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Capítulo 21

Logan

Había un gran revuelo entre los estudiantes de la NCU por la fiesta de disfraces que iban a celebrar pos Halloween las chicas de la fraternidad Darks. Todo el mundo quería ir y ya tenían sus atuendos a punto... salvo yo. Aún dudaba en si sería una buena idea. James y sus amigos estarían y estaba seguro de que se comportarían como unos auténticos descerebrados.

Pero, claro, no contaba con la insistencia sofocante de mis dos compañeras de piso.

Logy, tenés que ir. No seas boludo.

—No voy a ir. No podéis obligarme.

Itzi, desde la cocina, suspiró.

—Va a estar genial y he oído que tu crush va a ir. ¿Qué mejor forma de celebrar tu cumpleaños? Ojalá yo hubiera nacido en unas fechas tan guays: fiestas con temáticas terroríficas, muchos lanzamientos de los libros que te encantan leer...

—Una torre de libros pendientes por leer... —Me crucé de brazos—. No iré.

Pero cambié de opinión en cuanto Felicity se acercó a mí en el taller de lectura. Habíamos terminado de debatir sobre el último libro que habíamos decidido leer entre todos y había sido una verdadera fantasía. Incluso había anotado un par de ideas que añadir a la reseña que ya había escrito.

Total, que estaba en mi mundo guardando el libro en la mochila cuando, de repente, la encontré a tan solo unos metros de mí. Estaba espectacular. Tenía el pelo recogido en una corona trenzada que, después, fluía suelto en pequeñas ondas perfectas. Por no decir de la falda negra y el jersey de brillos que llevaba.

—¿Has visto lo de la fiesta de la fraternidad de las chicas Darks? Tienes que ir.

Suspiré. Había sido una semana intensísima y lo que menos me apetecía era estar rodeado de hormonados frotándose entre sí. No, gracias. No me apetecía una dosis extra de feromonas.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres que vaya?

—Bueno, yo voy a ir y siempre me lo paso mejor cuando tú vienes. Además, Sky me ha dicho que tu amiga Lynn también irá y que le apetece que vayamos rollo grupo, disfraz incluido. Como la última vez cada quien se vistió como quiso... No sé, he pensado que sería fantástico. Tiene algunas ideas que dan miedo de verdad.

—Yo...

Vale, me había quedado en blanco. Genial. ¿Por qué aún me ponía tan nervioso cuando estaba con ella?

—Ya sé que la fiesta es en unos días, pero quiero que vayamos todos. ¿Te apetece venir conmigo? He quedado con Adam y Sky a la salida y les he dicho que vendrías.

Abrí los ojos de par en par. ¿Que les había dicho qué? ¿En serio quería que fuera con ellos?

Somos amigos, me recordó mi subconsciente.

—Veo que no me queda más remedio.

Wow, por favor, rezumas entusiasmo.

Reí.

—Perdona, es que... me has pillado por sorpresa. Yo... llevo unos días enfrascado en mi proyecto para el concurso y había planeado una noche de pelis.

—Pues siento cancelarte el plan. Tú te vienes con nosotros.

Y, claro, no pude negarme. ¿Cómo hacerlo cuando me miraba con esos ojitos tan bonitos?

❀   ❀   ❀

Las fiestas jamás habían sido lo mío, o eso había pensado. Nunca antes me había planteado que me gustaría la idea de cantar a pleno pulmón con mis amigos mientras movía el cuerpo, desenfrenado. Cuando estaba en el instituto, me intimidaban: había demasiada gente, olía a muerto, hacía un calor insoportable y todos se restregaban entre sí como animales en celo.

Resoplé. Me sentía ridículo con las pintas que llevaba. ¿Por qué me había dejado engañar?

Una risita me llamó la atención. Felicity bailaba muy pegada a Sky.

Ah, sí, por eso.

Ella me había arrastrado lejos de la burbuja que había creado para con los demás, me había sacado de mi zona de confort y me había demostrado que la espontaneidad podía ser muy divertida.

Sus ojos aguamarina se clavaron en los míos. Me indicó con un gesto que me uniera a ellas. Negué con la cabeza y me quedé donde estaba, con el refresco en la mano. Me había tocado no beber, así que me haría cargo de llevarlos a todos a casa sanos y salvos.

Me volví un momento cuando noté como James me miraba desde lejos, como un depredador a punto de lanzarse a por su presa. Puse los ojos en blanco. Lo mejor que podía hacer era ignorarlo.

