Capítulo 39
✮ Sky ✮
Me sentía en la mismísima mierda. Quería estar sola. Estaba sola.
Ya no me quedaba nadie, nadie que me atara al pasado, al barrio en el que crecí. No podía seguir adelante, no sin las bromas de mi mejor amigo, sin su sonrisa que tanto me sacaba de quicio, sin lo mucho que me motivaba a ser la mejor.
¿Qué haría ahora? ¿Cómo podría seguir sin él, sin mi amigo de la infancia?
No podía... No podía respirar. Lo necesitaba. No podía haberse ido, haberme dejado sola. Yo... no podía seguir sin él.
Me miré en el espejo, a esta nueva versión de mí misma, oscura como mi propia alma. Observé toda la ropa de color que había dejado apilada en un rincón. Me asqueaba a mí misma. ¿Cómo podría avanzar cuando una parte tan fundamental de mi vida se había roto?
—No puedo... No puedo —le susurré a mi reflejo. Sin embargo, pronto borré las lágrimas que descendían por mis mejillas de un movimiento brusco—. ¡Basta ya, Sky! Deja de comportarte así.
No podía hacerme la fuerte, no ahora que mi mejor amigo se había ido. Porque todas las personas a las que quería se alejaban tarde o temprano. Primero mi madre, luego mi padre y ahora él. Me habían echado una maldición para que siempre me quedara sola, para que no encontrara la felicidad.
No podía dejar que nadie me viera tan vulnerable. Debía ser la misma de siempre o peor que ella. Había nacido una nueva Sky, una mucho más cruel que la anterior. No había vuelta atrás. Si el destino quería que estuviera sola, lo estaría.
Ya no me quedaba nada ni nadie.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Un par de días después, mi padre me pilló en una de mis escapadas a la cocina a por algo de comer. Había estado evitando a toda costa el contacto directo con Nathalie, con Felicity y con él. No estaba de humor para fingir que todo estaba perfecto, no podía jugar a la familia feliz cuando me sentía tan mal por dentro. Era como si me hubiesen arrancado una parte de mi corazón, la hubiesen pisoteado y hecho añicos.
—A ti te estaba buscando —dijo con un tono duro.
Dejé el sándwich insípido a medio comer en la encimera. Resoplé.
—No estoy de humor.
Cerró la puerta. Ahora no tenía ni una sola vía de escape y, lo quisiera o no, debía enfrentarme a Samuel Sephard. Me clavó los ojos, de la misma tonalidad azul, en mí, una vena palpitándole en la frente.
—No me gusta cómo te estás comportando. ¿Se puede saber que narices te pasa? Ya es hora de que madures de una maldita vez, niña consentida. Deja de actuar como una cría pequeña para llamar la atención, porque no va a funcionar.
Apreté los puños con tanta fuerza que me clavé las uñas en la propia carne, pero no dije nada. Lo dejé continuar, dejé que me gritara.
—¡Aterriza de una puta vez! ¡Esto es la vida real! ¿Cuánto tiempo más crees que vas a estar en esta burbuja de comodidad?
Parpadeé en un intento por alejar las lágrimas que pugnaban por salir. No quería que él me viera llorar, que notara el efecto que sus palabras punzantes tenían sobre mí, como cuchillas clavadas en la piel.
—No estoy de humor —repetí, retadora. Tenía un gran nudo en la garganta y estaba luchando con todas mis fuerzas por que no se me notara en la voz.
—Eres incorregible. No me extraña que tu madre se largara de casa. Jamás estarás a la altura.
Todas las emociones negativas que guardaba en mi interior bajo siete llaves salieron en una gran ola arrasadora.
—¡¿Que yo soy qué?! ¡En serio! ¡Eres tú el que nunca me escucha, el que pasa de mí como de la mierda! ¡Estoy harta de ti, de tus constantes indirectas! ¡Soy Sky! ¡No soy la mujer te abandonó con una niña! ¡Tengo criterio propio!
—No quiero que sigas sus pasos, que te conviertas en ella.
—¡No soy como mi madre! ¡No me parezco nada a ella!
—Lo quieras o no, físicamente eres idéntica.
Resoplé. Ya estábamos otra vez con la misma cantinela.
