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Capítulo 35

Logan

Felicity quiso que estuviera ahí cuando hablara con Sky. También quiso que Adam, su novio, la acompañara. Ahora, tras haber expuesto cada argumento, la rubia me observaba en silencio, su semblante pétreo, imperturbable. Adam hacía rato que le había pasado el brazo por los hombros, sus dedos recorriéndole el brazo con una calma absoluta.

Los tres estaban callados y yo me moría por que alguno rompieran el silencio asfixiante como fuera. No podía soportarlo.

El chico carraspeó.

—Dices que Sky es superdotada.

Parecía que todavía estaban digiriendo la bomba que les había estallado en la cara. Para mí las señales habían sido muy claras: que intentara distraerme las veces que habíamos trabajado juntos en el taller, lo inteligente que se mostraba cada vez que debatíamos sobre un libro, las ganas que quería de conocer todo... Se parecía un montón a mi hermano.

Asentí levemente con la cabeza, un movimiento casi imperceptible.

—Altas Capacidades, sí.

El chico la miró, intrigado. Era como si la viera por primera vez. Sus labios formaron una gran "O", sus dedos se habían detenido por completo. Mientras, ella permanecía sumida en un silencio sofocante.

—¿No vas a decir nada? —la instó su hermana.

Sky parpadeó y, por fin, se dignó a hablar.

—Desde pequeña mi mente ha sido un caos de ideas, pensamientos y datos incontrolables. He sentido una sed de saberlo todo, una que no se saciaba nunca. Sé lo que son las Altas Capacidades. En mi otro instituto había un chico unos años mayor que tuvo la suerte de conseguir una beca gracias a ellas para estudiar en un colegio especial. Yo... jamás lo sospeché.

»Pensaba que estas ansias que siento se deben a que tengo una mente inquieta. Mi cabeza es como un monitor que nunca se apaga, por mucho que lo intente. Solo... —Hizo una pausa, sus mejillas se tiñeron de un rosa suave. Suspiró—... Solo cuando escucho música o a Adam tocar la guitarra siento que el caos que hay en mí se evapora. No sé, simplemente pensaba que era una chica rara.

Él le dio un beso en la mejilla.

—Puedes sentirte abrumada, princesa. Es normal que no lo supieras, nadie nunca lo había pensado.

Agarré con más fuerza la taza de chocolate caliente casero. Estábamos en el apartamento que esos dos compartían, sentados en la sala de estar tan mona que tenían. El sofá era tan mullido que podría pasarme horas allí, sentado entre los cojines de color coral. Había muchas fotografías de ellos dos desperdigadas por la estancia. Mi favorita de todas era una en la que aparecían cuatro personas: Lynn, Kyle, Adam y Sky. Estaban todos embadurnados en pintura de todos los colores, las prendas blancas bañadas de vida. Los cuatro tenían el semblante lleno de alegría, con sonrisas deslumbrantes. La hermana de Felicity estaba en medio de una carcajada y su pelo tenía unas mechas californianas rosas envidiables, el pelo unos dedos más largos que en la actualidad.

Escuché a Sky refunfuñar. La miré justo en el mismo instante en el que ella hacía un mohín.

—Si tan inteligente soy, ¿por qué no lo he adivinado antes?

—Hay verdades que permanecen ocultas aunque las tengamos delante de nuestras narices —declaré con seguridad—. Como tú hay miles de chicos que no se diagnostican, que pasan desapercibidos, que son invisibles. Muchas veces los profesores piensan que sois alumnos problemáticos, porque os aburrís en clase y molestáis a los demás. Otras veces, se cree que sois malos estudiantes porque no prestáis atención. Sois personas que no llaman la atención y, por desgracia, no sois importantes para el sistema educativo. Por eso, he enfocado mi trabajo para el concurso Proyectos creativos para un futuro mejor en las personas con Altas Capacidades. Necesitamos más profesionales que os puedan guiar, porque solos no podéis, está claro.

—Eso es muy bonito de tu parte —habló la rubia con los ojos azul cielo brillantes de entusiasmo.

La señalé con el dedo.

—Aprovechando que estás aquí, quiero pedirte un favor: sé parte de mi proyecto. Necesito casos reales para mi trabajo de campo. Quiero dar lo mejor de mí.

Adam me miraba con detenimiento. Apretó a Sky contra sí mismo, en un aire protector.

—¿Por qué te interesa tanto? ¿Qué ganas tú con esto?

—¡No seas tan bruto! —lo recriminó Felicity.

Le dije con un gesto que se tranquilizara. Por supuesto, estaba en todo su derecho de desconfiar de mí.

Entrelacé los dedos por encima de la mesa de madera y me incliné hacia delante.

—Mi hermano mayor también era como tú, Sky. Cuando te conocí, lo vi reflejado en ti. Tenéis los mismos tics y las mismas manías. Me lo has puesto en bandeja, mi querida amiga rubia ultra inteligente.

