
XII
Diciembre llegó con un frío intenso que se sentía en cada rincón de la casa. Me alegró que no hubiera nieve. Lo prefería así, el suelo estaba cubierto por una capa de hojas secas y tierra que crujía bajo las patas de los que pasaban. La nieve, aunque hermosa en su pureza, me resultaba una molestia. La veía como una amenaza silenciosa, fría, pesada y resbaladiza, que hacía que todo fuera más difícil de transitar, más incómodo, más peligroso. No, prefería el invierno sin nieve, ese tipo de frío seco que no me mojaba ni me forzaba a meterme en sitios calurosos.
Ese día, después de una larga mañana de observación silenciosa desde mi rincón favorito junto a la ventana, escuché las voces familiares que me indicaban que Simón había llegado.
Los padres de Alicia ya se habían hecho buenos amigos de los padres de Simón, y él venía a visitarnos casi todas las semanas. Se había convertido en un visitante frecuente en nuestra casa. Aunque la mayoría de las veces Alicia y Simón se quedaban un poco apartados, comunicándose a su manera, me gustaba verlos, me tranquilizaba.
Alicia, con su forma de moverse, casi como si todo le molestara un poco, y Simón, que tartamudeaba al hablar pero que siempre intentaba decir algo, sin que nadie se burlara. Era extraño cómo se entendían. Alicia, con sus gestos y esa mirada fija que parecía escanear el mundo, y Simón, que a veces balbuceaba un sonido antes de dar con las palabras correctas. Se hablaban sin palabras, por alguna razón que yo no entendía, pero que me parecía bonita, silenciosa. Era un lenguaje que no necesitaba ser dicho, solo compartido.
Cuando los escuché acercarse más, me levanté de mi sitio y fui al pasillo.
La madre de Alicia fue a abrir la puerta y, al hacerlo, la voz alegre de Simón resonó en el aire.
—H-h-hola s-señora, ¿está A-Alicia? —saludó Simón, con su característica tartamudez.
Simón y su madre entraron. Ese día, Simón no vino solo. Además de su madre, trajo consigo a su perro, un hermoso Golden retriever blanco.
—¡M-mira, N-Nyx! —dijo Simón, sonriendo tímidamente—. T-te he t-traído a M-Malvavisco.
Sentí un nudo en el estómago; parte de mí temía que intentara perseguirme y morderme.
El perro levantó la cabeza y me miró con ojos suaves, casi curiosos, como si me estuviera evaluando también. La correa de Simón hacía que el perro no pudiera moverse mucho, pero algo en él parecía muy tranquilo. Pude sentir la presencia de Malvavisco más allá de lo que sus patas tocaban el suelo, una corriente extraña que me hizo dudar por un segundo.
Al principio, me quedé parada, observando desde lejos. El perro parecía afable, con una mirada amigable, pero yo había visto a demasiados perros convertirse en monstruos cuando menos lo esperaba. Recordaba a muchos felinos caer entre sus fauces; los gritos, los mordiscos, las muertes… no quería que algo así me ocurriera. Mi cuerpo se tensó, mis ojos lo estudiaron en silencio.
Pero en lugar de abalanzarse hacia mí, como esperaba, el perro se quedó quieto, sin moverse. Sus ojos nunca se apartaron de mí. Era como si entendiera que debía ser paciente. Fue raro, y esa extraña sensación de comunicación, más allá de las palabras, comenzó a brotar en mi mente.
No puedo decir cómo lo supe, pero de alguna manera, sentí que el perro me estaba… llamando. No con palabras, sino con pensamientos, con sensaciones claras y sencillas: no te preocupes, no te haré daño.
Al principio resistí, como una gata que no está dispuesta a confiar. Me agaché un poco, con la mirada fija en él, y me acerqué solo cuando estuve segura de que no tenía intenciones hostiles. Sus ojos seguían siendo suaves, y había algo en ellos que me tranquilizaba.
Malvavisco inclinó la cabeza levemente, como si comprendiera mi incertidumbre. Fue en ese momento cuando entendí, sin palabras, que este perro era diferente. Y en algún lugar dentro de mí, me sentí aliviada.