—Me la suda. No tienes derecho a tratarme así, a hablarme de esta manera tan horrible. ¡Estoy cansada de todo! ¡Y como no me dejes pasar...!
Nathalie interrumpió la escena. Me sentí aliviada de inmediato, a punto de llorar. Fuera lo que fuera lo que pasara a continuación, siempre que esa gran mujer estaba presente las discusiones se aligeraban muchísimo.
—¿Qué son estos gritos? Se os oye desde la otra punta de la calle.
Me cuadré, directa para recibir el golpe. Lo señalé.
—Díselo a él. Quiero estar sola.
—Y yo te he dicho que no hemos acabado.
Su mujer nos miró a uno y a otro. Intenté ocultar el ligero temblor de las manos escondiéndolas en los bolsillos del pantalón negro con roturas a la altura de la rodilla, tragarme las lágrimas que no había dejado de derramar en los últimos días.
Nathalie le cogió de las manos a mi padre.
—Vamos, Sam, déjala respirar. Es solo una niña.
Él le lanzó una mirada llena de cabreo.
—Eres demasiado buena con ella.
—¿No te has parado a pensar en que lo único que la muchacha necesita es que la quieras? ¿Que todo lo demás no importa?
—Quiero que sea alguien en la vida.
—Y lo seré —hablé más calmada. Mi padre estudió cada uno de mis movimientos con detenimiento—, pero a mí manera. No puedes pretender que sea tu perfecto robot. Déjame ser quien quiero ser, déjame extender las alas y volar bien lejos, porque sé que puedo hacerlo.
Con esas palabras, salí de la cocina para encerrarme de nuevo en mi habitación y por fin llorar en silencio.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Un mes después
Los primeros treinta días sin él fueron horribles. Yo... sentía que me faltaba algo, que mi vida no estaba completa sin Kyle.
No había sido capaz de ir a su funeral. Una pequeña parte de mí no asimilaba que se hubiera ido para siempre, que jamás volvería a discutir con él o a hacerlo rabiar. Todavía había días que me despertaba llorando en silencio. En mis sueños él seguía más vivo que nunca, me abrazaba y me decía que todo estaba bien.
Un viernes por la tarde, cogí el metro hacia la estación de buses y, allí, subí al autobús que me llevaría al lago. Necesitaba visitar nuestro lugar secreto, despedirme de él cómo se merecía. Llegué pasadas las seis de la tarde, cargada con una mochilita a las espaldas. Caminé por el paraje mágico, el camino de piedrecitas bajo mis pies. La última vez que había estado allí había sido con Adam.
Adam.
No se merecía nada de esto. Estaba siendo una completa zorra, una niñata berrinchuda. Lo que había pasado había sido tan repentino que no había sabido cómo encajar el golpe. Me sentía abrumada, en una burbuja llena de desolación.
No quería que nadie me viera sufrir, que se dieran cuenta de lo destruida que me había quedado.
Sola.
Rota.
Echa pedazos.
No quería lastimarlo con mi mal humor, dañarlo cuando en mis peores días quisiera gritar. No quería que viera a la Sky en la que me había convertido.
Por eso me alejaba de él, por eso lo ignoraba en clase. Era un buen chico; se merecía a alguien mejor que yo. Alguien que se lo diera todo, que no tuviera miedo de ser quién es, que luchara por él ante cada obstáculo.
Me dejé caer junto al árbol en el que estaba aquella inscripción que mi mejor amigo había hecho casi tres años. Aún recordaba ese día, lo mal que me sentía por dejarlo atrás. La sola idea de irme a otro barrio me asustaba, porque no quería irme sin él. Mi padre jamás entendió que me llevara tan bien con Kyle. Pensaba que me merecía amigos mucho mejores, pero, ¿sabéis?, Kyle era el mejor de todos, en quien más confiaba, con quien podía ser yo misma.
Y se había muerto. Porque estaba destinada a quedarme sola.
Toqué las letras escritas con su mala caligrafía y una sonrisa triste se me dibujó en la boca.
—No asimilo que te hayas ido, mi compañero de aventuras —susurré muy bajito. Sollocé, las lágrimas luchaban por salir. No me contuve, ya no podía hacerlo—. Te extraño, cabroncete. Ayer estuve a nada de llamarte para contarte la bronca que tuve con mi padre. Yo... siento todo lo que ha pasado. Ojalá hubiese estado ahí para poder despedirme, ojalá tenga el valor de visitar a tu madre y no echarme a llorar porque te vea a ti en ella. Ojalá todo hubiese sido diferente.
