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Capítulo 17

Logan

No era la primera vez que me quedaba a cargo de Kylie y Levi. Lidiar con niños se había convertido en una tradición.

Lynn me había llamado la mañana del sábado porque la canguro la había fallado y, como debía estar en su puesto en la librería, no podía cuidar de los pequeños. Así que me presenté sobre las ocho y media de la mañana aún en el quinto sueño.

—Gracias por echarme una mano. Siento no haberte avisado antes. Lara ha pillado la gripe.

Le quité importancia con un gesto de la mano.

—No te preocupes. Adoro a ese par.

Ella sonrió.

—Solo espero que no te den muchos problemas. Estaré de vuelta a eso de las dos y media. He dejado la comida preparada. No los atiborres con mucho azúcar, que luego se ponen como motos y no hay quien los aguante. Ah, he dejado el teléfono de su pediatra en la nevera por si lo necesitaras.

Le dediqué una sonrisa confiada.

—Lo tengo todo controlado. No es la primera vez que cuido al dúo dinámico.

—Lo sé, pero aun así no puedo evitar preocuparme. Mis niños están creciendo muy rápido —Hizo un puchero. Se ajustó mejor el abrigo antes de girar sobre sí misma—. Voy a comprobar que estén bien antes de marcharme.

Vi cómo desaparecía a lo largo del pasillo y se metía en una de las tres habitaciones. Me conocía la casa de memoria de todas las veces que había estado allí. Sabía que la pequeña cocina y la sala de estar estaban nada más entrar y que al fondo había dos dormitorios, ambos enfrentados: el de la derecha era el de los mellizos y el de la izquierda el de mi mejor amiga. Al fondo se encontraba el baño.

No era un apartamento muy grande, pero era lo único que podía permitirse con el sueldo que le daban en la librería. Por ahora les bastaba, pero que en cuanto los críos crecieran un poco necesitarían más espacio. Mi mejor amiga estaba ahorrando para poder alquilar algo mejor.

Estaba dejando la chaqueta colgada en el armario de madera clara que había en la entrada cuando la escuché regresar. Se recolocó un mechón tras las orejas.

—Aún siguen dormidos. —Sonrió. Lynn quería mucho a sus hijos—. Gracias por hacerme el favor. No quería molestar a Sky. Sé que en unas semanas tiene la primera ronda del concurso ese de súper empollones al que, me sorprende, no te has apuntado.

Reí.

—Sabes que no me interesa. Quiero tener tiempo para poder dedicarme a mi vida súper secreta.

Me señaló con el dedo, divertida.

—Para todos los seguidores y visitas que tienes en Wattpad, no me puedo creer que una editorial no te haya fichado ya. ¿Le temen al éxito o qué? Estoy deseando poder poner a tus pequeños en la sección de novedades y desde ya te aviso que quiero organizarte una presentación. Mi jefa está encantada con mi trabajo y me ha ofrecido quedarme indefinidamente cuando me gradúe. Sabes que amo la carrera, pero mi pasión son los libros.

Claro que lo sabía. Desde que éramos unos críos ambos habíamos visitado todas las bibliotecas del barrio y devorado cada libro. A Lynn le brillaban los ojos cada vez que pisábamos una librería y trabajar en una era todo un sueño hecho realidad para ella.

Le echó un vistazo al reloj antes de soltar una pequeña maldición.

—Me tengo que ir. No hagáis muchas trastadas.

Se despidió de mí con un beso en la mejilla.

—Que te sea leve. Yo estaré aquí con mis aliados haciendo a saber qué cosas mientras tú estás en un trabajo aburrido.

Desde la puerta, soltó una carcajada.

—¡Vender libros es lo mejor del mundo!

Antes de perderla de vista le guiñé un ojo mientras me acomodaba en sofá listo para afrontar un nuevo día.

❀ ❀ ❀

Kyley y Levi eran los niños más buenos con los que había estado. La niña era la más revoltosa de los dos. Era curiosa, le encantaba tocar cada cosa que se le cruzaba por el camino y, cuando quería, era toda una manipuladora. O quizás el blando era yo.

Tito Lojji, tito Lojji —me llamó Kyley tirándome suavemente de la camiseta—, ¿pedo comej una piruleta?

