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Capítulo 26

♪ Adam

Sky estaba furiosa.

Nunca antes la había visto tan cabreada. No me habría sorprendido si hubiese soltado espuma por la boca ni fuego por los ojos. ¿Qué narices estaba pasando?

Supe la respuesta casi de inmediato.

—¡¿Cómo que no vienes?! ¡Te necesitamos, Kyle!

Me dejé caer a su lado en el sofá. La camiseta con el nombre del centro de color rojo resaltaba el tono rubio de su pelo, además de que sus curvas se veían claramente. Los vaqueros ceñidos completaban su look de excursionista. Yo iba igual, no os lo creáis. Las camisetas a juego eran una forma de que los críos nos identificaran.

—Entiendo. Sí. Te odio, que lo sepas. Lo has hecho a propósito, ¿cierto? ¿No será esta una de tus trampas...?

Sky se veía tan deliciosa cuando mostraba sus emociones. Con las mejillas sonrosadas, de piernas cruzadas y una postura relajada, parecía una persona distinta a la última vez que la había visto en su casa, hacía unos días atrás.

Sabía que tenía una relación tensa con su padre, pero no pensé que su propio progenitor la fustigara tanto. Era como si nunca estuviera satisfecho con ella. Sky era la chica más alucinante de todas, la mejor de la clase, con una personalidad arrolladora. ¿Cómo Sam no era capaz de verlo, de darse cuenta que Sky solo actuaba así porque estaba cansada de ser la buena? De intentar satisfacerlo.

—¡Te voy a matar, cabrón! —fue lo último que le dijo antes de colgar. Acto seguido, soltó un taco por lo bajo antes de girarse hacia mí—. Kyle no va a venir. Ha dicho algo de que ha tenido una emergencia familiar, pero no me lo trago. Sky Sephard no ha nacido ayer, ¿sabes?

Choqué mi rodilla con la suya.

—¿Por qué crees que no ha venido? —pregunté con curiosidad, inclinado hacia delante.

Se echó los dos mechones que se había dejado sueltos hacia atrás, la cola de la coleta rebotaba con sus movimientos.

—Él siempre ha sabido que entre tú y yo iba a pasar algo. Me lo ha insinuado todos los días desde que te apuntaste. Creo que ha urgido un plan para que tú y yo nos tengamos que quedar a solas.

—Con diez niños.

Sonrió.

—Importante tenerlo en cuenta.

Nos quedamos un par de minutos en silencio, cada uno perdido en el otro. La vi sonreír, feliz. Enredé los dedos en ese par de mechones rebeldes.

—Tienes una sonrisa preciosa.

Sky soltó una carcajada nerviosa. Se pasó la lengua por el labio inferior.

—¿Sabes lo más curioso? Que cuando actúo como la mala me es más fácil encontrar las palabras adecuadas que cuando me dices todas estas cosas tan bonitas. Yo... —Desplazó la mirada, avergonzada—...no estoy acostumbrada.

Le tomé la barbilla entre las manos, maravillado por su cercanía.

—Vas a tener que hacerlo, porque pienso pasarme cada día recordándote lo pillado que estoy por ti.

Su boca se curvó hacia arriba. Me tomó la cara entre sus manos. Volví a sentir ese pequeño lazo que nos unía, cada vez más firme. No sé si ella también se había dado cuenta de ello o solo eran imaginaciones mías.

—Eres el chico más dulce que conozco. Me da miedo que descubras cómo soy de verdad y que te alejes.

—Jamás podría hacerlo, luciérnaga. Eres la mujer perfecta para mí. —Le di un golpecito en la nariz cariñoso—. Un poco gruñona, pero con una personalidad que arrasa con todo.

—Soy un huracán de emociones.

La atrapé entre mis brazos y le di un beso suave en los labios.

—Mi pequeño torbellino.

❦ ❦ ❦ ❦ ❦

Los niños llegaron poco a poco. Cada uno de los padres se detuvieron a hablar con nosotros para informarnos de posibles alergias o intolerancias y qué hacer al respecto. Me enterneció ver a Sky saludar a cada uno de ellos con un entusiasmo al que me estaba acostumbrando.

Solo podía pensar en lo atractivo que me parecía ese lado suyo.

El autobús nos esperaba justo en la entrada. Sky y yo habíamos ido una hora antes para asegurarnos de que todo estaba bien, pero después de ponernos en modo ñoño no habíamos hecho otra cosa que besarnos.

Se unió a mí junto al autobús con unos papeles en la mano.

—Solo nos queda pasar lista y podremos marcharnos para vivir las mejores vacaciones de la historia.

Amaba verla tan ilusionada. Era tan diferente al resto. Se contentaba con tan poco.

