Epílogo
Hugo se encontraba barriendo el lustroso suelo de madera de la cafetería. En algún lugar de la cocina, una radio inundaba el local con una melodía rápida y fiestera.
La atmósfera estaba en calma.
No había gritos, ni discusiones, ni malas caras ni insultos.
No desde hacía dos semanas... No desde esa noche.
Y era extraño, muy extraño. Sobre todo para sus compañeros, quienes estaban más que acostumbrados a las continuas peleas que protagonizaba con la chica que aparecía todos los días cientos de veces en su mente y hacía que su estómago se revolviera.
Porque recordaba a la perfección lo que había ocurrido en ese sombrío y cutre descansillo. Pero claro, él no podía decírselo a nadie, no sin saber si ella lo recordaba tan bien como él.
A veces creía que sí debido a que se ponía nerviosa a su alrededor o se sonrojaba furiosamente cuando sus ojos se encontraban y, en alguna que otra ocasión, creyó notar que la chica deseaba decirle algo, pero siempre terminaba por marcharse sin soltar prenda.
Por otro lado, había días en los que simplemente realizaba sus tareas con rostro serio, sin hablar y sin lanzarle ni una sola mirada, como si él no existiera.
Entonces, ¿qué debía creer? ¿Qué sí lo recordaba o que era ajena a ello? ¿Debía hablar con ella o dejar las cosas así?
Hugo suspiró sintiendo como sus sienes latían con fuerza.
«Tengo que dejar de calentarme la cabeza con esto —se dijo—. Ya no estoy en el instituto».
Y es que parecía un torpe adolescente que empezaba a tontear con chicas por primera vez.
Él no quería sentirse así. Pero claro, el que varios gorriones anidaran en su tripa presagiando el que pudiera ocurrir algo más no podía preverse con antelación. Ni evitarse.
«Si al menos supiera lo que ella piensa...»
Inmerso como estaba en sus pensamientos, no escuchó las pisadas tras él.
—Hugo —dando un salto en su sitio, el chico se giró encarando a la recién llegada—. Perdona, ¿te he asustado? —se disculpó Clara.
—Un poco —reconoció él—. Pero más por el hecho de que me hables que por otra cosa. Después de tantos días...
—Sí. De eso quería hablarte —el chico miró a la cocina con cierta duda—. Tranquilo, están demasiado ocupados como para escucharnos.
El estómago de Hugo se revolvió.
—Pues... Aquí estoy.
Clara desvío la mirada y suspiró.
—Lo recuerdo todo —dijo—. Todo lo que pasó esa noche. Al principio me daba vergüenza venir a trabajar porque sentía que lo notarías y querrías hablar de ello. No me sentía preparada... —admitió. Él asintió, comprensivo—. Quiero que sepas que no me arrepiento de nada de lo que pasó.
Hugo notó cómo su corazón se saltaba un latido.
—Yo tampoco —respondió sin pensar.
Clara sonrió ligeramente al oír sus palabras.
—Entonces, ¿es posible que consideres en algún momento el volver a repetir la experiencia —Hugo enarcó una ceja—. Sin alcohol ni pócimas mágicas raras, por supuesto -se apresuró a decir ella. Hugo estuvo varios segundos contemplándola sin mediar palabra. Su mente aún asimilaba la propuesta—. ¿Y bien? —le preguntó algo nerviosa.
—Pizza —soltó.
—¿Qué?
—Que iremos a comer pizza —le explicó Hugo—. Sé que te gusta.
—¿Cómo?
—Te oí decírselo a una de las chicas.
Ambos rieron.
—¿Cuándo?
—Este viernes —le respondió—. Ambos tenemos turno de mañana, así que tendrás toda la tarde para arreglarte. ¿Te parece bien? —ella asintió—. Te recogeré a las ocho y media.
Cuando terminó, Clara dio un grito de alegría y se abalanzó sobre él.
—Estoy impaciente... —la chica le plantó un beso en los labios y se retiró a la cocina dando saltitos de felicidad.
Hugo, con una sonrisa boba en la cara, comenzó a barrer de nuevo con estusiasmo.
Él también estaba impaciente... Muy impaciente.
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