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Capítulo 6

♪ Adam ♪

Cuando me había ofrecido como voluntario para ayudar en aquel centro juvenil, situado en uno de los peores barrios de la ciudad, no había esperado encontrármela. No le pegaba. No a la chica mala, a la que siempre molestaba a los demás. A la mean girl.

Me fijé en que el techo estaba lleno de humedades, producto, quizás, de goteras. Los suelos de mármol frío estaban tan desgastados que incluso se veían marcas negras en contraste en un par de losas. ¿Qué hacía en un lugar tan desvencijado como ese?

Nada es lo que parece, pensé

Ella había sustituido el uniforme del colegio —la falda de color gris lisa, la camisa blanca, la americana entallada azul marino y la corbata granate— por unos pantalones vaqueros ajustados y una blusa azul que le resaltaba los ojos. Hubo una época, cuando la conocí, que no me la podía imaginar luciendo unos colores tan vivos, no cuando tenía un alma tan oscura. En mi mente la veía con una gama más apagada, en tonalidades grises y negras, a juego con su personalidad.

La primera vez que la vi vestida con una falda blanca y una blusa de tirantes con brillos de color menta, casi me caigo de culo. La tía tenía un cuerpazo y sabía muy bien lo que provocaba en los hombres. Si tan solo tuviera otra actitud...

El chico que estaba a su lado —¿su novio o amigo?, ¡qué más da!— me tendió una mano con una sonrisa cordial. Tenía el pelo castaño recogido en un moño pulcro y barba incipiente.

—Bienvenido a la familia, tío. Soy Kyle y esta borde de aquí es mi mejor amiga, Sky. No te dejes engañar por esa carita de angelito que tiene; a veces, muerde.

Sky le dio un codazo.

—Claro, porque tú eres Miss Simpatía —masculló, sarcástica.

Se me escapó una sonrisa pese al impacto inicial de haberla encontrado por sorpresa. No sabía qué estaba pasando, pero me gustaba esa nueva versión de Sky que estaba conociendo. Más abierta. Más ella misma.

—Encantado. —Le estreché la mano a él y le di un apretón en el hombro a la rubia—. Me alegra verte en otro ambiente.

Ahora el que parecía fuera de lugar era Kyle. Se balanceó de una pierna a otra mientras nos lanzaba una miradita a uno y a otro, como si estuviera viendo un partido de tenis. Después, nos señaló con una sonrisa que no supe descifrar.

—Espera un momento. ¿Ya os conocéis?

Me encogí de hombros como quien no quiere la cosa

—Claro que sí. Vamos al mismo instituto y a la misma clase.

—¿Qué dices? —Clavó de repente los ojos marrones en su mejor amiga—. No sabes cuánto me voy a divertir a tu costa. Pienso sonsacarle toda la información que tú te niegas a darme.

Sky no llevaba la máscara imperturbable puesta. Había emociones en su rostro, como el rubor de sus mejillas, la perplejidad en sus ojos y la sorpresa en sus rosados labios. Me gustaba. Me gustaba que mostrara cómo se sentía.

Con una mano, ella me agarró del hombro y ese simple contacto, pese a las capas de ropa que nos separaban, envió una oleada de electricidad por cada uno de mis poros, un hormigueo cálido que se extendió por todo el cuerpo y una sensación vertiginosa, como si estuviera en una montaña rusa llena de loopings, se adueñó de mi estómago.

—¡No! Ni se te ocurra —me amenazó lanzándome una miradita de advertencia.

La situación me hacía tanta gracia que no pude contenerme. Solté una serie de carcajadas, aunque, cuando me calmé, decidí que quería ser un poquito malo con ella. ¿No nos había hecho un millón de perradas? Pues era su turno de sufrir.

Centré toda la atención en Kyle, quien nos observaba, divertido. Llevaba unos vaqueros oscuros desgastados por el uso y una sudadera descolorida que había visto años mejores. Me pregunté si viviría en el barrio o si, como Sky y yo, venía de una zona mucho mejor.

Con una sonrisa malvada, exigí:

—Quiero saber todos sus trapos sucios.

Chocamos puños a modo de pacto secreto al mismo tiempo que Sky ponía los ojos en blanco mientras mascullaba:

—Hombres... Y luego nos llaman cotillas a las mujeres. En fin, la hipotenusa.

—¿Sabías que te pones monísima cuando te enfadas? —se burló Kyle. No sabía si entre ellos dos había algo más que una simple amistad, pero solo el hecho de imaginármelo provocó que una montaña de lava hirviente corriera por mis venas.

La rubia chasqueó la lengua.

—Chico, ya sé que te encanto, no hace falta que te dejes en evidencia tan fácilmente.