La nena batió esos pestañones que había sacado de su madre. Sonreí. En efecto, la niña había heredado la misma manera de mangonear a los demás a su antojo. Cuando éramos pequeños, Lynn usaba la misma treta para salirse con la suya.

Me puse a su altura. Tenía los pómulos llenos de suaves pecas, unos ojitos color ámbar y el pelo castaño recogido en dos trenzas que le había hecho. No se parecía mucho a mi mejor amiga. Lynn decía que era clavadita a su padre, quien había muerto meses antes de que los mellizos nacieran.

—¿Me prometes que luego vas a comerte toda la comida? No querrás que mami se enfade, ¿no?

La niña meneó la cabeza de un lado a otro.

—Te lo plometo, tito.

Se me dibujó una gran sonrisa. Le hice cosquillas en la barriga. Su carcajada infantil fue todo un regalo.

—Ve a por Levi. Veamos qué podemos hacer. —Le guiñé un ojo, sonriente.

La pequeña correteó por el pasillo en busca de su hermano. Eran como uña y carne, pero a veces necesitaban estar separados y no tenían ningún inconveniente en jugar cada uno en una habitación. Aunque para mí ello suponía ir de un lado a otro constantemente.

Los escuché llegar.

Busqué en el mueble donde mi mejor amiga guardaba los dulces. Podía darles un caramelo al día a cada uno, según las instrucciones que me había dado ella.

Agarré dos piruletas y se las di: la de fresa para Levi y la de limón para Kyley, pero en seguida me las tendieron de vuelta.

—¿Nos las ables, pol fi?

Me di una toba mental. ¿Cómo podía ser tan tonto?

Ya con sus dulces en la boca, los dos se pusieron a jugar juntos de nuevo. Les tomé una foto a escondidas para enviársela a Lynn.

«¿No son adorables?»

Me escribió media hora después.

«Ojalá poder estar con ellos. No quiero que crezcan tan rápido.»

Me senté junto a los niños, que seguían a lo suyo. Levi alzó la mirada. Tenía los mismos ojos marrones que su madre y la misma tonalidad castaña de pelo. Era una pequeña copia de ella. Kyley también me observó.

Les señalé el teléfono.

—¿Queréis decirle algo a mami?

—¡Chi! —exclamaron al unísono con esa lengüita de trapo que ambos tenían.

Encendí los mensajes de voz.

—Lynn, creo que Kyley y Levi quieren decirte algo, ¿verdad, chicos?

—Mami. Te quelemos musho.

Lojji es muy weno —añadió la niña—. Peloereg musho mejjó.

Se lo envié y, acto seguido, mi amiga empezó a escucharlo. Seguramente estaba en su descanso del mediodía. Un minuto después, recibí una videollamada entrante. Sonreí. Era ella. Me coloqué en un ángulo donde apareciéramos tres, con la niña a mi derecha y el crío entre mis brazos, iluminados por la luz del sol que entraba por la gran ventana de la sala de estar.

—Tía, me ha secuestrado este par —hablé nada más descolgar—. Dicen que si no les das una bolsa de gominolas a cada uno, no van a soltarme. Tú decides.

Los pequeños se rieron, su carcajada infantil inundando toda la estancia. Mi mejor amiga torció el morro.

—Ummm, no pareces estar en apuros. Hasta que no te aten y amordacen no pienso intervenir. —Me guiñó un ojo.

—Eres mala.

—Mami es muy wena —la defendió Levi.

—La quelíamos musho más chi nos diella más shushes.

No pude evitar reírme y Lynn tampoco.

—Kyley, eres una manipuladora —lo acusó.

Le revolví el pelo a la niña.

—¿De dónde has salido, campeona?

—De la tipita de mamá —respondió con las mejillas coloreadas.

Su inocencia me sacó otra sonrisa. No sabéis cómo los quería. Puede que hubiesen sido toda una sorpresa, pero no los cambiaríamos por nada del mundo.

—Tengo que colgar, mis niños. Sed buenos con Logy, ¿sí? Ya no queda nada para que volvamos a estar los tres juntos.

Con esas palabras, cortó la llamada y yo me quedé un buen rato con ese par encima de mí... hasta que volvieron a ponerse a jugar. Me uní a ellos y el resto de la mañana pasó volando.

Amaba esos pequeños momentos que la vida me regalaba. Los atesoraba en mi corazón y parte de ellos los modificaba para usarlos a mi antojo en las historias que creaba.

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