Capítulo 10
⭑ Felicity ⭑
Menudo día de mierda que había tenido. Me había bajado la regla y estaba con unos dolores que no me tenía en pie, ni siquiera con el buen chute de analgésicos que me había tomado. Luego, uno de mis profesores había decidido emparejarme con uno de los chicos más idiotas de la clase y, como guinda del pastel, me había tirado el café encima.
—¿Puede terminar ya mi pesadilla? Por favor y gracias —lloriqueé cuando caminaba a la clase más aburrida de todo el semestre.
Para cuando acabó el día, yo ya estaba arrastrándome por los suelos. Por suerte, había quedado con Adam y eso siempre me daba un buen subidón de energía. Me estaba esperando en la entrada de mi facultad, puntual como un reloj, con su adorada guitarra dentro de su funda. Me tiré a sus brazos.
—¡Adam! Te he echado mucho de menos —declaré aún pegada a él.
Se rió de mí.
—Lizzie, nos hemos visto hace dos horas.
Hice un ruidito con los labios.
—No es suficiente. Extraño verte todo el rato.
Desde que nos habíamos graduado no habíamos vuelto a estar juntos en un mismo aula. Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y volver a sentarme junto a él en clase para poder compartir chismes entre susurros y pasarnos notitas.
—Eres una exagerada.
Le eché un vistazo. Llevaba cada mechón colocado en un peinado alborotado muy bien estudiado. Su piel bronceada seguía ahí, como siempre, pero su mandíbula se veía más marcada que cuando íbamos al instituto. Y los músculos de su cuerpo más definidos. Si bien Adam no era un hombre que hiciera mucho ejercicio, se notaba que pasaba horas y horas tocando la guitarra. El tío tenía los bíceps muy bien marcados.
No me extrañaba que Sky babeara por él.
Mi mejor amigo me tendió una mano. Me aferré a su brazo y, juntos, comenzamos a caminar por el campus lleno de estudiantes. El suelo de grava crujía bajo nuestros pies, mojado aún por la lluvia torrencial de esa mañana. El aire frío de finales de octubre se me coló hasta en los huesos.
Señalé la funda.
—¿Qué tal te ha ido el día? El mío ha sido una puta mierda.
Adam clavó los ojos marrones en mí. Una sonrisa iluminó sus facciones.
—Mis compañeros y yo estamos ensayando mucho porque este año queremos destacar en el recital. Les hemos escuchado a los de cuarto que este año vendrán unos cazatalentos en busca de sangre nueva. Ya sabes que quiero dedicarme a la música.
Claro que lo sabía. Su pasión por el ritmo había nacido al mismo tiempo que él. Había aprendido a tocar la guitarra cuando apenas tenía cuatro años. ¡Cuatro! Y ya componía a los siete. Si bien sus primeras canciones eran horribles, nos dejó muy claro a todos que había venido al mundo para ser músico.
Y vaya si lo hacía bien. Ahora que había encontrado a quien los inspirara, no había quien lo parara.
Me dio un golpecito en el hombro.
—¿Has escuchado el audio que te envié anoche? A Sky le gusta mucho, pero ya sabes que quiero saber tu punto de vista. Gracias a ti pude componer aquella canción para el cumpleaños de mi luciérnaga.
Porque juntos habíamos creado verdaderas maravillas. Bueno, él. Yo solo le había dado ideas, porque de música no tenía ni pajolera idea.
Sonreí. Saqué el teléfono del bolsillo y volví a poner el audio en alto.
—Liz, ¿qué te parece esto como posible estribillo? —decía y, segundos después, empezó a tocar los acordes. Una melodía estremecedora rompió el silencio, preciosa. Poco después, empezó a cantar:
"Tú eras una chica mala,
y yo, el chico bueno que te miraba.
Diferentes, pero tan iguales.
Eras cruel con los demás,
solo para esconder la verdad.
Que no eras la villana.
Yo te supe ver,
A la chica de ojos brillantes,
de sonrisa perspicaz,
e inteligente como nadie.
Tu luz deslumbra allá donde vayas,
radiante como el mismísimo sol.
Tu risa es tan franca y sincera,
y tu voz tan dulce como la miel.
