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Capítulo 5

—Estate quieta —masculló Hugo.

—No —respondió Clara mientras lanzaba el contenido de la guantera al asiento trasero.

Hugo apretó con fuerza el volante. Su visión se emborronaba por momentos, la cabeza le latía como si tuviera su propio corazón, en gran medida por culpa de la copiloto. Era prácticamente un milagro que no se hubiera chocado contra todos los bolardos de la ciudad.

—Está borracha, Hugo —intentó calmarse él tras sentir que algo golpeaba su sien—. No sabe lo que hace...

Clara se inclinó hacia él y colocó sus frías manos en su cabeza.

—¿Te duele? —le preguntó con un puchero.

—No —dijo él entre dientes.

Ella acercó sus labios y besó la zona golpeada. El escalofrío que atravesó a Hugo casi le hizo pisar el pedal incorrecto. Sacudiendo la cabeza con fuerza se quitó de encima a Clara quien, con una mueca de enfado, se encogió en su asiento mientras farfullaba.

El chico cerró los ojos con cansancio rezando por llegar lo antes posible a su destino. Inesperadamente, una música marchosa rompió el silencio. A su lado, Clara comenzó a tararear la melodía a la vez que movía las manos al compás de esta. Otra punzada le hizo gruñir. Con un movimiento brusco pulsó el botón y apagó el aparato. Ella lo miró con indignación y volvió a encenderlo.

—No —y Hugo pulsó el botoncito.

Ella infló sus mejillas y encendió la radio. Él volvió a apagarla con frustración. Y ella le llevó la contraria..., otra vez.

—¡Quiero música! —gritó Clara.

—¡Pues no hay música!

—¡Que sí!

—¡Que no!

—¡Que sí!

—¡Que no!

—¡Que...!

—¡QUE HE DICHO QUE NO! —vociferó Hugo—. ¡ESTE ES MI COCHE Y EN MI COCHE MANDO YO!

Clara parpadeó varias veces en su dirección antes de agachar la cabeza y asentir.

—Vale... —musitó.

El remordimiento mordió el pecho de Hugo cuando vio que sus ojos se humedecían.

—Está bien —suspiró—. Puedes ponerla.

Aplaudiendo con renovada alegría, Clara encendió la radio y comenzó a cantar y sacudirse.

«Falta poco. Aguanta» —se dijo Hugo.

—Qué calor hace —la oyó decir. Una inesperada ráfaga de viento helado atizó su rostro por el flanco derecho.
Cuando miró a su compañera, sus ojos se abrieron como platos al ver que la chica había sacado medio cuerpo por la ventana y gritaba al cielo a todo pulmón—. ¡QUE VIVA EL AMOOOR...!

Varios coches que circulaban junto al suyo hicieron sonar sus cláxones mientras ella gritaba y movía los brazos sin ninguna coordinación.

Horrorizado, Hugo la agarró de la camiseta tirando de ella hacia el interior.

—¡ESTÁS LOCA! —le espetó con el corazón en la garganta cuando Clara posó su trasero en el asiento. Pero ella, empecinada en mostrarle al resto de conductores su maravillosa voz, intentó colarse nuevamente por la ventana—. Se acabó...

Veloz, Hugo aparcó el coche y lo apagó. Rechinando los dientes se llevó las manos a las sienes intentando mitigar el dolor.

—¡Nooo! —se quejó Clara—. ¿Por qué paramos?

Él la fulminó con la mirada aguantando las ganas que tenía de arrancarle la cabeza. A lo lejos, Hugo vio como una mujer bajita y menuda entraba en un portal medio oculto entre dos bazares. Una enorme sensación de alivio lo embargó.

«Gracias a Dios.»

—Hemos llegado —la informó.

—¿A dónde?

—A tu casa.

—Ah... —se limitó a decir ella. Abrió la puerta con lentitud y lo miró con ojos cansados—. Pues... Gracias y todo eso —hipó—. Adiós.

Con torpeza salió del coche, cerró la puerta con fuerza y avanzó hacia el portal.

No llegó a dar ni dos pasos antes de tropezarse y caer sobre la acera.

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