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Capítulo 22

Felicity

Me dolía muchísimo la cabeza.

Notaba la boca pastosa, los párpados pesados como una tonelada de ladrillos. No quería levantarme. Me acurruqué aún más en las sábanas, aunque pronto la luz del exterior me hizo abrir los ojos. Maldije por lo bajo al mismo tiempo que los entrecerraba.

¿Qué había pasado anoche? Estaba en mi habitación, así que me había portado bien al menos. Lo último que recuerdo era que Logan me había llevado a casa.

Me lo había pasado genial, de eso sí que me acordaba. Había bailado hasta que me dolieron los pies y había bebido con la intención de olvidarme de todo, de la pelea entre Sky y su padre y de lo imponente que me sentí al respecto. Recordé vagamente estar con Logan fuera de la fiesta y de nuestro baile bajo la mirada atenta de las estrellas.

No sé qué hacía ese chico para que quisiera estar con él.

Te gusta. Te gusta mucho.

¿Me gustaba? La última vez que me había enamorado me habían roto el corazón. No quería volver a sufrir nunca, dejar en manos ajenas los pedacitos deshilachados de mi ser. Porque realmente lo pasé muy mal. Lloré muchos meses, me encerré en mí misma y me negaba a quedar con mis amigos. Mi hermana consiguió que poco a poco saliera de la burbuja de dolor en la que me había sumergido y, aun así, me negaba a ser la misma Felicity inmadura de antaño. No quería que nadie me lastimara otra vez.

Por eso me asustaban tanto los sentimientos que había empezado a desarrollar por Logan. Me caía muy bien y me lo había pasado en grande en la fiesta, pero ¿quería algo más? ¿Estaba lista para meterme de nuevo en una relación, para confiar en él a un nivel más íntimo?

De repente me puse tensa. Y es que había notado una persona no identificada en el extremo opuesto de mi cama.

Me incorporé como un resorte y al ver quién estaba a mi lado, se me encendieron las mejillas. Pero ¿qué había pasado? ¿Qué hacía Logan en mi cama?

Chinga tu madre.

Me vino un flash de la noche anterior: me había pegado a él y mi yo ebrio se le tiró encima con la clara intención de besarlo, pero él me rechazó con una sonrisa nerviosa. También me vi a mí misma sentada a horcajadas sobre él, lamiéndole el cuello.

¡Verga! ¿Cómo iba a mirarlo ahora a la cara?

Tenía que encerrar a la Felicity borracha bajo siete llaves. Si es que no podía beber sin liarla.

Escuché un murmullo apagado y en seguida me puse rígida de nuevo. Mierda, mierda, mierda. ¿Qué iba a pasar ahora entre nosotros? ¿Por qué tenía que estropear todo, con lo bien que me sentaba la pequeña amistad que teníamos?

Porque te pone a mil.

¡Cállate!

No podía... No quería...

Su voz silenció la verborrea de mis pensamientos.

—¿Lizzie?

Lo miré. Estaba tan guapo recién levantado. Tenía el pelo apuntando mil direcciones, los ojos somnolientos, una sonrisa perezosa y la voz ronca terriblemente irresistible.

Vale, tenía que frenar cada uno de mis impulsos, porque me moría de ganas de enterrar las manos en esas hebras castañas teñidas aún de azul y revolvérselas.

¡Para ya! Te prohibo sentir cosas por él.

Pero Logan no es como los demás. No te va a hacer daño. ¿Por qué no te dejas llevar?

Porque me aterraba que se rompiera lo que me quedaba de corazón.

Había permanecido con los ojos clavados en él, sin decir ni mu. Mascullé una maldición por lo bajo. Fenomenal. Ahora se pensaría que era una rarita.

Carraspeé.

—¿Qué haces... tú aquí? —pregunté con un ligero tartamudeo, aunque una parte de mí ya sabía la respuesta.

Cuando esbozó esa sonrisita deliciosa, quise que la tierra me tragara viva.

—Me invitaste a tu piso.

Puse los ojos en blanco. Sí, de eso me acordaba claramente. Lo que aún seguía borroso era el cómo había llegado a mi habitación. Espera, ¿qué había hecho con la camiseta? ¿No me digas que...?

