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Capítulo 38

Felicity

Me encantaba el Logan confiado, verlo ser él mismo. Durante toda la noche pude observar cómo interactuaba con su amiga y me pareció la escena más linda que había visto en mi vida. Se notaba que se conocían desde hacía mucho y que se tenían mucho cariño. Yo me sentía igual con mis amigos virtuales que había conocido en los foros sobre Wattpad, con los que fangirleaba sobre mis autores favoritos.

—¿Te acuerdas de cuando me sorprendisteis Friki Freya y tú por mi cumpleaños y os plantasteis en la universidad? A varios de vuestros lectores universitarios casi les dio un mal —estaba contando Logan con una carcajada. Estábamos sentados en un reservado de un pub de la ciudad, con nuestros cócteles extravagantes sobre la mesa redonda. En el piso inferior la gente bailaba al ritmo desenfrenado de la música electrónica.

Me encantaba la melodía de su risa. Amaba verlo tan contento, tan en su salsa. Para él la escritura era como respirar, necesaria, y gracias a ella había conocido a muy buena gente.

Laura, esa chica unos años mayor que yo súper encantadora, se le unió.

—Todavía se me acelera el corazón al recordar cómo un grupo de chicas se nos acercó gritando que éramos sus autoras favoritas. ¡Menudo alucine!

Logan suspiró, maravillado.

—Tiene que ser increíble. Yo estoy muy nervioso por la WattCon y hablar frente a muchas personas. Me impone muchísimo.

Laura le quitó importancia con un gesto de la mano.

Bah, no te agobies. Todo va a ir bien. Estaremos tú, Freya, Tinkerbelle, Melias y los demás de siempre. Piensa que será como una de nuestras charlas por Skype pero con público.

—No es tan fácil.

—Venga, lobezno, va a ser muy divertido.

Logan no parecía muy convencido, pero aun así no se quejó.

La noche siguió y siguió y Logan no dejó de impresionarme con cada miradita ferviente que me lanzaba. Fue muy receptivo cuando bailamos juntos. Me observó con un deseo primitivo cuando me contoneaba contra él, cuando lo provocaba con gestos y falsas promesas de besos.

Hasta que en un momento dado me pegó contra la pared y me besó con mucha intensidad. Me deleité al sentir la tremenda erección que tenía ahí abajo e incluso aproveché para palparlo por encima de los pantalones, para darle un apretón cargado de una clara insinuación.

Gruñó contra mi boca.

—¡Tú lo que quieres es que reviente aquí mismo!

Curvé los labios en una sonrisa inocente.

—Si no he hecho nada malo —ronroneé.

Me inmovilizó las manos por encima de la cabeza, esos iris magnéticos cargados del mismo deseo que sentía por él. Tenía muchas ganas de Logan, de su sabor, del roce de sus dedos en mi piel. Quería que me hiciera suya y descubrir cuántas veces podría hacerme gritar su nombre.

Volvió a besarme y esa vez jugué todas las cartas que tenía a mi favor para volverlo loco. Moví las caderas en torno a su prominente miembro y disfruté con el simple hecho de sentirlo tan frenético, de verlo resollar. Quería saber hasta dónde sería capaz de llegar.

Me besó y yo lo besé de vuelta. Una y otra y otra y otra vez. Nos besamos hasta que nos faltó el aire y, aun así, no dejé de menearme contra él. Y Logan aceptaba mis embestidas con un suave movimiento. Lo estaba disfrutando tanto como yo.

Hasta que no lo pude soportar más. Me había cansado del juego y lo único que quería era que me hiciera explotar de éxtasis, que su piel se mezclara con la mía y que me hiciera perder la cordura.

Por eso, lo arrastré fuera del gentío, lo llevé hasta el hotel que estaba al otro lado de la calle. Pulsé el ascensor enredada en él y, una vez dentro, no pude seguir conteniendo las ganas que tenía de fusionar nuestros cuerpos.

Nos besamos con un fuego arrasando con todo a nuestro alrededor. No podía pensar en nada que no fueran sus labios en mi cuerpo dejándome un rastro húmedo. Noté que mis bragas empezaban a empaparse ante la expectación de tenerlo entre mis piernas.

Jadeé cuando esa boquita deliciosa se apoderó de mi cuello. Me separé tan solo unos centímetros para que captara el mensaje.

—Quiero que tú y yo nos portemos muy mal esta noche.

Ni siquiera le di la opción de escapar en cuanto llegamos a nuestra planta y a nuestra habitación, puesto que, con un movimiento calculador, me desaté la parte de arriba del vestido anudado en el cuello y dejé mis pechos expuestos.

Sus ojos fueron directos a ellos. Me relamí del gusto al ver la sombra de lujuria en sus facciones masculinas, el anhelo. Le tomé una mano y se la puse justo encima de uno de mis senos.

—Puedes tocarlos, mi escritor caliente.

Sus dedos se movieron con tanta suavidad que me estremecí, hasta que tomó confianza y pellizcó el pezón con la fuerza justa como para arrancarme un gemido.

—¿He sido muy bruto?

Jadeé.

—No, ha sido... perfecto.

Dio un paso hacia atrás. Las mejillas estaban teñidas de rosa y sus labios, hinchados por la sesión de besos intensa de antes. Me observaba como si fuera lo más hermoso que había visto. Me sentí poderosa. Me ponía a mil saber que tenía tanto poder sobre él.