Noté que alguien me pasaba un brazo por la espalda y, al volverme, me encontré a Felicity a tan solo unos pasos de distancia. Estaba increíblemente sexy con su disfraz de Maléfica, un vestido negro ajustado, el bastón mágico coronado por una bola púrpura hecho a mano y, como guinda del pastel, unos cuernos muy realistas que no sabía de dónde había sacado.

Sí, íbamos de villanos Disney.

Me agarró de la mano libre e intentó tirar de mí.

—No seas soso y ven a bailar, Logan. Todo el mundo se lo está pasando bien.

Claro que sí. Lynn lo estaba dando todo en la pista de baile, moviendo el vestido de color rojo, glamuroso y retocado que su madre le había comprado el año pasado, los rizos de la peluca bicolor blanca y negra revoloteando por el movimiento. Llevaba un cigarro de esos antiguos en una mano.

Por otro lado, Sky y Adam estaban muy pegados el uno al otro. Se les veía muy enamorados. Ella, con su conjunto rojo y negro lleno de referencias al País de las Maravillas, estaba radiante. Si incluso llevaba los ases de cada palo cosidos en la falda con acabado en efecto tutú. Él, en cambio, parecía salido de otra época. Los pantalones anchos, la camiseta agujereada, el garfio en la mano izquierda y la peluca de pelo largo y rizado le daban un aire muy realista. Coronaba el disfraz con un gorro de pirata y un bigote muy al estilo Gaudí.

Le di un último trago al refresco antes de deshacerme de la botellita de cristal.

—No me apetece bailar.

Felicity soltó un quejido lastimero.

—Eres el Hades más aburrido que conozco.

Me señalé.

—Es lo que hay, preciosa. Lo tomas o lo dejas.

Pero al final no pude negarme, no cuando vino con Lynn y entre las dos me sacaron a bailar. Media hora después, Adam y Sky se nos habían unido y, debía admitirlo, me lo estaba pasando genial. Más cuando Felicity me pidió que bailáramos una lenta.

Vale, ¿eso era una cámara oculta? Me sentí tan torpe. Solo esperaba no pisarla o no caerme encima de ella.

Se rió a carcajadas cuando intenté seguirle el ritmo y me salió un paso desastroso, aunque pareció darle igual lo inútil que fuera; se me pegó aún más. Me dio un vuelco el corazón y un sudor frío me recorrió la espalda. Tragué saliva. Solo esperaba que no se diera cuenta de lo alterado que me latía el corazón y del sudor frío que me recorría la espina dorsal.

—Me gusta pasar tiempo contigo —me susurró al oído. Su aliento cálido me puso el vello de la nuca de punta.

—A... —Carraspeé—. A mí también me gustas... ¡me gusta...! Estar contigo. Me... Me caes bien.

Vale, cerebro, ¿podrías ponerte en funcionamiento? Estaba balbuceando como un bebé y no quería que se diera cuenta de lo pillado que estaba por ella.

Sin embargo, a Felicity no pareció importarle, ya que simplemente emitió una suave carcajada que provocó un aleteo en mi pecho.

—Eres genial, ¿lo sabes? Me caes muy bien. Y ahora que por fin estás sacando tu verdadera personalidad a flote, estás mucho más bueno.

Vale, Felicity ya había bebido suficiente.

—Será mejor que no deje que te acerques a por otra copa. Estás muy cariñosa.

Hizo un mohín.

—¡Si lo soy siempre!

Reí.

—Pero no tanto. —La tomé de las manos y la llevé lejos de la pista de baile y del alcohol—. Ven, vamos a tomar un poco de aire fresco. Te sentará bien.

Se me pegó aún más.

—Solo si vienes conmigo. Me encanta que seas tan sobreprotector. En realidad, me gusta todo de ti, incluso cuando eres un soso y no quieres bailar conmigo —murmuró con un puchero adorable pintado en esa boquita teñida de negro.

Me puse una nota mental de no dejarla emborracharse cuando estuviera con ella. Me gustaba lo mimosa que era, pero sabía que todo era debido a los efectos del alcohol. Estaba claro que no sabía lo que decía.

Cuando por fin pudimos salir fuera, el aire frío me hizo soltar un gran suspiro. ¡Qué bien se estaba! Dentro hacía un calor asfixiante.

Un par de chicos miraron con descaro a Felicity. Tenía las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes y el disfraz resaltaba cada uno de sus atributos. ¿Tenía tanto pecho? ¡Menudas piernas! Me entraban unas ganas inmensas de pasar las manos por su cuerpo y no separarme nunca.

—¿Qué miráis? Ni que no hayáis visto nunca a una chica guapa —gruñó con todo su descaro. Porque sí, había descubierto que el alcohol la hacía ser muy descarada.