—Ya, pero eso no explica que estés en mi cama con el pecho al aire, rey.

—Admite que te encanta lo que ves.

La imagen de su torso desnudo me hacía babear. Menudos abdominales tenía, y qué brazos. La Virgen de los abdominales lo había dotado muy bien. Me habría encantado pasar los dedos por cada uno de sus músculos y comprobar si su piel era tan suave como parecía. Y, quizás, lamerlo enterito.

Pero no podía hacer nada de eso sin exponerme.

Así que en su lugar, resoplé.

—Los he visto mejores.

—Bueno, tú estás guapísima con ese camisoncillo sexy que llevas.

Abrí los ojos de par en par. Espera, ¿qué...?

Me miré el cuerpo y estuve a nada de soltar un taco. ¿En serio, Liz, no tenías otro momento para liarla? Porque lo que llevaba solo lo guardaba para mis noches más picantes, no para dormir con un amigo. De color azul francio y con transparencias a la altura del estómago, dejaba muy poco a la imaginación.

Tú no lo ves así.

¡Dios, cállate de una pinche vez!

Me abaniqué con las manos. Aquello no podía estar pasando. Seguro que era solo una pesadilla de la que me despertaría muy pronto, ¿verdad?

Cuando se incorporó, fui consciente del chupetón que tenía en el cuello y yo quise cavar un hoyo y esconder la cabeza en él

No. Podía. Ser.

Me lanzó una miradita socarrona.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te has quedado tan callada? ¿Tengo algo raro en la cara?

En la cara no, pero sí en el cuello, pensé con las mejillas ardiéndome.

—N... No —mentí.

La sonrisita que me dedicó me indicó que lo sabía todo. Genial, simplemente genial. Cómo odiaba a la Felicity borracha.

Logan se arrastró hacia mí en la cama. Fui plenamente consciente de cada movimiento de sus músculos. Tragué saliva.

Se inclinó hacia delante, sus ojos brillando, divertidos.

—¿Te pongo nerviosa?

—Cla... Claro que n... no —balbucí.

Sin esperármelo, tiró de mí y me pegó a su cuerpo.

—Ven aquí.

Y así consiguió romper con toda la tensión del momento y la vergüenza que sentía. Me clavó los dedos en las costillas y yo empecé a reírme de forma histérica.

—¡Logan! —supliqué—. Para. Yo...

E intenté hacerle cosquillas yo también, pero el muy canalla me inmovilizó con tan solo un movimiento. ¿Cómo es que era tan ágil?

Aún llorando de la risa, intenté deshacerme de él arrastrándome como pude. Solo conseguí caerme de la cama y, para mayor vergüenza, se me subió el camisón lo justo para enseñarle las bragas de colores chillones que llevaba.

Silbó.

—Bonitas bragas. ¿Son de la zona infantil?

—¡No tiene gracia!

Pero por muy avergonzada que me sintiera, no pude evitar que se me escapara una pequeña sonrisa al verlo de tan buen humor.

Hasta que vi que tan solo llevaba unos calzoncillos. Pero, ¿qué?

Entonces recordé cómo mi yo alcoholizado había vuelto a hacer de las suyas. Le había intentado besar, le había quitado la camiseta y los pantalones siguieron su lugar segundos después. Logan había pretendido apartarse de mí, pero yo envolvía mis brazos en torno a él como un pulpo.

—Estás borracha, Lizzie —había murmurado después de haberme hecho tremenda cobra.

No sé cómo consiguió meterme en la cama sin que yo volviera a por él.

Me llevé las manos a la cabeza.

—Dime que la cosa no se fue de madre.

Él se acercó a mí y se sentó a mi lado, con la espalda apoyada en la cama y el culo pegado a la alfombra azul. Me miró, divertido.

—¡Me encanta la Felicity borracha! Es muy divertida. No sabía que fueras de esas chicas que se vuelven muy cariñosas cuando beben.

Ahogué un quejido.

—Dios.

—Te me pegaste como una lapa. Menos mal que no soy un tío que se aprovecha de la situación. Te me pusiste en bandeja, vaya que sí.

No tenéis ni idea de las ganas que tenía de coger el primer vuelo que pudiera e irme a la isla más remota que encontrara. ¿Por qué justo tenía que hacer el ridículo delante del chico que me gustaba?

