Capítulo 28
♪ Adam ♪
Ni siquiera eran las diez de la noche cuando el último de los niños se acostó. Habíamos hecho una fogata junto al lago, comido malvaviscos y contado historias de terror. Incluso había tocado un par de canciones con la guitarra —no había podido evitar llevármela. Cantar canciones junto al fuego era parte de mi personalidad—.
Así que ahora nos habíamos quedado completamente solos en el porche. Tocaba unos acordes mientras Sky escuchaba en silencio, tapada con una manta que había encontrado en uno de los armarios de la habitación. El frío de la noche era palpable una vez que el sol se ocultaba por entero, en susurro de las chicharras que vaticinaban un día muy caluroso.
—Me gusta esa melodía. No la había escuchado antes —susurró bajo la luz cálida que emitían las bombillas.
Sonreí como un crío que esconde un secreto.
—Es la última canción que he compuesto.
Sus ojos se abrieron de par en par y me escanearon de arriba abajo.
—¿Puedo escucharla? Me muero de la curiosidad.
¿Cómo podía negarme a esos ojitos suplicantes? Hacía mucho que había descubierto que era incapaz de decirle que no.
—Solo no te rías, ¿vale?
Soltó una risita.
—Prometo que lo intentaré al menos.
Coloqué mejor el instrumento entre mis brazos y, sin apartar los ojos de ella, comencé a rasgar las cuerdas y, poco después, se le unió mi voz.
Oculta a ojos de los demás,
seria, ruda y malhumorada,
no dejas ver quién se esconde detrás.
Con tu escudo en alto y la máscara en tu rostro,
dices luchar contra los demás.
Sola.
Pero yo sé que bajo esa máscara
se esconde una persona hermosa.
Fuerte, valiente, inquebrantable.
Una chica que no tiene miedo de nada,
que se defiende con dientes y garras,
que lucha por aquello que sueña.
Apasionada, dulce, indestructible.
Canté con pasión cada verso, cada estrofa, y no me detuve hasta que el último acorde vibró en el aire entre nosotros. Para cuando quise darme cuenta, los ojos de Sky estaban llenos de lágrimas que descendían silenciosas por su rostro angelical. Me contemplaba, radiante.
—Es preciosa —hipó. Se enjugó las lágrimas con los dedos—. Perdona, a veces soy una sensible.
Se volvió, quizás avergonzada por que la viera en un estado tan vulnerable. Dejé la guitarra a un lado y me dejé caer junto a ella en el sofá de mimbre. Le quité parte de la manta para también cobijarme en ella y la atraje hacia mí.
—Está bien expresar las emociones que uno siente. Me gusta ver que no eres de piedra.
Volvió a clavar la vista en mí y os juro que durante al menos un par de segundo el mundo a nuestro alrededor se detuvo. El tiempo dejó de correr para quedarnos ella y yo sumidos en nuestro propio universo particular, donde podía dejarme arrastrar por el tsunami de emociones que parecía arrasar con todo.
—No me gusta que los demás me vean así. Llorar es de débiles.
Le tomé un mechón rubio entre los dedos.
—Llorar es de valientes.
Se revolvió, inquieta.
—Lo siento. No estoy acostumbrada a que alguien de verdad muestre interés en mí. En casa se respira un ambiente tan hostil...
Sky no se sentía cómoda allí. Lo primero que hacía al llegar era encerrarse en su habitación. Rara vez la había visto en el salón o interactuando con Felicity o Nathalie. La última vez que estuve en su casa, su padre se había mostrado muy reticente a que estudiara una carrera que para él no era la gran cosa.
No la dejaba ser ella misma y eso la lastimaba.
Quería descubrir cada cosa que la afligía para, así, luchar contra viento y marea para que no volviera a sentirse tan sola y desprotegida.
No había sensación más horrible que sentirse solo estando rodeado de gente.
La apreté aún más contra mi pecho. Me encantaba sentirla tan cerca, que se acurrucara contra mí.
—Es hora de que te acostumbres, pequeña luciérnaga, porque no pienso cansarme de escucharte. Adoro ver cómo te brillan los ojos cuando hablas de algo que te emociona.
Me dio un golpecito en el brazo.
—Calla, calla. Vas a hacer que me ponga rojísima.
Le tomé la barbilla entre las manos. Verla con esa sonrisa radiante de luz provocaba que un ejército de abejorros asesinos me sobrevolara el estómago.
Le di un beso en la mejilla y me maravillé con la sensación gratificante de tenerla así, feliz, contenta y relajada.
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—Mira, vamos a hacer lo siguiente. Tú duermes en el lado derecho y yo, en el izquierdo —propuso Sky más de una hora después cuando hubimos regresado al dormitorio.
No pude evitar reírme por verla tan alterada y gracias a eso me gané una buena mirada fulminante.
—¿Te divierte la situación? ¿Es una broma?
—Ven aquí —le dije aún con una sonrisa tirante en la boca. Intenté atraparla entre mis brazos, pero la muy cabrona se alejaba de mí en cada intento—. Ah, con que esas tenemos, ¿eh?