Y a mí me encantaba.

¿Podría ser más guapa? ¿Era posible que mis sentimientos hacia ella hubiesen crecido?

Me señaló con el dedo, en sus labios oscuros se había dibujado una gran sonrisa.

—El azul te sienta muy bien. Estás muy bonito.

—¿Acabas de llamarme bonito en español?

Escondió otra sonrisita.

—Puede. No entiendo cómo las chicas no se tiran a tus brazos. Qué, por cierto, menudos brazos. ¿Por qué no le diste una paliza a James? ¿Por qué dejaste que te pusiera el ojo morado en aquella fiesta?

—Porque sé que no te gustan las peleas. Estabas muy alterada por lo que el idiota había hecho y yo no quería empeorarlo. Pensé que lo mejor era que creyera que había ganado.

Felicity se me tiró encima, con las manos apoyadas en mis brazos. Sus pupilas reflejaban la emoción del momento.

—¡Eres el chico más bueno del mundo! —Le brillaron los ojos. Se pegó más a mí si es que eso era posible, sus manos se enroscaron en mi cuello—. ¡Esta es mi canción favorita! ¿Bailas conmigo?

¿Cómo negarme cuando me hacía un puchero tan mono?

La tomé de la mano y, juntos, seguimos el ritmo de la melodía. Me gustaba, me gustaba mucho. Pero lo mejor fue que desde ese momento Felicity no se separó de mí en toda la noche.

❀   ❀   ❀

Me tocó hacer de chófer. Había perdido cuando sorteamos a suertes quién sería el pringado que llevaría el coche y, como buen perdedor que era, había sido el elegido. Así que dejé uno a uno en su casa hasta que solo quedamos Felicity y yo.

Solos.

Tragué saliva.

La morena, sentada en el asiento del copiloto, jugueteaba con las canciones de mi playlist hasta que dio con una que pareció gustarle. Empezó a mover la cabeza al son de la música, tarareando la letra en bajito, casi imperceptible.

La estudié con detenimiento cuando nos detuvimos en un semáforo. Estaba feliz. Me encantaba ver el brillo de sus ojos cuando volvió a abrirlos, sus labios curvados en una sonrisa genuina que me aceleraba el corazón. El coche olía a su perfume, a flores blancas con un toque mentolado. Me gustaba, me gustaba todo de Felicity.

—Bueno —dije en un intento de romper el silencio—, pues ha quedado muy buena noche.

Mi acompañante se echó a reír.

—¿Por qué pareces tan nervioso? —Hizo una pausa que aprovechó para inclinarse hacia mí, sus ojos verdes relucientes, divertidos—. Oh, ¿te pongo nervioso?

Puse los ojos en blanco.

—Sí, claro. Te lo tienes muy creído.

Se carcajeó.

—El pequeño Logan se altera al verme —se jactó.

—El pequeño Logan no es tan pequeño —mascullé, irritado.

La mirada que me lanzó despertó esa parte de mí que llevaba queriendo jugar en cuanto la había visto con ese vestidito corto y esas piernas de infarto al aire.

Un claxon me sobresaltó. Mierda, el semáforo ya se había cambiado de color.

Conduje hasta llegar al apartamento y mi intención era irme al mío, pero, claro, Felicity no estaba satisfecha.

—¿Por qué no subes un rato? Aquí hace frío.

Se me escapó una risita ahogada.

—Sabes que tengo casa, ¿verdad?

Chasqueó la lengua.

—Ya, bueno, pero yo quiero invitarte a un refresco o lo que sea para agradecerte que me hayas traído.

Me mordí el labio.

—No creo que sea adecuado. Estás borracha, Liz.

Acercó su rostro al mío. Dios, olía tan bien, se veía tan apetecible.

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo quedarte a solas conmigo, rey?

Miedo me daba no poder controlarme y besarla con las ganas que tenía de hacerlo. Su piel perfecta era la mayor de las tentaciones, su voz dulce como una buena canción.

—Yo...

Pero no pude seguir, no cuando me miraba de esa manera tan sensual y coqueta. Se me fueron los ojos a sus labios y, lo admito, hacia su escote pronunciado. ¿Por qué tenía que ser tan inalcanzable?

—Vamos, Logan. No muerdo... todavía. —Me puso ojitos al mismo tiempo que batía las pestañas—. Ven. Me comportaré, lo prometo.

Gruñí.

—Solo un refresco —señalé.

—Ajá.

—Y luego no te pondrás insistente, ¿vale?

Esbozó la sonrisa más maliciosa de todo su repertorio.

—Eso ya no puedo prometértelo.

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