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Capítulo 29

Sky

Cuando me desperté a la mañana siguiente, estaba muy a gusto envuelta en el calor de su cuerpo. Me deleité con su pelo despeinado y lo mono que se veía profundamente dormido. Le pasé el índice por los músculos descubiertos del brazo para terminar en esa mandíbula tan marcada que tenía.

¿Qué me estaba haciendo ese chico de pelo oscuro? ¿Por qué no podía hacer otra cosa que sonreír cuando lo veía? Incluso después de una noche tan mala como esa, me sentía con ganas se comerme el mundo si Adam estaba a mi lado para pelear conmigo.

¡Le quieres! Estás enamorada de él.

Lo estaba, para qué negarlo a estas alturas.

Adam se revolvió y murmuró algo en sueños. Sonreí de lado. Me incliné hacia delante para dejarle un surco de besos en la mejilla para después centrarme en la nariz y en la barbilla. Para cuando quise separarme, ya era demasiado tarde. Con ambas manos, me apretó contra sí. Esbozó una sonrisa adormilada.

—¿Te gusta jugar con fuego a primera hora de la mañana? —preguntó con la voz ronca.

Noté una dureza en el estómago. Me subí a horcajadas sobre él y le devoré como llevaba deseando hacerlo desde que me había despertado.

—¿Tú que crees? —musité en su oído, poniendo la voz más sexy de todo mi repertorio.

Me agarró las caderas con ambas manos y me apretó contra su erección. Me recorrió un cosquilleo justo en el centro de mi ser y se me escapó un gemido ahogado.

Sin poder controlarme, nos moví al ritmo frenético de mi corazón. Mis labios y los suyos se habían unido en una batalla de besos cargados de un deseo indómito. Quería que me hiciera olvidar todos mis demonios con una simple caricia, que me tocara como en mis sueños más oscuros.

Adam me dio un beso en la palma de la mano.

—Si todos los días voy a despertarme así, voy a tener que secuestrarte. Me encantaría descubrir hacia donde podríamos llegar, pero me temo que no es el momento. No quiero que me escuchen gemir tu nombre cuando me hagas todas las guarradas que tengo en mente.

Le di un par de mordisquitos en el lóbulo de la oreja.

—Me encantaría cumplir cada una de tus fantasías y que seas tú quien grite mi nombre cuando esté montada sobre ti.

Acerqué mi boca a la suya, pero antes de que siquiera él pudiera hacer nada, huí lo más rápido que pude para encerrarme en el baño. Me aseé, me maquillé lo justo y necesario y me preparé para afrontar un nuevo día. Aproveché el momento en el que Adam también fue al baño para vestirme con una camiseta con el nombre del centro de color azul cielo y unas mayas negras. Estaba atándome las deportivas cuando lo escuché entrar de nuevo en la habitación.

—¡Vaya! No hay nada que te quede mal.

Le tiré un cojín a la cara.

—Sabes que con eso no vas a conseguir que te la chupe, ¿no?

Rió. Ambos estábamos de buen humor. Se sentó a mi lado y me dio un beso dulce en los labios.

—No necesito que me la chupes. Adamconda no está tan desesperada.

Las carcajadas salían de mí sin poder controlarlas. Me dolía la barriga de tanto reírme. Hacía mucho que no me lo pasaba tan bien con otra persona que no fuera Kyle.

—Puede que yo sí esté un poco necesitada. —Le guiñé un ojo con picardía.

Lo siguiente que sé es que de un momento a otro estaba tirada en la cama, con Adam sobre mí. Mientras me hacía cosquillas con crueldad, yo me retorcía e intentaba buscar una salida, pero al ser él más corpulento no podía escaparme.

Unos ruidos de pasos en la habitación contigua nos pusieron en alerta. Empujé a Adam a un lado y salí para comprobar que los niños ya se estaban despertando. En efecto, ya había un par incorporados en las literas, aunque la gran mayoría seguían dormidos. Me acerqué uno a uno para despertarlos. Por el rabillo del ojo vi a Adam hacer lo mismo. Una parte de mi corazón se derritió al verle interactuar con los más pequeños.

Una manita tiró de mí.

—¿Me ayudas a atarme los zapatos, Sky? —me pidió Poppy con ojos suplicantes. Se le tiñeron las mejillas de rojo—. Yo aún no sé cómo se hace. Mi mamá me lo ha intentado enseñar, ¡pero es súper difícil!

