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Capítulo 30

♪ Adam

El domingo por la mañana Candy y Cameron se llevaron a los niños a dar un paseo en canoa, así que me encargué de secuestrar a Sky y llevarla de excursión para distraerla. Era el último día de aquella escapada y quería que fuera especial. Por eso, en cuanto los pequeños salieron hacia el lago, la tomé de las manos y la llevé bien lejos. Su constate risa me hinchó el corazón en el pecho.

—¿A dónde me llevas? —preguntó con un tono juguetón. En sus labios había una sonrisa radiante, capaz de eclipsar al mismísimo sol.

Tiré de su mano.

—Es una sorpresa. Digamos que tenemos toda la mañana libre para hacer lo que queramos.

Me analizó con la mirada de arriba abajo. Sus dientes comprimían el labio inferior en un gesto increíblemente sexy y seductor. La de cosas que se me ocurrían, la de ganas que tenía de estamparla contra un tronco y besarla hasta que nos fundiéramos en el otro.

La llevé a través del bosque frondoso, aquel que había estudiado esos días para organizar esa pequeña escapada. Quería que todo fuera perfecto, porque esa rubita se merecía lo mejor del mundo. Le bajaría la Luna si me lo pedía.

Las hojas que había en el camino crujieron bajo nuestros pies, el aire tan puro de la naturaleza nos llenaba los pulmones y los pájaros trinaban al son de los grillos. Todo era de un verde brillante, lleno de vida. Había flores de colores vibrantes aquí y allá, arbustos llenos de bayas y moras e insectos pululando a nuestro alrededor.

Sky me dio un apretón en los dedos.

—Cuando éramos unos niños, Kyle y yo nos escapábamos del grupo e investigábamos la zona del lago. Un año nos perdimos y tuvieron que rescatarnos por la noche. Mi padre se puso furioso cuando se enteró y... no fue nada bueno conmigo.

»En una de mis épocas nerd extremas me obsesioné con las plantas y arrastré a Kyle hacia una zona donde había leído que crecían unas flores preciosas con habilidades curativas. Nos llenamos de cardos hasta arriba, pero mereció la pena. No veas lo contenta que me sentí al encontrarlas.

De pronto, se detuvo en seco antes de que llegáramos al claro donde había preparado una pequeña sorpresa. Esbozó una sonrisa gigantesca al acercarse a un acebo. Cuando estuve lo suficientemente cerca, observé que en el tronco viejo había un mensaje grabado:

Sky y Kyle, mejores amigos para siempre.

—Kyle grabó esto el último verano que pasamos juntos. Estaba tan triste porque tenía que dejar mi vida atrás y tan cansada de discutir con mi padre... Entonces, Kyle sacó una navaja y escribió este mensaje. «Para que no se nos olvide jamás», me dijo.

Le borré la lágrima que descendía por su mejilla y la abracé por la espalda, colocando las manos alrededor de las suya. Le di un beso en el pómulo.

—¿Sabes una cosa? Me gusta veros juntos. Te hace muy bien, eres mucho menos gruñona cuando estáis los dos tramando algo. Es un chico genial.

Se volvió hacia mí, incrédula.

—¿Lo dices en serio? Pensaba que te pondrías en modo tóxico y que no me dejarías verlo. —Negó con la cabeza, como si la sola idea de pensarlo fuera descabellado—. Muy pocos entienden el vínculo que nos une.

Le guiñé un ojo.

—Por suerte para ti, no soy esa clase de tío. Con tal de ver esta sonrisita en tu boca haría lo que fuera.

Le di un beso en la parte alta de la cabeza. En silencio, tiré suavemente de su agarre y la llevé hasta el pequeño claro que Kyle me había señalado en un mapa cuando le conté mis planes. Estaba lo suficientemente apartado como para darnos privacidad. En cuanto vio lo que había preparado, sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Esto es para mí?