—Estoy nervioso.

Se me formó una sonrisa maliciosa.

—No me digas. —Le di un piquito provocador, un anticipo de lo que estaba por suceder—. Sé que aún no te has quitado la V de la matrícula, rey.

Apartó los ojos durante unos segundos, avergonzado.

—No he llegado tan lejos con nadie. Eres la primera.

La primera. Me gustaba cómo sonaba eso. Quería que su primera experiencia fuera memorable, quería hacerle perder la razón, que gritara, que me provocara mis mejores orgasmos. Me acerqué más a él, mi lengua se deslizó por su oreja. Se estremeció al escuchar mi voz aterciopelada:

—Vamos a solucionarlo justo ahora.

Acorté la poca distancia que nos separaba y lo volví a besar. Coloqué sus manos sobre mis pechos otra vez, una clara invitación. Durante unos segundos dejó los dedos quietos mientras su boca me devoraba con una sensualidad excitante. Pero, después, sus labios dejaron un recorrido de besos hacia abajo, pasando por la mandíbula y por el cuello hasta llegar a mis pechos. Los observó un par de segundos, indeciso.

Alzó la vista y lo que vi fue el más puro deseo animal. Un hormigueo cálido se apoderó de mi estómago.

—Eres preciosa. Quiero probarte otra vez.

Le revolví el pelo, juguetona.

—Tú solo hazlo.

Lo miré con picardía y él tomó las riendas. En cuando sus dedos se movieron por cada pecho, solté un taco. Grité su nombre cuando me pellizcó de nuevo un pezón. Pero lo mejor de todo fue cuando esa boquita me lamió los senos. Me sentí en el mismísimo cielo.

Dejé que me devorara todo lo que quisiera mientras me revolvía del puro placer. Aunque no estaba nada preparada para lo que me tenía guardado.

Esos dedos me volvieron loca cuando se deshizo del vestido negro de esos que van pegados a todo el cuerpo y de las bragas y me tumbó en la cama. Fue torpe al principio, más seguro de sí mismo con cada movimiento.

Creía que me rompería allí mismo con tan solo sus caricias. Con el pulgar se encargó de estimular el nudo de nervios que palpitaba por atención mientras deslizaba dos dedos en mi abertura resbaladiza.

—Parece que alguien está muy ansiosa —se jactó con una sonrisita ladeada.

Le tiré de los mechones más largos, instándole a que fuera a por todas.

—¿Qué se le va a hacer? Tengo al tío más bueno del campus a mis pies.

Me dio un beso en el muslo que me envió una descarga por todo el cuerpo.

—Pues anda que tú...

Y con esas palabras cambió los dedos por la boca. Os juro que se me retorcieron los dedos de los pies. ¡Ese hombre sabía dar buen sexo oral! Lamía, chupaba y me tocaba en los puntos correctos que provocaban espasmos, jadeos involuntarios y gemidos desgarrados.

Me desarmé con un grito devastador. Me convulsioné mientras él no dejaba de lamerme enterita, como si fuera lo más delicioso que había probado. Con la respiración agitada, me dejé caer hacia atrás, la espalda apoyada en el colchón.

¿Dónde estuviste toda mi vida, rey? —jadeé con los ojos cerrados y mi centro palpitante por el orgasmo genuino que Logan me había regalado.

Lo escuché reírse.

—Siempre he estado delante de tus narices. Lo que ocurre es que te ha costado verme.

Sonreí.

—Suerte que por fin he abierto los ojos. —Me incorporé. Me temblaban las piernas como si fueran de gelatina, pero, aun así, fui capaz de ponerme de pie. Me relamí —. No hemos terminado; ahora me toca a mí.

Y, con esas palabras, me deshice del pantalón y de los calzoncillos, me arrodillé ante él y se la chupé. Me la metí en la boca y la degusté como el caramelo más dulce de toda la tienda de golosinas. Logan la tenía bien grande, pero no fue ningún problema ni cuando se la lamí por completo ni cuando, con un movimiento, me encaramé sobre él. Con una sonrisita coqueta, le puse el condón con un gesto sugerente.

—Quiero que me revientes —le supliqué.

Me dio un toquecito en la frente, una sonrisita sabelotodo se formó en esa boquita de espanto.

—Así que te gusta el sexo fuerte.

—¿No era obvio?

Soltó una carcajada, que se transformó en un gruñido en cuanto froté mi entrada contra su gran erección. Me mordisqueó el hombro.

—Vas a hacer que explote.

—Quiero que me des bien duro, rey. ¿No ves cómo me tienes?

Restregué su miembro contra mi entrada húmeda y, lentamente, me deslicé hacia abajo. Lo monté como quise, arriba y abajo, aunque pronto descubrí que a Logan le molaba tener el control. Dejé que él marcara el ritmo para, después, hacerlo yo. Fue un constante tira y afloja cargado de besos intensos, jadeos y gritos.

Cuando alcancé en punto más álgido del clímax, algo hizo clic en mi interior. Y es que con Logan el sexo cobraba de un nuevo significado. No era una forma de desfogarme; era la manera más íntima de decirle «Te quiero. Confío en ti».

Porque con él el gris se transformaba en colores vivos, en risas y en nuevas experiencias.

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