»Me ha llegado una carta de una solicitud que envié hace unos meses. Me han aceptado, Kyle. Quieren que estudie en su universidad la carrera de mis sueños. Tienen un taller de robótica al que pienso apuntarme de cabeza. Ya sabes que mi sueño siempre ha sido estar en uno. También tienen un equipo de súper empollones, como los llamas tú. Quiero estar en él.
Suspiré.
»Me da miedo que mi padre no acepte lo que me gusta. No deseo ser su muñequita perfecta; quiero poder ser yo misma sin miedo a que no le guste quién soy.
Me dejé caer contra el tronco, la espalda apoyada en él, las rodillas pegadas al pecho y la cabeza apoyada en ellas.
»¿Podemos retroceder en el tiempo para que pueda abrazarte?
—Si lo que necesitas es un abrazo, yo puedo dártelo, luciérnaga. Solo tienes que pedírmelo.
Abrí los ojos de par en par al escuchar la voz de Adam. ¿Qué estaba haciendo allí?
Se dejó caer a mi lado, su codo rozando el mío. Ese río color chocolate se posó en mí, una arruguita de preocupación en la frente. Su aroma familiar me envolvió y me envió al instante pequeñas descargas eléctricas por todo el cuerpo. Me borró las lágrimas con delicadeza, como si temiera que me fuera a romper de un momento a otro.
—Estoy aquí, pequeña. No voy a irme a ningún lado, te pongas como te pongas.
Por primera vez en todo ese mes de agonía me dejé querer. Lo necesitaba tanto. Estaba cansada de sentirme devastada.
Lo necesitaba.
Por eso no dudé en apoyar la cabeza en su hombro, cerrar los ojos y dejarme arrastrar por la sensación placentera de sus dedos en mi piel.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Felicity y Adam parloteaban sin parar sobre un tema del que yo había desconectado hacía ya unos minutos. Leía en el salón un libro sobre tecnología avanzada muy a gusto, con un brazo de Adam pegándome a él. De vez en cuando me dejaba un beso en la frente.
Me toqueteé el bajo de la falda oscura que llevaba, los dedos de él provocándome con sus caricias. Le di un manotazo. Una carcajada le vibró en el pecho.
—Deja de hacer eso —le pedí.
Hizo un mohín.
—¿Qué pasa? ¿Te distraigo? —me provocó.
Felicity hizo un ruidito con la boca.
—Oh, sois tan monos...
Le lancé una miradita descarada.
—Como si Aaron y tú no hicierais lo mismo —rebatí acompañado de un guiño.
Se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
—No estamos hablando de mí. —Le dio un pellizco a Adam en la mejilla—. Tenía muchas ganas de que este momento llegara, de conocer por fin a la mujer por la que se ha enamorado, y no sabes lo feliz que soy de saber que eres tú.
El pelinegro hundió la nariz en mi cuello durante unos segundos.
—Eres un poco gruñona, pero me encantas así. Me gustan las chicas con carácter.
—¿Gracias?
Lizzie soltó una carcajada.
—Estáis hechos el uno para el otro.
Los tres nos quedamos en silencio un rato. De repente, me percaté de la mochila verde que había a sus pies. La señalé con la mano.
—¿Y esa bolsa?
Ambos se miraron, cómplices. Felicity soltó una risita traviesa que provocó que mi chico se pusiera rojo como un tomate.
—Adam se queda a dormir esta noche. Espero que no se escabulla a tu habitación y, si lo hace, ¿quién soy yo para juzgaros? Eso sí, usad protección. No quiero que me hagáis tía tan pronto.
Vale, definitivamente mi hermanastra quería morir de un asesinato.
La señalé con un dedo.
—¡Liz! No conocía este lado tan pícaro de ti.
Me tiró un beso.
—Hay muchas cosas que no conoces de mí, querida Sky.
Sonreí.
—Y estaré encantada de conocerlas.