Una gran sonrisa curvó sus labios. Avanzó a paso rápido hacia el picnic que había organizado. Una manta cubría el suelo de pasto y, encima, un par de mochilas repletas de comida que le había encargado a Cameron en secreto. Además, había decorado la zona con un par de lucecitas de colores y una guirnalda de hojas. Se dejó caer junto a una de las bolsas y lo observó todo con devoción. Me senté junto a ella.

—¿Te ha gustado la sorpresa?

—Mucho. Pero, ¿por qué?

Le di un beso en el hombro.

—¿Necesito una excusa para hacerlo? ¿Con qué clase de hombres te has juntado, luciérnaga? Mira, mejor que ni lo sepa. Si no han sabido cuidarte como te mereces, eran imbéciles.

Empecé a sacar una pila de comida que había robado de las cocinas: fruta troceada, unos cruasanes caseros, pan tostado, zumo de naranja natural, un buen trozo de bizcocho que Candy había horneado específicamente para Sky...

Al ver el despliegue sobre la manta horrible de flores, emitió una carcajada cálida.

—Ahora entiendo que me hayas pedido que no desayunara. Es perfecto... Eres perfecto, Adam. Gracias por hacerme sentir especial.

Que se ilusionara tanto con tan poco me hizo sospechar que durante su vida no había recibido mucho. Me pregunté por qué no habíamos coincido antes, por qué la vida nos había juntado de aquella manera tan caprichosa.

Sentados a la sombra, devoramos los dulces que había traído. Me encantó mancharle la cara con un poco de nata y que ella, en venganza, me restregara la nariz sucia contra la mejilla; acabar tirados el uno sobre el otro y devorarnos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

Aunque pronto se nos fue de las manos.

Con Sky sentada sobre mí a horcajadas, no podía dejar de pensar en nada que no fueran su sabor, el contacto embriagador de mis dedos en su piel. Con todo el descaro del universo empezó a contonearse sobre mí.

No podía detenerme. No quería frenar mis instintos.

La besé con tanto deseo y ella me lo devolvió con tanta pasión que solté un gruñido ronco. Le di un mordisquito en la boca. No podía pensar. Disfrutaba del tacto suave de mis dedos en su dulce piel.

—Deberíamos parar si no queremos que la cosa se salga de madre —murmuré contra sus labios hinchados.

—¿Y si no quiero? —rebatió con la respiración entrecortada. Me cogió la cara entre las manos—. Adam, eres un tío genial. Confío en ti y ahora mismo lo único que quiero es tenerte aquí y ahora. Quiero que me hagas arder.

La callé con un beso hambriento. Se apretó contra mi erección y empezó a moverse a un ritmo delicioso. Había fuego en su mirada, lujuria, un deseo primario.

Quería probarla, pero no me dejó. Con una sonrisita ladeada, me quitó la camiseta con un movimiento estudiado. Me acarició el pecho desnudo, se deleitó con cada abdominal. Fue dejando un rastro de besos desde mi mandíbula pasando por el cuello donde me volvió loco hasta llegar a mi pecho. Cuando su lengua hizo contacto con la piel caliente, me vibró todo el cuerpo, su nombre en un gemido gutural.

—Vaya, vaya. Alguien está muy contento hoy —se burló mientras contoneaba aún más las caderas en torno a mí, más descarada.

—Diosa del pecado.

Su mirada lo decía todo. Su boca siguió en el mismo punto descendiendo con una lentitud agonizante hasta que llegó a la V que bajaba por mis pantalones. Le lancé una expresión retadora y ella más que amedrentarse se envalentonó. Con una carcajada malvada, se bajó de mi regazo y me quitó los pantalones en un abrir y cerrar de ojos. Me pasó una mano por encima de los calzoncillos. Me sacudí anticipando lo que sucedería.

Retrocedí hasta apoyarme contra el tronco de un árbol. Sky aprovechó para deshacerse de los calzoncillos. Se quedó con la vista puesta en mi miembro. Se pasó la lengua por los labios, esa boca tentadora. Me clavó los ojos unos segundos antes de metérselo en la boca. Lo chupó como si fuese un caramelo. Solo con verla podría haberme corrido.

