensaba. Y, entre tanto, en mi cabeza solo rondaba un único pensamiento: ¡Vamos! Bésala como te mueres por hacerlo.

Sus palabras me sacaron de mis ensoñaciones:

—Creo que eres un chico que va a lo seguro. Siempre quieres hacer lo correcto, no lo que de verdad quieres. Eres el cliché del chico bueno, el que no rompe las reglas. El goodboy. Sacas buenas notas, aunque de vez en cuando se te traba alguna asignatura; lo sé porque Felicity no deja de comparar las suyas con las tuyas. Sonríes todo el tiempo. —Calló durante unos segundos. Un ligero rubor se extendió por sus mejillas—. Y amas el chocolate blanco.

Me había quedado de piedra. ¿En serio se había fijado en tantas cosas?

—No sabía que te importara tanto —me jacté para que no se diera cuenta de lo impactado que me había quedado.

No apartó la mirada; todo lo contrario, adquirió una pose firme, con el mentón bien arriba y los hombros relajados.

—Y no me importas. El otro día robaste una chocolatina de chocolate blanco de la mesa de los dulces de la sala de los monitores y, cuando ayer fuimos donde Marlee con Kyle, te tomaste un frapuccino de chocolate blanco a pesar de que te insistí de que su especialidad era el de chocolate. Solo que me he dado cuenta de esas cosas de pura casualidad. No es que seas el centro de mi universo.

Le lancé una sonrisa coqueta.

—Algún día admitirás que en el fondo te caigo bien.

Mi comentario pareció hacerle gracia, puesto que me regaló una pequeña elevación de labios.

—A lo mejor soy yo la que te cae bien a ti.

—¿No podemos caernos bien mutuamente? ¿Algún día podremos ser amigos? —pregunté.

—¿Y que la gente piense que soy de fácil acceso? No, gracias.

Solté un gruñido, frustrado. Me llevé las manos a la cabeza y me tiré del pelo.

—¿Por qué insistes tanto en que los demás te vean como a la mala del cuento? ¿Por qué no les muestras esta versión de ti?

Sky se cruzó de brazos y volvió a ponerse la coraza. Mierda.

—¿Acaso importa? Solo les muestro quién soy a aquellos que sí lo merecen.

—Como a Kyle, ¿verdad? —escupí. Sí, lo admito, mi comentario había sonado mucho más brusco de lo que me hubiese gustado, pero es que me sacaba tanto de quicio que con él sí fuera ella misma pero conmigo no. ¿Cómo podría demostrarle que sí era de confianza?

—¿Celoso?

Le guiñé un ojo.

—Qué más quisieras, encanto.

No sé cómo habíamos acabado así, tan cerca el uno del otro. Solo sabía que como no hiciera algo, acabaría cediendo a mis más profundos deseos. Porque tenía unas ganas inmensas de acortar la poca distancia que nos separaba, besarla y palpar cada una de sus curvas con las manos. Quería descubrir si era de las que les gustaba a fuego lento o de las que preferían arder en el mismísimo infierno.

Estaba tan hipnotizado por su hechizo que de no ser por la irrupción de uno de los otros voluntarios, un chico con el que había hablado una vez, la habría estampado contra la pared y la habría besado.

—¡Lo siento! —se disculpó él con las mejillas rojas en cuanto hubo abierto la puerta de la sala de un golpetazo que nos hizo separarnos de golpe—. Pensaba... que no había... nadie —balbuceó.

Nos lanzamos una miradita nerviosa.

—Sí, será mejor que... vayamos si no queremos... eso... llegar tarde —habló con voz temblorosa Sky.

No pude evitar que se me escapara una sonrisa cuando se escabulló y se encaminó hacia el aula. Me moría de ternura. Nunca antes la había visto así de expresiva y, descubrí, tenía muchas ganas de conocerla aún más a fondo.

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