Capítulo 8
⭑ Felicity ⭑
No sé de dónde había salido Logan, el chico tímido del club de lectura, pero mentiría si no admitiera que sentí muchísimo alivio de verlo. Aunque James tenía pinta de querer matarlo. Sentí cómo las lágrimas luchaban por salir fuera, cómo el miedo me arañaba las entrañas solo de pensar en que ese armario de casi dos metros de altura podría dejarlo tieso de un solo golpe.
Dio un paso al frente, encarándolo.
—Oh, mirad, el ratón ha salido de la biblioteca —se jactó el muy gilipollas—. Vuelve al agujero del que has salido. Nadie quiere que estés aquí.
Logan se cruzó cruzó de brazos, con el cuerpo erguido. Era la primera vez que lo veía tan seguro de sí mismo, sin tartamudear ni empequeñecido. La camiseta de manga corta mostraba a la perfección sus brazos bien esculpidos. Puede que fuera un chico tímido, pero no tenía nada que envidiarle al imbécil que teníamos delante.
—No me iré hasta que tú te largues.
James me miró. Esbozó una sonrisa tranquila.
—Solo estábamos hablando, ¿verdad?
Se me revolvió el estómago al pensar en cómo me había tendido una emboscada para que no pudiera escaparme. Si no hubiese sido por Logan, a saber qué demonios habría pasado.
—No. Te he dicho que me dejes en paz. Es hora de que vuelvas con tu grupito de amigos.
Logan cuadró los hombros.
—Ya la has oído. ¡Largo!
Pero el muy cabrón no le hizo ni caso. Se limitó a acortar la poca distancia que los separaba, su cuerpo rígido como las cuerdas de una guitarra y la mandíbula apretada. Tragué saliva palpando la tensión en el aire, el corazón en un puño.
—No voy a dejar que un niñato como tú me diga lo que tengo que hacer. —Le agarró de la camiseta con brusquedad. Su aliento apestaba a alcohol—. Eres hombre muerto.
—No te tengo miedo.
El chico esbozó una sonrisa siniestra.
—Deberías. —Le sujetó con más fuerza—. Ahora vas a aprender cuál es tu lugar.
Intenté interponerme entre ellos; me llevé un buen manotazo.
—James, para —supliqué con lágrimas en los ojos. Odiaba la violencia. Ni siquiera soportaba ver a mi hermana discutir con su padre.
El rubiales me hizo a un lado.
—¡Apártate! Esto es entre él y yo. Ahora sí que aprenderás a respetarnos.
—Cuando tú sepas respetar a una dama, gilipollas.
Logan no debería haber dicho eso. Arrugué el morro al ver cómo James enfurecía aún más y, de un rápido movimiento, le dio un puñetazo en el ojo.
Grité.
—¡Déjalo! —Lo empujé con todas mis fuerzas, pero, claro, al sacarme más de una cabeza ni siquiera se movió—. ¡No te ha hecho nada!
James le escupió en la cara antes de apartarse y alejarse con uno aires de grandeza. Me dieron ganas de darle una patada en las pelotas.
Me agaché para ayudar a Logan. Del impulso, se había caído al suelo. Se tapaba el ojo con una mano, su boca formaba una gran mueca de dolor. Sus gafas estaban en el suelo, partidas en dos. Le tomé el rostro entre las manos.
—¿Estás bien?
Se incorporó. Cuando dejó al descubierto el ojo herido, hice una mueca. Al día siguiente iba a tenerlo morado y muy hinchado.
—¡Ay! Cómo duele.
Le tomé la barbilla entre las manos con una caricia apenas imperceptible. Tenía los ojos más bonitos que había visto en mi vida, de color verde oliva, cubiertos de un manto de pestañas.
—Gracias... —jadeó—. Gracias por ayudarme. James es un idiota.
Parpadeó un instante, y la pérdida de aquella pequeña conexión que había sentido en los huesos me dejó con una sensación de vacío en el pecho. Se revolvió el pelo con las manos.
—No sé qué es lo que más me preocupa: lo que ha estado a punto de pasar o que nadie haya hecho nada al respecto.
Me toqueteé el bajo de la falda de lentejuelas, incómoda. Y es que ni sus amigos, que lo habían visto todo, ni los que habían estado cerca y habían escuchado mis quejas habían venido a ayudarme. Solo él.
Le rocé la cara con las yemas de los dedos, insegura. Me daba mucho miedo lastimarlo si lo tocaba.
—¿Te duele mucho?
—Bastante.
Tiré de él para ayudarlo a levantarse.
—Ven. Antes, cuando he ido al baño, he visto que había un botiquín. Déjame curarte al menos. Por mi culpa estás así. —Un par lágrimas me mojaron las pestañas—. Yo... lo siento mucho.