Sky me saboreó todo lo que quiso y más, esas pupilas atentas a cada una de mis reacciones. Cerré los ojos, concentrado en sus lamidas, en la sensación de sentir su lengua en mi glande, en intentar no venirme tan rápido.

Solté su nombre entre gemidos roncos sintiéndome en el mismísimo cielo cuando aceleró el ritmo. Quería sentirla más profundo.

La aparté con un gesto brusco.

—No sabes lo mucho que me pone verte con mi polla en la boca, pero ahora mismo quiero ser yo quien te saboree. Seguro que ya estás más que lista.

Esbozó una sonrisa coqueta pasando una última vez su lengua muy lentamente sobre mi miembro.

Provocadora. Tentadora. Tremenda en sexy.

—¿Por qué no lo compruebas por ti mismo?

Le quité la camiseta y el sujetador. Tenía unos senos preciosos, ni muy grandes ni excesivamente pequeños. Le di un beso en el lunar que tenía justo en el valle antes de atrapar un seno con la boca mientras me deleitaba con los ruiditos sexys que soltaba ella, cómo me tiró del pelo. Moví el círculos el pezón erecto con los dedos y, después, le di la misma atención al otro pecho.

—¡Dios santo, tu boca es mucho mejor de como me la había imaginado!

Le pellizqué un pezón, provocando un gritito.

—Así que ya has pensado en mí de esta manera, eh, traviesilla.

Sky me agarró el paquete con las manos.

—Como si tu nunca lo hubieras hecho —se jactó—. Tengo ojos en la cara. Sé cuando a un tío le molo y, hoyuelos, a ti te pongo a mil.

Le pellizqué un pezón.

Touché.

Se desabrochó los pantalones y se deshizo de ellos casi de una patada. Las bragas de algodón rojas lo siguieron con un movimiento sexy con el que casi me abalanzo sobre ella. Sky iba a ser mi perdición.

Bajé de los senos hasta el ombligo, donde me detuve para darle un par de lamidas. Después, continué con el descenso hacia el sur de ese cuerpo de infarto. Le dejé un par de besos en el muslo, un anticipo de lo que pretendía hacer con ella.

Sky se revolvió.

—¿Quieres dejar de dar tantas vueltas y comerme el coño de una vez por todas?

Así que era impaciente. Interesante.

Soplé en su entrada antes de deleitarme con su sabor. Con el pulgar, le hice círculos en ese nudo de nervios que la enloqueció y, con la lengua, la saboreé como si fuera el mejor manjar. Estaba más que preparada. Me fascinaba lo receptiva que fue, cómo sus manos se me enredaron en el pelo para marcar el ritmo. Jadeaba fuera de sí y eso a mí me estaba poniendo muy cachondo.

Alterné la lengua y los dedos para ofrecerle una mejor experiencia sexual, hasta que noté cómo sus músculos se tensaban. La miré a los ojos. Ella hizo lo mismo. No me aparté en ningún momento. Me deleité con el chillido profundo que se le escapó de lo más profundo de la garganta, de cómo sus ojos se oscurecieron por el placer. Su sexo resbaladizo palpitaba.

Me dio un beso cargado de promesas oscuras.

—Te quiero dentro —jadeó—. ¡Ya!

Vale, que me diera todas las órdenes que quisiera si con eso iba a tener más de ese tono excitante.

La volví a besar para dejarle claro las ganas que tenía de ella. Me separé unos segundos para coger un condón que había guardado en el bolsillo del pantalón. Sky se encargó de ponérmelo, una de sus cejas arqueadas y la punta de su lengua mojando los labios.

Se subió a horcajadas sobre mí. Sonreí.

—Te gusta tener el poder, ¿eh?

—Me gusta estar al mando.

Me coloqué en su abertura. Estaba tan lista. Sky se fue deslizando poco a poco sobre mí hasta abarcarme por completo. Sentirla así, de esa manera tan íntima, me llenó de tal placer que podría haber alcanzado el clímax allí mismo.