¿Puedes tomarme de la mano
y no soltarme nunca?
¿Puedes regalarme esa sonrisa
que tanto me gusta?"
Me borró con las yemas de los dedos las lágrimas que, sin darme cuenta, había empezado a derramar. Algo se había removido en lo más hondo de mí al escucharlo cantar su historia, de cómo Sky empezó a confiar en él mientras los demás creíamos que era una niñita insoportable.
—Es solo un borrador. Aún no está acabada —se justificó a todo correr, con una sonrisa tímida en los labios.
Me derretía ver lo enamorado que estaba de mi hermana. Llevaban juntos casi tres años y esa chispa no se había extinto, seguía ahí, ardiendo con cada mirada cómplice, con cada roce.
Por primera vez pensé en cómo sería encontrar a ese chico que luchara tanto por mí, que no se rindiera, que rompiera todos mis esquemas. No quería sentir, no quería volver a salir lastimada, pero también quería vivir en carne propia mi propio cuento de hadas.
—Es perfecta. —Sorbí por la nariz.
—Gracias. Sky me ha ayudado a definirla.
Claro, ¿qué cosa no se le daba bien? A veces sentía tanta envidia de ella. No había nada que no pudiera hacer. Bueno, sí, arreglar las cosas con su padre. Su relación era cada vez más tensa. Mi hermana evitaba a toda costa cruzarse con él y las comidas o cenas conjuntas se volvían un puto infierno.
Lo señalé. Su gesto era una clara mueca de enamorado.
—Ay, pero cómo me gusta verte así de contento. Ella te hace muy feliz.
Se pasó las manos por el pelo. Su sonrisita podría haber eclipsado al sol.
—¿Te acuerdas de cuando te decía que Sky era buena? ¿De cuando te insistía en que le dieras una oportunidad?
Asentí. Qué lejos se habían quedado esos días en los que, siendo apenas unos chavales sin experiencia en la vida, nos lo contábamos todo.
Me apoyé en él.
—Debí haberte hecho caso. Sky es un ser de luz.
Caminamos un rato en un silencio tranquilo, con el único ruido de nuestras pisadas de fondo y el murmullo apagado de las conversaciones lejanas. Abrió y cerró la boca un par de veces, quizás sin saber muy bien cómo sacar el tema, hasta que al final me dio un ligero empujón juguetón.
—Te vi en la fiesta con un chico. No vi mucho porque ya sabes cómo es tu hermana; me arrastró hacia la pista de baile y no se detuvo hasta que no pudo más.
Cierto, había ido con ellos a la fiesta de la fraternidad Magnus.
—Solo le estaba ayudando. James le dio una buena paliza.
Adam frenó en seco y me miró de hito en hito, la perplejidad tatuada en sus rasgos.
—¡¿Que el idiota de mi primo ha hecho qué?!
Me mordí el labio inferior, pero no me achanté.
—No sé por qué se pensaba que quería liarme con él. Empezó a tirar de mí. Me decía que yo también lo estaba buscando. Nadie hizo nada, solo él. Logan intentó ayudarme, pero el muy capullo le dio un puñetazo. Yo... Me siento fatal por todo lo que ha pasado.
Parecía que Adam iba a matar a alguien. Se le marcaba una vena en el cuello, la mandíbula tensa y los puños apretados. Intenté calmarlo poniéndole una mano en la nuca.
—No ha pasado nada. Logan llegó a tiempo y luego el idiota se marchó.
—Pienso mantener una charla bien seria con él. Y, de paso, romperle la nariz. —Se pasó la mano por el rostro—. Mira que le dije que tú eras territorio prohibido. ¿Me hizo caso? No. Siempre hace lo que le sale de la punta de la polla. Nadie se mete con mi mejor amiga. Me encargaré personalmente de que se mantenga lejos de ti.
—¿Me lo prometes?
—Claro que sí. Estás por encima de todo.
Sonreí. Me volví a colgar de su brazo antes de reanudar la marcha. Adam era el tío más leal que había conocido, el mejor regalo que la vida me había dado. Juntos éramos un equipo inseparable. No había nada que no pudiésemos hacer.
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