
IX
La casa estaba llena de una inquietud palpable. Desde la ventana de la sala, vi cómo los padres de Alicia se movían de un lado a otro con rapidez, organizando todo para la visita de los abuelos. El padre de Alicia estaba asegurándose de que las sillas estuvieran alineadas, como si el orden pudiera calmar la tormenta que sentía en su interior. La madre, con una sonrisa tensa, se encargó de la mesa, colocando los platos y cubiertos de forma casi ritual. Todo tenía que estar perfecto. Casi podía escuchar los latidos acelerados de ambos, especialmente cuando los abuelos se acercaban.
Alicia, por su parte, no parecía compartir el mismo entusiasmo. Estaba en su habitación, sentada en el suelo, rodeada de sus libros y dibujos, sumida en su propio mundo. Sus manos iban de un lado a otro, pasando las páginas con una concentración tan profunda que no parecía notar el alboroto en la casa. A veces me acercaba a ella, frotando mi pelaje contra su pierna, pero no levantaba la vista. Me pregunté si realmente se sentía más tranquila así, en su burbuja, o si en realidad deseaba escapar de lo que estaba por venir.
La puerta sonó. El timbre cortó el silencio y, como si fuera una señal, todos se apresuraron a preparar la entrada. El padre humano fue el primero en levantarse, con la espalda rígida, y fue hacia la puerta. Mientras tanto la madre humana llamó a su hija con una voz que sonaba más forzada de lo habitual.
—Alicia, ven a saludar a tus abuelos —dijo, y aunque su tono era suave, yo podía sentir la tensión detrás de sus palabras.
Alicia no respondió de inmediato. Se quedó allí, mirando sus dibujos, con las piernas abrazadas contra su pecho. Sabía que no quería hacerlo, que no quería enfrentarse a las miradas fijas de esos ojos que siempre la observaban como si fuera un problema por resolver.
Finalmente, salió lentamente de su habitación. Su cabeza permaneció baja, como si quisiera ser invisible. Sus manos jugaron nerviosamente con el borde de su vestido, frotándolo una y otra vez, como si eso pudiera calmar su ansiedad. Yo me mantuve cerca de ella, frotando mi cuerpo contra su pierna, sintiendo cómo sus músculos se tensaron al acercarse a la sala.
La abuela fue la primera en hablar. Su mirada fija y fría escaneó a Alicia desde la entrada. Con su cabello canoso recogido en un moño bajo y esos ojos penetrantes que podían atravesar cualquier intento de ocultarse, parecía que solo esperaba que Alicia cometiera algún error. Como siempre.
—¿Por qué no puede mirarnos a los ojos cuando le hablamos? —preguntó, su tono tan cortante que casi se podía escuchar la desilusión en su voz.
Alicia, al escucharla, bajó aún más la cabeza, como si intentara esconderse del reproche. La habitación se llenó de una quietud incómoda, solo interrumpida por mi suave ronroneo, que trataba de darle algo de consuelo en medio de la tormenta emocional que se desataba a su alrededor.
La madre, tratando de suavizar la situación, intervino rápidamente.
—Ella es muy reservada. Es solo su forma de ser —dijo, aunque su voz temblaba ligeramente.
El abuelo, un hombre robusto y de voz profunda, que siempre parecía tener algo que decir sobre todo, no perdió la oportunidad de añadir su comentario.
—En mis tiempos, los niños sabían comportarse y mostrar respeto a los mayores —dijo, su tono autoritario y su mirada fija en Alicia, quien no podía evitar sentirse aún más pequeña bajo su escrutinio—. No entiendo por qué es tan difícil para ella.
La incomodidad llenó el aire, y pude ver cómo el padre apretaba los puños en los bolsillos, mientras su rostro intentó reflejar calma. No era un buen momento para él. La reciente pérdida de su empleo pesaba sobre él, y las críticas de sus propios padres no ayudaban a aliviar la carga. Sabía que estaba haciendo todo lo posible por sacar adelante a su familia, pero las palabras de sus padres le daban la sensación de estar fallando.
La madre humana siempre la más diplomática, intentó cambiar de tema para aliviar un poco la tensión.
—¿Quieren tomar algo? —preguntó, obligando una sonrisa—. Pueden sentarse en la sala mientras Alicia termina de hacer su tarea.
La abuela soltó un suspiro audible.
—Tarea, tareas todo el tiempo —murmuró, como si eso fuera lo único que importara—. Pero, ¿cuándo va a aprender a socializar? No puede pasarse la vida aislada.
La situación se estaba volviendo más incómoda. Los comentarios de los abuelos no dejaban de bombardear la atmósfera, como si intentaran imponer una norma de comportamiento que no correspondía con Alicia. Yo me quedé cerca de ella, observando su rostro lleno de angustia. Sentí que su cuerpo se tensaba cada vez más con cada palabra que salía de los labios de sus abuelos.
—Karen, Kenneth, de verdad deberían considerar hacer algo. Esto no es normal —dijo la abuela, levantando la voz con una firmeza que hacía que el aire se volviera aún más pesado.
La madre apretó los labios, su mirada fija en el suelo.
—Mamá, estamos haciendo todo lo posible para que Alicia esté bien y sea feliz. Tiene sus propios desafíos, y estamos trabajando en ellos —respondió el padre, su voz algo más firme, pero visiblemente cansada.
—Desafíos... —dijo el abuelo, con una expresión que reflejaba poca paciencia—. Todos los niños tienen desafíos, pero eso no significa que se les permita hacer lo que quieran.
Alicia, que había permanecido en silencio, se acercó a mí y me abrazó. Sentí la opresión de su angustia en su pequeño cuerpo. No podía entender todo lo que ocurría, pero sí podía sentir su dolor. Me acerqué aún más, ronroneando suavemente en un intento de consolarla.
—Ya basta. No vamos a discutir sobre esto —dijo la madre humana, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas—. Alicia es nuestra hija, y la amamos tal como es. No necesitamos que nos digan cómo criarla.
La habitación quedó en silencio. Los abuelos se quedaron mirándose, sorprendidos por la firmeza de la mujer. La abuela, que siempre tenía algo que decir, suspiró y, finalmente, dijo en un tono menos severo.
—Solo queremos lo mejor para ella —murmuró, aunque sus palabras aún cargaban un aire de desaprobación—. No actúen como si fuéramos los malos.
El padre humano, con el rostro tenso pero con una calma más palpable, asintió lentamente.
—Lo mejor para Alicia es sentirse amada y aceptada —respondió—. Y nosotros haremos todo lo posible para asegurarnos de que así sea.
Finalmente, un silencio denso llenó la habitación. Los abuelos, aunque no lo dijeran en voz alta, sabían que no podían seguir adelante con su crítica. Pero Alicia, aunque todavía se sentía vulnerable, por un momento se sintió segura. Mientras yo me acurrucaba cerca de ella, sus manos, que antes jugaban nerviosamente con el vestido, ahora se aferraban suavemente a mi pelaje.
El mundo podía seguir criticándola, pero yo estaba allí para ella. Mi pequeña cría humana. Tanto ella como yo, con emociones profundas, más allá del silencio.
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