—Me caes bien, escritor de éxito. Si no la cagas con mi hermana hasta podríamos ser buenos amigos.

Felicity soltó una carcajada.

—Te encanta, acéptalo de una vez. —Me revolvió el pelo. Me quejé. Ella repitió la acción con una risita adorable—. Admítelo, amas verme tan feliz.

—¿Quién es la ñoña ahora, hermanita?

Los cuatro nos echamos a reír. Me sentía muy cómodo y me encantaba pasar tiempo con ellos. Había descubierto que nada es lo que parece y que aunque fueran populares, eso no quería decir que fueran malos. Porque, a diferencia de los libros, la popularidad no está ligada a la maldad.

❀ ❀ ❀

Felicity y yo habíamos dado un paseo después de quedar con Adam y Sky. Era hora de corroborar si su hermana era de verdad superdotada o no y, por ello, queríamos solicitarle al mismísimo centro académico que le hiciera una prueba de inteligencia. Por muy seguro que estuviera de mi hipótesis queríamos asegurarnos para quedarnos más tranquilos.

Así que ahora por fin nos habíamos quedado solos. Estábamos caminando de la mano por uno de los senderos de tierra que daban al lago, los rayos del atardecer bañaban el páramo en tonos anaranjados, rosados y amarillentos que le daban un aura cargado de misterio. Podría escribir una escena con esta puesta de sol y jamás podría describir con exactitud lo bello que era, el manto del lago lamiendo la costa. Me encantaba Wilmington, era una ciudad llena de magia. Disfruté del aroma a tierra mojada.

Me arrimé a Felicity y le di un empujón juguetón.

—Tengo algo que decirte.

Ella me observó, llena de curiosidad.

—¿El qué?

Se me escapó una pequeña sonrisa tímida.

—Yo... he pensado en lo que dijiste acerca de la WattCon. Quiero ir.

—¡Genial! Ayer estuve hablando con Sky y Adam al respecto. Podríamos ir en grupo y...

—No —la corté deteniéndome junto a un banco, de cara al lago. Las aguas apacibles se veían espectaculares teñidas con el mismísimo color del fuego—, me refiero a que quiero ir como escritor. Quiero salir de las sombras y ser el protagonista de mi vida.

Ella me envolvió con sus brazos, los ojos brillantes.

¡Eso está padrísimo! Ya verás cuando se lo diga al resto. Garret, Sky y yo iremos en modo fangirls, aviso navegante.

Reí, aunque pronto el miedo se volvió a apoderar de mí. Le pegué una patada a una piedra.

—Tengo que reconocer que estoy muy cagado. ¿Y si no les gusta cómo soy?

Me dio un beso en la mejilla.

—Es normal que te asustes, pero, ¿sabes?, no debes de preocuparte por nada. ¡Vas a ser la sensación! No veas la publicidad que te va a dar.

Me crucé de brazos.

—Que conste que no lo hago por la publicidad. Creo que ya es hora de ser yo mismo. No quiero que me vean como al miedica que no supo dar la cara. Estoy muy orgulloso de lo que escribo. Los chicos heterosexuales también podemos escribir juvenil, romántica y erótica.

Ella me dio un fuerte abrazo. Volvimos a ponernos en marcha hasta llegar a su apartamento. Ya en el ascensor, acortó la poca distancia que nos separaba para quedar cara a cara, las pupilas aguamarinas titileantes.

—No sabes lo feliz que me hace que vayas a dar un paso tan grande. Me encanta esta nueva faceta tuya. —Enredó los dedos en mi pelo y, con ese simple gesto, una corriente eléctrica me sacudió por dentro. Cuando la tenía tan cerca, era imposible no pensar en otra cosa que no fueran su piel sobre la mía, el sabor salado de sus labios, su aroma embriagador—. Aunque también tengo que decirte que me encanta que seas tan tímido. —Enterró el rostro mi cuello, su aliento cálido cerca de mi oreja. Se me pusieron los pelitos de punta cuando me pasó la lengua por el lóbulo, un pálpito en mi entrepierna. Muy bajito, susurró—: Me gusta saber que puedo alterarte tanto, pero, al mismo tiempo, quiere ver si puedo llevarte hasta los confines de la locura.

Tiré de ella para que se me pegara aún más. Sonreí al ver cómo sus mejillas adquirían una tonalidad rosada al sentir lo que sus palabras habían provocado en mí, mi miembro palpitante contra su abdomen.

—¿Qué? Parece que ahora hemos intercambiado roles, mi pequeña lectora.

Intentó alejarse de mí, pero no se lo permití. En su lugar, le dejé un río de besos húmedos en el cuello. La escuché gruñir.

—¡Eso no es justo! No vale jugar con fuego.