Esa rubita descarada tomó las riendas. Con un contoneo sexy, empezó a deslizarse arriba y abajo, cada vez más rápido. Sus movimientos me llevaron al más puro paraíso.

Le hice el amor por primera vez allí, ella sobre mí, sus labios moviéndose al son de los míos. Nos agitamos al unísono, buscando el placer de cada uno y del otro. La escuché gritar mi nombre y yo grité el suyo, lleno de éxtasis.

La abracé contra mí cuando acabamos, exhaustos y sudorosos. Mis dedos le recorrieron la espalda desnuda, un escalofrío estremeciéndola. Estaba jodidamente preciosa con las mejillas ruborizadas por el esfuerzo y los labios hinchados. Le aparté un mechón de la cara, tan cerca el uno del otro, tumbados por completo sobre la manta.

Me dio un pequeño beso en la punta de la nariz.

—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó desde su escondite favorito.

La apreté más contra mí.

—Ahora tú y yo vamos a tener una segunda ronda. No he acabado contigo, luciérnaga.

Una serie de carcajadas melodiosas salió de lo más profundo de su ser. Me dio un golpecito en el brazo.

—No hablo de sexo, señor insaciable. —Se incorporó. Se colocó de nuevo el sujetador y busco el resto de su ropa con la mirada. Nos señaló—. ¿Qué pasa con nosotros?

Me rasqué la nuca.

—¿Nosotros?

—Sí, nosotros. Sé que no lo hemos hablado, pero lo veo necesario para no rallarme. ¿Eres de relaciones serias o solo quieres que seamos amigos con derecho?

Le di un beso en la mejilla.

—¿Qué quieres tú?

—Los chicos con los que he estado hasta ahora no querían relaciones serias y, bueno, a mí me daba igual. Pero ahora busco otra cosa.

Sonreí.

—¿Y qué buscas, preciosa?

—¡No te rías de mí! —Sky me dio un puñetazo en el hombro. Intentó moverse de mi lado, pero la aprisioné para que no se fuera—. ¡Suéltame o te daré una patada en las pelotas!

Reí. La apreté contra mi pecho.

—Eres adorable. Me encanta hacerte rabiar, pequeña gruñona.

Puso los ojos en blanco.

—Yo no soy una gruñona.

Le acaricié la mejilla con los dedos, sus ojos clavados en los míos.

—Lo que hay entre tú y yo es lo más intenso que he vivido hasta ahora. Eres hermosa, Sky. Tienes una personalidad arrolladora, un carácter que me encanta y, Dios, te mentiría si te dijera que ahora mismo no quiero besarte. Me encantas.

»Lo que busco es estar con una chica que rompa todos mis esquemas, que ponga mi mundo patas arriba. —Le di un beso en la comisura de los labios, solo alejándome unos centímetros—. Tú eres esa chica. Eres irresistible, lo más increíble que he visto en toda mi vida. Quiero estar ahí siempre, que confíes en mí, que me muestres quién eres. Da igual lo que pase, no me voy a alejar nunca de ti.

Parpadeó.

—¿Nunca?

—Jamás. Ni siquiera cuando te enfades conmigo y quieras patearme los huevos. Eres alguien que merece que le den todo y más.

—Entonces, ¿quieres que estemos...?

—¿... juntos? Claro que lo quiero, mi luciérnaga. ¿Cuántas veces tengo que repetirte lo alucinante que eres?

—Hasta que te canses de decirlo.

—O hasta que te lo creas.

Su expresión era de total felicidad y solo con ver esa sonrisa radiante supe que todo lo que habíamos vivido hasta ahora había merecido la pena.

Colocó las manos en mis hombros, sus pupilas llenas de un brillo espectacular, único.

—¿Podemos volver a besarnos?

Se me dibujó una sonrisita.

—Si me lo pides así, no podré negarme. Ya no puedo negarte nada.

Con esas palabras, acorté la poca distancia que nos separaba y le mostré con besos y caricias lo maravillosa que era.

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