Ambos compartieron una risa cómplice y yo, mientras tanto, observaba la escena como un mero espectador. Estaba atónito. ¿La misma chica que se estaba riendo con dulzura en esos momentos era la misma que causaba el terror en el Jenny's Collage School?

Tiene una risa preciosa, pensé, debería reír más a menudo.

¡Tenía que enfocarme!

Me aclaré la garganta.

—No sé si podríais explicarme cómo os organizáis. No quiero ser un estorbo cuando vengan los chavales.

Lo siguiente que sé es que de un momento a otro Sky se puso a contarme cada actividad que tenía planeada para ese día, al igual que Kyle, con quien lo había organizado todo. Me quedé perdido en el movimiento de su boca, en esa voz que, descubrí, me encantaba. Comprendí que no me cansaría de escucharla jamás.

Los ayudé a terminar de preparar las mesas en grupos de cuatro personas. La idea era que los grupos fueran los más variados posibles. Así, cuando los críos llegaron y tras las presentaciones iniciales, pudimos llevar a cabo cada actividad.

Me divertí muchísimo y, al mismo tiempo, descubrí que bajo esa apariencia de chica mala, Sky escondía a una chica tan llena de ternura de la que podría fácilmente enamorarme.

❦ ❦ ❦ ❦ ❦

—No lo entiendo —escuché que se quejaba Martina. Sky la estaba ayudando con los deberes, sentadas la una junto a la otra frente a una mesa del fondo.

Ya no quedaba nadie más. Kyle se había marchado a la hora habitual, me había explicado ella, ya que solo se quedaba hasta las siete. Al parecer, Sky no salía hasta las ocho, a veces hasta las nueve, para dar clases particulares gratuitas, otra de las cosas de las que me había sorprendido. No esperaba que la chica del corazón de piedra tuviera un lado tan lindo.

Por el rabillo del ojo, vi cómo miraba a la niña mientras le sonreía. La picardía le brillaba en los ojos.

—Eso es porque en el cole os lo enseñan del modo más aburrido. ¿Quieres ver cuál es la forma guay?

La cría de ocho años meneó la cabeza arriba y abajo, las dos trenza balanceándose con el movimiento.

Sky usó una canción que había encontrado en YouTube para que Martina entendiera mejor las tablas de multiplicar. Me quedé mirando su pelo rubio, recogido en una coleta, un par de mechones enmarcando su rostro ovalado. Sus pupilas no habían perdido esa chispa ni tampoco había desaparecido la sonrisa.

Me encantaba ver ese lado más humano de ella. Estaba tan acostumbrado a la imagen de tipa dura e inaccesible que daba en clase que, de habérmelo contado otra persona, no le habría creído. Sky era de la clase de chicas que podían comerse el mundo por sí solas.

Cuando levantó la vista y me pilló mirándola, arqueó una ceja, pero no dijo nada al respecto. Simplemente se dedicó a continuar con la lección.

Me sacudí las manos en los pantalones con incomodidad para, después, ponerme a recoger el material que había quedado tirado por las mesas. Fui consciente de la mirada de agradecimiento que me lanzó Sky en cuanto pasé por su lado.

Para cuando terminó la clase, yo ya había acabado. Me encontraba limpiando la pizarra de los garabatos que había escrito uno de los más pequeños del grupo junto a un dibujo muy elaborado que Kyle había hecho de un niño para explicar las partes del cuerpo en español.

Al volverme, me sobresalté al encontrarla a tan solo unos pasos de mí. Me regaló una sonrisa cargada de agradecimiento.

—Gracias por quedarte hasta tan tarde. No tenías que hacerlo, lo sabes, ¿no?

Me encogí de hombros. Intenté no pensar en lo cerca que estábamos ni en lo bien que ella olía, una mezcla fresca entre un perfume dulce y su propia esencia personal. Me picaban las manos, deseaba poder estirarlas para enredar los dedos en uno de los dos mechones sueltos, pero me contuve. No éramos nada, ni siquiera amigos.

—No tenía nada qué hacer. Cuando me apunté para ser voluntario lo hice pensando en pasar toda la tarde en el centro, haciendo lo que fuera.

Movió la cabeza arriba y abajo, como si lo comprendiera.

Como la niña ya se había ido, empezamos a caminar hacia la sala de los monitores, donde ella se paró en una taquilla que me sacó una sonrisa. Tenía una S enorme y, rodeándola, pequeñas estrellas que relucían. La abrió y se volvió hacia mí, inquisitiva.

—¿Cómo encontraste el lugar? —preguntó sin poder contenerse más—. No es que esté en el centro de la ciudad precisamente.

—En Internet.

—En Internet —masculló.