Acerqué su boca a la mía, pero no las llegué a juntar. En su lugar, dejé una distancia mínima entre nosotros para hacerla rabiar. Descubrí cuánto me gustaba ver cada reacción que podía provocar en ella.

—¿No quieres que ardamos juntos?

Se le escapó un jadeo ahogado. Al ver la diversión en mis ojos, me alejó de ella de un empujón.

—¡Lo has hecho a propósito!

Me reí a carcajadas.

—¿Lo siento? —Esbocé mi mejor sonrisa de niño bueno.

Felicity resopló al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco.

—Te odio.

Tiré de su brazo para volver a pegarla a mí. Le di un beso casto en los labios.

—¡Vamos! Sabes que en el fondo te encanto.

—Presumido.

Su sonrisa la delató. La estreché contra mí.

—Ven aquí.

La besé para, unos segundos después, tirar de ella hacia su apartamento. Una vez estuvimos dentro, Felicity me agarró del cuello de la camiseta y unió nuestras bocas en un beso mucho más hambriento que el anterior. Pude sentir la suavidad de su piel en contacto con la mía, su pulso acelerado, la lujuria con cada movimiento.

Me encantaba todo de ella, su compañía, su personalidad, su carácter.

La separé cuando sus manos descendieron hacia el sur, directas a mi entrepierna. Tenía una erección enorme gracias al roce de su cuerpo con el mío. Sentí las mejillas calientes antes siquiera de empezar a hablar, pero debía decírselo antes de que llegáramos más lejos.

—Esto... Yo...

Felicity enarcó una ceja.

—¿Tú, qué?

Pude ver la burla en lo más profundo de sus ojos.

Se me encendieron aún más las orejas.

—Yo... no tengo... ya sabes... experiencia.

Me llevé las manos a la cara. Me sentí un torpe, un niño inexperto.

Ella esbozó una sonrisa perversa.

—¿Eso quiere decir que voy a ser tu primera vez? —Amplió aún más la mueca.

—¡No me estás ayudando!

Se me colgó como un koala.

Mi rey, no me importa nada de eso. Bésame. Te prometo que pararemos si no estás listo, pero, por favor, no te vayas ahora.

Enarqué una ceja.

—No es la Felicity borracha la que habla —añadió con los labios curvados y los ojos llenos de deseo. Se frotó de nuevo contra mí. Solté un taco—. Déjame enseñarte a sentir. Lo vas a disfrutar.

Tensé la mandíbula.

—Como sigas así, vas a volverme loco.

Acercó su boca a la mía, pero se detuvo a tan solo unos milímetros de mí. Tentadora. Provocativa.

—Entonces, deja que ambos perdamos la cabeza.

La besé, la besé con todo el anhelo que me recorría las venas. Sus manos enroscadas en las hebras de mi pelo me provocaron un gruñido gutural. Primitivo. Comprendí que sea lo que sea lo que ella tuviera en mente, estaría a su merced.

Nos guió hasta su dormitorio y, de una patada, cerré la puerta de un portazo sin importarme nada salvo el perfume femenino que me embotaba los sentidos y los escalofríos que me provocaban sus caricias dulces. Se deshizo de mi camiseta de un movimiento.

Soltó una maldición.

—Tienes un cuerpazo —murmuró al mismo tiempo que me recorría con los dedos los abdominales. Dejó un beso ardiente justo debajo de mi pecho.

Me latía la entrepierna, tenía muchas ganas de comprobar lo divertidos que podían ser los juegos de Felicity.

Su boca dejó un recorrido de besos húmedos por cada abdominal hasta llegar al borde de mi pantalón. Se relamió. Parecía una diosa del pecado.

Me desabrochó el botón.

—Ahora te voy a enseñar lo que es bueno. ¿Podrá soportarlo el pequeño Logan?

Incluso con esa nube de deseo que atontaba cada uno de mis sentidos pude esbozar una sonrisa pilla.

—El pequeño Logan no es tan pequeño —repetí las mismas palabras que le dije hacía tanto tiempo atrás.

Me quitó los pantalones de un rápido movimiento y los calzoncillos los siguieron instantes después. Se quedó con la boca abierta.

¡No manches! —exclamó en español para, después, tirarme sobre la cama, la misma en la que habíamos dormido juntos la vez en la que su yo ebrio intentó besarme.

Solo que esa vez estaba bien sobria, lo podía ver en esos iris hermosos.

—Voy a darte tanto placer que vas a querer repetir —me dijo, altanera.

—¿Qué vas a...?

Pero no pude terminar la pregunta, no cuando Felicity se metió mi miembro en la boca. En lo único en lo que podía pensar era en sus labios alrededor de mi polla, cómo chupeteaba la glande como si fuera un caramelo. Felicity me demostró que bajo esa carita de niña buena se escondía una mujer que no temía tomar la iniciativa.