Sus ojos me analizaron, atentos.
—Ni se te ocurra, hoyuelos.
Me llevé las manos a la cara y fingí estar acojonado.
—Estoy muerto de miedo.
—Esto es serio, como invadas mi espacio personal, no tendré piedad de ti. Una patada en los huevos es quizás lo menor que te puedas ganar.
—¿Nerviosa? Ni que fuera la primera vez que duermes con un chico.
Sí, lo admito, mi tono fue un poco más brusco, pero en mi defensa diré que sabía que, al menos, había estado con Aaron en un contexto muy similar a ese. Aunque ellos habían dormido desnudos. Me pregunté cómo sería en la cama: dulce y delicada o salvaje y sexy.
—¿Celoso?
—¿Yo? Jamás.
Curvó la boca en una sonrisa que se me hizo muy tentadora.
—Que sepas que con Aaron no había sentimientos de por medio. Contigo es diferente. Yo... no sé cómo comportarme cuando estoy delante de ti porque quiero que, sea lo que sea que veas, te guste.
Por fin nos quedamos cara a cara, el mar azul de sus pupilas contra la tierra de las mías.
Perfecta.
—Si te sirve de consuelo, yo me siento igual. Eres una mujer increíble, Sky, y sé que vas a llegar lejos en la vida.
Sus ojos volvieron a cristalizarse.
—¿En serio lo crees?
La abracé, con los dedos recorriéndole la espalda y la barbilla apoyada en su nuca. Le dejé un beso en el pelo.
—Obvio que sí. Cuando te abres a los demás, desprendes una luz muy bonita. No dejes que nadie nunca te apague.
Tiré de ella hacia la cama y nos tumbé sobre el colchón, enfrentados el uno al otro. Con un dedo, analicé cada una de sus facciones delicadas, bajo la luz de la luna llena que entraba por la ventana. Ninguno dijo nada, solo nos quedamos ahí, en silencio hasta que los párpados nos pesaron, hasta que nuestra respiración se hizo muy pesada y caimos en un sueño muy profundo.
❦ ❦ ❦ ❦ ❦
Una tos seca me despertó de madrugada. Sky se revolvía en su lado, quitándome las sábanas de manera inconsciente. Murmuró unas palabras incomprensibles y volvió a toser, esa vez mucho más fuerte, mucho más alarmante. Me dio una patada en la espinilla. Solté un taco.
De repente, abrió los ojos y, con un movimiento brusco, se cayó de la cama. Tosía sin parar. Boqueaba como un pez fuera del agua, como si no pudiera respirar.
¿Qué cojones...?
Se puso en pie como pudo, con las piernas temblorosas, y salió corriendo hacia el cuarto de baño que compartíamos. Yo ni siquiera había puesto un pie fuera de la cama cuando la escuché vomitar.
Corrí a su lado, preocupado. Arrodillada en el suelo, con el rostro casi metido en el inodoro, vomitó todo lo que pudo y más. Le sujeté el pelo con las manos para que no se lo manchara.
—Estoy aquí, preciosa. No estás sola —susurré en voz lo suficiente alta para que solo ella la escuchara. No quería despertar a nadie.
Sky se dejó caer en el suelo, con las piernas encogidas a la altura del pecho y los brazos enroscados en las rodillas. Temblaba como un flan. Me senté muy cerca de ella. Se refugió entre mis brazos, su calor unido al mío. La sentí estremecerse, ahogar un sollozo.
—Yo... Yo...
—No pasa nada. Estoy aquí.
Me coloqué su mano en el pecho para que notara el latido constante de mi corazón. Sus ojos aguados se posaron en los míos, su rostro bañado en lágrimas saladas. La acuné con mimo y esperé pacientemente a que se tranquilizara.
—Solo ha si un mal sueño —murmuré. Le di un beso en la coronilla—. No es real.
Le tembló el labio inferior. Se limpió la cara con la mano libre.
—¡Pero lo fue! Ocurrió cuando era pequeña.
Le tomé la barbilla entre los dedos.
—¿Quieres contármelo? No se lo diré a nadie.
—Lo sé. Yo... confío en ti.
Esas palabras hicieron eco en mí. Sentí una ola monstruosa crecer en lo más profundo del pecho. Se extendió por todo el cuerpo para enviar así una sensación deliciosamente cálida a través de mis terminaciones nerviosas.
Jugueteó con un hilo suelto del pijama, un conjunto de camiseta corta y pantalón largo de lino. Casi podía escuchar cada engranaje que había en esa cabecita moverse a un ritmo mucho más veloz de lo normal.
—No soy tan fuerte como piensas. Voy de dura por la vida porque es mi mecanismo de defensa, una forma de sobrevivir, pero la realidad es muy diferente. No soy más que una chica rota. Yo... No sé que has visto en mí.
Le aparté un mechón rebelde de los ojos.