Alicia, que siempre estaba un poco apartada, observaba la escena con una sonrisa pequeña. No decía nada, pero la forma en que su rostro se suavizaba cuando miraba al perro me decía que, de alguna forma, ella también lo entendía.
Simón, nervioso, apenas decía palabra, pero su sonrisa era amplia.
—Ma-malvavisco es muy bu-bu-bueno —dijo, con voz baja, pero firme.
Me acerqué aún más, lo suficiente para rozar mi nariz contra su pelaje. El calor que emanaba de su cuerpo me dio una sensación de confort que no había anticipado. No era como los otros perros. Este era… diferente. No sabía si me aceptaba como una amiga o si, por el contrario, me estaba simplemente observando, pero me gustaba esa quietud que traía consigo.
Elaire frío parecía entrar suavemente por las rendijas de las ventanas. Malvavisco se había acercado lo suficiente para que sus ojos no se apartaran de mí ni un segundo. Había algo en él que me atraía, una calma en su postura, una quietud que me transmitía confianza. Y entonces, como si una corriente invisible hubiera conectado nuestras mentes, sentí una voz suave en mi cabeza.
"No te haré daño, pequeña", pensó él, su tono profundo y reconfortante, como un susurro que calmaba el viento gélido que se colaba por la ventana.
En mi mente, una respuesta brotó antes de que pudiera pensar en ella. "Gracias". Y aunque no sabía si realmente podía confiar en él , por lo menos quería intentarlo.
El sonido de voces en la cocina nos sacó de nuestra burbuja silenciosa. Las madres seguían charlando en la otra habitación, ajenas a la conversación mental entre el perro y yo. Simón se acercó a mí, tímido como siempre, pero con una ligera sonrisa dibujada en su rostro.
—N-n-nyx… M-muchas gracias p-por… p-por aceptar a Malvavisco… —su voz tembló, pero había algo de esperanza en su tono.
Observé cómo Alicia y Simón se sentaron juntos en el suelo del salón, casi como si el mundo a su alrededor desapareciera. Alicia, con sus movimientos meticulosos, dispuso los bloques de madera en una fila perfecta, mientras Simón, sin prisa, levantó uno por uno los bloques para construir una torre que nunca terminó de crecer. Vi cómo Alicia miró fijamente las piezas, como si estuviera midiendo cada detalle en su mente, y Simón, siempre algo tímido, tuvo cuidado de no interrumpirla. Ninguno de los dos habló mucho, pero se entendieron de alguna forma, en un lenguaje silencioso que me pareció tan fascinante como extraño. Observé cómo Simón, con la mano temblorosa, le ofreció un bloque más a Alicia, quien, levantando la vista solo un instante, lo tomó y lo añadió a su alineación sin decir una palabra. En esos pequeños gestos, en esas miradas compartidas, existió una complicidad única, como si se entendieran sin necesidad de nada más. Mientras tanto, yo me tumbé cerca de ellos, observando todo con una calma que solo esos dos lograban transmitir, como si en su mundo quieto y lleno de silencios, todo estuviera en su lugar.
Más tarde la madre de Simón, con una sonrisa apacible, tomó la correa de Malvavisco, y mientras él se movía a su lado, la puerta se abrió para dejar salir el aire fresco de la noche. Malvavisco me miró una última vez, sus ojos eran como un espejo de la quietud del invierno, llenos de algo que solo yo podía interpretar: un vínculo, un reconocimiento tácito.
“Hasta luego, Nyx. Cuídate.” Fue un pensamiento que me llegó claro y directo, y con él, sentí la confirmación de que algo más allá de lo visible había pasado entre nosotros.
Y antes de que la puerta se cerrara, dejando que el viento de diciembre entrara, sus palabras se disiparon en la brisa, como un eco lejano pero presente, un lazo sutil que nada podría romper.
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En este momento tengo muchísimo sueño, si hay algún error en el capítulo no duden en decirme.
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