Se había encaramado a la cama y me lamía con una devoción que me hizo apretar la mandíbula. Como siguiera así, iba a acabar corriéndome muy pronto.

De repente, se separó lo justo para quitarse el jersey, la camiseta y el sujetador, y mi centro recibió una descarga eléctrica al verla desnuda de cintura para arriba. Tenía un cuerpo espectacular, lleno curvas. Puede que fuera bajita, pero no tenía nada que envidiarle a las demás chicas. Tenía una cintura de avispa, el vientre plano y unos pechos rellenos con pezones oscuros y erectos, listos para que los lamiera.

Era perfecta.

—No es justo que tú estés totalmente desnudo y que yo no —me explicó al ver mi semblante ceñudo—. Ahora casi estamos mano a mano.

—Casi —susurré yo con la voz ronca, observándola con devoción.

Se inclinó hacia delante para darme un beso fugaz en los labios antes de volver a descender, esa sonrisita poderosa en la boca.

—Todavía no he acabado contigo —habló poco después. Me agarró con una mano y empezó a bombearme, arriba y abajo—. No pienso terminar hasta que no grites mi nombre, hasta que no te corras como ansío que lo hagas.

Tensé la mandíbula al ella aumentar el ritmo.

—Felicity...

Volví a meterse el miembro el boca y yo ya no pude controlarme más. Solté un gruñido ronco, respondí a sus lamidas, a su ritmo frenético. No podía... No quería...

Con un chillido primitivo, grité su nombre mientras me venía. En su boca. Nunca una imagen podía ser más erótica.

Me eché hacia atrás con la respiración agitada, la espalda apoyada en el colchón. Ella se unió a mí, radiante como siempre. La besé, la besé como nunca antes había besado a una mujer. Le recorrí el cuerpo con devoción hasta que por pura necesidad mis dedos viajaron hacia sus senos redondeados. Me lanzó una miradita larga, curiosa quizás por el siguiente movimiento que haría.

Mis dedos acariciaron sus pechos con torpeza. No sabía si lo estaba haciendo bien, pero por la forma en que se le entrecortó la respiración supe que le estaba gustando. Dibujando círculos constantes en sus pezones con ambas manos, le dejé un reguero de besos húmedos por el cuello hasta descender lentamente hasta el valle. Le di un beso justo ahí y lo siguiente que sé es que la estaba devorando como hacía tiempo soñaba en mis mejores fantasías.

Felicity sabía tan bien como olía. Sus jadeos llenaban la habitación de paredes blancas, la colcha verde bajo nosotros. Sus mejillas habían adquirido un rosa precioso.

Era la mujer más sexy del campus y yo era el tío con más suerte del planeta.

Mis manos se fueron solas hacia sus pantalones. Se rió al ver cómo me temblaban al intentar desabrocharle el pantalón, pero tuvo la decencia de no decir nada.

Su pantalón se unió al mío en el suelo y su tanga de encaje también los siguió. Felicity era el ser más hermoso de todos, con sus piernas torneadas y las caderas anchas.

Le dejé un beso en el muslo y ella, por inercia, abrió las piernas. Se me escapó una risita nerviosa al ver la humedad de sus pliegues. Me indicó con su propia mano cómo le gustaba que la tocaran y, así, pude escuchar sus jadeos y gemidos mientras mis dedos entraban y salían de su humedad cada vez con más seguridad. Con el pulgar, le tracé círculos en el clítoris y, pronto, sustituí los dedos que entraban y salían de su Monte de Venus con mi boca para saborearla.

Jamás olvidaré los ruiditos que salían de lo más profundo de su ser, cómo me agarraba el pelo y tiraba de él para indicarme cuánto estaba disfrutando.

Felicity se vino con mi nombre en sus labios y una sarta de tacos en español que solo provocó que quisiera estar dentro de ella. Pero no era el momento. Había sido un día largo y ambos estábamos exhaustos.

Me tumbé junto a ella. Su pecho subía y bajaba con frenesí, sus mejillas enrojecidos, los ojos cerrados y aún el cuerpo convulsionando. Le di un beso en la frente y, cuando abrió los ojos, vi amor en su estado más puro.

—¿Te quedas a pasar la noche conmigo? —preguntó en cuanto hubo recuperado el habla.

Enarqué una ceja.

—La última vez que me quedé a dormir acabé con un chupetón.

Me tiró una almohada azulona a la cara.

—¡Fue la Felicity borracha! —Carraspeó—. Te prometo que no haré más cosas indecentes... si tú no quieres, claro.

La insinuación de sus palabras me la volvió a poner dura.

No pude reprimir las ganas de besarla de nuevo y con cada beso quise transmitirle cada uno de los sentimientos que despertaba en mí. Sin quererlo, Felicity se me había metido en lo más profundo de mi alma.

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