
VIII
La rutina diaria de mi familia humana siempre me pareció fascinante, pero aquella noche, algo en el aire se sintió diferente. La calma habitual fue interrumpida por murmullos de conversación provenientes de la habitación de los padres de Alicia. Las voces, aunque suaves, eran lo suficientemente claras como para que mis orejas, tan sensibles, captaran cada palabra. La pequeña cría humana, como siempre, dormía plácidamente en su habitación, ignorante del mundo que la rodeaba.
Me acomodé más cerca de la pared, en mi rincón habitual, y me preparé para escuchar. Sabía que algo no estaba bien.
La voz de su madre llegó temerosa, y pude distinguirla hablando en un tono bajo.
—No sé cómo vamos a manejar esto, Kenneth.
Su voz tembló ligeramente, y eso me hizo sentir inquieta.
El padre de Alicia respondió de inmediato, pero su tono era grave, como el de alguien que ya había estado soportando demasiado peso sobre sus hombros. Pude sentir la frustración en cada palabra que salía de su boca.
—Lo sé, Karen —respondió él, y aunque trató de sonar firme, su voz no ocultaba la desesperación—. El nuevo jefe no quiso escucharme. No le gustó que cuestionara sus decisiones. Como contador, tenía la responsabilidad de señalar los errores, pero parece que eso no fue bien recibido.
Mis orejas se agudizaron. Pude sentir el peso de la preocupación en el aire. Mencionaron algo de un despido. Alicia siempre admiró lo dedicado que era su padre con su trabajo, aunque no lo comprendiera muy bien, ella lo observó varias veces inmerso en papeles y cifras.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo vamos a explicar esto a Alicia? —preguntó la madre humana, y pude sentir la angustia en su voz—. ¿Cómo pagaremos sus consultas? ¡¿Qué haremos con las deudas?!
La angustia de la madre humana era palpable, como si cada palabra fuera un grito ahogado que no podía escapar. Me sentí incómoda, y aunque no podía entender todo, sabía que la situación era grave. Mi corazón felino se apretó un poco más. Algunos humanos creen que no podemos comprenderlos, que no sentimos, pero lo hacemos, a nuestro modo. Después de todo, no podemos comunicarnos de la misma forma, pero eso no significa que no sepamos lo que es el miedo, el dolor y la tristeza.
Me quedé quieta, escuchando la escena. Mientras ellos se debatían en sus temores y preocupaciones, yo sentí un impulso de ir allí, acercarme, de saltar a sus piernas y frotarme contra ellos como lo hacía a veces. Pero algo me detuvo, como si, en ese momento, mis maullidos y ronroneos no fueran suficientes para calmar sus almas atribuladas.
Me sentí inútil.
—Voy a buscar otro trabajo, lo prometo. Sin embargo, esto podría tomar tiempo. No sé cuánto podremos sostenernos con lo que tenemos.
La madre de Alicia suspiró profundamente, y pude escuchar el sonido de sus dedos tamborileando contra la mesa de noche.
No podía evitar pensar en cómo los humanos tenían esa necesidad de encontrar una solución inmediata a todo, como si el tiempo fuera su mayor enemigo. O quizás sí lo era. Sabía ella que estaba pensando, calculando qué hacer, cómo resolver la situación.
—Ya es bastante difícil para ella lidiar con sus desafíos diarios. No sé cómo vamos a hacerlo, Kenneth —dijo, su voz quebrándose.
—Karen, encontraremos la manera. Siempre hemos salido adelante, y esta vez no será diferente —respondió el padre humano, tratando de sonar confiado, aunque su voz no pudo ocultar la tensión.
Hubo una pausa en la conversación, y podía escuchar el suave susurro del viento fuera de la casa. La noche parecía más oscura, más pesada.
—Tal vez podríamos reducir algunos gastos, vender algunas cosas... —comentó la mujer con una idea que parecía haber nacido en ese mismo instante. Se notaba que estaba tratando de encontrar soluciones a toda prisa—. Trataré de pedir horas extra en mi trabajo.
—Gracias, cariño —respondió el hombre con una voz que ya no intentaba ocultar la gratitud. Era como si le hubieran dado un pequeño respiro.
Me acurruqué más en mi rincón, mis ojos parpadeando lentamente mientras escuchaba el dolor y la incertidumbre en sus voces. Quería hacer algo para ayudar, pero ¿qué podía hacer yo para aliviar su dolor? No podía pedirles que me abrieran la puerta para que pudiera encontrar trabajo, o que me dejaran realizar cálculos financieros. Mi única función aquí era escuchar, darle consuelo a la pequeña humana cuando despertara, y en este momento, eso quizás fuera lo más importante.
Los humanos eran complicados.
—Mañana empezaré a buscar trabajos. Haré llamadas, enviaré correos. No podemos darnos el lujo de perder tiempo —dijo él finalmente, como si ya estuviera preparando su mente para lo que debía hacer al día siguiente.
—Sé que lo encontrarás, amor —respondió ella, con un susurro que era más una promesa que una afirmación.
La conversación terminó ahí, y la habitación quedó en un silencio profundo, roto solo por el sonido del viento que seguía susurrando fuera de la casa. Cerré los ojos, deseando que el día de mañana trajera algo de esperanza para mi familia humana. Tal vez no pudiera ayudarles de la manera que deseaba, pero algo dentro de mí me decía que encontrarían la manera de salir adelante. Siempre lo hacían.
Me sentí aliviada, al menos, de que por esa noche, no hubo gritos ni discusiones. Solo un cansancio compartido, un suspiro en la oscuridad.
Me acomodé más en mi rincón, sabiendo que el amanecer traería un nuevo día con nuevas oportunidades, aunque no pudiera verlas todavía.
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