Sonreí totalmente en mi salsa. Me agaché y le hice un nudo a cada uno de los cordones. Cuando estuvo lista, empecé a peinar a las más pequeñas. Algo que tenéis que saber de mí es que me encantaba hacer toda clase de peinados. En los días más calurosos solía trenzarme el cabello e incluso revisaba varios tutoriales en YouTube para aprender nuevos, porque no podía estarme quieta.

Para cuando acabé con la última de las niñas, Adam ya había alistado a los chicos. Con una Poppy emocionada, dejé que Adam liderara el cotarro mientras me quedaba al final de la fila para asegurarme de que ningún crío se perdía por el camino.

—¡Qué ganas tengo de empezar los juegos! Mi prima Nancy me ha contado que son súper chulos —exclamaba la pequeña con su mano muy agarrada a la mía.

—Siento que hayas tenido que venir solita en tu primera excursión.

La pequeña meneó la cabeza de un lado a otro, las dos coletas balanceándose.

—No es culpa de nadie. Nancy se ha puesta mala. ¿Crees que en verano haremos algo guay?

Su buen humor fue todo lo que necesité para sentirme realizada.

—Todavía lo estamos planeando. Yo aún no sé si podré ir como monitora, pero con quien vayáis vais a pasároslo pipa, tienes mi palabra.

Sin poder evitarlo, se me fueron los ojos hacia cierto chico pelinegro. Él también estaba charlando con una de las niñas. Si es que se veía irresistible estuviera en el contexto que estuviera.

La niña siguió el curso de mi mirada.

—¿Adam es tu novio?

Casi me atraganté con mi propia saliva. Juro que no lo vi venir.

—Algo así.

—¿Os dais besitos como mis papis?

Se me escapó una sonrisa al pensar en todo lo que había pasado entre nosotros en las últimas semanas. ¿Quién lo hubiera dicho?

—Pero qué chismosa te has levantado, enana —la piqué en un intento por desviar la atención—. ¿No tienes ganas de saber lo que vamos a hacer hoy?

—¡Espero que sea tan guay como lo ayer!

—Va a ser mil veces mejor.

—¡Yupi!

Llegamos al recinto del comedor un minuto después. Todo fue un pequeño caos controlado. No sé en qué punto exacto ocurrió, pero cuando ya estábamos por irnos Adam entrelazó los dedos con los míos y no pude evitar que una sonrisita se me pintara en la boca. Sentía esas mariposas revolucionadas en mi interior y no quería que esa impresión se terminara nunca.

❦ ❦ ❦ ❦ ❦

El día fue un ir y venir de actividades divertidas. Candy, la mujer de Cameron, se encargó de que los pequeños se lo pasaran en grande. Hicimos manualidades, competimos en diversos juegos como en mímica o en tiro con arco e incluso improvisamos una excursión alrededor del lago. Agradecí que ella nos guiara, ya que mi cabeza no dejaba de darle vueltas al hecho de que estaba muy cerca del agua. Una parte en mi interior se revolvió ante la idea de meter un solo pie en él.

Adam me tomó de las manos.

—Eh, ¿está todo bien?

Me mordí el labio inferior.

—Me siento incómoda, solo eso.

—¿Tiene que ver con el lago?

Asentí.

—Me asusta tener que meterme. Solo de pensarlo me entran ganas de vomitar.

Se detuvo a unos pasos por delante. Me apartó el pelo de los ojos.

—Mira, Sky, sé que eres una mujer valiente y muy fuerte, pero también está bien que pidas ayuda cuando te veas desbordada. —Me dio un beso en el dorso de la mano—. Yo voy a estar ahí para que lo necesites.

Me enterneció tanto que no dudé en ponerme de puntillas y besarle. No fue hasta que escuché un sonoro «¡Puaj!» que me di cuenta de que teníamos público.

El día siguiente fue una mezcla de gritos de júbilo, juegos y recuerdos que iba a atesorar siempre, y en cada uno de ellos estaba Adam, con esa sonrisa irresistible y esos dedos revoltosos sobre mi piel.

Para cuando se quedó dormido esa noche, solo pude pensar en una cosa:

No quiero que esto que tenemos, sea lo que sea, se acabe nunca. Es lo mejor regalo que la vida me ha dado.

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