Se puso la chaqueta, un gorrito y una bufanda, se colgó el pequeño bolso del hombro y fuimos hacia la puerta principal, despidiéndonos de Lily, la amable chica que estaba en la recepción.

Abrí la puerta principal y dejé que ella saliera primero.

—Eh, sí. Estaba buscando lugares para hacer voluntariado cuando me salió en la web del Ayuntamiento. No es tan raro. ¿Y tú? ¿Desde cuándo llevas aquí?

Con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, el gorro de lana puesto y la bufanda alrededor del cuello, me fue imposible descifrar su expresión. ¿Había hecho una mueca o era una sonrisa la que se ocultaba tras las capas de tela.

—Desde hace más tiempo del que crees.

—¿Por qué?

Se quedó parada al haberme quedado quieto yo, junto a mi coche. Hacía un frío invernal, propio de finales de marzo. Pronto llegaría la primavera, pero el buen tiempo no empezaría hasta casi últimos de abril, con suerte.

Sus ojos brillantes estaban ocultos en la oscuridad de la noche. En el pequeño aparcamiento en el que estábamos solo había una farola y no es que emitiera una luz kilométrica precisamente.

—¿Por qué qué? —contraatacó con un movimiento de manos.

Solté un suspiro, una nube de vaho flotó entre los dos.

—¿Por qué dijiste: "Voy a trabajar aquí"? No es precisamente el mejor barrio de la ciudad.

Se rascó la cabeza.

—Ah, pues, ya sabes, cosas de la vida. Me gustaba el plan que ofrecían.

Fue escueta y concisa. Lo entendía, no éramos amigos ni nos habíamos llevado siquiera. Es más, era la vez que más rato pasábamos juntos fuera de clase.

Señalé el vehículo.

—¿Quieres que te lleve? Ya sabes que vivimos justo enfrente.

Su boca también emitió una ligera nube de vaho.

—Gracias, pero no quiero causarte problemas si te ven con alguien como yo.

¿A qué venían esas palabras? Di un paso al frente, apoyé las manos en sus hombros y la miré directamente a los ojos. Por suerte, Sky solo era unos centímetros más baja que yo —no tanto como su hermanastra, a la que le sacaba casi dos cabezas—. Me estremecí cuando el mar de sus pupilas se conectó con las mías, unas pestañas curvadas enmarcando su mirada. Tenía una sombra de ojos muy bonita, de un color dorado suave con pequeños destellos.

—¿Alguien como tú? Mira, que me vean contigo me da igual. No me importa lo que digan los demás.

—No quiero arruinarle la imagen a nadie.

Sonreí de lado.

—¿Cuándo comprenderás que paso de esas tonterías?

—¿Qué crees que dirán cuando te vean conmigo? Vivimos en la misma urbanización que Aaron y que varios de tus amiguitos, los cuales, si me lo permites, son unos idiotas chismosos.

Apreté la mandíbula.

—Sky...

Alzó las manos al viento.

—¿Qué? ¿Me lo vas a negar? Si estoy segura de que mi padre se entera de todo por ellos y por la estúpida de mi hermanastra.

Apreté los puños con tanta fuerza que los nudillos se me quedaron blancos.

—No hables así de Felicity.

Resopló.

—Como quieras. Iré a casa en autobús.

Pero no se lo permití. La arrinconé contra el coche para que no se escapara de ahí. El aparcamiento estaba completamente vacío. Solo estábamos ella y yo.

Volvió a resoplar.

—Eres peor que un niño pequeño —replicó, poniendo los ojos en blanco.

Le guiñé un ojo.

—Solo cuando no me salgo con la mía, preciosa.

—Genial.

Estiré el brazo, un gesto amistoso. No aparté los ojos de ella cuando dije:

—Venga, no seas cabezota y sube al coche. Vamos a morir de frío como nos quedemos aquí fuera mucho rato más.

Por suerte para mí, no tuve que insistir más. Con un movimiento elegante, se subió en el asiento del copiloto en cuanto lo desbloqueé y, al montarme en el del conductor, me vi embriagado por su perfume, intensificado ahora que estábamos los dos en un espacio cerrado.

Solos.

Me centré en la carretera. Intentaba ignorar a la chica preciosa que tenía a mi lado, a tan solo unos centímetros de mí. Me habría encantado entrelazar nuestros dedos, pero no era el momento. No cuando ni siquiera nos llevábamos bien. ¿O sí? ¿Podríamos catalogar aquello como el inicio de una pequeña tregua?

Porque lo que más deseaba era descubrir qué había bajo esa fachada de tipa dura que mostraba siempre. Quería ver más a la mujer dulce y sonriente del centro.

Quería conocer cada uno de sus secretos.

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