Capítulo 2
Hugo cerró los ojos con frustración. Las palabras de Lucas aún resonaban en su cabeza y no lo dejaban en paz.
«Pero, ¿no es acaso esa conciencia tuya la que te impulsa a hacer lo que haces?»
—Menuda chorrada... —masculló.
Frustrado le dio una última calada a su cigarrillo y lo tiró al suelo. Después se alejó a paso rápido del portal de su hermana. Cuando estuvo junto a su coche, sus oídos captaron un sollozo lastimero y cercano. Curioso, Hugo rodeó el vehículo y se congeló en su sitio. Allí, sentada sobre el arcén, una mujer temblaba mientras lloraba sin parar. Hugo entrecerró los ojos. Había algo familiar en ella...
—¿Por qué...? —escuchó gemir lastimeramente.
La voz, débil y rota, traspasó sus oídos. Y ahí lo supo. Supo quien era ese bulto sentado a sus pies.
En ese momento, Hugo tenía dos posibles opciones: la primera consistía en hacer como que no la había visto y marcharse. En la segunda hablaba con ella y le preguntaba si estaba bien.
Lucho entre ambas durante unos escasos segundos en el que la ganadora fue, otra vez, su conciencia.
«Solo espero no arrepentirme de esto» —pensó.
Hugo carraspeó y ella levantó ligeramente el rostro.
—¿Hugo...? —le preguntó a media voz.
—¿Estás bien?
Ella se sorbió los mocos ruidosamente.
—S-sí.
—Si fuera verdad, no estarías aquí fuera convirtiéndote en un bloque de hielo.
—De verdad que no es nada, Hugo —insistió ella—. Vete a casa...
—Clara... —ella se encogió al oír su nombre. De repente, la última discusión que ambos interpretaron comenzó a dar vueltas por su cabeza y el remordimiento se abrió paso a través de él—. ¿Es por la pelea que tuvimos? —se aventuró.
—No —murmuró ella.
—¿Entonces?
Clara fijó sus ojos en los suyos y su labio inferior comenzó a temblar.
—Marcos me ha dejado —su voz era apenas un susurro.
«¿Qué?»
Para su sorpresa, Clara se levantó de un salto y se lanzó a sus brazos en pleno llanto.
Hugo estaba impresionado. No tanto por el hecho de que la chica lo estuviera abrazando, sino porque sus predicciones habían tardado menos de lo que esperaba en hacerse realidad.
—E-eh —le dio varias palmaditas en la espalda con cierta incomodidad—. Ya está...
—Es un cabrón —dijo ella contra su abrigo.
—Lo sé —Clara se apretó más contra su cuerpo—. ¿Quieres hablar?
Una risa ahogada salió de la garganta de la joven.
—No sabía que podías ser amable.
—Soy una caja de sorpresas —una ráfaga de aire frío los envolvió y ambos se estremecieron—. Mira... no es que me desagrade la idea de estar aquí congelándome, pero mi coche está cerca y me parece un mejor sitio para charlar —y añadió después—: te puedo acercar a casa.
Ella asintió.
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