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Capítulo 25

Sky

Desde que era una cría me había sentido tan vacía. La vida carecía de color y solo parecía que la disfrutaba cuando estaba rodeada de mis amigos del centro o leyendo uno de los tantos libros que había en la pequeña biblioteca del barrio, destartalada por el paso del tiempo. Desde que me había mudado a esa urbanización exclusiva, desde que mi vida había dado un giro radical, nada había vuelto a ser como antes. Todo había perdido el color de antaño, de los veranos que pasaba en los campamentos gratuitos a los que mis padres me enviaban, a los días de sol con Kyle, de libertad.

Pero ahora que Adam se estaba metiendo cada vez más dentro de mi sistema, había algo que había cambiado. ¿Yo estaba cambiando?

Mi vida era un completo caos, pero todo volvía a cobrar sentido cuando veía esa sonrisa canalla en su boca. Cuando velaba por mí. Cuando me abrazaba. Había encontrado la paz en un día de tormenta entre sus brazos.

Dejé que me arrullara, que me dijera que todo iba a salir bien. Me perdí en la fragancia familiar de su colonia, en su voz, en el calor de su cuerpo. Por primera vez en mucho en meses pude dejar la mente en blanco. Mi cerebro ya no era un caos de pensamientos entrelazados, ya no era un abrevadero de datos y sentimientos incontrolables.

Estaba en paz.

Fue un momento robado del destino, tan fugaz como el destello de una estrella.

Escuché unos pasos en el pasillo y, al instante, puse la mayor distancia entre nosotros, el dolor de su ausencia clavado en mi corazón.

—Aquí estás. Pensaba que te habías perdido por el camino —canturreó Felicity con una sonrisa burlesca.

Adam se volvió hacia ella. Sus movimientos fueron torpes.

—¿Tan poca confianza tienes en mí? Vas a romperme el corazón.

Mi hermanastra nos miró a los dos con las manos metidas en los bolsillos.

—¿Qué hacíais los dos aquí solos?

Apreté los labios. Iba a decirle un par de improperios, pero, por fortuna, Adam se me adelantó. Sabe Dios lo que habría ocurrido si yo hubiese abierto la boca.

—Estábamos hablando, ¿verdad?

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Ajá.

Felicity lo miró de hito en hito.

—¿Hablas de Sky? Mi Sky.

Bufé.

—No todo lo que digo es malo.

Felicity puso los ojo en blanco.

—Ya veo —repuso antes de volver a centrarse en su mejor amigo—. ¿Sobre qué estabais hablando?

—¿Qué te importa? —refuté, airada. Esta frustrada porque justo cuando empezaba a sentirme mucho mejor, iba ella e interrumpía como si fuera la reina de la casa.

Adam fue mucho más amable.

—Sky me ha estado ayudando con un par de asignaturas —afirmó él sin perder el semblante sereno. Ni un solo estremecimiento, ni siquiera un ligero rubor en las mejillas. A mí, en cambio, me estaba costando una barbaridad que no notara lo alterada que estaba por que casi me pillara con la guardia baja—. Solo se lo estaba agradeciendo porque gracias a ella he aprobado el último parcial de química.

Felicity hizo un puchero.

—Podría haberte echado una mano si me lo hubieses pedido. Soy tan buena como ella.

Solté una carcajada amarga. Me eché el pelo hacia atrás, chula como solo yo podía serlo.

—Perdona que lo diga, hermanita, pero jamás podrás superar mi media.

Adam me señaló.

—No te lo tomes a mal, pero en eso Sky tiene razón. Se le da de miedo el instituto. El otro día me puse a estudiar química en clase y, bueno, ella me vio y se ofreció a ayudarme.

No sé qué me impresionó más si la forma tan natural que tenía Adam para mentir o lo buen actor que era, aunque noté un ligero tic nervioso en los movimientos de los dedos.

Felicity se balanceó de un pie a otro, un tanto incómoda. Me lanzó una miradita que no supe descifrar.

—¿En serio te has ofrecido a ayudarlo sin pedirle nada a cambio?

—¿Importa la razón?

Ella dio un paso hacia delante, se cruzó de brazos y me encaró.

—¿Qué estás tramando?

Le dediqué la sonrisa más espeluznante de todo mi repertorio.

—No tienes ni idea de nada, hermanita.

Adam tomó el control de la situación. Le tomó a Felicity de la muñeca y tiró de ella.

—Será mejor que volvamos. Tu madre debe de estar preguntándose dónde nos hemos metido.

Los perdí de vista en un abrir y cerrar de ojos. Volví a quedarme sola, con la vista clavada en las gotitas de agua que resbalaban por la ventana. Suspiré. Soñaba con un futuro donde mi padre no me obligara a estudiar algo que no quería ni me presionara tanto, donde pudiera hacer la carrera de mis sueños y ser la mejor versión de mí misma.

Si tan solo todo fuera diferente.

❦ ❦ ❦ ❦ ❦

La calle estaba vacía. La brisa era una suave caricia en la piel, el suave beso de los rayos de sol en el rostro. Vi la fachada descuidada, llena de garabatos y grafitis, y al instante un nudo me oprimió el pecho. Podía ver a la perfección a una pequeña Sky regresando del colegio sola, con la mochila de segunda mano a sus espaldas, feliz porque había vuelto a sacar la nota más alta de toda la clase.

Me recordé en las distintas etapas de mi vida, desde cuando jugaba en la calle a la pelota con Kyle hasta nuestras escapadas nocturnas para hacer el gamberro o para ver las estrellas. Aquellas calles estaban repletas de recuerdos agridulces.

Observé cómo una pareja salía del portal. Sonreí. Eran los señores Dawson, un matrimonio de ancianos que me habían cuidado cuando mi padre no podía después de que mi madre se largara con su amante millonario. Me acerqué a ellos, una calidez extendiéndose por mi pecho. Hacía ya unos años que no los veía.

El hombre y la mujer me miraron.

—Anna, Luken. Soy Sky, la misma niña a la que mimabais de pequeña.

Anna, una ancianita dulce con el pelo corto rizado, me abrazó.

—¿Cómo olvidaríamos a la chiquilla más mona de todo el vecindario? —Me alejó unos centímetros para observarme mejor. Me tomó de las manos—. Oh, mírate. Pero qué guapa estás. Serás toda una rompecorazones.

Solté una risita nerviosa.

—Qué va.

Luken me dio un beso en la mejilla.

—Pero algún pretendiente tendrás, ¿no? Me niego a pensar lo contrario.

Pensé en Adam. Si bien todavía no habíamos hablado al respecto, podía decirse que entre nosotros había algo más que una simple amistad.

—Puede.

—Ay, niña, me alegro tanto de verte. ¿Por qué no entras en casa? Íbamos a dar un paseo, pero ahora que estás aquí quiero darte unas galletas que he horneado.

—Oh, no quiero molestaros. Seguro que teníais cosas mejores que hacer.

Luken me dio un pequeño golpecito.

—¿Molestar? Hace mucho que no te vemos. Tenemos muchas ganas de que nos cuentes qué tal te va.

—Además, son tus galletas favoritas.

Se me iluminaron los ojos.

—¿Son esas rellenas de chocolate fundido? Ya sabes que amo el chocolate.

Lo siguiente que sé es que volví a entrar en el edificio que tantos años me había acogido y que, cuando salí un par de horas más tarde, una sensación cálida me recorría el cuerpo.

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