Señalé los papeles.

—¿Qué es eso?

Sus ojos azules cayeron sobre mí, vibrantes.

—Son los datos de cada niño. Tenemos uno que tiene alergia a los frutos secos y otro es celiaco. Además, una de las niñas es sonámbula. Vamos a tener que asegurarnos de que no queda ni una sola mochila en el suelo de la cabaña.

Íbamos de excursión a una cabaña que había en el gran lago que bordeaba la ciudad. El complejo se había construido hacía ya más de dos décadas y seguía siendo uno de los puntos más atractivos de interés turístico. Comeríamos nubes de azúcar, contaríamos historias de terror y haríamos toda clase de actividades.

No veía la hora de poner rumbo al lago.

Cuando los críos se despidieron de sus padres, uno a uno dejaron el equipaje en el maletero del vehículo. Sky se aseguró de que ninguno se quedaba en tierra antes de decirle al conductor que podía arrancar.

El viaje estuvo muy entretenido. Cantamos diversas canciones —tanto infantiles como las de pop actual— e incluso retransmitieron una película en las dos pantallas diminutas. Sentado al lado de Sky, me encontraba en el mismísimo cielo, valga la ironía. La vi chatear por teléfono, ceñuda.

Le di un golpecito en la mano.

—Eh, ¿va todo bien?

Clavó la vista en mí mientras dejaba el móvil en el regazo.

—Sí, tranquilo. Le estaba recordando a Trice que en teoría estoy en su casa. No creo que mi padre se pase por allí, pero por si acaso. No me gusta dejar cabos sueltos. Si quiero que mi plan perfecto funcione, no debo dejar nada al azar. Él jamás entenderá por qué me gusta tanto venir aquí.

La apreté contra mí y aproveché que la tenía tan cerca para darle un beso en la coronilla.

—No me cabe en la cabeza que sea tan duro contigo. Eres una chica increíble.

—Yo solo quiero que me acepte tal cual soy. No sé... Se piensa que soy como mi madre, pero, ¿sabes?, yo jamás haría lo que ella nos hizo.

—Eres muy fuerte, luciérnaga.

Una hora después, el autobús se detuvo en el parking de las instalaciones. Aquello era fantástico. De fondo, un lago de aguas cristalinas, perfecto para darse un chapuzón en verano. A unos metros estaban las cabañas de madera oscura, con un porche decorado con unos sofás de mimbre. Me veía ahí, con una Sky acurrucada contra mi pecho mientras mirábamos las estrellas.

Un ligero codazo en las costillas me devolvió a la realidad. Le lancé una mirada fulminante a esa rubita.

—Te has quedado quieto como un pasmarote —se excusó con una sonrisa de niña buena.

—Eres mala.

—¡No! ¿En serio te das cuenta ahora?

Le di un empujón juguetón entre carcajadas.

—Tenemos que hacer el check-in —le recordé.

—A sus órdenes, mi señor.

Adoraba verla siendo tan ella misma.

Los niños, Sky y yo nos dirigimos hacia la recepción, situada en una cabaña en el centro de todo el complejo turístico. Era un edificio inmenso con una decoración rústica preciosa. Los suelos estaban decorados con alfombras que simulaban ser la piel de un animal y casi todos los muebles eran de madera oscura. Había un par de ventanas por las que entraban los rayos de sol y un par de animales disecados en las paredes. Nos acercamos al mostrador, los críos sentados en los sofás de la recepción.

—Buenos días, Cam —saludó tan alegremente mi compañera.

—¡Sky! —exclamó el hombre de mediana edad al verla—. ¿Soy yo o este año estás más guapa?

—Todos los años dices lo mismo.

El hombre nos dedicó una sonrisa a los dos. Los ojos marrones transmitían una calma instantánea.

—Veo caras nuevas. Encantado de conocerte, muchacho. Soy Cameron Wonder, el encargado del complejo.

—Adam Collins. Mucho gusto.

Sacó un par de llaves de un cajón y nos dio unos papeles.

—Tenéis la cabaña número ocho. El desayuno se sirve de ocho a diez, la comida de doce y media a tres y la cena de ocho a once. Las actividades empiezan a las diez y media. Cualquier cosa que necesitéis, podéis pedirla en recepción.

Una vez acabados todos los trámites, nos dirigimos hacia el alojamiento. El plan era instalarnos antes de comenzar con la primera actividad del día.

Nuestro alojamiento era una estructura de madera, como esas de las películas, de una sola planta. Había tres habitaciones en total: la principal, que era una estancia enorme llena de literas, el baño que estaba a tras una puerta y la de los monitores, al fondo.

Solo había una única habitación para los dos.

Y una sola cama.

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