Logan me obligó a mirarlo a los ojos, sus pupilas claras se veían oscuras con la escasa iluminación.
—La que menos debe disculparse eres tú. Es él quien me ha pegado, el que ha intentado forzarte. Yo... no podía dejar que ese malnacido hiciera lo que se le pusiera en la punta de la polla. Mereces que te traten como la reina que eres.
Vale, me había quedado sin palabras. ¿Dónde se había quedado el chico tímido? No le di muchas vueltas. Lo guié escaleras arriba. Allí ya había algunas habitaciones cerradas a cal y canto y se escuchaba algún que otro jadeo. Fenomenal. Lo que más necesitaba ahora mismo, la sinfonía del ser humano en pleno acto reproductivo.
Nos encerré en el baño. Las manos aún me temblaban por lo que había sucedido, por ver a James dándole un puñetazo a Logan, por sentirme una inútil. Tenía unas ganas horribles de vomitar.
Pero incluso en mi peor momento él supo cómo distraerme.
—Vaya, no sabía que me tuvieras tantas ganas.
Que pese a todo lo que había pasado fuera capaz de bromear decía mucho de él.
En un intento por calmarme, me acerqué al botiquín y saqué todo lo necesario para curarle. Le indiqué con un gesto que se sentara en el inodoro y me coloqué entre sus piernas. Él era mucho más alto que yo. Medía poco más de metro y medio. Adam me llamaba de manera cariñosa tapón, y ese mote me sacaba mucho de quicio. Me encantaría tener las piernas largas y el bronceado natural de Sky, pero en esta vida me había tocado otro tipo de cualidades.
Le limpié la zona. Por suerte, solo se le pondría el ojo morado. No había ni una sola herida más, ni siquiera un corte. Me sentí aliviada. Por lo menos el muy capullo no le había partido el labio o la nariz. O ambas cosas.
—Estarás unos días adolorido, pero nada más —le dije en cuanto hube acabo.
—¿Cómo sabes eso?
Esbocé una sonrisa sabelotodo.
—Estoy en tercero de Medicina. Los ojos morados son lo más light que hemos dado. Tengo muchas ganas de que sigamos aprendiendo sobre cirugías. Quiero especializarme en ese campo.
—No creo tener el valor ni el estómago de estudiar una carrera así —habló un tanto tímido de repente. Me dejó descolacada cuando minutos antes se había hecho el héroe. ¿Cómo era posible?
Lo miré, curiosa.
—¿Qué estás estudiando?
—Pedagogía. Me gusta mucho el área de las necesidades educativas especiales.
Puse mala cara.
—No creo que tenga las agallas de lidiar con algo así.
—Pero sí que eres capaz de abrir a alguien en canal —se jactó él.
Vaya, me sorprendió ver ese lado más juguetón. Quién diría que bajo esa apariencia de chico reservado se escondiera alguien con un carácter bromista.
Chasqué la lengua.
—Touché.
Se toqueteó el ojo mientras, con la otra mano, buscaba algo.
—Mierda, no encuentro mis gafas.
Esbocé una sonrisa triste. Se le tendí lo que quedaba de ellas.
—Lo siento. Son inservibles. Yo...
Me tomó el mentón con las manos y me obligó a mirarlo, determinado.
—No fue tu culpa, Felicity. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?
—Odio que hayas salido herido.
—Un daño colateral. Prefiero mil veces que me lastimen a verte a ti herida.
Me quedé perdida en la intensidad de su mirada. Sin esas horribles gafas su rostro masculino se veía mucho más atractivo. Tenía la piel bronceada, la mandíbula marcada, unos ojos preciosos, llamativos, con unas pestañas que envidiaban. Su boca era la más dulce de las tentaciones y su sonrisa, irresistible.
Logan tenía una belleza que a simple vista podía pasar inadvertida, pero que cuando uno se fijaba en él ya no había vuelta atrás.
—¿Por qué nunca eres tan abierto como ahora? ¿No te cansas de ser invisible?
—¿Eh?
Me mordí el labio, pero, al final, le dije lo que pensaba sin filtros.
—¿Se te ha ocurrido que la razón de que James y su grupito se creen que pueden pasar por encima de ti sea porque nunca reaccionas? —Lo señalé—. Quizás si no fueras tan introvertido te dejarían en paz de una vez.
—¿Y quién dice que yo quiera eso? Me gusta la persona que soy.
—Eres un buen tío, Logan. Podrías tener el mundo a tus pies. Deja que todos te vean.
Se inclinó hacia delante, las pupilas relucientes.
—¿Importa?
Una pequeña sonrisa se me instaló en los labios.
—Claro que sí. Muéstrate, Logan. Enséñale al mundo quién eres.
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