Mascullé una maldición.

De repente, fui plenamente consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro, su calor corporal me transmitía una paz interior indescriptible. Me quedé mirando embobada ese pecho musculoso hasta que mis ojos descendieron más hacia el sur de su cuerpo. Se me escapó una carcajada.

—Parece que a alguien se le ha parado —comenté con una sonrisita socarrona.

En vez de sentirse avergonzado, se cruzó de brazos y adquirió aires de chulito.

—Te tengo vestida con un camisón extra corto. No llevas sujetador y se te marcan... ejem... ya sabes... —Se señaló el pecho.

Seguí el curso de su mirada. Jooooder. Era cierto. Al no llevar sujetador se me marcaban los pezones.

—Es por el frío —mentí.

Esbozó una sonrisa sabelotodo, pero no dijo nada. Menos mal.

—Será mejor que me vista —comentó, en cambio, poniéndose en pie.

—Sí, yo también debería vestirme. ¿Podemos hacer como que no ha pasado nada?

Alzó una ceja.

—¡Si no ha pasado nada!

Lo señalé, con las mejillas calientes.

—¡No te rías! Esto es humillante.

Pero en vez de alejarme, me acercó aún más a él.

—Ven aquí. Te ves muy mona con las mejillas coloradas.

Resoplé.

—No lo estás mejorando.

Me solté de un manotazo y me encerré en el baño. Me miré unos segundos en el espejo del baño. Tenía las mejillas muy rojas, el pelo revuelto en un nido de pájaros y un poco de babilla. Fantástico. Pero lo peor es que tenía ese brillo en los ojos que decía: «Me pones un montón».

¡No manches!

Por suerte, para cuando salí, Logan ya se había vuelto a poner los pantalones y la camiseta de color negro. Aún tenía el tinte azul en el pelo, aunque el efecto llama se le había ido por completo.

Aun así, seguía estando buenísimo.

Aproveché que usaba el baño para vestirme. Me puse unos vaqueros largos, un sujetador básico, una camiseta y un jersey. Iba a quemar el maldito camisón en cuanto se fuera, lo juraba.

Sin embargo, sentí un pinchazo de decepción al verlo dirigirse hacia la entrada principal.

—¿Ya te vas? —pregunté haciendo un puchero.

—Yo... —Carraspeó—... No quiero molestarte más.

—Quédate, por favor. Me gusta pasar tiempo contigo. Eres un buen amigo.

Amigo. Nunca antes una palabra podía escocer tanto.

—No sé...

Me coloqué a su lado con un par de zancadas y me acerqué lo suficiente para ponerlo nervioso. Me encantaba provocar eso en él. ¿Qué otras cosas podría despertar en Logan?

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de no poder controlarte?

Curvó los labios en una sonrisita irresistible. Se inclinó unos centímetros hacia delante, hasta que su boca se quedó a tan solo unos centímetros de la mía. Durante una fracción de segundo creí que iba a besarme de una vez por todas.

Pero no lo hizo.

—Quizás la que no pueda controlarse seas tú. Ya he visto lo mucho que te atraigo. —Me guiñó un ojo, pero en seguida rectificó al verme de morros—. ¡Oh, no te enfades! Eres adorable.

Pero yo no quería ser adorable. Quería que me viera como la mujer sexy y atractiva que era.

—Eres un capullo —refunfuñé al mismo tiempo que le daba un suave golpe en el pecho.

Se carcajeó.

—Y bien que te encanta que sea así —se jactó.

Dios, como no parara de coquetear así de descaradamente, no iba a poder reprimir el impulso de besarlo.

Así que para aliviar el ambiente, le agarré del brazo y tiré de él con suavidad hacia el interior del apartamento. Me mordí el labio inferior.

—Por favor, al menos quédate a desayunar. Es lo mínimo tras haberte hecho pasar la peor noche de tu vida —supliqué.

—No ha sido para tanto. A ver, sí que es cierto que me he sentido un poco violento cuando te me has subido encima, pero no estoy enfadado. Eres una tía muy guay, me caes muy bien. Tienes una personalidad muy bonita.

Le puse ojitos.

—¿Te quedas?

Sonrió.

—¿Cómo voy a negarme si me miras así?

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