Desde que Adam me había encontrado llorando en mi rincón secreto, desde que había hechos las paces con el mundo y conmigo misma, todo había cambiado. Ya no era la Sky oscura, mi versión más dark y más cruel; tampoco era la Sky de antes, la chica que se escondía tras una máscara indiferente y que no dejaba que nadie la viera. Ahora era yo misma: reía, lloraba, sonreía... sentía sin temerle a nada. Y, por supuesto, Felicity y yo nos habíamos vuelto uña y carne.
Por primera vez en la vida era la verdadera Sky Sephard, la chica vulnerable que estaba bajo el escudo. Era hora de no tenerle miedo a sentir, de vivir la vida con intensidad y de comerme el mundo.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Me había despertado de madrugada tras un sueño inquieto y no había vuelto dormirme. Al abrir los ojos, me había encontrado enredada en las sábanas. A oscuras, me había puesto a revisar las cuentas de los bookstagrammers que me interesaban y mi blog favorito de literatura dirigido por un influencer que poco a poco estaba ganando mucha popularidad gracias a sus reseñas y a sus novelas en Wattpad, pero que era totalmente anónimo.
De repente, escuché que alguien llamaba a la puerta. Me deshice del nudo de sábanas en el que estaba enroscada y, descalza, abrí la puerta. Me asomé, pero allí no había nadie. Iba a cerrar la puerta de nuevo, pero entonces vi sí una rosa naranja, un sendero de pétalos color melocotón, mi color favorito, y una nota en el suelo.
«Sigue el sendero para vivir la noche más mágica de tu vida.»
Sonreí.
Me puse las zapatillas de casa, me aseguré que todas las luces estaban apagadas y avancé por el pasillo con todo el cuidado del mundo, la linterna del móvil como única aliada. Bajé las escaleras con sigilo, agarrada a la barandilla para no perder el equilibrio. Los pétalos recorrían la casa hasta llegar a la cocina, donde desaparecían en el exterior.
Él ya me estaba esperando. Llevaba unos vaqueros negros, una camiseta azul de manga corta y su sonrisa canalla como accesorio. Estaba para untarlo con pan. El pelo revuelto por el viento me tentaba a enredar las manos en él.
Me acerqué a paso lento. El caminito de pétalos terminaba justo donde estaba él. Se me dibujó una gran sonrisa. Pese al fresquito que hacía, no dudé en acercarme hasta donde me estaba esperando, junto al pequeño cenador que usábamos en los días más calurosos.
Me estudió con los ojos, aunque no había mucho que ver. Llevaba un pijama de verano, pantalones cortos y camiseta de tirantes de mi color favorito; el pelo ondeando, suelto. Alargó una mano y me acarició la mejilla con toda la ternura del universo. Me encantaba que fuera así de bueno conmigo, que con tan solo una caricia pudiera calmar cada uno de mis nervios.
Se aclaró la garganta.
—Estás preciosa.
Toqueteé el bajo de los pantaloncitos mientras ponía los ojos en blanco.
—Sí, claro. He estado mejor.
Me tomó la barbilla entre los dedos, sus ojos relucientes. Me acarició la horrible cicatriz que tenía en el mentón, una caricia estremecedora.
—Eres lo más hermoso que he visto en la vida. Yo... Amo verte así, tan llena de luz, brillando por ti misma. No dejes que nadie te opaque, que borren tu sonrisa.
Solté una risita nerviosa. Aparté la mirada durante unos instantes.
—No sé qué decir. Estoy tan acostumbrada a que los demás me critiquen que no sé cómo recibir un cumplido.
Adam me dio un beso en los nudillos para, después, darme un pellizco en la nariz.
—Quiero que tú y yo seamos felices, tengamos citas normales y chillar a los cuatro vientos lo enamorados que estamos. Quiero hacer mil locuras contigo, llevarte lejos, viajar, probar cosas nuevas. Quiero seguir conociendo a esta Sky que me vuelve loco.
Enrosqué las manos en torno a él, emborrachada de alegría.
—Y yo quiero conocerte más a ti. Eres muy lindo, Adam. Me gusta cuando estamos juntos. Siento que calmas una parte de mí que lleva años sin sentirse en paz.
Clavó la vista en mí y yo no podía apartarla de él. Fue perfecto. Acercó su boca hacia la mía y cuando nuestros labios se conectaron, comprendí que quería ser la mejor versión de mí misma.
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