—Eres la mujer más fuerte que conozco. Sea lo que sea que te haya pasado, lo superaremos.
—¿Juntos?
Sonreí.
—Juntos. Te lo prometo.
Tiré de ella fuera del baño y la arropé con todo el amor del universo. Sentada como estaba, se quedó cara a cara a mí, seria. Su mirada estaba nublada, lejos de allí, en una realidad distinta. Gracias a dios, parecía mucho más serena y ya no lloraba.
Con un pequeño suspiro, comenzó a hablar:
—Estuve a punto de ahogarme cuando era pequeña. Habíamos ido al lago de vacaciones, a unos kilómetros de aquí. No me acuerdo cómo pasó, solo que, de repente, estaba demasiado lejos de la orilla. Me hundí. No podía respirar, no sabía nadar. Yo... Creí que iba a morirme.
»No me acuerdo quién me rescató, solo recuerdo una figura de un hombre mayor. No me dijo su nombre. Tenía una herida muy grave aquí. —Se señaló la barbilla. No vi nada raro. Al ver mi confusión, añadió—. Me ha dejado una cicatriz muy fea, pero la escondo bajo el maquillaje. Me da tanta vergüenza.
Le acaricié el rostro con el pulgar.
—¿Por qué? Las cicatrices son marcas de guerra.
—Por lo que eso significa. Mis padres estaban tan centrados en discutir que ni se dieron cuenta de que su única hija estaba en peligro. Lo peor fue que me echaron la culpa a mí, una niña de casi cinco años. Nunca fui su prioridad.
»Estoy harta de tener que fingir que no ha pasado nada. —Soltó una carcajada amarga—. No soy capaz de meterme en cualquier masa de agua, ni siquiera en la bañera. Solo puedo darme duchas cortas. Solo de pensar en poner un pie dentro, me entran escalofríos y se me forma un gran nudo en la boca del estómago.
Le di un beso en la frente.
—¿Algún día me la enseñarás?
Me miró de hito en hito.
—¿En serio quieres verla?
—Obvio.
Se levantó de la cama, cogió el neceser y fue al baño. Para cuando volvió unos minutos después todo seguía igual en ella... salvo la pequeña marquita que tenía en la barbilla. No era muy grande, pero la piel regenerada era unas tonalidades más pálida que su tono de piel actual.
Tracé con un dedo el recorrido rugoso. Ella cerró los ojos y se estremeció bajo mi tacto. Nunca antes la había visto tan guapa.
—Me encantas, no tienes ni idea de cuánto. Gracias por compartirlo conmigo. Sé que no ha sido fácil para ti. ¿Quieres hablar sobre lo que has soñado? ¿Una pesadilla tal vez? ¿Un mal recuerdo?
Movió la cabeza arriba y abajo. Se llevó las manos a la cara.
—¡Ha sido horrible! He soñado que estaba en una piscina. Hacía mucho calor y yo estaba muy a gusto en el agua, pero, de pronto, una nube negra ocultó la luz y una mano invisible tiró de mí hacia el fondo. No podía respirar. Notaba los pulmones llenos de agua y cada vez me sentía más cansada. Y luego estaba esa voz espantosa diciéndome que estoy sola, muy igualita a la de mi madre.
—¿Tu madre te decía eso?
—Siempre que papá no estaba. Me decía que nunca llegaría a nada en la vida. Era una amargada. Por eso no quiero hablar con ella, no quiero que vuelva a meterme esos pensamientos tóxicos en la cabeza nunca más. No solo me abandonó cuando tenía ocho años, nunca me trató como a una hija. —Sorbió por la nariz—. Sé de sobra que fui un accidente, que nunca me planearon, pero, ¿sabes?, que se jodan, porque soy mucho mejor que ellos y si algún día soy madre, pienso darles a mis hijos todo el cariño del mundo. No le deseo a nadie el sentimiento de soledad que he llevado conmigo todos estos años.
La abracé.
—Eh, estoy aquí, bonita. Ya no tienes que lidiar sola con esto. Lo superaremos. Te lo juro.
Sky me miró a través de las pestañas.
—¿Lo dices en serio?
Asentí.
—Por supuesto. Eres la mujer más especial que he conocido en la vida, y ahora mismo solo quiero besarte.
Una sonrisita de niña buena se dibujó en su boca rosada.
—Hazlo, por favor.
No tuvo que insistir más. Le tomé el rostro entre las manos y acorté la poca distancia que nos separaba. Fui dulce pese a las ganas que tenía de ella porque Sky no estaba en su mejor momento. Quería transmitirle tanto en un simple contacto, quería que se viera tal cual yo la veía, que se le metiera en la cabeza que se merecía que la quisieran.
Para cuando volvió a quedarse dormida, su cara apoyada en el hueco de mi cuello, me sentí el hombre más afortunado porque de entre todos los tíos que había en el planeta me había elegido a mí.
Con las manos perdidas en su cuerpo, susurré:
—No voy a dejar que vuelvas a sufrir. Te lo prometo, luciérnaga.
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